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Artículo sobre CETR en la revista Iglesia Viva

La revista Iglesia Viva (n.251) incluye un extenso artículo sobre CETR, firmado por Teresa Guardans. En él se presenta el itinerario del Centro, su historia, evolución, objetivos y proyectos. El tema central de este número de la revista es: «Género, religión y cambio social».

Existe, en Barcelona, un centro abierto al estudio de las religiones, CETR, con una biblioteca especializada, cursillos sobre el hecho religioso y las religiones, seminarios de estudio de obras de las distintas tradiciones de sabiduría, debates, jornadas, un “espacio de silencio”, introducciones prácticas al silencio… Una institución que se presenta, en los programas y en la web (cetr.net) como: “…un espacio laico al servicio del estudio y el cultivo de la calidad humana…

CETR, el Centro de Estudio de las Tradiciones de Sabiduría    (descargar pdf)

Existe, en Barcelona, un centro abierto al estudio de las religiones, CETR, con una biblioteca especializada, cursillos sobre el hecho religioso y las religiones, seminarios de estudio de obras de las distintas tradiciones de sabiduría, debates, jornadas, un “espacio de silencio”, introducciones prácticas al silencio… Una institución que se presenta, en los programas y en la web (cetr.net) como: “…un espacio laico al servicio del estudio y el cultivo de la calidad humana; es desde esa perspectiva desde la que abordamos el acercamiento a las tradiciones religiosas”.

            Un espacio laico, interesado por las religiones, que presenta un programa de actividades con cursos reconocidos como créditos universitarios, válidos también para la formación permanente del personal docente del sistema público de enseñanza. Y que, a la vez, ofrece… prácticas de silencio.

            ¿Qué es CETR? ¿Quién lo impulsa?

Un poco de historia

 

¿Qué -o quién- hay detrás? –pregunta más de uno al acercarse por ahí. Detrás hay años de esfuerzo y dedicación de un equipo humano que comparte un interés: interés por la espiritualidad (por ponerle un nombre simple), acompañado de muchos interrogantes: ¿cómo desarrollar, hoy, ese ámbito de profundidad humana? En la sociedad de innovación continua, en la era de la información y de la globalización, cuando van quedando atrás sistemas culturales que han sido válidos durante milenios, ¿cuáles pueden ser las formas más adecuadas para el cultivo de la calidad honda? ¿Cómo abordar, cómo concebir, cómo comunicar esa posibilidad? ¿Por qué muchos nos sentimos más y mas alejados de aquellas formas en las que habíamos vivido nuestra “vida interior”?

 

            El Centro, como tal, vio la luz en octubre de 1999, pero había nacido mucho antes: llevaba unos veinte años gestándose, en un proceso en el que habría que destacar un nombre propio: Marià Corbí, joven jesuita por aquel entonces, investigador de las transformaciones de los sistemas de valores y de las formas religiosas, estudioso de las religiones y de sus textos sagrados, integrante de un equipo interdisciplinar de investigación, el Instituto Científico Interdisciplinar, una iniciativa nacida en el entorno de la Compañía de Jesús.

            A través de sus clases, o dinamizando grupos de trabajo, Corbí empezó a convertirse en referente para gentes que vivían con dificultad el encaje entre su presente y el mundo de creencias en el que habían crecido; abría una puerta nueva: “no hay nada que creer, sólo vías que investigar”, “no tiréis el cesto con el niño dentro –insistía a menudo-, sería una pérdida inmensa”. “Todos esos textos de las religiones están cargados de pistas, orientaciones a explorar. Aprendamos a leerlos como lo que son para poder recoger hoy lo que nos están ofreciendo”. Sí, pero ¿cómo?

            Era aquella época en la que algunos viajaban hasta la India buscando respuestas, o se embarcaban en todo tipo de aventuras espirituales. Sin moverse de un barrio obrero de Barcelona, Corbí insistía en el estudio de los textos para aprender de ellos, como haría un aprendiz de pintor con las obras de sus predecesores; en ahondar en la literatura hindú, budista, judía, cristiana, musulmana, etc., una lectura que podía no resultar fácil, pues todo ese saber nos llegaba vertido en moldes culturales que quizás nos resultaban muy ajenos. Pero no más que lo que podía serlo una imagen egipcia o barroca. Y si éramos capaces de “leer” en la profundidad de esas imágenes, ¿por qué no en los textos de sabiduría? Sólo necesitábamos contar con las claves de interpretación. 

            Nos hacía ver cómo cada sistema de vida, cada modo de sobrevivencia se apoyaba en unas formas religiosas determinadas. Cómo esas formas desarrollaban una doble función. Por un lado moldeaban el sentido de vida de unos grupos humanos y su visión del mundo. Por otro, eran esas mismas formas las que se utilizaban para hablar de la dimensión Absoluta de la realidad, para orientar hacia ella, para señalar su presencia. No debía extrañarnos el desencaje que estábamos viviendo: los sistemas de vida se estaban transformando a un ritmo cada vez más acelerado. De ahí el desplazamiento de las formas religiosas. De ahí la necesidad de indagar, estudiar, intentar… De ahí el reto que la sociedad tenía planteado, llegar a gestar formas más adecuadas al mundo que estábamos desplegando, pero no como quien se saca un conejo de la manga, sino estudiando, empapándose del legado de tantos hombres y mujeres antes que nosotros, viviéndolo en profundidad. Y había que hacerlo no para nuestra tranquilidad o bienestar, sino por responsabilidad hacia los que venían detrás.

            Fueron más de veinte años de seminarios de estudio, de comentarios de textos, de grupos de reflexión. Para algunos el interés se convirtió en especialización profesional (docencia), para otros era (y es) un trabajo de profundización que formaba parte de la vida. En ese tiempo se llegaron a consolidar varios grupos de trabajo y, poco a poco, un deseo, o un proyecto: pasar del período de “catacumbas” al de  poder hacer una oferta pública.

            La idea de la creación de un centro de estudio con un programa abierto de actividades fue tomando forma. Muchos de nosotros habíamos entrado ya en una fase de mayor estabilidad profesional; Corbí por su parte estaba a punto de jubilarse como profesor del Departamento de Ciencias Sociales de ESADE y podría disponer de más tiempo; se daban una serie de circunstancias personales que permitían “liarse la manta a la cabeza”. Un primer paso fue constituirse como asociación, después la búsqueda de los recursos mínimos necesarios para el local, la creación de “Amigos de Cetr” para canalizar las colaboraciones y, junto con todo ello, el compromiso de un primer grupo de profesorado dispuesto a ofrecer sus servicios gratuitamente durante una fase inicial… Si el proyecto se consolidaba y había respuesta suficiente, se podría pasar a una organización más profesionalizada y ampliar el abanico de colaboradores.

            Y así se hizo. El primer programa de actividades data del curso 1999-2000, y el centro se ha mantenido vivo hasta hoy. ¿Con qué objetivo?

 

La orientación   

 

Queremos que el Centro sea un centro de estudio con voluntad no erudita sino práctica. Que las personas aprendan a acercarse personalmente a los grandes textos y a los grandes maestros para poder extraer de ellos, por sí mismas, sabiduría y maneras de hacer – se lee en la presentación de la página web.

            Estudio al servicio de una práctica, al servicio de una actitud de búsqueda. La referencia al ambiente propio de un centro de arte ha estado siempre muy ligada a la orientación del centro y a sus propuestas. Así como el aprendiz de pintor no estudia “a los antiguos” para copiarlos, o venerarlos, o creer en ellos, se trata de indagar en el rico legado de sabiduría de la humanidad para alimentar una indagación que lleva más allá de sí mismo y de las seguridades o certezas del yo. Para venir a lo que no sabes has de ir por donde no sabes -avisaba San Juan de la Cruz-. Siempre desde la perspectiva de que cada voz, cada tradición cultural y religiosa, hace su propia aportación, peculiar e insustituible: la diversidad vista y vivida como fuente de riqueza. En el mismo texto mencionado se afirma:

El núcleo de las tradiciones religiosas y de la enseñanza de todos los maestros es el conocimiento de lo inefable; un conocimiento en el que el sujeto que conoce se silencia hasta desaparecer en una noticia, que es luz y fuego, y en la que lo que se conoce no es nada objetivable.

       Ese núcleo numinoso se expresa mediante sistemas simbólicos destinados a apuntar hacia lo indecible y a silenciarse después de haberlo apuntado. Son como un gran chambelán encargado de conducir por los pasillos de palacio hasta la sala donde está el Rey, el gran secreto. Una vez allí, abre las puertas y se retira humildemente, sin mancillar la gran sala con sus pies.

       El palacio donde se encuentra la sala de los secretos, tiene muchas entradas. Según sea la entrada, el recorrido será uno u otro, pero siempre terminará en la sala del gran secreto. Ahí acaba su función de introductor. Los sistemas simbólicos religiosos son tantos como las culturas y las circunstancias de la vida humana. Nuestra actitud con respecto a ellos tiene que ser como la actitud ante el gran chambelán, dejarse guiar hasta que el guía nos abandone ante lo indecible. (…)

 

            Un espacio en el que las religiones viven en diálogo, en diálogo permanente con la cultura contemporánea, sí, pero no un espacio al servicio del diálogo interreligioso. Que lleguen a acuerdos musulmanes y cristianos, por decir algo, no sería la función del Centro. En cambio, invitar al islam, al cristianismo, a cualquier tradición religiosa, a hacer inteligibles sus riquezas, eso sí. Lo recordaba hace un tiempo alguien que participó varios años en el programa de actividades, Mohamed Zein. En Nueva York todavía humeaban los restos de las Torres Gemelas y Zein estaba cansado de atender demandas pidiendo recetas rápidas para entender el islam. Tenía el “no” muy a punto cuando lo que le propone Corbí es un curso, “no para informar, sino para transmitir su pasión a los alumnos, para que alcancen a comprender la grandeza de la propuesta del Profeta, que lleguen a sentirla y vivirla como propia”. Zein no pudo resistirse. Era la primera vez que alguien le pedía algo así –dijo-. Y, como él, muchos otros colaboradores podrían, probablemente, contar anécdotas parecidas.  

            Un lugar en el que poder trabajar a nivel personal pero sin perder de vista la necesidad colectiva, los retos que se le plantean a la sociedad de innovación continua y, muy especialmente, en relación al cultivo de la calidad humana. Es ese estar abierto a la realidad lo que explica la evolución vivida durante estos años de actividad.

 

 

Un itinerario en evolución

 

Cuando empezó a gestarse la puesta en marcha de CETR, no se intuía el cambio de tejido social que estaba a punto de producirse a raíz de la aceleración de los procesos migratorios y la diversificación cultural y religiosa resultante. En aquella primera fase, el interés por el hecho religioso tenía que ver con el deseo de labrarse un camino entre una espiritualidad ligada a una fe o a unas determinadas formas religiosas, y la posición de rechazo a todo aquello que pudiera “oler a religión”. Entre las dos posturas encontradas poco espacio había entonces para la reflexión sobre la interioridad o el estudio de las religiones en el mundo académico “laico”. Entre los deseos programáticos redactados en aquel momento, y que siguen presidiendo la presentación del Centro, se planteaba:

–       posibilitar a las personas de las sociedades de hoy el acceso a la sabiduría de las tradiciones, una sabiduría que -mayoritariamente- viene vertida en formas culturales del pasado, con las dificultades que ello comporta.

–       favorecer la reflexión sobre la crisis de las formas religiosas sin culpabilizar a nadie ni a nada. Una reflexión basada en el análisis del cambio que ha sufrido el modelo cultural en el tránsito de las sociedades agrícolas a sociedades de innovación continua como las nuestras.

–       hacer patente que la sabiduría que viene en unas determinadas formas religiosas está más allá de ellas; es un tesoro patrimonio de la humanidad para el cultivo de la cualidad humana en toda época y también en la nuestra.

 

            Ofrecer la posibilidad de explorar el cultivo de las dimensiones de calidad humana profunda, en sus distintas manifestaciones, como posibilidades de conocimiento, y las aportaciones que –en ese ámbito- hacían las religiones. Ese era el primer horizonte. Pero cuando justito se estaban andando los primeros pasos en ese empeño por comprender, interpretar, recoger…, en un abrir y cerrar de ojos, el tejido social se había transformado.

            Hindúes, musulmanes, sijs, un abanico de iglesias cristianas, etc., estaban presentes en las escuelas, en los barrios, en cualquier ámbito de la vida pública. Una novedad para la realidad española, tan mayoritariamente católica hasta el momento. CETR empezó a recibir todo tipo de demandas de formación relacionadas con la pluralidad religiosa y cultural. Desde materiales escolares hasta cursos para distintos colectivos de funcionarios públicos, conferencias, presencia en los medios de comunicación, publicaciones, parlamentos de las religiones…; en colaboración con el Centro Unesco de Cataluña, participación en varios programas europeos de didáctica y sensibilización en torno a la pluralidad religiosa y cultural…

            Esa podría considerarse como una segunda etapa del itinerario; una etapa en la que abundaron cursos y todo tipo de actividades de divulgación sobre las distintas tradiciones religiosas, contando con una amplia participación de las distintas comunidades culturales. Una etapa en la que, además de los frutos directos que pudieron producirse, se dio, indirectamente, un paso importante: el reconocimiento social de la necesidad del estudio y conocimiento de las religiones. Y, como “efecto secundario”, el reconocimiento de la labor que CETR llevaba a cabo. Quedaban atrás los recelos (tanto religiosos como laicos) que en un principio había despertado una institución tan imposible de encuadrar entre los “bandos” reconocidos hasta el momento.

            Desde entonces el país  ha visto cómo proliferaban todo tipo de iniciativas, públicas y privadas, que van ayudando a “normalizar” la presencia pública de la pluralidad religiosa. Una pluralidad como hecho cultural reconocido, que se ha ido ganando su lugar tanto a nivel universitario como en el de la gestión de las necesidades sociales.

            Quedaría, así, atrás esa segunda etapa en la que CETR intentó responder, en la medida de sus posibilidades, a los requerimientos de “formación sobre religiones”. Nos encontraríamos en un tercer momento en el que la demanda enlaza muy directamente con lo que eran las inquietudes iniciales que impulsaron la puesta en marcha del Centro: el interés por el desarrollo de la calidad humana, o interés por la “espiritualidad”, en la sociedad de innovación continua.

            Desde la convicción de que una es la mirada que interpreta y gestiona la realidad al servicio de las necesidades y otra la que, desde el silencio de la necesidad, ve-siente-valora-admira-venera-celebra-ama… lo que existe, porque existe. Esa mirada que, silenciando la necesidad, es capaz de interrogarse, de ahondar, de valorar profundamente, de comprometerse con la vida, gratuitamente, más allá de la necesidad; esa “otra” mirada es la que está en la raíz de nuestra “humanidad”, la que nos hace humanos. ¿Cómo cultivar ese silencio, ese distanciamiento de la propia visión egocentrada, cómo cultivar un interés más allá de sí mismo…, no ensimismándose en una nube colgada no se sabe dónde, sino en la vida misma, en la forma en cómo gestionamos las sociedades, la economía, la educación, todo? Las respuestas que puedan irse dando a esos “cómos” nos proporcionan pistas para el cultivo de la calidad humana en el presente.

 

 

Bajando a lo concreto

 

Desde esta perspectiva, ¿cuál es la oferta de CETR, hoy? De una parte habría que mencionar la dinámica de reflexión continuada de algún grupo de estudio, una tarea que sale a la luz, periódicamente, en jornadas específicas, o en publicaciones, accesibles desde la página web. Por otra, la propuesta de actividades presenciales (con su contrapartida on-line, en la medida de lo posible) que, como hemos venido diciendo, se concreta en un programa, de septiembre a junio, y en el que distinguiríamos tres tipos de actividades:

1. Seminarios para ahondar en temas de interés. En un rápido recorrido por el programa 2012-2013, encontraríamos: Fundamentos de la calidad humana, Pedagogía del desarrollo interior, La vía budista: sin religiones ni dioses, La pluralidad de las sociedades islámicas, Una aproximación a la mística universal, Experiencias contemporáneas de no-dualidad, Condiciones para la creatividad en la empresa y en las organizaciones… Un conjunto que mira tanto hacia las religiones como hacia las dinámicas sociales.

2. Lecturas comentadas, para familiarizarse con los textos de las distintas tradiciones de sabiduría y sus aportaciones, favoreciendo también el diálogo. Este año, por ejemplo: El Sutra del Diamante y el Sutra del Loto, de la tradición budista. Del cristianismo, Del nacimiento eterno (de Maestro Eckhart). Del islam, El Mathnawi de Jalal-ud-din Rumi. Del mundo hindú, una obra del maestro Abhinavagupta.

3. Prácticas de silencio: distintas propuestas de meditación y silencio, con el propósito de dar a conocer recursos milenarios de soporte del trabajo interior. De periodicidad semanal, en el local de Barcelona, o también algún fin de semana, en contacto con la naturaleza,

            ¿Qué más? A través de la web se puede acceder a la grabación de algunos cursos, también a materiales para trabajar el ámbito del silencio. Artículos, publicaciones, recomendaciones de libros…

            Cuando comparamos los retos que como sociedad tenemos planteados y lo alto que apunta el Centro en sus aspiraciones, con lo limitadas que pueden resultar las posibilidades o las ofertas concretas, a menudo tenemos la sensación de insignificante gota en un océano infinito en movimiento imparable. Pero entonces nos viene a la memoria un bello y brevísimo vídeo de Wangari Maathai, la defensora de árboles keniata, en el que se ve a animales de todo tipo observando impotentes cómo arde la selva, sin hacer nada. Excepto un colibrí, que lleva agua, incansable, gotita a gotita con su pico. “¿Pero no ves que es inútil? –le increpan los demás-, tus gotas no sirven de nada”. Sin detenerse, responde el colibrí: “hago lo que está a mi alcance, hago todo lo que puedo”.

            Ojalá podamos decir eso del trabajo que se lleva a cabo en CETR.

Teresa Guardans

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