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Experiencia y poesia

Vivir poéticamente día y noche equivale a estar enamorado de la poesía, de tal forma que ésta se convierte en una necesidad, en algo casi imprescindible que se apodera de nuestra personalidad y la transforma. No se trata de une acción violenta ni de una invasión extemporánea, sino de un proceso que se desarrolla simultáneamente al del crecimiento, sin interferir ni condicionar. (…) Se trata de aplicar la sensibilidad poética a todos los elementos de la vida, para comprenderlos e intentar transformarlos en expresión universal, asimilable y compartible.

La práctica de la poesía exige un grado considerable de reflexión, de concentración y, ¿por qué no?, de aislamiento y de silencio. Esto no quiere decir que suponga renuncias y sacrificios, al contrario. La práctica de la poesía, incluso en los casos de más abstracción o más aparente futilidad, siempre va ligada a la experiencia personal, íntima del autor. El poeta José Hierro decía que «el poeta no es alguien con más sensibilidad que los demás, sino alguien que, con la misma sensibilidad, intenta fijar el instante que está viviendo». Esta contingencia, mejor dicho, esta condición de ser uno más entre entre los demás, no quita ni dignidad ni autoridad al poeta, sino que le otorga responsabilidad y confianza, de modo que su actividad se convierte en un bien común que debe compartir y debe incitar a compartir.

Tanto si el origen del poema, es decir, la experiencia real o imaginaria que nos mueve a escribirlo, es diáfana como si es turbia –utilizando las expresiones de Francesc Parcerisas-, la operación de formularla en términos de contenidos de lenguaje no puede ser de ningún modo sencilla, por más que en algunos casos se realice sin esfuerzo aparente. No basta con una vigilancia activa y constante del vaivén continuo de las pasiones, los deseos, de las esperanzas, es decir, de las emociones; ni tampoco es suficiente el dominio de las palabras de una manera experta y quizás original, porque el verdadero poema sólo puede surgir de un equilibrio entre estos dos mundos, logrado gracias a la aplicación íntima de la dialéctica a la hora de anidarlos, y esta imbricación es costosa y, al mismo tiempo, gratificante.

Teniendo en cuenta lo que acabo de decir, me parece que no es arriesgado considerar que el poeta vive la poesía como una experiencia más de las que, a lo largo de su existencia, lo configuran como persona. No hablo, evidentemente, de la práctica de la poesía, es decir, del acto creacional concreto y limitado -o, si se quiere, más sencillo, el momento de escribir el poema-, sino de la actividad poética entendida como una actitud ante la vida. Cualquier forma de expresión artística exige una entrega total y constante, porque todas comprometen lo más esencial del ser humano: su propia manera de ser.

Rimbaud decía que lo primero que debe estudiar quien quiera ser poeta es a sí mismo. Esta recomendación condensa magistralmente lo que yo he intentado decir con muy poca traza. El hombre se perfecciona conociéndose, y uno de los instrumentos más eficaces para llevar a cabo este conocimiento es la poesía. Pero sería un error esperar que la poesía diera explicaciones concretas de la experiencia (…) yq que el cometido de la poesía no es describir sino sugerir, no es explicar sino iluminar, es decir, conmover.

Toda experiencia vital es enriquecedora; toda conmoción íntima contribuye a nuestro desarrollo profundo. De hecho, sólo crecemos verdaderamente en términos de conocimiento, y, en consecuencia, todo aquello que nos acerca de forma exigente y tenaz al proyecto de nosotros mismos contribuye a nuestra realización, una realización a la que todos aspiramos, de una manera más o menos definida, más o menos intensa. La poesía, pues, como experiencia de vida, aporta una dimensión trascendental al conjunto de nuestra existencia. Pero, además, como consecuencia de su relación dialéctica con las otras experiencias, puede convertirse, y a menudo se convierte, en el eje que centra nuestra actividad vital y, más aún, en la piedra de toque que la define y la orienta. Porque difícilmente puede considerarse la poesía como una simple experiencia fugaz y anecdótica, como un hecho que posiblemente tarde o temprano olvidemos: la poesía es un «estado», una manera de ser y, en tanto que expresión de nosotros mismos, engloba, en cierto modo, todas las demás experiencias.

(…)

Podríamos caer en el error de pensar que la acumulación de experiencias favorecerá la eclosión de la poesía; es decir, que para hacer buena poesía hay que vivir intensamente fuera de nosotros mismos. Sin quererle negar el valor que tiene el conocimiento activo, entendiendo éste como el conocimiento exterior a la persona, me atrevo a afirmar que lo que de verdad nos proporciona elementos poetitzables es el conocimiento pasivo, entendido éste como una exigente tarea de profundización. La dispersión no suele favorecer la actividad creadora. Por eso seguramente Kavafis aconsejaba no dañar la vida «con muchos movimientos y conversaciones».(…) Ni la acumulación de experiencias vitales ni la acumulación de años son garantía de una obra poética de calidad, ni aportan aclaraciones a la relación dialéctica entre experiencia y poesía, que ha sido el motivo central de esta disertación.

fragmentos de: Miquel Martí i Pol. ¿Qué es poesía? Barcelona, Empúries, 2000. 111 p.

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