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La realidad no tiene un por qué

(fragmento de la obra: Las sociedades de conocimiento y la calidad de vida, pgs. 76-80. (Bubok, 2017. El libro es el 5º volumen de la colección: Principios de Epistemología axiológica.)
(Más información y descarga del volumen, aquí).  

 

La realidad no tiene un por qué

La realidad es porque sí.

El cosmos, el mundo y la vida no tienen un por qué.

Sólo lo que es relativo a la necesidad parece tener un por qué, que luego se extrapola a la totalidad de la realidad.

Toda realidad es dependiente de otra realidad. En cuanto dependiente, se puede decir que es relativa a otra realidad. Relativo e interdependiente vienen a significar lo mismo en el asunto que tratamos.

 

Todo depende de todo. En ese sentido, todo es relativo a todo. No hay nada que sea independiente de todo. Luego toda realidad es dependiente de todo.

Las interdependencias parecen tener un por qué, pero en realidad son sin por qué.

La inmensa cadena de interdependencias de los mundos es porque sí. Todo es interdependiente y sin por qué.

Sólo lo relativo a las necesidades parece tener un por qué; pero incluso ese juego de sobrevivencias es gratuito, porque sí, absoluto.

 

¿Podría afirmarse que la cadena de interdependencias es? Habrá que sostener que es y que no es, o aplicando el tetralema budista: que es y que no es, que ni es ni no es, que tampoco es la conjunción de ni no-es y ni no no-es.

¿La cadena de interdependencias sería absoluta? ¿Se pasaría con ello a la ontología del ser?

Todo es una gigantesca interdependencia que abarcaría los mundos, en una circularidad completa sin referencia a nada, no relativa a ningún viviente, simplemente porque sí, sin por qué alguno.

Nosotros los humanos estamos en la macro cadena de interdependencias, somos la conciencia, la mente, el sentir de esa inmensidad, tenemos noticia de Eso de ahí, absoluto, del que no podemos predicar nada.

 

Lo que hay:

-una inmensa cadena de interdependencias, vacías de entidad propia, sin por qué

-que nos habla de la gratuidad absoluta, del sin por qué absoluto, del gran vacío de toda posible categorización,

-ese vacío de inefabilidad absoluta, no es “otro” del vacío de entidad propio de la cadena de interdependencias de los mundos,

-y ese vacío absoluto no es ni ser, ni no ser, ni entidad ni no entidad. No cabe en ninguna categoría.

Si  la  inmensidad  de  las  cadenas  de  interdependencias,  que son  también  interdependencias  de  los  mundos,  y  de  la  DR (dimensión relativa)  a nuestras necesidades, está vacía de entidad propia, la fuente de esa inmensidad, que no otra de ella, es también vacía de entidad propia.

La DA (dimensión absoluta) no es concebible desde la ontología del ser. La ontología del ser no debe colarse en ningún momento, ni siquiera en el momento de pensar la DA.

La DA, lo absoluto, no es vacío de entidad propia porque sea interdependiente a nada, sino porque es inefable, inobjetivable y, por tanto, inacotable. A lo que es inacotable no se le puede asignar una naturaleza, porque una naturaleza supone acotaciones, posición de límites.

Todo eso es imposible, luego no podemos predicar de la DA que sea una naturaleza, y si no es una naturaleza, tampoco podemos decir que sea una individualidad con entidad propia.

La DA es absolutamente incategorizable. No es interdependiente con la cadena de los mundos de interdependencias, porque no es “otra” de ella. Es hija de nuestro doble acceso a la realidad.

Todo lo más noble humano es sin por qué, ni se le puede asignar una entidad propia; así la belleza, la verdad que no se reduce a una formulación, el interés y el amor. El amor es sin por qué, pero cuida de los por qué, pero sin por qué.

El interés/amor que no cuida de los por qué, no sería sin por qué.

Todos los por qué, crean diferencias y ponen fronteras entre realidades; el puro sin por qué no diferencia realidades, ni pone fronteras.

 

¿Cuál es el destino humano?

¿Tenemos los humanos un destino fijado? ¿Tenemos siquiera destino?

Los humanos ni tenemos un destino fijado, ni tampoco tenemos destino, de la misma manera que no tenemos una naturaleza fijada, ni tenemos simplemente naturaleza.

Nuestra especie tiene una determinación genética insuficiente para ser una naturaleza viable. Nos dotamos de un instrumento para completar esa deficiencia, la lengua. Con ella nos autoconstruimos proyectos axiológicos colectivos (PACs) según el modo de sobrevivencia. La socialización de ese PAC nos suministra algo equivalente a una naturaleza, durante el tiempo en que esté vigente el PAC.

Por consiguiente, podemos afirmar que si los humanos no tenemos una naturaleza dada, tampoco podemos tener un destino dado.

Retengamos esta afirmación porque es de gran importancia: los humanos no tenemos un destino dado e intocable. Como tenemos que autoconstruirnos nuestros PACs y, con ellos, lo equivalente a una naturaleza, así nos tenemos que construir nuestro destino.

Tenemos un doble acceso a lo real, pero ese doble acceso forma una unidad estricta que varía con cada nuevo PAC. Nuestro acceso a la DA es un acceso sin forma propia, que siempre se presenta en la DR y jamás separada de ella. Aunque la noticia que tenemos de la DA se presenta siempre, explícita o implícitamente sin forma, puesto que es la base de nuestra flexibilidad como especie, adopta siempre una forma coherente con la DR.

Ya hemos expuesto que de la DA sin forma no puede deducirse un PAC y una forma. Pero cuando el modo de sobrevivencia colectiva hace aparecer un PAC, esa forma es siempre del “sin forma”. No hay otra fuente de realidad, ni realidad alguna que no sea la DA, por consiguiente es válida la afirmación que la DA determinándose en una manifestación, se determina. Pero cuando la DA determina no lo hace como un acto voluntario, ni como creando una alteridad con respecto a la misma DA. Lo definido no es otro del que definiendo se define.

De estas reflexiones se sigue que la DA no puede ser el destino de DR, porque no hay dualidad entre ambas y porque lo que ya se es, no puede ser el destino a ser. Lo que ya es la realidad de DR, no puede ser su destino.

La DA es nuestra realidad y nuestra individualidad. Por tanto, nada se adquiere al despertar a nuestra propia realidad. ¿Qué es, pues, el despertar? No es el despertar de nadie; es el despertar a la irrealidad de nuestra supuesta individualidad apoyada en el yo; es el despertar de nuestra supuesta dualidad con relación a DA y con relación a cualquier otra realidad; es el despertar a la absoluta unidad diversa.

 

No somos nadie venido a este mundo, entendiendo por mundo la inmensidad; somos este mismo mundo, esa misma inmensidad. Somos la luz del mundo sobre el mundo; somos el sentir del mundo sobre el mundo; somos la conciencia del mundo sobre el mundo. Por esa misma grandeza somos “nadie”. “Nadie” no tiene un destino. La inmensidad sin alteridad y sin forma, pero una y diversa, no tiene un destino, es porque sí, gratuitamente.

Nuestra especie, y cada individuo de esa especie, carecen de un destino. Pero si nos amarramos e identificamos con el ego, automáticamente nos cae un destino inflexible sobre nuestras cabezas, tanto a los colectivos que se organizan de manera egocentrada, como a los individuos.

Ese destino que somete es el resultado de la influencia, en los primeros tiempos de la vida de los humanos, del cuadro de deseos/temores, recuerdos y expectativas de los padres, familiares, primeros educadores. Todas esas influencias constituyen la estructura de deseos/temores y expectativas del nuevo humano. Desde ahí operará el niño y el joven guiado y sometido por esa estructura base, reunida al azar y constituida como una unidad, una individualidad, por la función ego del cerebro. Sin esa estructura y sin la conciencia de que ese hatillo forma una individualidad, no sería posible el nuevo ser.

Ese es el destino que somete, que es el fruto de los deseos y temores de otros y que caen en el nuevo ser como rectores y guías en el mundo que le rodea. Esa individualidad, heredada y asumida, es la base del egoísmo. Esos son los modeladores de la realidad a nuestra pequeña medida. Esos son los fundamentos de la posibilidad de sobrevivencia humana en esta inmensidad que nos rodea y somos.

 

Liberarse del destino es la libertad, caer bajo el destino es la esclavitud. La esclavitud del egoísmo individual y colectivo. La liberación que enseñan  los  maestros  del  espíritu,  los  maestros de la cualidad humana profunda, es la liberación del destino, tanto para los colectivos, como para los individuos, aunque a los individuos liberados pueda afectarles el destino colectivo.

Libres del destino lo podemos todo. Nuestra libertad del destino individual y colectivo es completa para poder construir PACs para las sociedades de conocimiento que conduzcan a la vida, y vida abundante, y no a la destrucción.

Da terror tener que afirmar que los PACs construidos para las sociedades de conocimiento que estén sometidos al destino serán inevitablemente destructivos, por causa del egoísmo. Cierto que se darán diversos grados de sumisión al destino. Esa es nuestra esperanza, que la destrucción no sea inconsiderada, masiva y rápida.

Siempre queda una posibilidad: que los colectivos humanos comprendan que requieren de la cualidad humana profunda como condición de sobrevivencia, no únicamente humana, sino de toda la vida del planeta; y que una vez comprendido pongan manos a la tarea. Hay que pelear duro para conseguirlo en el mayor grado posible.

Si continuamos sometidos al destino, el destino acabará con nosotros en un plazo no muy largo.

 

 

 

 

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