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¿Salvar al yo o liberarse de él?

 El pensar y el sentir silencioso siempre han estado aquí, en mí
         La inteligencia que hay aquí, en mí, tiene dos niveles: el que está bajo la “función-ego” y es personal  y el que es libre de esa función y es “universal”. ¿Están siempre activos esos dos niveles o normalmente sólo está activo el nivel de la función-ego  y el otro nivel es sólo una mera posibilidad?
    La naturaleza de la inteligencia es ser luz y la del sentir es ser calor, por tanto, en un grado u otro están activos siempre los dos niveles. Hacer el camino interior es liberarse de la pretensión exclusiva de la modalidad egocentrada del pensar y del sentir; es liberarse de la creencia de que no hay más conocer ni más sentir que el que entra en la función-ego.

Una vez liberados de la tiranía de esa creencia y de ese error, el trabajo será reconocer y dejar desplegar la dimensión transindividual del pensar y del sentir.

 

            Lo que hay que conseguir con el camino interior ya está ahí, ya está conseguido.

Si el pensar y el sentir  que silencian al ego no estuviera ya ahí conduciendo ¿cómo podríamos comprender y vislumbrar el camino? ¿Cómo dar un solo paso en él? ¿Cómo atinar a conducirnos hacia y a través del conocer silencioso?

            El conocer y el sentir silencioso ya están aquí y siempre lo ha estado.

Pero, entonces ¿cómo se plantea siquiera la necesidad de hacer el camino? ¿Qué ocurre en nosotros para que la función egocentrada del pensar y del sentir ahogue y oculte al pensar y sentir originales?

            El pensar y el sentir de la función-ego tienen el volumen subido porque pretende ser exclusivo. Para conseguir la exclusiva sube más y más el volumen, hasta lograr que sea imposible reconocer los susurros y conmociones que resuenan desde nuestro nivel silencioso.

            Por tanto, hacer el camino es bajar el volumen de la egocentración, callarla y reconocer la presencia de la luz y el calor del silencio; no es ni matar ni negar nada.

            Decir que el camino ya está hecho, porque el pensar y el sentir silencioso ya están aquí y siempre lo han estado, es una afirmación cierta, desconcertante y pacificadora.

 

¿Quién realiza y guía la indagación interior?

            Hemos visto que existe un ejercicio de la inteligencia y del sentir, dentro de la función-ego; y un ejercicio de la inteligencia y del sentir, fuera de la función-ego.

El uso de la inteligencia y del sentir dentro de la función-ego enclaustra a las facultades al servicio exclusivo del yo. En ese uso, con pretensión exclusiva, lo que no tiene que ver, directa o indirectamente, con mi individualidad y mi ego, no interesa, no existe o es como si no existiera. Es más, el uso de la inteligencia y del sentir desde el enclaustramiento del yo genera la pretensión de que no hay más inteligencia real y más sentir verdadero que el que se mueve al servicio del ego.

            Se sigue de ahí que la indagación de las dimensiones y posibilidades de la inteligencia y del sentir, no sometidos a la función-ego, no las pueda investigar desde esa función sino desde fuera de ella.

He de hacerme capaz de pensar sin que sea yo el que piense; y de sentir y percibir sin que sea yo el que sienta y perciba.

He de hacerme capaz de llevar a término una investigación sin que sea yo el que dirija y planee esa investigación.

            En eso consiste aprender a hacer el camino interior.

Por eso el camino no es salvarse, salvar al yo, sino liberarse de él. Quien busque su salvación no sale del uso exclusivista de la mente y del sentir en la función-ego, por tanto, no da ningún auténtico paso en el camino interior.

 

            Pero entonces, ¿cómo se trabaja y cómo se aprende a trabajar sin partir del yo? ¿Cómo generar iniciativa, creatividad, interés y pasión sin que sea yo el que lo genere? ¿Cómo crear y conducir una investigación con todo mi ser, sin que sea yo el que la realice y la guíe?

            Sin embargo, el guía del camino, que no es el yo, no es externo a mí.

            La primera dificultad reside en callar al yo desde el yo; en salirse del yo desde el yo.

            La segunda dificultad reside en comprender, desde el yo, que debe haber otra conducción que la suya, otros criterios de valoración y funcionamiento que los suyos.

Hay que llegar a comprender todo eso, para que el yo no se inmiscuya.

            La mente y el sentir deben callar la función-ego para bajar a la profundidad.

Han de esforzarse por retenerse en ese nivel original hasta aprender a moverse en él.

La profundidad misma enseña a moverse en ella.

La profundidad enseña que nadie se mueve en ella, porque es sólo ella la que se mueve.

Fuera de ella misma no hay nadie, porque el yo quedó allá arriba, en la superficie.

Aquí mismo, ya, ahora, hay un conocer y un sentir que están aquí, en mí, pero no son míos, no son de mi yo.

 

La veneración de las facultades que proponen las Upanishad  

 

Mis facultades no son “mías”.

Cuando lo veo, se cosmizan.

Vienen de lejos y se van lejos.

Admiro la maravilla de su poder,

despliegue de “eso no dual”.

Si dejo de verlas como “mías”,

no las recubre la ignorancia:

la creencia de que soy su soporte.

Mi ego no las posee ni las sostiene,

no son siervas a su servicio.

Cuando comprendo, son libres

y despliegan todo su poder.

 

Todo en mí es ese “no-dos”.

Mis facultades son el “no dos”.

Observándolas, le observo.

Sintiendo su funcionamiento,

soy testigo del Único.

Venero la mente

que viene de lejos.

Venero la capacidad

de pensar e intuir,

de ver, oír y tocar,

que vienen de lejos.

 

Nada es mío,

pasa por aquí y sigue.

Soy la pisada de su caminar.

Venero al caminante.

 

El Absoluto como el inmediatamente perceptible

 El Único es incognoscible, imperceptible.
El sentir no puede detectarlo porque no es una cosa entre las cosas ni un ser entre los seres.

            No se le puede encontrar en el mundo de las realidades, ni con la mente ni con los sentidos ni con la vibración de la carne, porque no es una entidad más entre las entidades, ni siquiera es una Superentidad, ni un Supersujeto o un Señor Absoluto.

            Si nuestros ojos le buscan en el llano o en la montaña, en la ciudad o en el desierto, no dan con Él.
Si nuestras manos quieren tocarlo, no le encuentran.

Si nuestros oídos quieren saber cuál es el sonido de su voz, la mudez es absoluta. Si queremos sentir su aroma, no le percibimos.
            Si nuestra mente quiere comprenderle situándolo con relación a las realidades que nos rodean o con relación a nosotros mismos, no se le puede acotar ni concebir, es como si no fuera.

            Nuestro aparato lingüístico, conceptual y simbólico está tejido con un tipo de trama por la que se cuela el Absoluto, sin dejar rastro. Es como si quisiéramos vaciar el agua del mar con los dedos.

La finalidad de nuestros instrumentos de conocimiento es la supervivencia, no el conocimiento del Absoluto.

            Nuestro sentir es la coordinación y unificación del complejo de sensores de un viviente, creados para situarse y orientarse en su medio y actuar de manera conveniente para satisfacer las necesidades y evitar los riesgos y amenazas.

Nuestro sistema completo de sensores y las señales y conmociones que se pueden provocar en nuestro cuerpo, no sitúan ni detectan el menor rasgo de su presencia.

            Tienen razón las tradiciones cuando le llaman el Invisible, el Incognoscible, el Trascendente.

            No obstante, Él se revela, es decir, se da a conocer tanto a nuestra mente como a nuestro sentir. El Corán le llama “el Patente, el Manifiesto”.

            La belleza tampoco es una entidad entre las entidades, pero se la puede ver directamente en toda realidad. El Absoluto es más patente que la belleza y más inasible que ella.

            Háblame del Absoluto que se presenta inmediata y directamente, el Ser que está dentro de todas las cosas. ( Brihadaranyaka Upanisad III, 4, 1; III, 5,1.)

 

            Quien comprende, en toda forma, sólo le ve a Él, el Sin Forma.

            No existe nada que vea sino Él, nada que escuche sino Él, nada que perciba sino Él, nada que conozca sino Él. (Brihadaranyaka Upanisad II, 3, 1.) 

            Allí donde no se ve nada más. (Chandogya Upanisad VII, 24,1.

            Por consiguiente, aunque para nosotros, simples vivientes, es sin forma, nuestros ojos le pueden ver directamente en toda forma, nuestros oídos le pueden oír en todo sonido, nuestras manos le pueden tocar en todo cuerpo, nuestra mente le encuentra con claridad en toda realidad y nuestra carne se conmueve ante Él en todo lo que nos rodea.

            Los que conocen la Energía Vital de la energía vital, la Vista de la vista, el Oído del oído, el Alimento del alimento, la Mente de la mente, han comprendido al eterno y primordial Absoluto. (Brihadaranyaka Upanisad IV, 4, 21.)

 

Ver al Absoluto  

 

            No veo al Sin forma

            que está en toda forma,

            y le veo realmente:

            las formas son su cuerpo,

            y Él no es un espíritu.

           Así le veo pasar

            aunque no le veo.

 

            Quien le ve, ve al “no-dos”

            al “que es”, al “Único”.

            Quien conoce al “no-dos”

            le sabe en la visión,

            sabe que es sólo de Él,

            y así reconoce

            que ni cesa

           ni perece.

 

            Este conocimiento

            reintegra a mi ser

            en la unidad.

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