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Estar atento es más importante que ser listo.

El baloncesto es una compleja danza que requiere cambiar de un objetivo a otro a la velocidad de la luz. Para sobresalir, es necesario actuar con una mente clara y centrarse totalmente en lo que cada uno está haciendo en la pista. Algunos deportistas describen esta cualidad de la mente como un “capullo de concentración”. Pero eso implica dejar fuera el mundo cuando lo que de verdad se requiere es ser más profundamente consciente de lo que está ocurriendo ahora, en este momento preciso.

El secreto es no pensar. Eso no quiere decir ser estúpido; significa acallar el inacabable tumulto de pensamientos para que tu cuerpo pueda hacer instintivamente aquello para lo que ha sido entrenado, sin que la mente se entrometa. Todos nosotros hemos tenido instantes en los que hemos sentido esta unidad –haciendo el amor, creando una obra de arte- cuando estamos completamente inmersos en el momento, inseparables de aquello que estamos haciendo. Este tipo de experiencia ocurre continuamente en una pista de baloncesto. Pero, si prestas realmente atención, puede ocurrir mientras estás realizando las tareas más mundanas. […]

Para algunas personas, especialmente Michael Jordan, el único estímulo que necesitan para estar completamente concentrados es la competición intensa. Pero para la mayoría de nosotros, deportistas y no deportistas, la lucha en sí misma no es suficiente. Muchos de los jugadores con los que he trabajado tienden a perder su ecuanimidad después de cierto punto cuando el nivel de competición crece, porque sus mentes empiezan a correr fuera de control.

Cuando yo era jugador, no es de extrañar que mi mayor obstáculo fuera mi mente crítica e hiperactiva. […] (¿Como me ha ganado ese tipo? ¿De dónde salió ese tiro? ¡Qué pase más estúpido!) Las incesantes acusaciones de la mente sentenciadora bloquean la energía vital y sabotean la concentración. […. Por ello] enseñamos a los jugadores a acallar sus mentes sentenciadoras y a centrarse en lo que es necesario hacer en un momento dado. Hay varias maneras de hacerlo. Una de ellas es enseñar a los jugadores meditación para que puedan experimentar la quietud de la mente en un ambiente sin presión fuera de la pista.

La práctica de la meditación que enseñamos a los jugadores se llama plena conciencia. […] invité a George Mumford, un instructor de meditación, para dar a los jugadores un cursillo de tres días de plena conciencia durante el campamento de pretemporada. […] Éste es el enfoque básico que enseñó a los jugadores: siéntate en una silla con la espalda recta y los ojos mirando al suelo. Centra la atención en tu respiración; observa cómo sube y cómo baja. Cuando tu mente vague (lo cual va a ocurrir, y repetidamente), considera el origen de la distracción (un ruido, un pensamiento, una emoción, una sensación corporal) y entonces suavemente vuelve la atención a la respiración. Este proceso de observar pensamientos y sensaciones y luego volver la conciencia a la respiración se repite durante el tiempo en que se esté sentado. Aunque la práctica pueda sonar aburrida, es destacable cómo cualquier experiencia, incluido el aburrimiento, llega a ser interesante cuando es objeto de una investigación momento a momento.

Poquito a poco, con la práctica regular, empiezas a discriminar eventos sensoriales burdos de tus reacciones a éstos. A la larga empiezas a experimentar un punto de quietud dentro de ti. A medida que la quietud se hace más estable, tiendes a identificarte menos con los pensamientos y sentimientos fugaces como el miedo, angustia o dolor, y experimentas un estado de armonía interior, sin reparar en los cambios de circunstancias. Para mí, la meditación es un instrumento que me permite mantenerme en calma y concentrado (bien, la mayor parte de las veces) durante las estresantes subidas y bajadas del baloncesto y de la vida fuera del pabellón. Durante los partidos a menudo me agito por decisiones arbitrales equivocadas, pero los años de práctica de meditación me han enseñado a encontrar ese punto de quilibrio conmigo mismo en el que puedo discutir apasionadamente con los árbitros sin ser aplastado por la rabia.

¿Cómo se entregaban los jugadores a la meditación? Algunos encontraban los ejercicios divertidos. Bill Cartwright dijo una vez sarcásticamente que le gustaban las sesiones porque le daban tiempo extra para una siestecilla. Pero incluso aquellos jugadores que iban a la deriva durante la práctica de la meditación captaban el punto clave: la atención lo es todo. También la experiencia de sentarse silenciosamente juntos en grupo tiende a producir un sutil cambio en la conciencia que estrecha el vínculo del equipo. Algunas veces extendíamos la plena conciencia a la pista y realizábamos entrenamientos enteros en silencio. El profundo nivel de concentración y la comunicación no verbal que surgía cuando lo hacíamos nunca dejó de sorprenderme. (Phil Jackson; Hugh Delehanty. Canastas sagradas. Badalona, Paidotribo, 2010. 125-130 p.)

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