Skip to content

La necesidad de reconocimiento. Reflexiones.

La verdadera relación con los otros significa no buscar en el rostro de otros el reconocimiento de mi propia identidad, de mi importancia, de mi propio aprecio. Quien vive de la aprobación y el reconocimiento de fuera, vive en la angustia y en la inquietud constante. Nada hay más frágil y voluble que la atención y el aprecio de otros. (…) Para vivir en paz y sosiego y para poder realizar el propio trabajo, que sea un trabajo nacido del amor y no de la necesidad constante de apuntalarse a sí mismo para no caer en el vacío, hay que relacionarse con las otras personas sin buscar nada en ellas, como si ya no existieras.

El reconocimiento tiene que ver con la actuación. Se actúa para ser reconocido, en el ámbito que sea.

Actuar para ser reconocido es

            -actuar por amor al propio yo,

-actuar movido por el temor de no ser nadie, si no te ves en los ojos de otros que te admiran y quieren.

Se busca que otros sean el soporte de uno mismo.

Que el soporte del propio yo sea exterior, sean los otros, crea

            -inseguridad,

            -angustia,

            -fragilidad.

La necesidad de reconocimiento es debilidad,

            -la debilidad genera agresividad,

            -genera menosprecio de los que no dan reconocimiento.

La necesidad de reconocimiento quita la libertad

            -para actuar

            -para interesarse por las cosas y personas,

-para amar,

            -esclaviza a otros,

            -te liga con quienes comercian con la consideración y el amor,

-te amarra a los temerosos, a los pequeños, a los sometidos a lo exterior, a otros, a un mundo frágil y movedizo.

Librarse de la necesidad de reconocimiento

            -es con seguir la libertad para ocuparse de lo que uno ama,

            -es conseguir la capacidad de amar y actuar,

            -es liberarse del temor y la angustia,

            -es vivir en paz,

-es adquirir la capacidad de dar en el clavo en la actuación, en la consideración de las personas, en la elección de las tareas.

-es hacer pie en sí mismo, es decir, en Eso no nacido que hay en sí mismo.

-algo sólido, que no fluctúa, que no depende de nadie, ni siquiera de sí mismo,

-es hacer pie en la confianza en “nada” y, por tanto, en todo. Lo   que falle no dependerá de nuestra actitud.

La libertad de la necesidad de reconocimiento es la libertad. Sólo desde esa libertad se puede reconocer

            -la verdad,

            -la belleza,

            -el amor verdadero,

            -la tarea adecuada,

            -a los otros.

Quien se ocupa y preocupa por ser reconocido, no puede reconocer a nadie y menos a Nadie.

Quien se ocupa de ser reconocido blinda su yo para que no muera, impide el paso “al que es” y se encierra en el infierno.

En realidad nadie reconoce a nadie porque todo yo está lleno de temor y de preocupación sí mismo.

Sólo desde “Nadie” se da el verdadero reconocimiento, el que no olvida.

La verdadera relación con los otros significa no buscar en el rostro de otros el reconocimiento de mi propia identidad, de mi importancia, de mi propio aprecio.

                  Dice Rumí que no te enamores del rostro de los que te compran. No vivas para que otros te compren a buen precio. No vivas pendiente de que te admiren, te valoren, te quieran.

                  Si haces eso, te relacionas con las gentes para salvarte ti mimo delante de ti mismo. Si tu salvación, en tu propio aprecio, depende de otros, vivirás en la suma fragilidad, siempre pendiente de la aprobación, el asentimiento, el caso y la estima de otros. Y esos otros, en su mayoría están dependiendo y viviendo en la misma fragilidad que tú.

                  Entonces se establecerá un intercambio vacío y frágil: quienes están dependiendo y pendientes de los ojos de otros, se relacionan con quienes están dependiendo y pendiendo de los ojos de otros.

                  Eso es tan frágil como un castillo de naipes, porque si uno de los que se sostiene con la mirada de otro encuentra más admiración y reconocimiento en una tercera persona, se viene abajo la construcción que consistía en que uno tiene consistencia en la mirada del otro y el otro en la mirada del uno.

                  Quien vive de la aprobación y el reconocimiento de fuera, vive en la angustia y en la inquietud constante. Nada hay más frágil y voluble que la atención y el aprecio de otros. La opinión de las gentes gira continuamente, dependiendo de dónde soplan los vientos.

                  Para vivir en paz y sosiego y para poder realizar el propio trabajo, que sea un trabajo nacido del amor y no de la necesidad constante de apuntalarse a sí mismo para no caer en el vacío, hay que relacionarse con las otras personas sin buscar nada en ellas, como si estuvieras muerto. Los muertos no buscan ni reclaman nada.

                  No vivas pendiente de la aprobación, la admiración y el aprecio del rostro de tu vecino. No te busques a ti mismo en su cara, sino, por el contrario, sirve a su paz y a su alegría.

                  En la relación con otros, tú no cuentas, porque no recibes de ellos tu consistencia. Apoyado en ti mismo, porque estás muerto a todo reclamo, tu relación no es “dame mi ser para que yo pueda darte algo”; “dame mi consistencia para que, gracias a esa consistencia que recibo de ti, pueda sentirme alguien y hacer algo por ti”. Entonces, recibiendo mi consistencia de ti, y haciendo algo por ti, me siento ser; si no muero, me ahogo, me hundo en mi propio vacío.

                  Este es el juego de la inquietud y de la angustia, porque es el juego que impone el ego con otros egos, todos completamente vacíos de consistencia propia. Eso es como quien cae al agua sin saber nadar y se agarra a otro que tampoco sabe nadar; los dos se agarrarán uno al otro y juntos se hundirán en el agua.

                  Sólo haciendo pie en Eso que no es el ego que hay en el propio interior, que se descubre como roca sólida cuando uno aparta a un lado al ego, se puede estar libre para amar y actuar; de lo contrario sólo se ama y sirve a su propia inconsistencia.

                  Sólo muerto a sí mismo hay consistencia; sólo quien adquiere esa consistencia puede ver el rostro del otro sin mirarlo sólo como un espejo donde uno busca verse a sí mismo.

                  Sólo para quien está muerto a sí mismo, sólo para quien se apoya en el gran Vacío, que es como roca, existen los otros, hay ojos que mirar y caras que ver, hay otros para amar y servir.

                  Quien vive en la solidez de ese vacío de sí, no necesita nada de nadie. Ese es el que tiene una verdadera relación con los otros; los demás sólo se relacionan consigo mismos. Quienes sólo se relacionan consigo mismos viven en soledad y en un trabajo constante para impedir que el cobijo que se han construido con el aprecio y el reconocimiento de los otros, no se lo lleven las continuas ráfagas de viento.

                  Vivir en el continuo trabajo de apuntalarse con el aprecio recibido de fuera es una desgracia grande, porque es vivir en una inquietud y ocupación constante para que los vientos cambiantes del aprecio de las gentes no destruyan nuestro cobertizo de ramitas y pajas. 

A quien necesita apuntalarse no le queda espacio para amar de verdad, ni para hacer una obra sólida de servicio a los otros. ¿Por qué actuar si no?

                  A quien necesita apuntalarse no le queda espacio para amar de verdad, ni para hacer una obra sólida de servicio a los otros. ¿Por qué actuar si no?

Volver arriba