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La saviesa dels nostres avantpassats per a les societats en trànsit

(un fragment de la Introducció de la darrera publicació de Marià Corbí)
Nuestra situación es la siguiente: para que sean posibles las continuas innovaciones y cambios, requerimos de la máxima flexibilidad; la flexibilidad no se puede dar sin un doble acceso a lo real claro, explícito y cultivado. Cuando más necesitamos el cultivo y el acceso a la dimensión absoluta de lo real, en las sociedades de innovación y cambio continuo, es cuando lo tenemos más difícil, porque los procedimientos de nuestros antepasados, acreditados durante milenios, se nos han venido abajo.

Puesto que necesitamos con máxima urgencia esa dimensión y porque vale la pena cultivarla por sí misma, la necesitemos o no, tenemos que crear procedimientos para hacerla posible, porque la vía religiosa ya no es un procedimiento adecuado y las tradiciones espirituales tienen que adaptarse a las nuevas condiciones culturales.

No nos queda otra solución razonable que acudir a un saber sobre lo axiológico humano. El acceso a la doble dimensión de lo real y, en especial, el acceso a la dimensión absoluta, es una cuestión netamente axiológica. Necesitamos pues, urgentemente, de una epistemología axiológica; y la necesitamos especialmente para estudiar cómo cultivaron nuestros antepasados esa dimensión, más allá de las formas religiosas que tuvieron que adoptar, y en la limpieza de las tradiciones espirituales y místicas.

Tenemos que averiguar en qué consiste esa dimensión, independientemente de su revestimiento en creencias y figuraciones míticas, y qué procedimientos apoyados en la lengua se utilizaron para su cultivo.

Eso es lo que nos proponemos en este escrito, que vendría a ser como un segunda parte de nuestro primer trabajo temático sobre la epistemología axiológica.

Nuestras condiciones de supervivencia y culturales y la racionalidad, nos exigen plantear el cultivo explícitamente de esa dimensión, tanto a nivel individual como colectivo; y nos exigen un cultivo intensivo y extensivo porque necesitamos la cualidad humana, cuanto más profunda mejor, para gestionar nuestras ciencias y tecnologías de manera que no se vuelvan en contra nuestra y de toda la vida del planeta.

Pero tendremos que hacerlo de forma laica, sin creencias ni sumisiones, como una exigencia racional, y heredando toda la sabiduría de nuestros antepasados contenida en las religiones y en las tradiciones espirituales.

 

Es preciso fomentar el cultivo de la gratuidad de nuestro acceso a la realidad, cuanto más gratuito sea ese acceso, mejor, porque proporciona flexibilidad y cualidad humana. Se trata de una gratuidad necesaria. Y es más necesaria y útil, cuanto más gratuita es. Si se cultivara únicamente por su utilidad, dejaría de ser gratuita y dejaría, con ello, de poder prestar la función que ha de prestar, la flexibilidad y la cualidad.

 

En la difracción que produce la lengua en nuestro acceso a la realidad, la dimensión relativa a nuestras necesidades es siempre concreta y con forma; el acceso a la dimensión absoluta es en sí misma informe, porque lo que da forma a lo real, lo que lo acota y objetiva es precisamente su relación, directa o indirecta, a nuestras necesidades de vivientes, y la dimensión absoluta no tiene ninguna relación a esas necesidades, por eso es gratuita y sin forma.

La dimensión dos de la realidad se presenta siempre, aunque sea sólo implícitamente y como un ruido de fondo, sin forma. Que la noticia sea sin forma no quiere decir que no sea operativa; tendríamos que afirmar, por el contrario, que su fuerza operativa se fundamente en que es sin forma, si tuviera forma no nos proporcionaría la flexibilidad que nos constituye y que tanto necesitamos.

Este ruido de fondo, este nivel sin forma, implícito o explícito, las religiones lo modelaron y expresaron desde los mismos patrones con los que construyeron el proyecto axiológico colectivo. Esta ya no es una posibilidad en las sociedades de conocimiento, porque nuestras sociedades sobreviven mediante las tecnociencias que son abstractas.

Las tradiciones vedantas y budistas y los grandes místicos de las religiones comprendieron claramente el carácter vacío de formas, sin forma, de la dimensión absoluta de lo real a la que tenemos acceso.

 

A propósito del carácter sin forma de nuestro acceso a la dimensión gratuita y absoluta de lo real, conviene aclarar unos equívocos que se producen, que pueden desviar del correcto camino al cultivo de la segunda dimensión en nuestras condiciones culturales.

Se dice corrientemente que una de las funciones principales de las religiones es dar sentido a la vida humana. Vamos a analizar un poco esta cuestión, porque según cómo se la entienda es un gran error o no.

Durante el tiempo en el que las religiones estuvieron vigentes y vivas, las religiones hicieron una doble función, -hemos hablado de ello en otros lugares-, fueron expresión del proyecto axiológico colectivo, es decir, la programación cultural adecuada a un modo concreto de sobrevivir preindustrial; y, a la vez, iniciaron, expresaron y orientaron hacia la dimensión absoluta y sin forma.

Por efecto de la unión de estas dos funciones, que era cultivar temáticamente los dos niveles de lo real provocados por la lengua, se dio forma a la dimensión absoluta, concibiéndola y representándola según el patrón de construcción del proyecto colectivo, del mito; y como se hizo desde una epistemología mítica, se dio esa figuración como realmente existente; eso ocurrió con grandes figuraciones como “Dios”, “creación”, “vida eterna”, “paraíso”, etc. Así sólo los grandes religiosos conocieron y hablaron del carácter sin forma de la dimensión absoluta.

Desde esta perspectiva las religiones daban sentido a la vida e iban simultáneamente, más allá del sentido o no sentido de la vida.

No podemos olvidar que la palabra “sentido” indica orientación en la comprensión y operación de un viviente, para sobrevivir adecuadamente en el medio como individuo y como grupo. Desde este significado se comprende que las religiones dieran sentido a la vida; y cuando se referían a la dimensión absoluta, continuaban hablando de sentido, por efecto de la unión inseparable de las dos funciones en las religiones.

En nuestra situación, en la que debemos heredar la sabiduría de las religiones del pasado de la humanidad, pero en la que no podemos ni vivir, ni pensar, ni sentir, ni actuar, ni organizarnos como ellos, hablar de que las religiones dan sentido a la vida es un anacronismo y una falsedad, porque la dimensión absoluta sin forma, no puede ser orientación para nuestro vivir como seres necesitados.

En las nuevas condiciones culturales la cualidad humana profunda, la espiritualidad de nuestros mayores, no tiene nada que ver con el sentido o no sentido de la vida; está situada en otro plano.

El sentido de la vida lo da el proyecto axiológico colectivo, no la dimensión absoluta y gratuita de la realidad.

Sin embargo, distinguir con claridad entre la dimensión absoluta y la dimensión relativa, y vivir esa distinción, ayuda a vislumbrar nuevas posibilidades de interpretación de la realidad, nuevas posibilidades de proyectos axiológicos colectivos. Pero esas nuevas posibilidades, la dimensión absoluta sólo las posibilita, pero no las abre; las abrirán los cambios de nuestros modos de sobrevivencia.

De lo sin forma no se pueden deducir formas de organizar y vivir nuestra vida colectiva e individual.

Paradójicamente lo absoluto, lo gratuito, lo sin forma, puede precisamente mantener nuestra flexibilidad porque no crea sentido, porque no da sentido. Si diera sentido a nuestro vivir, bloquearía con ello la flexibilidad y dificultaría los cambios en los sistemas axiológicos colectivos y los cambios en las formas de sobrevivir. Por desgracia tenemos una larga experiencia de las consecuencias de esta malformación.

 

Queda una última cuestión que plantear: el cultivo explícito de la dimensión absoluta de la realidad proporciona la cualidad humana, y si ese cultivo es intenso, proporciona la cualidad humana profunda. ¿En qué consiste esa cualidad humana profunda?

La dimensión absoluta de toda realidad ya no se reduce a un significado determinado en el seno de un proyecto axiológico colectivo que asegura la supervivencia. En las nuevas condiciones culturales, la dimensión absoluta agranda su dimensión temporal y espacial y muestra un trasfondo abierto, sin límites que se escapa de la forma.

Cada ser viviente tiene sus raíces en toda la larguísima sucesión de seres vivientes; y los seres vivientes tienen sus raíces en la tierra; y la tierra en el sistema solar; y este en el universo. Y todo ese abismo de tiempo y de espacio se hunde en el misterio del existir del universo entero, en el misterio de lo que es la raíz de toda forma y que es informulable, porque no podemos nombrar, ni conceptualizar o ponerle límites, y eso nos ocurre porque toda esa inmensidad no es a la medida de nuestras humildes facultades de animales que hablan. Toda esa inmensidad y esa maravilla se nos presenta como si fuera una mente, sin ser mente.

Detrás de cada cosa está todo ese misterio inefable: “Eso”. No tenemos nombre que darle.

Cuando toda realidad se desfonda, todo adquiere una cualidad honda, sin forma aunque en la forma. Cuando todo se desfonda, también nosotros nos desfondamos y vivimos, con la cualidad de todo, nuestra propia cualidad sin nombre. Esa es la cualidad humana profunda.

La tarea que nos proponemos es estudiar esa cualidad y estudiar cómo cultivarla individual y colectivamente. Ese trabajo tiene una doble cara: comprenderla y cultivarla en las nuevas condiciones culturales de las sociedades de conocimiento, y aprender a heredar toda la inmensa riqueza de nuestros antepasados, sin perder ni una sola gota de ese legado, pero en las nuevas sociedades de conocimiento.

Nuestros antepasados vivieron esas riquezas desde sus patrones culturales, que eran fijar y bloquear los cambios; nosotros tendremos que aprender a vivir esas riquezas desde nuestros nuevos patrones culturales, que son motivar y vivir del cambio continuado. (pgs. 16-21)

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