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MUY CERCA

Martin Buber
(Viena, 1878 – Israel, 1965)
A los discípulos que se le acercaban por primera vez, el rabí Bunam solía explicarles la historia de Eisik, hijo de Jeckel, de Cracovia. Éste, tras años de penas y trabajos y que, a pesar de ello, mantenía una firme fe en Dios, había recibido en sueños la orden de ir a buscar un tesoro a Praga, bajo el puente que conduce al palacio real. Después de que el sueño se repitiera tres veces, Eisik se puso en camino hacia Praga. Pero alrdedor del puente había guardias día y noche y él no osaba ponerse a cavar. Así, cada mañana, se dirigía hacia el puente y merodeaba por allí hasta el anochecer. Finalmente un día el capitán de la guardia, que se había fijado en su continuo ir y venir, le preguntó en tono amistoso, si es que buscaba algo por allí o si esperaba a alguien. Eisik le explicó el sueño que le había llevado desde su casa hasta esa tierra lejana. El capitán se echó a reir:

– ¡Pobre diablo, que por creer en un sueño has venido ganstando las suelas, peregrinando hasta aquí! Si yo tuviera que hacer caso a los sueños, también me habría puesto en camino hace un tiempo, cuando un sueño me mandó ir hasta Cracovia para cavar a la búsqueda de un tesoro, bajo los fogones de la casa de un judío llamado Eisik hijo de Jeckel. ¡Si allí la mitad se llaman Eisik y la otra mitad Jeckel! Estaría todavía hoy cavando agujeros por todas las casas.
Y volvió a reir. Eisik le hizo una reverencia, y regresó de vuelta a casa; desenterró el tesoro y lo aplicó a la construcción del templo que lleva el nombre de Escuela Reb Eisik Jeckels.
– No olvides esta historia –solía añadir el rabí Bunam- y aprende su enseñanza. «Hay algo que no puedes encontrar en ninguna parte del mundo, pero, por el contrario, sí que hay un lugar dónde lo puedes encontrar».

Ésta es una vieja historia que nos ha llegado a través de varias literaturas populares, y que por boca hassídica toma una forma renovada. Hay algo que se puede encontrar en un único lugar del mundo. Es un gran tesoro; podríamos llamarlo la plenitud de la existencia. Y el lugar dónde se puede encontrar ese tesoro es el lugar donde uno está. La mayoría de nosotros sólo de forma esporádica logra ser plenamente consciente del hecho de no haber llegado a saborear la plenitud de la existencia; que nuestra vida no participa de la existencia auténticamente plena y que, de hecho, vivimos como al margen de la vida. Pero con todo, sentimos esa carencia y, en cierta medida, nos esforzamos por encontrar en algún lugar aquello que echamos en falta. Creemos que daremos con ello en algún lugar del mundo o del espíritu, pero no se nos ocurre mirar allá dónde nos encontramos. Pero es justamente allá y en ningún otro lugar dónde podemos encontrar el tesoro.
En mi entorno natural, las circunstancias que el destino me depara, lo que sucede en mi día a día, las exigencias cotidianas, es aquí dónde está hay mi deber esencial y donde se me ofrece el acceso a la plenitud de la existencia. Se cuenta de un maestro talmúdico que los caminos del cielo se le iluminaban como las calles de su ciudad natal, Nehardea. El hasidismo da la vuelta a este dicho y anuncia que más grande es que a uno se le iluminen las calles de su ciudad natal como los caminos del cielo. Porque aquí, dónde nos hallamos, es dónde ha de brotar la vida divina escondida. (…)
Algunas religiones le niegan a nuestra estancia en la tierra el carácter de vida auténtica. O bien enseñan que todo lo que tenemos delante en este mundo es sólo una apariencia que hay que saber penetrar, o que todo es sólo una antesala que debemos recorrer sin prestarle atención. (…) En su verdad más íntima los dos mundos son uno sólo. Aunque los hayamos separado uno del otro, quieren recuperar la unidad que son en su verdad profunda. Con ese objetivo fue creado el ser humano, para la unión. El ser humano contribuye a la unidad viviendo sabiamente allá donde está. (…)
Una vez, el rabí Mendel de Kozk sorprendió a unos eruditos que había invitado a su casa preguntándoles:
– ¿Dónde habita Dios? –ellos se rieron.
– ¡Qué forma de hablar! ¡El mundo entero está lleno de su gloria!
Y el rabí contestó él mismo a su pregunta:
– Dios habita allá dónde se le deja entrar. Al fin y al cabo, esto es lo que cuenta: dejar entrar a Dios. Pero sólo se le puede dejar entrar allá donde uno está, donde uno está realmente, allá dónde uno vive una vida verdadera. Al tener un trato santo con esa pequeña porción de mundo que nos atañe, establecemos en este espacio nuestro un habitáculo para Dios; dejamos así que Dios entre.

Martin Buber (Viena, 1878 – Israel, 1965). Fragmento de su obra «El camí de l’home: la persona humana segons l’ensenyança hassídica». (Pagès editors, 2007)

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