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Sobre el cultivo de la atención

Hay una atención hacia nuestro entorno y hacia nosotros mismos que está regida por la necesidad. Esa atención puede distraerse, pero fácilmente despierta cuando se le presenta algo relacionado con sus necesidades, con sus deseos.
Se da una segunda atención, que es preciso educar y cultivar; una atención que no la despertará el objeto del deseo, sino que deberá aprender a estar alerta y vigilante sin buscar nada, sólo ver, comprender.

Observar de forma continuada es el camino para obtener la capacidad de esta segunda atención que lo escruta todo intensamente todo sin ser llamado por nada ni buscar nada. Esa segunda atención es necesaria para acceder a lo que “eso de ahí” es y se dice, independientemente de que sea yo un viviente necesitado o no.

Por otra parte, si se observan atentamente y como espectador las idas y venidas de la mente y de nuestra sensibilidad con respecto a todo lo que nos rodea y con respecto a nosotros mismos, el flujo de la corriente se aquieta. […] Podría decirse que todo lo que hay que hacer es observar, vigilar con suma atención, porque hacer eso acalla el deseo, suelta el apego y aquieta la mente. Todo lo que hay que hacer es tomar conciencia, observar, vigilar. Mirar con la absorción , frescura e interés de un niño sorprendido y admirado por las pinturas desconcertantes de un templo.

Con energía, la cuestión es autocontrolar la mente para concentrarla en una perfecta alerta y vigilancia. Con esa alerta y vigilancia se hace el sabio “una isla que no sumerge la torrentada” (Dhammapada II, 25-26). […] Una atención intensa significa un interés intenso, que no puede darse si no se da un intenso amor a aquello que se observa. Así, la atención vigilante que conduce al conocimiento es interés y amor. Quien, así dispuesto, se acerca incansablemente a las realidades y a sí mismo, vive una experiencia nueva, como si él y el cosmos empezaran en cada momento. […] Lo importante no es el tipo de vida que uno pueda llevar, si inmerso en la vida cotidiana o retirado; lo que cuenta es el grado de vigilancia que hay que lograr.

Todo lo que hay que conseguir es un corazón y una mente vigilante, porque “cada átomo del ser habla sin cesar en alta voz, pero sólo un corazón vigilante puede oírlo.” (Attar. Le livre divin. Albin Michel, 1961, p.247)

(Conocer desde el silencio, 47-48)

 

La atención significa interés y el interés es amor. Para advertir, descubrir, indagar, crear y actuar con eficacia, se precisa poner en ello el corazón y la mente; eso es la atención.

Presta toda la atención a ti mismo, porque eres el centro de tu universo, tú eres el creador de tu mundo. Si no conoces su centro, no conocerás tu universo, si no conoces al creador no conocerás tu mundo. Mientras estés absorto en el mundo, que es tu mundo, tu atención está en la periferia de tu construcción. Así será imposible conocerte y conocer tu mundo; conocer el constructor y conocer la construcción.

Obsérvate en tu vida cotidiana con un interés vigilante; pero hazlo con la intención de comprender, no de juzgar. Si te juzgas, obstaculizarás tu comprensión. Obsérvate en entera aceptación de lo que pueda emerger, porque la aceptación animará al fondo y a los recodos de ti mismo a salir a la superficie y presentarse abiertamente. Si esos fondos salen a la superficie, los conoces, y si los conoces liberarás muchas energías cautivas.

Una atención alerta es la madre de la comprensión. Comprendiendo tu mente y sus creaciones te verás libre de lo que la mente da por real y así suprimirás los obstáculos a la libertad. […] Observa con asiduidad tu vida, continuamente cambiante. Sondea hasta la raíz las motivaciones de tus actos y saldrás pronto del círculo en el que estás encerrado. La observación atenta transforma al observador y a lo observado. Es la base de todos los métodos de trabajo espiritual.

Empieza por ser un centro de observación, de indagación deliberada. Si lo logras serás también un centro de amor activo. ¿Por qué? Porque la observación supone interés y el interés es amor. La atención que comienza como un grano pequeño, se convertirá en un árbol poderoso.

Mira tus pensamientos y sentimientos como lo haces con el tráfico de la calle. Las gentes y los vehículos van y vienen y tú lo adviertes, pero sin reaccionar a su trajín. […] No polemices con la corriente de pensamientos. No los combatas, déjalos existir, sean los que sean. Combatirlos, les da vida. Míralos, pero de forma que no les prestes interés.

(Más allá de los límites, 68-70)

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