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TRES GRANDES VÍAS DE CONOCIMIENTO: científica, estética y religiosa -por David Jou-

 

Tres grandes vías de conocimiento, la científica, la estética y la religiosa, nos ofrecen tres maneras diferentes de explorar la realidad, que participan, en grados diversos, de la razón, la intuición y la revelación o, en otras palabras, del descubrimiento, la creación y la inundación. El conocimiento científico subraya el papel de la racionalidad: observa, experimenta, clasifica, sistematiza, calcula, establece leyes, comprueba, deduce y aspira a demostrar y a convencer. Las visitas imprevisibles de la intuición no le son ajenas, pero no la exoneran de demostraciones posteriores y comprobaciones sistemáticas. Su revelación es la naturaleza. El conocimiento estético acepta las fulguraciones de la intuición, los impulsos de la emoción, la combinatoria de los deseos y de los recuerdos, las concreciones de la materia, las resonancias de los sonidos, y aspira a seducir y conmover. No renuncia a las estrategias de la reflexión ni a la disciplina del oficio, pero no aspira a demostrar sino a mostrar, señalar, hacer aflorar, sugerir, intensificar. Su revelación es el mundo interior y el exterior, la maravilla, la sorpresa o el horror. El saber religioso calla, mira, escucha, celebra, reza, se da, se deja habitar por el Misterio del Mundo y del Otro, oscila entre la exaltación y la negación, aspira a la fusión, a la solidaridad, a la esperanza, a la revuelta contra la muerte y la injusticia. Su revelación es la palabra del sentido, la fuerza de la existencia, el don de la Creación, el balbuceo de las Escrituras, la llamada a la plenitud.

Estos tres conocimientos, y sus confines con la ética, ¿son compatibles? En concreto: ¿la verdad de uno, anula la verdad de otro?, ¿los valores de uno, limitan los medios y las posibilidades de otro? No son mutuamente conmensurables sus métodos ni sus intereses, pero esto no quiere decir que sean incompatibles en sus afanes de saber, de expresar y de darse. Al preguntarnos por la compatibilidad entre estos conocimientos, nos preguntamos, de hecho, qué es el mundo y cuáles son sus límites. Podríamos imaginar un mundo en el que sólo el conocimiento científico fuese auténtico, en el que la intuición y el amor fuesen sólo el resultado de automatismos neuronales que algún día conoceremos con detalle, en el que el conocimiento religioso fuese una ilusión atávica que se deshará algún día. O bien podríamos reconocer autenticidad en los tres conocimientos, admitiendo factores transcendentes inalcanzables a través del método científico y expresiones artísticas que desbordan el simple esteticismo y revelan aspectos profundos de la autenticidad humana. Podríamos pensar, en analogía con los sentidos, que así como la vista, el oído y el tacto dan informaciones complementarías sobre una misma realidad global, la razón, la intuición y la revelación suministran conocimientos complementarios –científicos, estéticos, religiosos—de una misma realidad de fondo, indivisible y profunda, con diversas naturalezas. Es en este sentido que me atrevo a hablar de unidad, aunque las informaciones parciales que obtenemos por las diversas vías puedan parecer a veces contradictorias.

Pero la respuesta no es inmediata ni definitiva. Es importante no minimizar las contradicciones entre ciencia y religión –que pueden clarificar sus fronteras mutuas-, ni exagerar la división entre los respectivos objetos de conocimiento –que rompería de entrada la posibilidad de investigar en su posible unidad. Y es necesario no olvidar, tampoco, los conflictos entre las instituciones religiosas y políticas y algunos desarrollos científicos, como el heliocentrismo o la teoría de la evolución, que son testimonio de la dificultad de coexistencia de los diferentes puntos de vista, especialmente cuando alguno de estos puntos de vista pretende abarcar toda la realidad y decir la palabra definitiva, y cuando se suman el fanatismo y la violencia. […]

Hoy, la autoridad del conocimiento científico es tan grande que los demás han sido minimizados o se sitúan bajo sospecha: el conocimiento estético es contemplado como una forma de entretenimiento, como una decoración comercial sin capacidad transformadora; y el conocimiento religioso se presenta como una ilusión sin fundamento, como una rémora que absorbe energías y las dilapida en preocupaciones irreales. ¡Qué agradable seria un poco más de profundidad, un cierto equilibrio, una pizca de armonía!

Ahora bien, en la práctica, las diversas formas de conocimiento (científico, estético, religioso) no son estancas. Algunos descubrimientos científicos han hecho reexaminar algunas lecturas religiosas; algunas ideas han dificultado el pensamiento científico, con censuras y prohibiciones. La actitud personal del científico respecto al significado de las leyes de la naturaleza, del azar, o del origen del Universo puede estar influida por las ideas religiosas de su tiempo y de su experiencia vital.

Al fin y al cabo, el saber no es el final del trayecto, no elimina el misterio, siempre quedan elementos de desmedida, de insinuación o de enigma en la realidad.

(extracto de la introducción de: David Jou. Déu, cosmos, caos: horitzons del diàleg entre ciència i religió. Barcelona: Viena, 2008. 290 p.)

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