Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
La educación es una actividad lenta
es un fragmento del libro de Joan Domènech Francesch: Elogio de la educación lenta. Barcelona, Graó, 2009. pgs. 82-86.
La educación es un recorrido lento con muchas estaciones, en el cual, a través de una multitud de situaciones, las personas van haciendo un proceso que les ayuda a crecer intelectual y emocionalmente. La educación en profundidad que lleva a la comprensión de los fenómenos y del mundo, y que va más allá de una simple transmisión, es dilatada en el tiempo.
La educación es una actividad lenta, por su propia naturaleza. Hablamos de la educación que transforma el conocimiento en sabiduría, la educación que se hace en profundidad. ¿Pero es que puede haber una educación que pretenda consolidarse, hacerse tan amplia como sea posible y ser compartida por el mayor número de personas, que no tenga que alargarse en el tiempo? En la escuela, todo se desarrolla rápidamente y los contenidos están apretados. Tenemos que empezar a ralentizar el paso, los ritmos, a reivindicar un tiempo en el que podamos saborear los aprendizajes, los proyectos. En el entorno familiar, también nos tenemos que contagiar de esta pausa y pensar que los niños tienen mucho tiempo para crecer y hacer sus aprendizajes y, por lo tanto, que aumentar la velocidad indiscriminadamente no tiene ninguna justificación. Los niños han de poder ser niños y disfrutar plenamente de todas y cada una de las etapas de su crecimiento.
Una información se puede memorizar rápidamente; sin embargo, para que la información pueda transformarse en un conocimiento aplicable a muchas situaciones, requiere superar otros estadios y precisa tiempo. Se pueden hacer aprendizajes rápidos, memorizando una secuencia de trabajo, un hecho o un dato, pero para alcanzar conocimientos en profundidad, llegar a comprender procesos y aprender a aplicarlos a situaciones nuevas, se requiere tiempo.
La lectura, una de las actividades centrales de la escuela, es una actividad lenta. Dicen Marina y De la Válgoma (2005) que una de las dificultades en el aprendizaje de la lectura y la escritura es que pretendemos hacerlo cuanto más rápido mejor. Tener una gran velocidad lectora puede disminuir el tiempo de razonamiento y reflexión. La opinión, ampliamente difundida, que los niños y las niñas deben pasar a la educación primaria sabiendo leer y escribir y, a ser posible, en letra manuscrita y también con el ordenador, es una manifestación de esta prisa inútil e ineficaz que tanta influencia ejerce en nuestros alumnos. A pesar de que el currículo oficial indica que estos aprendizajes deben ser alcanzados al final del ciclo, hay una presión oficial y familiar que impone la idea de que cuanto antes y cuanto más rápido se haga, mejor.
Queda claro también que cuando afirmamos que la educación es una actividad lenta, no queremos decir que todos los aprendizajes que hacemos sean. Cuando nos interesa un aprendizaje en concreto, el camino para lograrlo puede pasar por estadios diferentes, consecutivos o no, con formatos y modalidades diferentes. Podemos empezar a aprender o a interesarnos por un tema a partir de informaciones recibidas desde una multiplicidad de lugares y espacios. Después podemos profundizar en ella a través de lecturas, conversaciones, reflexiones individuales y propias … Llegar a conocer a fondo un tema y comprenderlo, precisará de momentos diversos que deben tener su propio tiempo para que así puedan desarrollarse.
Cuando aprendemos en profundidad, necesitamos tiempo para contrastar opiniones, para analizar pros y contras, para aplicar lo aprendido a situaciones nuevas. Llegamos a un estadio de conclusiones y necesitamos volver a poner en cuestión lo que hemos aprendido y contrastarlo con informaciones y opiniones nuevas que aparecen en el mismo proceso educativo. Este itinerario necesita tiempo.
Una orientación de los programas y currículos escolares que tenga en cuenta la necesidad de hacer aprendizajes profundos y competenciales debe facilitar esta visión más pausada de la educación. El mismo concepto de competencia es dinámico en su naturaleza. Todo lo contrario de una habilidad que, una vez adquirida, se convierte en una rutina. La orientación competencial de los aprendizajes nos lleva a un proceso que nunca se acaba de realizar ni de alcanzar. Siempre podemos mejorar nuestra competencia y, por tanto, siempre debemos estar dispuestos a destinar más tiempo, para mejorarla a través de nuevos conocimientos, nuevas experiencias y nuevas situaciones prácticas a resolver. Las respuestas que vamos encontrando en este proceso, no dejan de ser provisionales. También observamos que, a medida que el niño crece, la presión aumenta; aunque, en la actualidad, la presión también llega a las primeras edades.
En la escuela, la actitud de planificar temas o unidades didácticas en períodos rígidos, a menudo quincenales, o la tiranía de los libros de texto, hace que rápidamente pasemos de un aprendizaje a otro y luego al siguiente… En el caso de que se trate de aprendizajes secuenciados, la rapidez representa que una vez se ha perdido el primer tren, tendremos dificultades en subirnos al siguiente, que sale desde donde ha llegado el primero.
La lentitud implica aprender a distraerse, a observar, a perder el tiempo en el sentido de saborear el tiempo en que aprendemos. Según Guy Claxton (1999), existen aprendizajes que hay que hacer con toda la lentitud que sea posible. El pensamiento occidental ha rechazado esta idea de la lentitud y ha favorecido la velocidad en todos los procesos.
Dar a los aprendizajes el tiempo necesario para que éstos se puedan asentarse, y no ser superficiales, significa ganar toda la inversión del tiempo que podamos haber hecho. Hacer muchos aprendizajes que luego se olvidan es una actitud que manifiesta todo lo contrario. Es precisamente en este caso cuando deberíamos pronunciar la expresión «Hemos perdido el tiempo». Aprender para un examen y olvidar lo aprendido, es perder el tiempo. La educación debe basarse en una nueva idea del disfrute y, a la vez, de aprovechar a fondo el tiempo. En la educación lenta, respetamos el ritmo personal y somos flexibles. La educación lenta no plantea siempre ir poco a poco, sino ser capaz de marcar el ritmo que necesita cada momento educativo. Quiere decir que las cosas tienen su tiempo y que acelerar artificialmente el proceso educativo no conlleva ninguna ventaja. La educación lenta busca encontrar el ritmo de aprendizaje de cada uno y de cada actividad. Y lo respeta, lo estimula y lo potencia. No penaliza la lentitud ni busca la homogeneidad en la realización de las actividades. Es una educación que alcanza y comprende aprendizajes y, por tanto, estimula verdaderamente las ganas de aprender y da sentido a los conocimientos alcanzados.
Apostar por la lentitud de la educación implica apostar por una educación que asume los aprendizajes y que no imparte simples pinceladas superficiales de contenidos que se aprenden momentáneamente y que, por lo tanto, llevan fecha de caducidad. La educación lenta da sentido al concepto de una educación para toda la vida, una educación que, en cada momento, aporta las herramientas, competencias y capacidades necesarias para ser una persona, un ciudadano de una sociedad democrática y, a la vez, individuo feliz.
El tiempo de las reformas educativas, el tiempo de los administradores de la educación y de los políticos está marcado por el corto plazo, por la fecha concreta, por las fases cerradas y rígidas. El tiempo que se necesita para mejorar, cambiar, innovar en la práctica es calmado, lleno de pausas. El tiempo previsto en las reformas es corto, porque se parte de la creencia de que los cambios se asumen de forma inmediata. Por ello se hace una nueva reforma sin tiempo de poder digerir ni evaluar la anterior.
El tiempo de los educadores y de los aprendices no puede estar marcado por la misma secuencia. Debe estar marcado por la inmersión en un proceso dilatado. Los cambios en el profesorado, siempre de carácter cultural, se dan en décadas de trabajo durante las cuales quizá no podremos ni sabremos ver resultados muy evidentes ni inmediatos. En el alumnado, los cambios pueden tardar años en aparecer y hacerlo cuando menos nos lo esperamos. No hay mejora inmediata y, sin acción continuada, no hay ni mejora. La velocidad y el ritmo de cada niño es diferente y para ello necesitamos procesos que ayuden a madurar poco a poco, sin interrumpir ningún estadio ni adelantar plazos innecesariamente.
Veo con satisfacción –habla Mairena a sus alumnos– que no perdemos tiempo en nuestra clase de Sofística. Por el uso –otros dirán abuso– de la vieja lógica, hemos llegado a este concepto de las cosas bien entendidas, que será punto de partida de nuestro futuro procurar entenderlas mejor. Porque ésta es la escala gradual de nuestro entendimiento: primero, entender las cosas o creer que las entendemos; segundo, entenderlas bien; tercero, entenderlas mejor; cuarto, entender que no hay manera de entenderlas sin mejorar nuestras entendederas. Cuando esto lleguéis a entender, estaréis en condiciones de entender algo, o sea , en los umbrales de la filosofía. (Antonio Machado. Juan de Mairena)
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referencias bibliográficas:
Marina, J.A .; Válgoma, M. de la (2005). La màgia de llegir. Barcelona: Rosa dels Vents.
Claxton, G. (1999). Cerebro de liebre, mente de tortuga. Barcelona: Urano.