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Cinco meditaciones sobre la muerte, es decir, sobre la vida

François Cheng
CINCO MEDITACIONES SOBRE LA MUERTE, es decir, sobre la vida
(fragmentos del libro del mismo título, traducción a partir de la edición catalana en: l’Art de la Memòria. Existe edición castellana en: Siruela, 2015)

Este texto de François Cheng nació a partir de diálogos con sus amigos, en los que se invita al lector a involucrarse. Habla el poeta en la noche de su vida, para tratar sobre un tema que muchos prefieren evitar. No se muestra ni dogmático ni mensajero del más allá, sino que prefiere ir en busca del concepto de vida abierta. Una visión que consiste en un movimiento ascendente que invierte nuestra percepción de la existencia humana, y nos invita a mirar la vida a la luz de nuestra propia muerte. Esta última, al transformar vida en destino singular, la hace participar en el devenir de una gran aventura.

De la Primera Meditación:

p. 27-28.- Así pues, aquellos de nosotros que rechazamos cualquier tipo de nihilismo debemos confesar que decimos sí a la orden de la vida. Y al hacerlo, sean cuales sean nuestra educación y nuestras convicciones, en cierto modo confluimos con la intuición del Daodejing. El Camino, esta gigantesca marcha orientada del universo vivo, nos muestra que un Aliento de vida, a partir del Nada, hizo que ocurriera el Todo. Y como el materialista, para quien no hay nada, también nosotros hablamos de la Nada, pero para nosotros esta Nada significa el Todo. Y así podemos decir, para retomar la expresión de Laozi, el padre del daoismo, que las cosas nacen del ser, y el ser nace del no-ser.

A lo largo de la vida, todos y cada uno de nosotros nos hemos visto confrontados de cerca o de lejos a la muerte de seres queridos o de desconocidos, y en otro nivel, nosotros mismos hemos muerto varias veces. Todo esto nos permite tomar conciencia de la omnipresencia y del poder de la muerte -muerte individual, muerte de la especie. Pero curiosamente, una vez más, la intuición nos dice que es nuestra conciencia de la muerte lo que nos hace ver la vida como un bien absoluto y el advenimiento de la vida, como una aventura única que no puede ser sustituida por nada.

p. 30-31.- En lo referente a la muerte corporal, que es la causa principal de nuestra angustia y de nuestra miedo, y que en manos de los criminales llega a ser el instrumento supremo del Mal (…) descubrimos,conmocionados, que es necesaria para la vida. Y lo descubrimos acongojados o sosegados, según nuestro punto de vista, porque la muerte se puede manifestar como la dimensión más íntima, más secreta y más personal de nuestra existencia, y puede convertirse en el nudo de necesidad en torno al cual se articula la vida. Es en este mismo sentido que resulta revolucionario el Cántico de las criaturas de Francisco de Asís cuando llama hermana nuestra a la muerte corporal. Y nos vemos abocados a un cambio de perspectiva: en vez de observar la muerte como un espantajo a partir de este lado de la vida, podríamos integrar la muerte en nuestra visión y mirar la vida a partir del otro lado que es nuestra muerte. Desde esta posición, mientras sigamos vivos, nuestra orientación y nuestros actos serán siempre impulsos hacia la vida.

(…) Si concebimos la vida a partir de una comprensión profunda de nuestra muerte, disfrutamos de una visión mucho más abierta en la medida en que, justamente, y en consonancia con el proceso del origen de la vida, participamos en la gran Aventura, y cada momento de nuestra vida se convierte en un impulso hacia la vida.

 

De la Segunda Meditación:

p. 55-56.- A pesar de las numerosas desgracias que nos reserva, la vida también nos regala un número posible de felicidades pequeñas o grandes, hasta el punto de que un espíritu positivo podría permitirse afirmar que, de hecho, está llena de milagros -esto sin tener en cuenta que toda ella es, en sí, una aparición milagrosa. He aquí, pues, una inmensa paradoja: la conciencia de la muerte que nos atormenta no es en absoluto una fuerza únicamente negativa, sino que nos permite ver la vida no sólo como si fuera un simple don, sino como si fuera un don inaudito y sagrado. Y nos insufla el sentido de su valor convirtiendo nuestras vidas en unidades únicas. Nos viene ahora a la mente el aforismo lapidario de Malraux: «Una vida no vale nada, pero nada no vale una vida”.

El carácter único de cada vida. He aquí una noción que nos ayuda a avanzar un paso más en la comprensión de la vida humana. Esta unicidad no se limita sólo al cuerpo humano sino que se puede constatar en cualquier parte en la naturaleza: no hay ninguna hoja que sea igual a otra, ni dos mariposas que sean iguales entre sí. En el caso de los humanos la unicidad implica también el trabajo del espíritu y la revelación del alma. Porque es el ser de cada cual en su totalidad, el que es único y el que, contra el telón de fondo de la muerte, se forja un destino singular. (…) Una fuerza irresistible nos transmite la urgencia de ir hacia adelante. Y esta fuerza, como todos sabemos, no es sino el tiempo irreversible.

De la Tercera Meditación:

p. 87-88.- … el enfoque que he seguido hasta aquí justifica el título de estas meditaciones sobre la muerte, dicho de otra manera, sobre la vida. Porque reflexionar sobre la muerte es reflexionar sobre la vida. La conciencia de la muerte, que hace nacer en nosotros la idea de la naturaleza sagrada de la vida, confiere a la primera todo su valor …

Hablo de la conciencia de la muerte y no de la muerte efectiva. Como supongo que habéis entendido, no hago en absoluto ninguna apología de la muerte, sino que, al contrario, se trata de asumir la vida de la manera más lúcida posible y de vivir con más plenitud.

A lo largo de los caminos de la existencia nos enfrentamos con dos misterios fundamentales: el de la belleza y el del mal. La belleza es un misterio porque el universo no estaba obligado a ser bello. Pero resulta que lo es, lo que parece revelar un deseo, una llamada, una intencionalidad oculta que no deja a nadie indiferente. El mal también es un misterio. Si el mal se nos presentara sólo bajo la forma de algunos defectos o fallos provocados por el difícil transcurso de la vida, seguramente lo habríamos aceptado tentativamente. Pero en los humanos suele alcanzar un grado tan radical que roza lo absoluto: cuando el ingenio humano está al servicio del mal, su crueldad no conoce fronteras. Además, actualmente sabemos que con la ayuda de la tecnología, la obra del mal emprendida por el hombre puede destruir el orden de la vida. Estos dos misterios, que interfieren con nuestra conciencia de la muerte, se erigen como dos retos ineludibles que hay que abordar.

 

De la Cuarta Meditación:

p. 113-114.- La vida entendida como una aventura en constante devenir, llena de una virtualidad de transformación y de metamorfosis … planteemos, pues, por fin la pregunta que nos escuece en la lengua: ¿y qué pasa con la muerte individual? ¿Qué pasa con el sueño de una vida eterna que todo el mundo cultiva en secreto? ¿Qué nos está permitido esperar? (…) Es realmente concebible, la perspectiva de la supervivencia del alma? No esperen que responda esta pregunta con una sentencia como si fuera un juez. De hecho, nadie puede hacerlo por la sencilla razón de que la vida misma es una aventura en devenir. Y yo estoy aquí para compartir una meditación, no un curso magistral, de modo que, con toda humildad, y en su compañía, seguiré avanzando paso a paso intentando mantenerme lo más cerca posible de la verdad.

p. 125-127.- (Pensando en la muerte brutal, de accidente, de Albert Camus) Muchos de nosotros conocíamos bien, gracias a la lectura, aquel ser de inteligencia penetrante empujado por un deseo imperioso de vivir y por la ardorosa búsqueda de la justicia y la solidaridad. La prensa del momento se las ingenió para mostrarnos, a través de crónicas e imágenes, a qué había terminado reducido Camus: a un montón de carne sanguinolenta y huesos rotos. Recuerdo que me invadió un sentimiento de revuelta: ¿Qué? Toda su dignidad de hombre y toda su nobleza de espíritu debían acabar convertidas, en un segundo, en aquel montón de despojos? (…) Más allá del aspecto puramente cómico o trágico de nuestra precariedad, mucho más allá está el hecho elevado de ser, el hecho sagrado de ser. Ya no hay nada que pueda hacer que este hombre, esta alma, no haya existido. No hay nada que pueda borrar lo que constituía su unicidad. Recordemos la frase de Jankélévitch: «Si la vida es efímera, el hecho de haber vivido una vida efímera es un hecho eterno».

Y a pesar de todo, Camus, como todo humano que muere, sigue siendo un misterio. En el fondo, quién es realmente? ¿Qué ha sido de él? ¿Por qué ha existido, con ese rostro singular, con este nombre particular? Acaso caviló por nada su cerebro? Acaso latió por nada su corazón? Nos podemos hacer estas mismas preguntas sobre nosotros mismos y, de nuevo, nos encontramos con el muro de la pregunta final: ¿de dónde venimos, quiénes somos, dónde vamos? Un muro que nos devuelve un eco lejano. Al menos sabemos una cosa, y es que venimos del universo y que el universo está tranquilamente en su sitio, formidablemente en su lugar, nos pase lo que nos pase a nivel individual. Y, en cuanto al resto, sólo Dios sabe su devenir …

Dios? Ah, he aquí cómo, de manera inadvertida, ha aparecido la palabra! De hecho, ¿qué es? ¿Un nombre común o un nombre propio? En cualquier caso se trata de una palabra bastante controvertida que suscita la adhesión de unos y el rechazo de los demás. Yo mismo no la pronuncio mucho, al menos nunca a la ligera, y hasta me puedo abstenerse totalmente de pronunciarla. Pero en este caso habría que tener al menos la honestidad de inventar otro nombre para designar lo que sucedió e impuso estas leyes cuyo funcionamiento ha demostrado ser de una precisión y de una sofisticación pasmosas y que perduran en el tiempo. Porque, tal como hemos visto, la visión de un universo que se hubiera hecho totalmente solo sin ni siquiera saberlo y que, ignorándose de pies a cabeza, hubiera sido capaz de engendrar seres conscientes pero efímeros como nosotros que, durante unos segundos en el seno de la eternidad, le hubieran visto y lo hubieran sabido, no nos convence en absoluto. Para que la idea de Dios sea mínimamente aceptable para la mayoría de personas, debemos intentar partir de un mínimo y definirlo como lo que hizo posible el advenimiento del universo y de la vida y a través del que se asegura el curso del Camino.

François Cheng caligrafiap.130-131.- Del misterio de la vida, ya conocemos un buen trecho! Cada uno de nosotros lleva dentro de sí aquello que la humanidad lleva dentro de ella. Y lo que la humanidad lleva dentro de sí son todas las condiciones extremas de la vida, tanto el paraíso como el infierno, tanto la cima como el abismo, tanto el impulso hacia las esferas más altas como la capacidad de ejercer la crueldad sin límites, tanto los instantes de felicidad divina como los sufrimientos más atroces provocados por el mal más radical. Dentro de la humanidad, todas las aspiraciones frustradas y todos los deseos no logrados abren un boquete infinito que sólo puede llenar la eternidad. Nuestra verdad no se encuentra en la igualación o la anulación, sino en la transmutación y la transfiguración. Sólo experimentaremos la verdadera felicidad si asumimos los dolores y las carencias que nos abruman. Y no experimentaremos una verdadera paz hasta que no hayamos cargado los cuerpos deshechos por las heridas y los tormentos en nuestros brazos. Este es el precio de la verdadera vida.

p. 139.- Sí. Sólo hay una aventura. Y, si cada uno de nosotros sólo tiene una sola vida, toda la Vida es una. Haber sido es un hecho eterno, porque forma parte de la promesa sublime: «Yo seré quien seré».

De la Quinta Meditación

(a partir de la edición de Albin Michel, 2013)

Que de l’autre royaume nous revienne
Ce que nous croyions perdu, que reviennent
Ceux qui en s’éloignant n’avaient rien dit,
Que leur cri muet soit notre pain quotidien,
Que revienne entière l’âpre déchirure :
Morsure et remords sont d’un seul tenant,

Douleur et douceur s’épaulent l’une l’autre.

                                      **

Suivre le poisson, suivre l’oiseau.
Si tu envies leur erre, suis-les
Jusqu’au bout. Suivre leur vol, suivre
Leur nage, jusqu’à devenir
Rien. Rien que le bleu d’où un jour
A surgi l’ardente métamorphose,

Le Désir même de nage, de vol.
**
La mort n’est point notre issue,
Car plus grand que nous
Est notre désir, lequel rejoint
Celui du Commencement,
Désir de Vie.

La mort n’est point notre issue,
Mais elle rend unique tout d’ici :

Ces rosées qui ouvrent les fleurs du jour,
Ce coup de soleil qui sublime le paysage,
Cette fulgurance d’un regard croisé,
Et la flamboyance d’un automne tardif,
Ce parfum qui assaille et qui passe, insaisi,
Ces murmures qui ressuscitent les mots natifs,
Ces heures envahies de silence, d’absence,
Cette soif qui jamais ne sera étanchée,
Et la faim qui n’a pour terme que l’infini…

Fidèle compagne, la mort nous contraint
À creuser sans cesse en nous
Pour y loger songe et mémoire,
À toujours creuser en nous
Le tunnel qui mène à l’air libre.

Elle n’est point notre issue.
Posant la limite,
Elle nous signifie l’extrême
Exigence de la Vie,
Celle qui donne, élève, Déborde et dépasse.

**

Parfois les absents sont là
Plus intensément là
Mêlant au dire humain
Au rire humain
Ce fond de gravité
Que seuls
Ils sauront conserver
Que seuls
Ils sauront dissiper
Trop intensément là
Ils gardent silence encore.

**
Pourtant il nous reste encore à célébrer
comme tu le fais
Célébrer ce qui, jailli d’entre nous,
tend encore vers la vie ouverte
Ce qui, d’entre les chairs meurtries, crie mémoire
Ce qui, d’entre les sangs versés, crie justice
Seule voie en vérité où nous pourrions encore
honorer les souffrants et les morts

Chacun de nous est finitude
L’infini est ce qui naît d’entre nous
Fait d’inattendus et d’inespérés
Célébrer l’au-delà du désir, l’au-delà de soi
Seule voie en vérité où nous pourrions encore
tenir l’initiale promesse
Célébrer le fruit, plus que le fruit même
mais la saveur infinie
Célébrer le mot, plus que le mot même
mais l’infinie résonance

Célébrer l’aube des noms réinventés
Célébrer le soir des regards croisés
Célébrer la nuit au visage émacié
Des mourants qui n’espèrent plus rien
mais qui attendent tout de nous
En nous l’à-jamais-perdu
Que nous tentons de retourner en offrande
Seule voie où la vie s’offrira sans fin
paumes ouvertes.

**

Ne laisse en ce lieu, passant
Ni les trésors de ton corps
Ni les dons de ton esprit
Mais quelques traces de pas

Afin qu’un jour le grand vent
À ton rythme s’initie
À ton silence, à ton cri,
Et fixe enfin ton chemin.

**

 

Del prólogo de Jordi Llavina:

p. 9-10. Para mí, la lección más valiosa de este libro es la mirada que propone ensayar respecto del tema estudiado, una mirada que, en cierto modo, da la vuelta a nuestra manera de entender la muerte, de sentir su presión y su gravedad, el pánico y el desconsuelo. No se trata, pues, de un fin lamentable, sino de una mayor nacimiento -en la expresión de Maragall- sino de un nacimiento que no tiene que ver con un nuevo orden de cosas concebido por ninguna experiencia religiosa. Cheng, que ha abordado la cuestión a lo largo de la primera de sus meditaciones, lo resume muy bien con las palabras siguientes al comienzo de la segunda: «Queridos amigos, una vez más estamos aquí reunidos por un tema que nos es común, este tema de la muerte que nadie puede eludir. La última vez propuse voltear nuestra mirada, y en vez de mirar la muerte a partir de este lado de la vida, ver la vida a partir de nuestra propia muerte, concebida, no como un final absurdo, sino como el fruto de nuestra época «.

p. 12-13. En esta madura y sostenida reflexión sobre la muerte, hay también, inextricablemente immiscida en ella, la cuestión del mal. No podemos pensar en la muerte sin referirnos, a toda costa, a este tema. Porque nuestro siglo XX ha sido el de la megamuerte, el de la aniquilación en masa, atravesado por la barbarie y por la planificación seriada de la muerte, sin duda el siglo más funesto de la historia de la humanidad y de la civilización. Si Cheng nos hablaba de una muerte humana, asumida, madurada en el pensamiento, individual, ahora llega al análisis de uno de los estados de abyección difícilmente superables de la especie humana: «La muerte ya no tiene nada de humano cuando tiene que ver con una fábrica que produce al día miles de cadáveres, día tras día, durante meses y años, en medio de un terror sin escapatoria «. Es para el autor, «la muerte que murió en Auschwitz» la que ha sido del todo privada de lo sagrado -y, en consecuencia, el hombre que es su víctima, rebajado a la condición más rasa y humillante de la bestia -: «Cuando se elimina la noción de sacralidad, al ser humano le resulta imposible establecer una verdadera jerarquía de valores». Y es que «un mundo desprovisto de lo sagrado es un mundo de caos».

Del prólogo del editor francés, Jean Mouttapa:

p. 18-19.- (F. Cheng) no pretende transmitir en su libro un «mensaje» cualquiera sobre el más allá, ni elaborar un discurso dogmático, sino dar testimonio de una determinada visión. Una visión en movimiento ascendente que cambia nuestra percepción de la existencia humana y nos invita a abordar la vida a la luz de nuestra propia muerte, porque la conciencia de la muerte, según él, devuelve todo su sentido a nuestro destino, que forma parte de la gran Aventura de acontecer.

Al igual que ocurría con sus Cinq Méditations sur la beauté (Cinco meditaciones sobre la belleza), nos encontramos ante un pensamiento en espiral que no duda en retomar una y otra vez ciertos temas y ciertas palabras para volver a cuestionarlos con más profundidad si es necesario. Y, con todo, este pensamiento es consciente de los límites del lenguaje, porque siempre llega un momento en el que la muerte nos deja sin palabras, y entonces se impone el silencio, o bien el poema, que no es sino palabra transfigurada. Y es por eso que la quinta meditación adopta la vía poética para que sea el canto, más allá de la muerte, el que tenga la última palabra.

 

 

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