Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Escritos sobre volverse a las cosas
Algunos textos de Corbí sobre el volverse a las cosas.
De Religión sin religión (PPC, 1996) descargable en https://servicioskoinonia.org/biblioteca/general/CorbiReligionSinReligion.pdf
«No tenemos nada que hacer en esta hermosa Tierra, en este pequeño y maravilloso planeta; no tenemos otra tarea que cumplir que vivir para reconocer toda la maravilla que nos rodea. Vivimos para tener la posibilidad de reconocer. Reconocer es testificar que hemos visto y sentido lo que está frente a nosotros. Reconocer es decirle a todo que hemos advertido su presencia, que hemos visto su esplendor, su belleza, su inmensidad y que nos hemos maravillado de su existencia y la hemos amado. Ese es nuestro destino.
Somos una chispa de luz que salta del fuego de la tierra, ilumina por unos instantes lo que le rodea y se apaga volviendo otra vez a la tierra.
Hay chispas de luz grandes y pequeñas; brillantes e intensas o más tenues y débiles. No se nos pide que seamos lumbreras ni soles; no se nos pide que nuestra luz sea cegadora; sólo se nos pide que seamos lucidez y reconocimiento.» (p.176)
«La fuerza de la luz y la fuerza del sentir que en mí se manifiestan arrancan de la tierra y del cosmos y son suyas, no mías. Parece que son una persona y que están a su servicio; pero ese no es el “rostro original” de las chispas de luz y calor que iluminan y vibran por unos instantes en esta inmensidad desde el cuerpo de un ser humano. (178)
[…] Soy una concreción de la luz que viene y se va. Soy la manera que tiene la luz y el calor de pasar y existir. Soy el gran misterio que se ilumina y vibra frente a sí mismo.
[…] Ser la luz de cada ser, desde él mismo y para él mismo; ser el sentir de la existencia de cada ser: eso es conocer y sentir sin morada.
Cuando la conciencia y el sentir se llegan a interesar tan totalmente por todas las cosas que se absorben por completo en ellas, entonces, conciencia y sentir salen de casa, abandonan la morada y se transforman en una luz y un calor que se mueven por el cosmos como si fueran la conciencia y el sentir de cada uno de los seres que hay. La luz de mi conciencia y el calor de mi carne -menos que una vela en la inmensidad del cosmos- abandonan su reclusión en el yo para nomadear por la amplitud del universo y para convertirse en el testigo a través del cual cada ser reconoce su propia existencia y en el sentir con el que cada ser se siente a sí mismo.» (p.181)
Del Camino interior más allá de las formas religiosas Ed. Bronce 2001; Ed. Viena 1998 en catalán (descargable en https://www.bubok.es/libros/225512/el-camino-interior-mas-alla-de-las-formas-religiosas )
Hay una inmensidad sin fin delante de nosotros; no hay que desesperar si todo nuestro esfuerzo por arder no consigue iluminar ni consigue vibrar más que sobre unos pocos metros de la inmensidad. Nuestra naturaleza, nuestro destino, es ser luz y conmoción frente a lo que hay. ¡Qué extraña y desconcertante naturaleza para unos pobres animales vivientes! Pero es también nuestro destino ser una humilde luz y un humilde calor; nadie ni nada nos sacará de esa humildad, es inútil, pues, rehuirla.
La consecuencia de este destino nuestro es ésta: sólo he de intentar llegar al máximo de lucidez y de capacidad de conmoción para poder reconocer, testificar y amar durante un corto espacio de tiempo, el de mi vida, lo que veo. Hacerlo y, luego, morir en paz. Cumpliré mi destino como ser humano,
- si reúno toda la lucidez que he conseguido en mi vida y la ofrezco a lo que me rodea para reconocerlo;
- si reúno la poca capacidad de conmoverme, admirar y amar que he atesorado y la ofrezco, sin reservas, a todo y a cada cosa.
Habré logrado acumular poca lucidez, poca capacidad de ver y de amar, pero no tengo más, ni tampoco hay mucho más tiempo. No importa lo pobre que sea, usaré todas mis reservas para testificar que vi y que amé todo lo que me rodea y que mientras quede tiempo intentaré acumular más visión y más amor sólo para reconocer mejor.
Esa es la ocupación importante, todo lo demás debe subordinarse a esa tarea que no es propiamente una tarea. (p. 88-89)
Si se aprende a callar es para poder estar totalmente alerta, sintiendo y vibrando, atestiguando lo que hay. Se calla para apartar la pantalla que modela y diseña todo lo que nos rodea y a nuestras propias vidas en función de las necesidades. Si callamos es para tocar, ver, sentir y comprender en concreto y directamente, sin los filtros de la necesidad. Si callamos es para sentir con nuestra carne, para palpar con la totalidad de nuestras entrañas y con lo más potente de nuestra mente esto, ahora, aquí, en concreto.
Así, el ejercicio del silencio y su crecimiento es ejercicio y crecimiento de una nueva manera de percibir, sentir, vibrar, comprender, conmoverse; es crecimiento y nacimiento de una nueva facultad de valorar y dar por real, comprendiendo y conmoviéndose. El silencio enseña y posibilita comprender y sentir como testigos imparciales pero conmovidos. (p. 123-124)
El camino interior es el camino de la transformación que se precisa para hacerse apto para sentir la presencia plena de todas las cosas. La presencia de las cosas es el estar simplemente ahí de las cosas. Es el camino de las transformaciones del sentir.
Nuestro sentir cotidiano es la vibración de nuestra carne frente a lo que tiene alguna relación con el sobrevivir como individuo y como especie. Pero hay un sentir que va más allá de esa computación interesada de nuestro sentir. Hay un sentir las cosas gratuito y gozoso. Ese sentir que ya no es sentir desde la necesidad, no es el sentir de un yo, es un sentir testigo de todo “eso” frente a mí.
El sentir que no está vuelto sobre sí mismo, no está sólo interesado en sí mismo porque está vuelto hacia fuera hasta el punto de olvidarse de sí. Ese sentir guía al conocimiento silencioso.
Cuando el sentir es egocentrado, el yo sólo se reconoce a sí mismo, aunque afirme solemnemente lo contrario. Cuando el sentir es centrífugo, entonces, sentir algo es reconocer algo. El sentir que se descentra reconoce lo que le rodea. Cuando se siente algo se reconoce algo. Reconocer no es concebir ni interpretar, sino testificar una presencia. Cuando lo que interesa son las cosas mismas, la interpretación que de ellas podamos hacer queda en segundo plano porque, en realidad, lo que queda en segundo plano soy yo mismo.
Cuando soy testigo de la presencia de un ser vivo o de una persona, lo que realmente me importa no es la idea que yo logro hacerme de ese ser vivo y de esa persona; lo importante es sentir y testificar su presencia. (144-146)