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La espiritualidad por la vía de la sumisión de sociedades anteriores

Hablar de la “espiritualidad por la vía de la sumisión” equivale a hablar de conseguir la cualidad humana y la cualidad humana profunda por la vía de la sumisión. Esa forma de cultivar la gran cualidad humana es inasumible por las sociedades de conocimiento que son de continua indagación, creación y cambio en todos los aspectos de la vida.

Este es el problema que vamos a estudiar. Partiremos de la descripción de la generación y estructura de la sociedad jerárquica, consecuencia de la cual fue la aparición de la espiritualidad como sumisión.

¿Qué condiciones de vida generaron la sociedad estrictamente jerarquizada?

Las sociedades jerárquicas son la respuesta a unas necesidades concretas imprescindibles de sobrevivencia para un colectivo. Surgen con claridad en la época de la agricultura de riego, aunque hay apuntes de jerarquización anteriores a este tipo de sociedades.

Vamos a estudiar por qué surgen las sociedades que exigen organización jerárquica. Cuando hay que controlar un gran río para poder cultivar, cuando es preciso defender los campos de cultivo de vecinos codiciosos de esos campos, cuando se pretende dominar otros pueblos en propio provecho y construir un imperio, en todos esos casos se necesita la colaboración forzosa de todos los miembros del colectivo.

En esos casos, la colaboración de todos en la tarea común es obligatoria, no voluntaria. Todos deben colaborar, porque sin la colaboración de todos en la sobrevivencia del colectivo o en los propósitos del colectivo resultan completamente inalcanzable. Si se precisa de la colaboración necesaria de todos, hay que encontrar procedimientos y un tipo de organización que consiga esa colaboración imprescindible de todos.

El procedimiento adecuado es la organización del colectivo conveniente para conseguir la colaboración necesaria de todos para poder cultivar, salvar los cultivos o arrebatar las tierras y los cultivos de otros, es la organización jerárquica de la sociedad. Este es el gran invento de las sociedades agrarias, que se fue gestando, paso a paso, durante milenios.

Para imponer la sumisión a todo el colectivo se precisan dos elementos imprescindiblemente: poder y unas narraciones capaces de generar convinción.

El poder es el principal instrumento para imponer sumisión. Poder para mandar y someter y poder de coerción. El poder puede estar en manos de una oligarquía o de un monarca. El poder de mando y de coerción es exclusivo. Para que la sociedad jerárquica funcione, el poder tiene que eliminar todas las alternativas posibles; lo mismo hay que afirmar del poder de coerción que también ha de ocuparse de que no haya otra posibilidad de coerción que no sea la del monarca.

Para que el poder de imponer, mandar, pueda llegar a todos los niveles del colectivo y pueda organizar la colaboración forzosa de todo el pueblo, el poder necesita la ayuda de la administración, de una burocracia que esté en sus manos exclusivas.

Para que el poder tenga una capacidad de imponerse eficaz, capaz a la vez de defender los terrenos de cultivo y las cosechas, ha de crear un ejército, una fuerza militar de defensa y coerción.

El segundo gran instrumento del monarca es el aparato ideológico, es decir, el conjunto de narraciones, de mitos, capaces de generar un convencimiento intocable de la necesidad y justificación del poder del monarca. Mitos que consagran y sacralizan el uso del poder y la sumisión como imprescindible e intocable para la sobrevivencia de todos.

Los mitos hablan de que todos deben someterse forzosamente al poder. Hablan también de que todo lo que la sociedad consigue, su calidad de vida, su sobrevivencia, la victoria contra sus enemigos, es gracias al poder, al monarca.

El rey es el juez supremo que premia a los súbditos que se someten a su voluntad y el castiga a los que desobedecen o son rebeldes.

El eje de sobrevivencia de ese tipo de colectivos pasa por el poder y la sumisión.

La cualidad humana en esas culturas es la sumisión completa.

Estas culturas tienen que dar cuenta y cultivar las dos dimensiones de la vida humana: la relativa a las necesidades y la gratuita y absoluta. Si todos los aspectos de la vida son sumisión al poder, si la cualidad humana es la perfecta sumisión al poder, la figuración de la DA (dimensión absoluta) de la realidad será como Poder, como Señor Absoluto, con todos los atributos del señorío absoluto: mando exclusivo, poder de coerción, fuente única de todos los bienes; él dirige y es providente, él predestina, él juzga, él premia y él castiga.

El cultivo de la dimensión relativa a nuestras necesidades (DR, dimensión relativa) y el cultivo de la DA deben ir a una para la sobrevivencia del grupo y para su motivación y cohesión en la completa subordinación.

El poder tiene toda su justificación y fundamentación en los mitos, consiguientemente, la noticia de la DA viene mediatizada completamente por el mito. La población, la burocracia, el ejército y el pueblo todo están constituidos y estructurados, tanto en su mente como en su sentir, por el mito. No es posible ni concebible una noticia de la DA que no sea en las formas que el mito le proporciona. Lo mismo se puede decir del poder. El poder es vivido, concebido y practicado a través de los filtros del mito.

El mito es el PAC, el proyecto axiológico colectivo, que da forma a todo, que lo estructura todo y lo modela todo, tanto lo humano como lo divino. Ese tipo de sociedad no tiene creencias, tiene simplemente mitos, que lo estructuran todo sin necesidad de creencias impositivas. Lo que es la estructura de todo no necesita imponerse porque no hay ningún otro estructurador al que oponerse. Así funcionaron las sociedades mesopotámicas y así funcionaron la sociedad egipcia, la maya, la inca y tantas otras.

Cundo el poder no tiene su fundamentación en el mito, porque se fundamenta en la fuerza, en la conquista o de otra forma, como es el caso del Imperio Romano, entonces necesita utilizar el mito como instrumento de dominación, de justificación del poder exclusivo y de la coerción. En esos casos resulta de gran utilidad transformar el cuerpo mítico de un colectivo en un cuerpo de creencias.

Los mitos resultan convincentes o no resultan convincentes, pero no pueden imponerse porque apuntan a la sensibilidad, y la sensibilidad no acepta imposiciones. Si se convierte el cuerpo mítico en un cuerpo de creencias, entonces los mitos pueden imponerse coercitivamente, porque las creencias apuntan más al intelecto que a la sensibilidad. Las creencias pueden convertirse en instrumentos de dominación. La primera generación a la que se impone un sistema de creencias no podrá sentirlas, pero las generaciones siguientes, mediante un buen sistema de indoctrinación, ya las sentirán.

Como el monarca es único y excluyente, los mitos serán únicos, exclusivos y excluyentes para una sociedad. Ese mismo carácter excluyente y exclusivo tendrán las creencias cuando, sacando su fuerza de los mitos, complementen a los mitos para poder ser instrumentos de dominación en manos de las autoridades.

Los mitos, los ritos y las creencias que los acompañan forman el cuerpo del PAC (proyecto axiológico colectivo) de las sociedades preindustriales y, en concreto de las sociedades jerárquicas. El cuerpo sacerdotal es el guardián al servicio del poder para hacer vivir y actualizar periódicamente los mitos, las creencias y los ritos; son también el instrumento para la indoctrinación del pueblo y para vigilar la surgencia de posibles alternativas y bloquearlas. El cuerpo sacerdotal es el instrumento del poder ideológico del monarca.

Cuando el cuerpo sacerdotal, el poder ideológico, consigue autonomía, (como en el caso del Imperio Romano) tiene que pactar alianzas con el poder en sus aspectos políticos y económicos. El poder ideológico no puede subsistir, ni imponer las creencias, sin el apoyo del poder político, y el poder político no puede legitimarse y justificarse sin el poder ideológico. El poder ideológico y el poder político son dos aspectos del poder mismo, aspectos que no pueden existir uno sin el otro. Sin la colaboración de ambos, de forma duradera, la sumisión del pueblo no es posible.

Incluso cuando el mito ya no es el fundamento y el legitimador de la autoridad, el pacto con las iglesias es necesario. En las sociedades preindustriales jerarquizadas la sumisión y coerción del pueblo no tiene consistencia sin el apoyo de las iglesias.

Las religiones sacralizaron el poder. La experiencia de las sociedades jerarquizadas de que la sobrevivencia dependían del monarca se expresó diciendo que el monarca era el autor último de todo lo bueno. Las religiones sacralizaron la sumisión y fueron un instrumento de bloqueo de los cambios y de las posibles alternativas.

La religión es la forma con la que las sociedades preindustriales, especialmente las agrario-autoritarias, se construyeron sus proyectos de vida colectivos sacralizados, intocables por revelados por los dioses y/o los antepasados sagrados fueron, a la vez, el medio para hablar y cultivar la DA, la CHP (cualidad humana profunda) e incluso la simple CH (cualidad humana).

Así resultaba que las religiones tenían una doble función: modelar la vida de los colectivos funcionando como PAC y, desde los mismos patrones y paradigmas, dar forma, modelar la representación de la DA y su cultivo. 

Estas sociedades se veían necesitadas, por su imprescindible estructura jerárquica, a representar la DA a la manera del Señor Absoluto de sus propias sociedades. Dios era el Señor Absoluto, identificado con el monarca, o dándole la categoría de hijo, o la categoría de elegido directamente por Él. Dios era el Señor Absoluto con todos los rasgos del señorío absoluto.

La actitud de los humanos respecto a Dios, Señor Absoluto, era la sumisión completa. La vida espiritual, el camino a la DA y a la CHP tuvo que ser concebido y practicado desde la sumisión, a ser posible, incondicional.

El camino a la CHP como sumisión y la aproximación a Dios por la vía de la sumisión ha perdurado durante milenios y hoy que se continúa aceptando por muchos, pero no por la mayoría de la población. La población más joven se ve impedida para poder aceptar, en lo más hondo de sus vidas, la sumisión, porque las sociedades en que han de vivir exigen la innovación y cambio constante en todos los aspectos de su vivir.

 

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