Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Sociedad de conocimiento y libre acceso al cultivo de la Cualidad Humana Profunda sin creencias
En nuestro marco de supervivencia, que es la Sociedad de Conocimiento (SC), basada en la ciencia y tecnología en cambio y generación continua de nuevos productos y servicios, no es viable el cultivo de la cualidad y sutilidad humana desde ningún tipo de sumisión a creencias, poderes o supuestos. En la historia del cultivo de la cualidad humana y de su formulación (en la historia de la por muchos llamada “espiritualidad”), a menudo nos encontramos con el uso del término Dios, en la mayoría de los casos bajo figuraciones o formulaciones teístas del mismo. Este término puede ser usado de manera simbólica, en cuyo caso no queda fijado por ninguna creencia y puede expresar la experiencia de la dimensión absoluta de la realidad sin fijarla, o ser interpretado de manera mítica, reflejando así la creencia de que detrás del término hay una realidad fija y descriptible.
En la SC no es viable utilizar el término y el concepto Dios de manera descriptiva o definitoria (desde lo que se considera como epistemología mítica) porque evoca sumisión y obediencia, sugiere dualidad y separación de niveles de existencia y conlleva jerarquía de poder. En la reciente relectura de la historia de la espiritualidad realizada por los teóricos de la espiritualidad sin Dios y/o de la espiritualidad atea (André Comte-Sponville, Sam Harris, Greg M. Epstein, Peter Heehs, etc.) se intenta mostrar como la dimensión espiritual del ser humano es una invariante cultural, una experiencia de plenitud humana común, que las religiones han pretendido presentar como propia y exclusiva, usurpando al hacerlo toda una dimensión esencial de la humanidad de los sin Dios.
Una inhumana usurpación de humanidad
Una pérfida habilidad de muchas tradiciones religiosas, especialmente desde sus instituciones de poder, ha sido la de presentar no sólo su tradición/identidad espiritual como la mejor (desde una clara actitud de supremacía y exclusivismo), sino incluso como la única válida o posible, promoviendo así la intolerancia hacia la diversidad conviccional. Esto se ha hecho mediante la ignorancia, el menosprecio, la negación, el descrédito (demonización) y/o la difamación de la verdad de las tradiciones diferentes a la propia. La historia de las ideologías y de las religiones así como la teología o filosofía de las religiones no confesional tienen aquí un campo inmenso que explorar y nuestra humanidad sufriente agradecería luz y taquígrafos también en este triste episodio de nefastas consecuencias para la convivencia y la paz. La recuperación de la memoria histórica de las víctimas debe contemplar aquí un nuevo horizonte de trabajo que conlleve procesos de reconciliación y de sanación de las heridas abiertas.
En relación con la espiritualidad sin Dios la principal actitud histórica de los discursos religiosos predominantes ha sido la de presentar a los no religiosos y a los ateos como peligrosos, inhumanos o, según los contextos y las épocas, hasta “demasiado humanos” cuando la humanidad -y el mundo- era entendida como amenaza para la divinidad y, en consecuencia, anatemizada, denunciándola como inundada por el pecado, como “culpable” o “maligna” y, en algunos casos, como abiertamente demoniaca. Los ateos han sido claramente víctimas del prejuicio y el estereotipo cruel orquestado por las mayorías religiosas hegemónicas. Han sido las víctimas expiatorias de las iras furibundas del poder religioso, dibujando así un auténtico martirio, muy semejante al que han padecido muchos seres humanos religiosos en la defensa pacífica de sus creencias y convicciones. Se les (a los sin Dios) ha identificado, marginado, perseguido, detenido, torturado, asesinado y profanado en sus tumbas en nombre del supuesto Dios y de la religión. Pero la mayor crueldad dramática de esta dura batalla ha sido tal vez la de silenciar la humanidad y la cualidad humana profunda de los sin Dios. Se les ha arrebatado el derecho y la dignidad profunda de su humanidad. Si los genocidios se alimentan de reducir al ser humano a la infrahumanidad, el poder religioso puede por desgracia alardear de haber conseguido en gran medida ocultar, eliminar y hasta usurpar el rostro y el patrimonio de cualidad humana profunda de los sin Dios, al normalizar narrativas implacables de afirmación de su exclusividad de cultivo de la espiritualidad y de negación absoluta, sin resquicio de duda razonable, de la posibilidad de espiritualidad en los sin Dios.
Es cierto que los sin Dios han colaborado y han ejercido en ocasiones un contradictorio papel de complicidad al aceptar en gran medida los términos del obnubilante marco narrativo autoritario religioso al que se han visto inevitablemente (¿?) abocados. Han perdido tiempo y energía en contrarrestar al enemigo religioso, en peleas dialécticas estériles, y han dedicado poco esfuerzo a identificar su propio patrimonio de cualidad humana y a proponer un nuevo marco y una nueva narrativa capaz de seducir y estimular a los suyos y, tal vez con la misma legitimidad propia del testimonio religioso, incluso a los propios religiosos. Con un afán de transformación social profunda, lo intentaron las ideologías ateas, pero se olvidaron de su propia cualidad humana profunda y no supieron preservar la libertad -sometida a la colectividad (marxismo) o a la confusión (anarquismo)-. Las ideologías quedaron hipnotizadas por la función social alienadora de la religión que, con razón y tal vez por necesidad ineludible, quisieron o tuvieron que denunciar y combatir. No supieron encontrar más energía para cultivar una humanidad profunda sin Dios. Fue un terrible error histórico que no es ajeno a su relativo fracaso social.
La polarización entre religiosos y no religiosos no tiene sentido desde una antropología que considera al ser humano como un ser no dual constituido por la lengua y el doble acceso a la realidad que esta hace posible: la dimensión relativa de la realidad (condicionada por la necesidad animal de supervivencia) y la dimensión ab-soluta (liberada de cualquier necesidad o gratuita –no en el sentido de autoritaria-). Como un ser lingüístico con doble acceso a la realidad el ser humano simplemente por serlo tiene una cualidad humana profunda -un acceso y cultivo de la dimensión ab-soluta de la realidad- que es común y es una invariante cultural fundamental.
Tiempo de “reutilizar” las tradiciones religiosas desde los sin Dios
Los signos de los tiempos parecen apuntar a la necesidad que las convicciones no religiosas puedan releer las fuentes de sabiduría de las tradiciones religiosas para alimentar con aprovechamiento el cultivo de la humanidad profunda sin Dios. Será provechoso para edificar una humanidad plural, inclusiva y cohesionada en una sociedad de conocimiento (SC) como la que se nos viene encima. La SC les facilita esta gestión cuando establece por su propia dinámica la imposibilidad que las creencias en Dios u otras creencias asimiladas (en realidades fijas transcendentes) puedan sobrevivir con el cambio, la libertad y la creatividad constantes. Las convicciones no religiosas no pueden tener creencias fijas y la mayoría ya no disponen tampoco de supuestos fijos o están en camino de pulverizarlos.
La tarea de descubrir su propia tradición de cultivo y formulación de la cualidad humana está en marcha y ya suficientemente consolidada. Más allá de esta tarea fundamental se abre ahora la posibilidad, tal vez por primera vez en la historia, de que los sin Dios puedan enriquecerse con la sabiduría de los “con Dios”. Es una oportunidad extraordinaria. Es posible hacerla realidad a través de la lectura no literal, simbólica y sin creencias de los textos de sabiduría (CETR ha publicado ya bastante en esta línea en sus libros sobre los Encuentros Internacionales). Esta lectura honda permite a los miembros de tradiciones religiosas hacer una lectura libre e insumisa de la tradición de cualidad humana profunda que atesoran otras tradiciones religiosas y espirituales diferentes de la propia. Pero ahora también permite, y esta es aquí la novedad que nos interesa más, hacer lo mismo a los miembros de convicciones no religiosas, libres en este nuevo contexto de sus supuestos fijos y de su narrativa defensiva obsesivamente antireligiosa.
Si los textos de sabiduría de las religiones ya no están al servicio de la generación, preservación y desarrollo de la llamada función social de la religión porque esta función ya no es necesaria en la sociedad de conocimiento, entonces estos textos quedan “liberados” de la necesidad dramática de la función de supervivencia y pueden ser leídos e interpretados desde la gratuidad del sentir hondo que permite experimentar la dimensión ab-soluta de la realidad. Ya no es necesario que ateos, agnósticos, escépticos e indiferentes rechacen la sabiduría de laS tradiciones junto al combate que ejercen contra las instituciones religiosas y su voluntad de imponer su inadecuado modelo de supervivencia colectiva, gestión individual e imposición social. No es necesario echar al niño con el cesto. La actitud crítica y de denuncia de los sin Dios puede seguir e incluso mejorar al “desarmar” (quitar razón) a su enemigo religioso que verá con perplejidad como las convicciones no religiosas reivindican el núcleo profundo de lo considerado como “exclusivo” patrimonio espiritual de las religiones. Pero lo importante, lo definitivo es descubrir la dimensión ab-soluta de la realidad (DA), que es sin forma, en el cultivo de la cualidad humana sin creencias. Las lecturas “sin Dios” de los grandes textos de cualidad humana de las tradiciones religiosas abren un abanico de posibilidades interpretativas que es todavía muy germinal y relativamente inexplorado, pero muy estimulante.
Los centros de cultivo de la cualidad humana (los centros de espiritualidad) deben facilitar las lecturas libres -y liberadas de las creencias- de los textos de sabiduría de las tradiciones religiosas de la misma manera que deben identificar, analizar y profundizar los textos de sabiduría gestados desde la experiencia humana profunda de los sin Dios, los textos de sabiduría de los sin Dios. Estos textos no seguirán, es evidente, las pautas y protocolos de las tradiciones religiosas. Pueden asemejarse en algo, pero serán propios, distintos. Sabemos, por ejemplo, que no tienen la sanción de una autoridad sagrada, sino que reciben un reconocimiento cualitativo que nunca es, ni probablemente será, unánime porque queda diluido en medio de la oceánica banalidad del tribunal del libre mercado. Estos textos no se expresan solo mediante palabras, pueden tomar cualquier formalidad expresiva artística (música, pintura, escultura, diseño, artes relacionadas con las TiC, etc.)
De la misma manera que se puede y debe reaprovechar la sabiduría de los textos religiosos, también se puede usar el patrimonio y experiencia de las tradiciones religiosas en el desarrollo de recursos, técnicas, procedimientos y prácticas que facilitan el cultivo de la cualidad humana profunda. Es necesario estar atentos, por ejemplo, para identificar las prácticas de focalización y silenciamiento de las diversas tradiciones y ver si y en qué medida pueden ser útiles para los sin Dios. Cada grupo humano de sin Dios decidirá creativamente la forma en que algunas de estas prácticas tradicionalmente religiosas -recitación oral y repetitiva, reproducción musical, meditación, contemplación- podrán ser adaptadas y reutilizadas creativamente.
Todo el proceso de reutilización de los textos y procedimientos de cultivo de la cualidad humana de las tradiciones religiosas y de la generación creativa e innovadora de nuevas formas de cultivo de la cualidad humana sin creencias por parte de los sin Dios, saldría beneficiado de un necesario un control de cualidad básico en el reconocimiento y valoración de la expresión y de las formas de cultivo de la cualidad humana o espiritualidad. En ello deben jugar un papel importante los centros de cualificación o valoración del cultivo de la cualidad humana profunda en SC. Estos centros deben combinar el análisis cuantitativo de datos con la valoración de la cualidad del cultivo de la cualidad humana profunda a partir de las pautas o criterios comunes de cultivo de cualidad humana profunda reconocidos y acreditados por las diferentes tradiciones. La formulación de IDS/ICS (IDS = Interés, Distanciamiento, Silenciamiento; ICS = Indagación, Comunicación, Servicio), propuesta por Marià Corbí, es una de estas pautas emblemáticas de referencia extraídas magistralmente por el antropólogo de las principales sabidurías humanas que deben jugar un papel decisivo en el discernimiento del grado de cualidad.
Un ejemplo de “reutilización” de cualidad humana profunda: la epektasis cristiana en Sociedad de Conocimiento
Algo esencial en la consciencia mística cristiana es el reconocimiento de la presencia de Dios en su ausencia. Su ausencia hace presente a Dios como atracción hacia él. Por ello, la realización del gozo puede ser encontrada en medio del sufrimiento y la adhesión a la fe aparece oculta en medio de la no fe. La combinación de fruición y frustración en la experiencia mística implica lo que Gregorio de Niza (padre capadocio del siglo IV) llamaba epektasis, que puede explicarse como el progreso o dinamismo o movimiento constante entre insatisfacción/carencia/necesidad y satisfacción/plenitud/gratuidad. El mito o narración constitutiva de la tradición cristiana de muerte-resurrección es tal vez su expresión más fundamental, pero todo el proceso o camino espiritual cristiano está atravesado por este dinamismo.
Este dinamismo entre insatisfacción (estructura de necesidad – DR) y satisfacción (gratuidad – DA) es esencial al cultivo de cualidad humana profunda. Toda la experiencia espiritual cristiana puede ser leída, desde una epistemología no mítica, por cristianos, por seguidores de otras tradiciones religiosas, pero también por agnósticos y ateos en clave de relación dinámica entre DR i DA. Relación aquí significa no dualidad. El lenguaje teísta devocional dual habitual solo es una manera figurada o narrativa de expresar este dinamismo creativo. Leer los textos espirituales cristianos como una relación dinámica que facilita el cambio y el proceso del camino del cultivo de la cualidad humana permite a los no religiosos reutilizar los textos espirituales de tradición cristiana que muestran el dinamismo o proceso espiritual como un juego creativo y seductor entre las dos dimensiones de la realidad. Ello permite rescatar las experiencias de sufrimiento y dolor como un aprendizaje necesario inseparable de la felicidad plena. También podríamos haber hecho el mismo ejercicio a partir de la formulación del Madhyamika de Nagarjuna donde se identifican Nirvana y Samsara como una realidad vacía no dual. No hace falta creer en Dios ni en Buda para que sea posible aprovechar la herencia de estas tradiciones desde una experiencia de cualidad humana profunda. No creer en Dios ni necesitar postularlo como una figura real no es óbice para que los no religiosos puedan gustar y usar de estas tradiciones teístas para su proceso de cultivo de la cualidad humana o “espiritualidad” (aunque muchos ateos no aceptan este término a no ser que vaya acompañado de una modulación: espiritualidad materialista o materialismo espiritual).
Horizontes de la creatividad de los sin Dios en el cultivo de la cualidad humana
Además del uso y aprovechamiento de los textos religiosos por parte de los sin Dios, éstos pueden reconocer prácticas laicas y sin creencias que sirvan para predisponer o desarrollar el cultivo de cualidad humana profunda. Muchas de ellas ya están activas o vigentes, aunque la formalidad narrativa religiosa ha dificultado o impedido identificarlas con facilidad o promoverlas (usos ritualizados de música y danza personales y colectivos, uso de la nutrición y alimentación, uso de sustancias que alteran la conciencia de manera controlada y saludable, aprovechamiento de técnicas de psicología profunda y humanista, etc.).
Es ya posible y hasta necesario indagar y crear nuevas prácticas incorporando el uso de la ciencia y tecnología, especialmente de las TIC, desarrollando aplicaciones y el uso del metaverso. Para hacerlo desde la cualidad humana profunda, que permita orientar el uso de la tecnología a la supervivencia humana, será imprescindible tener un conocimiento y/o cultivo de las formas de cultivo tradicionales y aplicar sus criterios para no quedar seducidos y bloqueados por la novedad y atracción de las nuevas formas y de los nuevos entornos tecnológicos, ya que siempre habrán de estar al servicio de una de experiencia de la dimensión ab-soluta (DA) liberada de formas.
Es necesario también considerar la posibilidad que el cultivo de la cualidad humana profunda en un contexto de libertad y de no sumisión a ninguna autoridad pueda llegar a grados máximos de no regulación que no solo lo situarán en un nivel de máxima complejidad, sino que la expresarán en una proliferación de formas legítima y admirable pero tan dinámica, diversa y cambiante como desconcertante. La seguridad asumible que podemos aspirar a reconocer no vendrá del orden y la claridad del análisis racional y conceptual de estas formas sino de la misma DA inundando con su sin forma toda la SC y de la confianza propia de la DA que facilitará la autoregulación y selección natural, como, por ejemplo, ha ido pasando en el seno del hinduismo -donde multiplicidad y unidad han facilitado procesos de innovación y creatividad espiritual sin detrimento de su cualidad humana-. Sin embargo, parece difícil que desde DR podamos renunciar al esfuerzo de expresar y entender DA aunque finalmente se haga a sabiendas de que no será nunca del todo posible. Sea como fuere, queda claro que el escenario que se nos abre como humanidad que quiere reconocer y cultivar la sabiduría y la cualidad humana profunda de sus antepasados y de sus contemporáneos y que quiere vivir en un mundo que sea consciente de que no existe supervivencia sin cultivo de la calidad, es el de una incesante indagación cada vez más seductora, libre, diversa y, a la vez… interminable.