Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Quien cree poseer la verdad cree que todos deben venir a ella
No interesan las religiones entendidas como sistemas de creencias, comportamientos y rituales fijados e intocables. Lo verdaderamente interesante es el camino interior, la Vía, la espiritualidad o como quiera que se llame a esa otra dimensión del existir humano de la que hablaron las religiones del pasado.
Los grandes hombres de la historia humana han hablado de esa dimensión. Ha habido grandes maestros y grandes escuelas del cultivo de esa dimensión. Incluso grandes científicos y artistas han hablado de ella. Pero sería un gran error escuchar lo que dicen los artistas y los científicos del cultivo de esa posibilidad humana y no aprender de los grandes maestros y las grandes escuelas espirituales, porque lo hacían desde las religiones que nosotros ya no podemos asumir.
No interesan las religiones, pero sí los maestros de la Vía que hablaban y enseñaban en el seno de las religiones. Por razones culturales sólo podían hacerlo desde ellas o en polémica con ellas. Al arte también le ocurrió algo parecido, aunque en una medida mucho menor.
Los hombres del siglo XXI tenemos que aprender de los maestros espirituales, maestros de la Vía, y de las tradiciones religiosas, manteniéndonos libres respecto a sus sistemas de creencias, de comportamientos y de rituales. Tenemos que aprender de todos los grandes maestros y de todas las grandes escuelas de sabiduría de las tradiciones religiosas, sin hacernos, por ello, creyentes, hombres religiosos. Hay que aprender y enseñar a los hombres y mujeres de las sociedades laicas y no creyentes a buscar la sabiduría donde está.
Sería una gran necedad empezar de cero, intentar recrear de nuevo toda la inmensa riqueza y experiencia de las generaciones de hombres que nos precedieron, porque vivieron en los contextos y sociedades religiosas y creyentes de las sociedades preindustriales.
Esta es la gran innovación que nos ha tocado hacer; una innovación que es la máxima prueba de la fidelidad a la tradición: aprender de los grandes maestros de espiritualidad y de calidad humana de las tradiciones religiosas de la humanidad, sin que ello tenga que comportar volver a las condiciones culturales y sociales en las que vivieron. Tenemos que aprender a ser discípulos de todos los grandes de la Vía, que aparecieron en las tradiciones religiosas, sin volver a la religión, permaneciendo hombres y mujeres laicos, sin creencias.
Es ya hora de discernir y no abandonar, con las religiones, toda la riqueza y sabiduría que en ellas se produjo. Tenemos que aprender y enseñar a seguir a los maestros de la sutilidad, dejando a un lado a los maestros de la creencia.
Algunas veces, los mismos maestros de la sutilidad son también maestros de la creencia. Cuando eso ocurre, que en algunas tradiciones culturales es frecuente, no es por falta de calidad de los maestros de la sutilidad, sino por las condiciones culturales en que vivieron. Pero incluso en esos casos, tenemos que aprender y enseñar a discernir una cosa de otra, para poder tomar la una y abandonar la otra.
Tenemos que aprender a hacer este tipo de discernimiento, que no es nuevo en la historia humana. Ya hemos aprendido a apreciar la belleza que ponen ante nuestros sentidos los grandes artistas del pasado, dejando de lado la forma concreta con la que ellos tuvieron que expresar y vivir la belleza de que nos hablan. Aprendemos de ellos la belleza que expresaron, sin que eso comporte que tengamos que vivir y expresar la belleza como ellos lo hicieron.
Por eso, a los maestros del espíritu tendremos que tratarles como maestros de la sutilidad, de la sabiduría que se dice en formas pero que trasciende y es libre de cualquier tipo de formas. Es preciso que tengamos el juicio de aprender de los grandes maestros de las tradiciones religiosas sin que ese discipulado nos lleve necesariamente a la religión.