Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Vislumbres de lo real: religiones y revelación
Una pequeña selección de fragmentos
[ Herder, 2007 ]
(…) El efecto revelatorio comporta un triple descentramiento de las propias evidencias, tanto de las personales como de las aceptadas por el grupo: hacia la Realidad o el Ser trascendente, hacia los demás y hacia las cosas del mundo. Sin este triple excentramiento –que, en su fondo, es un único descentramiento, porque lo que hace es desplazar el propio centro hacia algo mayor que uno mismo- no hay revelación, sino repetición del propio psiquismo o del contenido cultural bajo la forma de disfraz religioso.
Ahora bien, este descentramiento supone, al mismo tiempo, un recentramiento, en la medida en que devuelve a cada persona a su más profundo centgro, haciéndola crecer desde su propio fundamento. La revelación no es una alienación sino una anticipación de realidades y de comprensiones a las que la conciencia antes no tenía acceso. No saca de la realidad, sino que abre y se adentra más en ella. Al abrir, altera, pero esta alteración no enajena sino que permite descubrir ámbitos de mayor luminosidad y profundidad que los que antes se habían percibido. (p.17)
(…) La revelación se da desde la transparencia y para la transparencia. Lo que está en juego es la apertura a una existencia cada vez más diáfana, el crecimiento hacia una comprensión de la realidad cada vez menos devoradora y autocentrada para alcanzar regiones de mayor gratuidad, donación y plenitud.
Los falsos y los verdaderos profetas
«Cuidado con los falsos profetas, ésos que se acercan con piel de oveja pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconoceréis» (Mt 7, 15-16).
(…) Repito que el criterio universal para identificar estos frutos es sumamente simple, aunque sea complejo aplicarlo a cada caso. Podemos decir que se da un modo u otro de acontecimiento o dinamismo revelatorio si se produce un descentramiento del ego –tanto personal como comunitario- hacia el reconocimiento del Misterio, el respeto por la alteridad y la incidencia en el mundo. Ello supone un impulso de trascendimiento en un movimiento de vaciamiento, servicio y olvido de sí mismo, tanto por parte de la persona que hace de mediación como de los que la siguen. En la medida en que se dan estos rasgos, nos hallamos ante caminos fiables de revelación. Por el contrario, allí donde las personas se van llenando de poder, de estrategias de absorción, de anulación de la propia personalidad y de la ajena, encerrándose en sí mismas o en el propio grupo, se dan los rasgos de un mensaje perverso, ya sea consciente o inconscientemente elaborado. (p.190)
(…) La incandescencia de la realidad es la que está cubierta por este velo. La realidad es la que contiene este resplandor que está oculto a nuestra mirada ordinaria. Todavía no somos capaces de abrirnos a tanta luz. Aún nos queda mucho por morir. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento y las demás religiones hablan de la misma Luz, porque sólo hay una Fuente de luz, manifestada de modos diversos, según los tiempos, lugares y momentos. Cada tradición tiene su lenguaje para referirse a ella. En términos buddhistas:
La no-forma no es ni ku ni no-ku,
es la verdadera forma del Buddha.
El espejo del espíritu es puro
y nada puede oscurecerlo.
Gracias a su pureza y claridad
refleja todo el universo. (Yoka Daishi. El canto del inmediato satori. Kairós, 2001.p.104)
es la verdadera forma del Buddha.
El espejo del espíritu es puro
y nada puede oscurecerlo.
Gracias a su pureza y claridad
refleja todo el universo. (Yoka Daishi. El canto del inmediato satori. Kairós, 2001.p.104)
(…) Cada tradición es una rama de este árbol bendito que une cielo y tierra. El aceite resplandeciente es la conjunción de textos y experiencia que destila cada una de ellas. La dificultad de las tradiciones religiosas radica en que custodian con tanta veneración la lámpara donde ellas encienden esa Luz, que les resulta inconcebible que las demás no se abran al don que se está ofreciendo a través de ellas. De aquí el rechazo de los dioses y caminos que no son los propios.
La inmadurez de una religión está en no saber distinguir que la no aceptación o rechazo de su mensaje no significa necesariamente una cerrazón a Dios o a la vida, sino a la forma concreta en que esa tradición los vehicula. Lo que está en juego no es mi verdad ni mi camino, sino comprender los múltiples modos por los que el ser humano se ha abierto a la Luz. Nuestro tiempo nos invita –a la vez que nos urge- a conocer y a discernir las múltiples brechas por las que, a lo largo de su historia, la humanidad ha crecido a través de las aperturas por las que Dios –o la Realidad Última- se manifiesta y se da continuamente. (p.207-208)