Etty Hillesum Aceptación puede sonar a pasividad, puede confundirse con la aprobación indiferente, con la resignación. El testimonio de Etty Hillesum, escribiendo desde los campos de concentración, es un ejemplo esclarecedor del sentido de una aceptación plena que es implicación y acción, pero desde la comprensión, desde una acogida radical de la realidad, se muestre como se muestre.
Sobre las espectativas. Reflexiones
Hay que silenciar la necesidad y el deseo para descubrir que el lugar de nuestra residencia no es el núcleo de deseos y temores, sino que nuestro lugar de residencia, lo que es nuestra realidad, es el “no-dos”. Una vez comprendido en profundidad eso, el ego, como paquete de deseos y temores, puede cumplir su función que es servir a la vida.
Todo lo que sea silenciar al ego, para poder hacer el traslado de residencia de lo que creemos ser a lo que realmente somos, es callar su poder para generar el temor que no esta claramente al servicio de la vida y diluir su poder deformador de la realidad.
El deseo, libre de identificaciones, pierde la egocentración y se convierte en amor.
Llamo «expectativas» a hacerse una idea de cosas y personas, una representación, una imagen, y esperar que se cumpla. Y si no se cumple, sentirse seriamente defraudado y deprimido.
Quien tiene expectativas con respecto a la realidad, intenta forzarla para que entre en su molde. Un molde trazado por el deseo y fijado por el miedo.
Cada uno de nosotros tiene una expectativa central, generada por nuestro miedo más central. Pero la realidad no es nuestro molde; no cabe en él. No cabe en los estrechos moldes del miedo
Tenemos expectativas respecto de nosotros mismos. Nos hacemos una imagen de lo que creemos que debemos ser y queremos ser. Con respecto a los amigos: queremos que cumplan la imagen que nos hemos hecho de ellos, que siempre tiene que ver con un papel que debieran cumplir con nosotros.
Igual nos comportamos con los familiares, aunque más duramente. No les queremos a ellos sino a la imagen que nos hemos hecho de ellos. Y ellos deben adecuarse a esa imagen, que es un rol que deben cumplir con nosotros. Ocurre lo mismo con los compañeros de trabajo.
No se acepta a las personas tal cual son porque se exige de ellas que se adecuen a la idea que nos hemos hecho de ellas. No se quiere a las personas, sino sólo al diseño que hemos hecho de ellas. Han de encuadrarse en mi mundo, si no, no pueden ser aceptadas.
Fácilmente atribuimos nobleza a esa actitud, porque nos parece que exigimos lo que debiera ser, pero no hay nobleza ninguna, porque exigimos a las personas que sean lo que nosotros queremos que sean. Y las formas que les exigimos que sean, siempre tienen que ver con nuestro propio interés, comodidad, sistema de creencias, ideología, manera de ser. Nuestras ideas y exigencias con respecto a los demás son siempre en nuestro propio favor, no en bien de ellos.
No aceptamos que sean como son porque no cumplen el rol que les asignamos. No les aceptamos débiles e imperfectos porque nos parece que debilitan nuestra propia fragilidad. Les pedimos que fortalezcan nuestra debilidad, que nos den apoyo. Tenemos expectativas porque nos parece que nuestra fortaleza ha de venir de fuera, y la fortaleza sólo puede apoyarse dentro. Por ello, aprender a no tener expectativas es forzarse a apoyarse dentro. Dentro no es en uno mismo, en el ego, sino en los niveles sólidos y profundos de nuestro propio ser, que es “el que es”.
Quien espera algo de alguien o de algo, quiere forzar a ese alguien o a ese algo a que cumpla el papel que le ha asignado. Y el papel que se asigna a la realidad con las expectativas es que apuntalen nuestra flaqueza desde fuera.
Quien asigna esos papeles a lo real es el miedo.
¿Miedo a qué?
A quedarse sin apoyos externos. Y nadie cumple los papeles que se le asigna, porque también ellos tienen miedo y también ellos asignan papeles.
Para no tener expectativas hay que silenciar el miedo y hay que confiar en “Dios”, en la “vida”, en “Eso”.
Quien se agarra a las expectativas pretende coger el volante de la marcha de la realidad, de la propia realidad. Somos unos pésimos conductores asustados de lo real.
Quien se aferra a las expectativas, agarra asustado el volante de su vida y termina estrellándose, porque somos incapaces de gobernar la complejidad, porque los criterios que nos imponen nuestras expectativas son demasiado estrechos y porque conducimos agarrotados por el miedo.
Hay que conducir la propia vida sin agarrarse demasiado al volante, soltándolo cuando se nos bloquean los caminos.
Si uno se confía en “Eso que es”, en “Eso no dual” que es el único actor, algo nos conduce correctamente.
Si superamos el miedo y confiamos “algo sutil conduce la vida de los seres humanos”. Y la salida es mejor que la esperada, aunque sea la que menos nos imaginábamos y esperábamos.
La clave está en la confianza y en el no-miedo.
Las mismas consideraciones cabe hacer con respecto a la profesión y a la vida en general. Quien se vuelve a la vida con expectativas, vive en un mundo de puras representaciones; y las re-presentaciones sustituyen a la realidad.
Las expectativas son como un velo que nos separa de la realidad que es. Quien no ve y acepta la realidad que es, tal como viene, no puede ver al que viene en esa realidad. “El que es” no viene en nuestras representaciones e ideas, sino en lo que hay.
No esperar nada de nada ni de nadie. Entonces se deja libre a la realidad; entonces puede presentarse el “sin forma” en toda forma. Las expectativas le barran el camino.
Los sentimientos negativos
Si se aceptan sentimientos negativos, se afianza la lectura de la realidad desde el sujeto; con ello se fortalece la dualidad.
Hay que anular la diferencia entre sentimientos negativos justificados e injustificados. Desde la vida cotidiana esa diferenciación es legítima y necesaria; desde la voluntad de hacer el camino, esa diferenciación no tiene sentido y es, en cualquier caso, tanto en el caso de los sentimientos negativos justificados, como en el caso de los injustificados, un obstáculo.
Eliminar los sentimientos negativos es método de camino espiritual.
Fomentar los sentimientos positivos con todo y con todos es equivalente al “actuar sin actuar”, es un “sentir sin sentir”, porque es un ejercicio de sentir silencioso, en ellos se silencia al yo. El yo no puede tener sólo sentimientos positivos. Para conseguirlo hay que callar al yo.
Promover los sentimientos positivos, como método, es callar la interpretaciones de las cosas y las personas que hace el yo, y es fomentar el silencio de la interpretación. Una interpretación que siempre intenta ser positiva, no proviene del yo.
Los sentimientos positivos, que fomentan el silenciamiento del yo y sus juicios, favorecen ver y sentir las cosas desde la no dualidad.
Si sólo se procura sentir en positivo respecto a cosas y personas, y no se aceptan sentimientos negativos, se evitan los juicios del yo y se fomenta la aproximación del sentir a la realidad desde el silencio del yo. Es, pues, un eficaz e imprescindible instrumento del camino interior.
Es difícil ponderar su importancia.
Si trabajamos con la mente para salirnos de la dualidad y aceptamos los sentimientos negativos justificados, hacemos como Penélope, destruimos por la noche lo que tejemos de día.
Si se practica el karma-yoga, aceptando sentimientos negativos, el yoga resulta voluntarioso y falso. Perdemos con el sentir lo que hemos ganado con la acción.