Etty Hillesum Aceptación puede sonar a pasividad, puede confundirse con la aprobación indiferente, con la resignación. El testimonio de Etty Hillesum, escribiendo desde los campos de concentración, es un ejemplo esclarecedor del sentido de una aceptación plena que es implicación y acción, pero desde la comprensión, desde una acogida radical de la realidad, se muestre como se muestre.
Amor y desapego
Aclaremos primero la noción de “amor”. Lo que habitualmente llamamos amor es sólo una egocentración ampliada. Cuando el otro o los otros me resultan imprescindibles para satisfacer mis necesidades, el amor propio debe ampliarse.
Cuando ese amor propio se amplía para incluir a la pareja, a los hijos, a la familia, a los amigos e incluso a la patria, no es más que un amor propio sensato y sano que comprende que ni puede vivir ni puede satisfacer sus necesidades físicas, afectivas, psicológicas, económicas, etc., sin esas ampliaciones.
Queremos más a los más próximos porque son los más necesarios a nuestras necesidades. El lenguaje del amor ya muestra su raíz egocéntrica. Expresiones como “eres mi vida”, “no podría vivir sin ti, o sin ellos”, “eres lo que da sentido a mi vida”, etc.
Este tipo de amor es inseparable del apego, porque está en función de nuestras necesidades y nuestros deseos.
Todo el amor que se da en la dualidad, en la relación de sujeto a objeto, de sujet a sujeto, es de estructura egocentrada y está ligado al apego.
En estos tipos de amor –el de pareja, el de familia, el de grupo, el de amigos, el patriótico, etc.- el objeto primario de amor es uno mismo y, por razón de sí, se quiere a los próximos.
Éste no es el amor del que hablan los Maestros del espíritu.
Los Maestros hablan de un amor en el que el otro, los otros o lo otro (se puede amar una causa con tanta intensidad o mayor que a las personas) está por delante del amor a sí mismo.
Para poder conseguir este tipo de amor hay que pasar por la muerte a sí mismo, por el silenciamiento de sí mismo, por el desapego de sí mismo.
Además de ese radical y profundo desapego de sí mismo, para amar como dicen los Maestros hay que desapegarse de todo interés y provecho propio al tener relación con la pareja, los hijos, los amigos, los grupos, al pelear por una causa, etc.
Por tanto hay que ser independiente de ellos, desapegado de ellos. Quien no saca ningún provecho de su relación con otros, es independiente de ellos. Y porque no depende de ellos puede amarles por ellos mismos.
Sólo la necesidad crea dependencia. Cuando hay necesidad y dependencia está funcionando el yo y su egocentración. Cuando la egocentración está por medio, el amor del que hablan los maestros no puede darse.
Estas dos formas de desapego –desapego de sí mismo y desapego de los beneficios que se puedan obtener de nuestra relación con otros y, por tanto de los otros–, en realidad son una unidad porque son dos caras de una misma realidad.
Así resulta que el amor que arranca del silenciamiento de los propios intereses, provechos, sentidos de la vida, es el auténtico amor al otro o a lo otro. Ahí se busca realmente el interés del otro sin someterlo previamente al propio interés.
Sólo ese tipo de amor merece el nombre de amor. El amor silencioso, más allá de la dualidad, a causa del silenciamiento del ego, es el único amor. El amor desde la dualidad es el egoísmo propio de un ser simbiótico, sólo es egoísmo ampliado. Lo cual no es poca hazaña, si es verdadero, pero hay que ser conscientes de que es amor mediatizado, supeditado al campo de necesidades.
Por esta razón, sólo el amor que va acompañado del completo desapego revela la realidad de lo amado y se hace conocimiento, conocimiento –también- silencioso.