Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Conclusión
Fragmento del libro de Marià Corbí:
«Hacia una espiritualidad laica – Sin creencias, sin religiones, sin dioses»
Hemos ido a parar a una crisis radical de las religiones. En unos lugares se muestra más descarnadamente y en otros de forma más mitigada. Pero ya no se trata sólo de síntomas de crisis, en muchos lugares es un auténtico colapso.
Hemos ido a parar a esta situación no por maldad colectiva, ni por efecto de una gran degradación de las costumbres. No somos ahora peores ni más perversos que nuestros antepasados, que tenían religión sin crisis. Si la crisis de la religión se debiera a una degradación de las costumbres, el problema sería menor y , además, sería un consuelo para los que aman las viejas tradiciones religiosas, sus formas, sus rituales, sus organizaciones.
Atribuir la crisis de las religiones a la degradación de la cultura es una manera digna de huir del grave problema que se nos ha echado encima.
Si nuestras actuaciones son más dañinas que las de las generaciones que nos precedieron, tanto para la humanidad como para los animales, las plantas y para el planeta entero, no es tanto por causa de nuestra mayor maldad cuanto por el poder de nuestras ciencias y tecnologías. Si nuestros antepasados no hicieron el daño que hacemos nosotros fue porque sus medios tecnológicos eran más precarios, no porque fueran mejores.
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HACIA UNA ESPIRITUALIDAD LAICA
Marià Corbí
LA FUNCIÓN DEL CENTRO
Nuestros antepasados fueron tan poco sabios como nosotros, y nosotros somos de tan poca calidad y sabiduría como ellos. Ellos fueron unos depredadores inmisericordes, como lo somos nosotros, sólo que nuestros instrumentos de depredación son mucho mas poderosos.
No hemos ido a parar a donde estamos, con respecto a las religiones, por nuestra maldad, sino por la evolución de nuestra cultura. La evolución de nuestra cultura en los últimos quinientos años nos ha conducido poco a poco a donde estamos. No hemos pretendido conducir la cultura hasta aquí, ha sido la lógica de la cultura la que, paso a paso e implacablemente, nos ha conducido a donde estamos. Ha sido la evolución de nuestros conocimientos y de nuestras tecnologías la que ha modificado nuestras vidas lentamente, pero sin pausa, hasta llevarnos hasta las sociedades de innovación y cambio.
Son esos saberes, y las formas de vida que trajeron consigo, los que nos alejaron tanto de los sistemas de programación colectiva mediante narraciones sagradas, mitos, símbolos y rituales como de los sistemas de vida articulados sobre creencias colectivas. Y también son ellos los que nos han alejado de la religión.
Ya hace siglos que caminamos, sabiéndolo o sin saberlo, en esta dirección. Estamos donde estamos, y no hay remedio ni posible marcha atrás. Es, pues, inútil añorar lo que hemos perdido. Lo hemos perdido y tenemos que ser conscientes de que no lo volveremos a recuperar. Y es razonable pensar que aquellas regiones y lugares que todavía no han perdido las religiones, irremediablemente las perderán, si no tenemos la enorme desgracias de que se cree una grieta permanente entre los países desarrollados y los que pugnan por el desarrollo.
Tampoco ha sido nuestro refinamiento espiritual y humano el que nos ha conducido hasta aquí. También en esto somos como nuestros antepasados, ni más refinados, ni más sabios que ellos. Hemos crecido en saberes científicos y tecnológicos, pero en calidad humana y espiritualidad estamos como nuestros antepasados. Tampoco ahí hay que buscar la causa de nuestra situación. La causa de nuestra situación ha sido la evolución general de la cultura y sus consecuencias. En esa evolución, puede lamentarse el colapso de las viejas y venerables religiones, con sus bellezas, sus grandezas y sus miserias, como se lamenta la muerte de un padre o de una madre pero no tiene remedio y hay que aceptarlo. Recogeremos lo más noble de su herencia y seguiremos adelante.
Como dicen los viejos mitos agrarios, la vida tiene que pasar por la muerte,. La gran crisis de las religiones está alumbrando nueva vida, como una madre que muere al dar a luz.
Donde hemos ido a parar con el colapso de las religiones resulta ser un gran don para la humanidad. No es una calamidad, aunque para muchos lo pueda parecer e incluso lo sea, pero para la humanidad es un gran bien.
Hemos ido a parar, como el último tramo de un largo camino que seguirá adelante, a una espiritualidad sin ambigüedades, porque ya no debe programar a los colectivos, libre , sin sumisión a cuadros fijados de creencias, sin ortodoxias exclusivas y excluyentes; hemos ido a parar a una espiritualidad creativa y heredera de la rica y diversa tradición espiritual de toda la humanidad.
El cultivo de la espiritualidad, en estas nuevas condiciones, no será fácil, porque lo que no está sometido a patrones incuestionables y acreditados resulta difícil, por nuestra larga herencia regida pro patrones intocables.
Lo que se debe regir por la calidad, sin más criterio que la calidad misma, resulta arduo, sutil y difícil, para unos pobres vivientes como nosotros.
Hemos tenido el hábito de buscar y encontrar en la religión asideros sólidos para esta vida y para la otra. La nueva forma de cultivo de la espiritualidad nos deja sin ninguno de ellos. La espiritualidad no pretende ofrecer agarraderos, sino eliminarlos. Nosotros mismos tendremos que construirlos para nuestra vida cotidiana, con nuestros propios medios y con la calidad que , como personas y como colectivos, hayamos alcanzado.
Así resulta que el nuevo modo de cultivo de la espiritualidad es un don inapreciable y una necesidad de acuerdo a las nuevas condiciones culturales tan necesitadas de calidad.
En las sociedades preindustriales la calidad y la espiritualidad se expresaban en el programa mítico y simbólico que estructuraba el pensar, el sentir, la organización y el actuar de las gentes. A eso, en Occidente , le llamábamos religión. Se expresaban en esos programas y , al hacerlo, los garantizaban, los hacían sólidos porque los sacralizaban y, al hacerlo, los fijaban, los volvían resistentes al cambio y a las posibles alternativas.
nuestra situación es otra; para nosotros, la calidad y la espiritualidad tendrán que ser el humus desde donde nazcan y crezcan los postulados axiológicos que regirán nuestras vidas y los proyectos colectivos que conducirán todas nuestras creaciones científicas y tecnológicas.
Hablando a la vieja y venerable manera mitológica de nuestros antepasados, podríamos decir que hay que dar gracias a Dios por nuestra situación.
p. 343 346
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