Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
CUENTOS ZEN *
La taza de te
Nan-in, un maestro japonés de la era Meji recibió cierto día la visita de un erudito, profesor en la Universidad, que venía a informarse acerca del Zen.
Nan-in sirvió el té al visitante. Colmó hasta el borde la taza de su huésped, y entonces, en vez de detenerse, siguió vertiendo té sobre ella con toda naturalidad.
El erudito contemplaba absorto la escena, hasta que al fin no pudo contenerse más.
– Está ya llena hasta los topes, No siga, por favor.
– Como esta taza –dijo entonces Nan-in- estás tú lleno de tus propias opiniones y especulaciones, ¿Cómo podría enseñarte lo que es el Zen a menos que vacíes primero tu taza?
Las puertas del paraíso
Un soldado llamado Nobushige preguntó en cierta ocasión a Hakuin:
– ¿Hay verdaderamente un infierno y un paraíso?
– ¿Quién eres tú? –le interrogó Hakuin.
– Soy un samurai –replicó el guerrero.
– ¿Tú, un soldado? –exclamó Hakuin. ¿Qué gobernante te aceptaría en su guardia? Tu cara recuerda la de un pordiosero.
Nobushige se enfureció al oír esto de tal forma que llevó amenazadoramente su mano al mango de la espada. Pero Hakuin prosiguió:
– ¡Así que tienes una espada! Probablemente sea un arma demasiado burda para cortar mi cabeza. Nobushige sacó la espada de su funda. Hakuin dijo: ¡Aquí se abren las puertas del infierno!
Comprendiendo el sentido de las palabras del maestro, el samurai envainó la espada e hizo una reverencia.
– ¡Aquí se abren las puertas del paraíso!, concluyó Hakuín.
Parábola
Un hombre que paseaba por un campo se encontró con un tigre.
Dio media vuelta y huyó con el tigre pisándole los talones. Al llegar a un precipicio, se agarró a la raíz de una vieja parra y se dejó colgar sobre el abismo. El tigre lo olfateaba desde arriba. Estremeciéndose, el hombre miró hacia el fondo del precipicio, en donde otro tigre esperaba ávido su caída para devorarlo. Sólo la parra lo sostenía.
Dos ratones empezaron entonces a roer la raíz. A su lado, el hombre vio una fresa silvestre de aspecto suculento. Aferrándose a la parra con una mano, pudo alcanzar la fresa con la otra. ¡Qué deliciosa estaba!
Viejo cubo
La monja Chiyono traía agua del pozo en un viejo cubo atado con hojas de bambú. Éstas se rompieron y la base del cubo se desprendió, derramándose toda el agua al exterior. En ese instante, Chiyono se liberó. Escribió este poema:
Día tras día traté de salvar el viejo cubo
pues las tiras de bambú se debilitaban
y amenazaban con romperse.
Hasta que al fin la base cedió.
¡No hay ya agua en el cubo!
¡No hay ya luna en el agua!
Aprendiendo a callarse
Cuatro estudiantes se prometieron el uno al otro observar siete días de absoluto silencio.
Durante el primer día, todos permanecieron callados. Su meditación había empezado con buen pie. Pero al caer la noche, como fuera que la luz de las lámparas de aceite habían empezado a palidecer, uno de los estudiantes no pudo evitar decir a un sirviente:
– Recarga esas lámparas.
Un segundo estudiante se quedó estupefacto al oír hablar al primero.
– Se suponía que no íbamos a decir una palabra –observó.
– Sois los dos unos estúpidos. ¿Por qué habéis hablado? –preguntó el tercero.
– Yo soy el único que no digo nada –concluyó el cuarto estudiante.
Temperamento
Un estudiante se quejaba en cierta ocasión ante Bankei:
– Maestro, tengo muy mal temperamento. ¿Cómo podría controlarlo?
– Tienes algo muy raro –replicó Bankei. Déjame verlo.
– No puedo enseñarlo en este momento –dijo el otro.
– ¿Cuándo podrás hacerlo? –preguntó Bankei.
– Surge de improviso –contestó el estudiante.
– Entonces –concluyó el maestro- no debe ser tu propia naturaleza. Si lo fuera, podrías enseñármelo cuando quieras. No lo llevabas contigo cuando naciste, y tus padres no te lo dieron. Piensa en ello.
* Fuente: Carne de zen, huesos de zen: historias, leyendas y cuentos zen. Valencia, Ahimsa, 2000.