Francesc Torradeflot Las joyas de las sabias y sabios son como las ramas del nido de los pájaros, imprescindibles cobijos para poder aprender después a volar libres y a disfrutar del aire fresco y de la vida en plenitud. La sabiduría es el regazo tierno y maternal cuidado que vivifica. Es necesaria pero no suficiente, es un hogar y un solaz, pero después hay que volar. Es un placer para mí poder compartir esta muestra del tesoro de humanidad que la vida nos ha regalado...
De la inteligencia parcial a la inteligencia universal
Cuando el que entiende es el yo, la inteligencia es parcial porque la inteligencia del yo es como su mundo: un mundo curvado por la fuerza gravitatoria de la egocentración.
El yo es un selector, un filtro que no permite que llegue a la mente más que lo que directa o indirectamente, inmediata o mediatamente tiene que ver con él.
Así, mientras el yo mantenga el control de la comprensión, ésta será parcial.
Dicen los maestros que hay que abandonar ese modo de comprensión arrebatando el control al yo.
Cuando la egocentración pierde el control del conocer, la mente puede caminar libre y sin filtros, interesándose por todo.
La comprensión que entonces mana, no nace de la fuente del yo y puede, por ello, reconocer la verdadera naturaleza de su lejano y profundo origen. Entonces se reconoce como luz y comprensión universal, de nadie, del cosmos, de lo que es.
El camino a recorrer, que es el camino del silencio del yo, es el de la lucidez sin filtros, sin la curvatura de las exigencias exclusivas del yo, es el camino de la universalidad impersonal.
Cuando se calla el ego, que es callar los recuerdos y es callar los proyectos, ahí está el “testigo” advirtiendo que la belleza, la inmensidad, la complejidad, la sabiduría y la mente lo invaden todo.
El testigo comprende de inmediato que no hay sujetos ni objetos, que sólo hay “eso no-dual” que yo también soy.
Cuando el testigo que hay en mí, que yo soy, despierta y advierte, el “sentir” se queda quieto y extrañado.
Ese extrañamiento es una conmoción peculiar, no es como las conmociones a las que el sentir está acostumbrado. El seísmo que provoca el testigo no puede medirse por la escala habitual. Cuando se han callado los temblores de la escala habitual, la conmoción que provoca el testigo es perceptible, pero más como un aquietamiento que como una sacudida. Es una conmoción que se resuelve en un aquietamiento poderoso. Ese aquietamiento no está ordenado a la acción.
La conmoción del testigo,
calla y aquieta el bosque.
El bosque quedo y alerta,
es transparente y vacío.
Ahí está la presencia.
¿Presencia de qué?
¡Ah, quién lo sabe!
Misterio del existir,
Claro, directo, patente.
El testigo está en mí,
no es otro, soy yo mismo.
Cuando él se me muestra,
el yo se queda quieto,
vacío y transparente
como los seres del bosque.
La transparencia del bosque,
es vacío traslúcido,
la luz y el fuego que alumbra
el cuenco hondo de la especie,
y la lámpara del cosmos.
¿Cómo acceder al testigo y adentrarse en él? Sólo el testigo lleva al testigo. Los esfuerzos, las acciones y los métodos del yo están enclaustrados en él y son incapaces de escapar a su giro egocentrado.
Para ser conducido al testigo interior y exterior debo ser guiado al silencio completo, totalmente lúcido y pacífico.
¿Qué puedo hacer yo en ese camino? Los maestros dicen que hemos de emplear el máximo esfuerzo, interés e intensidad en los procedimientos y métodos de silenciamiento.
A pesar de esta recomendación de los maestros, el ego que se esfuerza por silenciarse, es incapaz de causar en sí mismo el gran silencio que conduce al testigo. Los métodos de silenciamiento que usa el ego son charlas y acciones del ego.
¿Cómo, pues, las charlas del ego van a producir el silencio?
¿Cómo las acciones del ego van a causar la “no-acción” del testigo?
Sin embargo, las enseñanzas de los maestros insisten en que sólo cuando se está agotado de fatiga por el esfuerzo, puede presentarse el silencio; sólo cuando todo el cuerpo transpira por la intensidad del trabajo realizado, el silencio llega.
Al testigo, dicen los grandes, sólo se le encuentra empapado de sudor.
Hay que procurar, por todos los medios posibles, que no haya ruidos ni charlas en el bosque para así poder ver y sentir con claridad e intensidad.
Pero el bosque no calla por completo hasta que el testigo aparece. Sólo cuando él se presenta en el bosque, todos los seres retienen el aliento. Hasta las hojas de los árboles quedan inmóviles cuando él se presenta.
No puedo conseguir ese silencio del bosque con mi esfuerzo, pero tengo que lograr, por todos los medios, que no haya ruidos en el bosque porque, dicen los maestros, y confirma la experiencia, que mientras haya ruidos y charlas en el bosque el testigo no se presentará para imponer el gran silencio.
Todos los métodos de silenciamiento son sólo procedimientos para intentar excluir los barullos en el bosque que podrían impedir la eclosión del silencio que el testigo provoca con su aparición.
Todos los métodos son sólo intentos.
Hay que estar dispuesto a pasarse la vida en el intento, viviendo únicamente en un bosque pacífico, sin ruidos pero sin poder llegar al gran silencio.
Cuando en el bosque aparece el testigo y se crea el gran silencio, el bosque se transforma.
Cuando él se presenta, se comprende que con su aparición no se ha concluido la tarea, sino que se abre la inmensidad inacabable de un camino a recorrer sin fin.
Cuando el bosque detiene el aliento, maravillado por el paso del testigo, se transmuta en una invitación a recorrerlo y explorarlo.