(Reflexiones compartidas en tono de “comunicación”; no es “ponencia”...) Por tercer año consecutivo impartimos, Queralt Prat y yo misma, un curso en Esade Business School relacionado con el desarrollo de la calidad humana. Una experiencia de la que hemos recibido lecciones valiosas, tanto por la reacción de los alumnos, como desde el desarrollo de las actividades y de los resultados obtenidos; algo que querríamos compartir pues puede aportar datos a la reflexión que se lleva a cabo en este Encuentro, sobre la construcción y transmisión de lo axiológico. En este momento estamos embarcadas en la cuarta edición de la asignatura Creatividad e innovación: capacidades para el liderazgo, que se desarrolla durante treinta horas, en diez semanas (una clase semanal de 3 h.), y a la que han asistido un promedio de 20 estudiantes por grupo, aproximadamente. Se trata de una asignatura de libre elección que se ofrece a los distintos cursos. Dibujo el escenario pues las reflexiones nacen, en gran parte, de valorar la reacción de estos alumnos.
EL CULTIVO DE LA CUALIDAD HUMANA PROFUNDA EN LAS NUEVAS SOCIEDADES INDUSTRIALES
Marià Corbí es doctor en Filosofía, licenciado en Teología, epistemólogo, ha sido profesor de ESADE Business School, director del CETR
IX Encuentro internacional 2013
Cualidad humana y cualidad humana profunda
Entendemos por “cualidad humana” la capacidad de interesarse seriamente por las realidades; para lo cual es preciso cultivar la capacidad de distanciarse de sí mismo, de sus deseos, temores, expectativas y recuerdos; y la capacidad de silenciar nuestro sistema de interpretar, valorar y actuar con respecto a todo lo que nos rodea y con respecto a nosotros mismos.
Entendemos por “cualidad humana profunda” la capacidad de interesarse por todo lo real incondicionalmente, (I) eso supone un distanciamiento tan completo de sí mismo y de todos sus deseos y expectativas, como si estuviéramos muertos (D). Para hacerse capaz de ese distanciamiento tan radical hay que silenciar por completo (S) todos nuestros patrones y hábitos del pensar, del sentir y del actuar; un silencio interior como muertos antes de morir.
Esta actitud que es unitaria, aunque sea analizable en un triple aspecto. Pretende hacerse capaz de volver todo nuestro interés de mente, corazón y acción a todo lo que nos rodea, con lucidez y calor pleno, pero como muertos a nosotros mismos. Los muertos no tienen deseos, ni temores, ni recuerdos, ni expectativas; no buscan nada, ni pueden esperar nada para sí mismos. Tampoco se adhieren a ningún sistema de interpretación o de valoración; están en blanco, vacíos.
La cualidad humana profunda, en una sociedad de conocimiento y cambio en todos los niveles de los colectivos y de los individuos, requiere de un interés que se convierta en una actitud indagadora (I), siempre en comunicación con los sabios del pasado y con los compañeros de aventura (C), y de una actitud de servicio total y sin reservas a humanos y al medio, con todo lo que contiene (S).
El interés puede ejercitarse, y así se ha hecho, sometidos a la revelación, a los maestros, a la tradición, a las jerarquías; la indagación, por el contrario, tiene que hacerse libre. Lo mismo cabe decir de la comunicación que podría también ser en el seno de la jerarquía y la sumisión, en su contexto cultural, pero que ahora deberá ser comunicación libre respecto al pasado y al presente.
Fruto de la primera tríada (IDS) es la vivencia de la unidad, de la no dualidad; eso arrastra incondicionalmente al amor y al servicio. La unidad es amor y el amor es servicio sin condicionamientos del ego, servicio gratuito y total.
Fruto de la segunda tríada (ICS) es también la consecución de la unidad desde la indagación libre y, desde ella, de la no dualidad, que lleva al servicio, más explícito, si cabe, que en la primera tríada; no porque la primera tríada sea insuficiente, sino porque el proyecto axiológico colectivo de las sociedades de conocimiento también lo exige.
Cualidad humana profunda es lucidez y calor completo, pero muertos antes de morir, vacíos por completo, con un interés sin los condicionamientos que pone el ego, sus quereres y patrones; es indagación constate con mente y sensibilidad, en continua y confiada comunicación y en servicio sin condiciones.
La cualidad humana se requiere para toda actividad importante, para el arte, para la ciencia, para una buena gestión, para las relaciones humanas y, por supuesto para lo que nuestros antepasados, con una antropología de cuerpo y espíritu, llamaron espiritualidad.
Vivimos ya en unas sociedades globalizadas y dotadas de unas ciencias y tecnologías potentísimas, que crecen aceleradamente por retroalimentación mutua, que son capaces de alterar grave y continuamente no sólo las condiciones de vida de los colectivos y sociedades humanas, sino también de extinguir especies vivientes, de alterar amenazadoramente la habitabilidad del planeta, de manipular la vida y las comunicaciones interhumanas.
En una forma u otra estamos viviendo ya en ese tipo de sociedades. Para ellas la necesidad de cualidad humana (CH) y cualidad humana profunda (CHP) ya no es una cuestión optativa, es una cuestión de pura supervivencia de nuestra especie y de la vida en general; ya no es una cuestión gratuita o propia de gentes apartadas del mundo, es un asunto en el que, a corto plazo, nos jugando la supervivencia de la vida en la tierra.
Hay, pues, que esforzarse para encontrar procedimiento y estrategias para que el cultivo de la CHP llegue a todo el mundo y para que todas las sociedades la consideren como lo que es, una cuestión grave de supervivencia. Hay que elaborar maneras de cultivo colectivo, como en el pasado lo lograron las religiones, pero sin ellas.
Presentar la posibilidad del cultivo de la CHP, a las nuevas sociedades, sin sumisiones y como una indagación libre, es un gran servicio para las gentes que ya no pueden creer, o que tienen serias dificultades para hacerlo, pero que desearían poder cultivar esa dimensión de nuestra condición humana. Sería posiblemente el mayor servicio que se podría hacer a la humanidad y a la vida en el planeta. Incluso a los que todavía son creyentes, les ensancharía el corazón.
Es preciso hacer ese trabajo con urgencia para posibilitar y para liberar.
Por otra parte, todos los sabios de todas las tradiciones que hablan de la dimensión absoluta (DA) de lo real y de su cultivo, afirman insistentemente, sin excepción y de mil maneras, que sin interés operativo e incondicional por las sociedades humanas, por cada hombre y por todo lo viviente, no hay posibilidad alguna de salir de la egocentración y de la modelación de todo a la medida de nuestras necesidades y, por tanto, no hay posibilidad de adquirir la CHP.
Vienen a advertir que si no hay interés, amor y servicio incondicional a todas las criaturas, todo lo que se haga por adquirir el interés total, el distanciamiento y el silenciamiento, la indagación, la comunicación y el servicio, desagua por el boquete que abre en las mentes y en los sentires el actuar para sí mismos, aunque sea parcialmente.
Habrá que construir procedimientos que conduzcan al cultivo de la CH a todos y cada uno de los colectivos, porque ese cultivo se ha convertido en condición sine que non de supervivencia. Y habrá que construir modos de cultivo de la CHP para conseguir un número crítico de individuos y colectivos que la posean para impedir la decadencia de la CH de los grupos y para mostrar y hacer patente a todos la indisoluble unión de los proyectos axiológicos colectivos con su base imprescindible de CHP.
El cultivo explícito de las dos dimensiones de nuestro acceso a lo real es la única garantía para el mantenimiento de nuestra condición humana y de la flexibilidad de nuestra condición, cuando más la necesitamos en las sociedades de tránsito.
Resulta evidente que la CH y la CHP son una cuestión de vida o muerte para las nuevas sociedades. Pero surge la pregunta ¿es posible la CHP sin creencias, religiones, ni dioses?
La asimilación de la enseñanza de los grandes maestros del pasado, la lectura de los grandes textos de las tradiciones religiosas y espirituales de nuestros mayores ¿puede hacerse de esa manera sin pérdida alguna del gran legado de los sabios?
¿Es conveniente o incluso es necesario hacer ese proceso?
Si se estudian a fondo y con espíritu libre las tradiciones, se comprende con facilidad que constan de dos elementos importantes: el procedimiento central de cultivo de la DA que conduce a la CHP y las formas en las que se expresa y vive ese cultivo. Intentando poner nombre a esos dos elementos diríamos que el núcleo central de las tradiciones es el cultivo intensivo y radical del Interés, el Desapego y el Silencio (IDS) en el seno de una Indagación constante, en Comunicación y comunión y en un Servicio incondicional a todas las criaturas (ICS). El modo de expresarse y vivirse ese núcleo central se hace a través de los mitos, símbolos y rituales que construyen los proyectos axiológicos colectivos de las sociedades preindustriales, o a través de aparatos conceptuales orientales, construidos con esa intención y sin pretensión descriptiva.
En nuestras sociedades de tránsito continuo globalizadas, los mitos, los símbolos y las narraciones se han de conservar, usar y venerar, pero leídas y vividas sin epistemología mítica, es decir, no como descripciones fidedignas de lo real, sino como un hablar simbólico, metafórico de lo que no se puede nombrar.
Desde esa perspectiva buscamos en las tradiciones el valor de sus expresiones, sean simbólicas o conceptuales, para ayudarnos a intuir de que se trata cuando se habla de la DA y de las consecuencias que se siguen del don de esa dimensión para nuestra mente, nuestro sentir y nuestra acción.
En este escrito nos centraremos en recoger los métodos, estrategias y tácticas que aconsejan los sabios para el cultivo de la CHP, la espiritualidad de nuestros mayores, dejando a un lado, en nuestra investigación, los modos de expresar y vivir todos esos procedimientos que ya hemos estudiado en otros escritos.
¿Por qué adoptamos esta estrategia?
Porque para promover el cultivo de la CHP, en sociedades sin creencias sólidas, sin religiones seriamente practicadas y sin dioses que resulten realmente operativos en las vidas de individuos y colectivos, los símbolos y narraciones de las tradiciones religiosas tienen todavía, paradójicamente, excesivas cargas de creencias. Hay gran dificultad para leerlas como meros sistemas expresivos, semejantes a poemas.
Habrá que abrir brecha, primero, a través de los procedimientos que proponen los sabios de todas las tradiciones que en sí no precisan de creencias, religiones ni dioses. Ese es el alma, de hecho, de la propuesta de CHP de todos los sabios; los mitos y narraciones sólo apuntan a dónde hay que aspirar; si conseguimos poner entre paréntesis el papel que tenían, a la vez, de proponer programas axiológicos colectivos en las culturas preindustriales.
Desde la perspectiva de las sociedades industriales de conocimiento, no nos queda más remedio que considerar lo que dijeron los dioses, enviados, profetas, místicos e iluminados, como enseñanzas de los sabios de toda la historia de la humanidad. No tenemos otra opción desde la no-creencia y la no-religión.
Las propuestas, procedimientos, métodos y técnicas que proponen los sabios se orientan a despertar el máximo interés por toda la realidad, tal como se presenta y no como juzgamos que debiera ser, de forma que se desconecte y silencie la modelación que hacemos de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos desde nuestras necesidades y deseos de vivientes, tanto de las colectivas como de las individuales.
La esencia del procedimiento es simple en su formulación, aunque difícil, por sutil y huidizo, en su realización.
El cultivo de la CHP resulta ser una garantía para que los individuos y colectivos tengan, por lo menos, CH en sus relaciones mutuas y con el medio. Consiguientemente hay que proporcionar a los individuos y colectivos medios claros, accesibles y practicables de cultivo de la CHP para que se ejerciten en el acceso a la DA, por lo menos hasta que alcancen la CH.
¿Cómo fomentar en la sociedad de tránsito algún grado de cultivo de la DA?
Para la mayoría de la población de las nuevas sociedades y para la corriente central de la cultura, no podrá hacerse desde los mitos, símbolos, ritos y narraciones religiosas, ni desde los sistemas de creencias que les acompañan. Habrá que buscar un modo adecuado a las líneas centrales de la cultura propia de las sociedades de conocimiento y cambio globalizadas y a sus gentes.
Ese modo adecuado nos lo proporciona, sin duda alguna, el fondo de la enseñanza de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad, si no ponemos en primer plano la modalidad con la que lo proponen, siempre según sus circunstancias de supervivencia y culturales. Los sabios de las tradiciones, si los sabemos leer, nos dan el trabajo hecho.
No podemos fundamentar en creencias el cultivo de esa dimensión, porque los miembros y los grupos de esas sociedades no pueden creer; habrá que fundamentar su cultivo racionalmente y, desde esa fundamentación, heredar todas las enseñanzas y procedimientos creados, elaborados y verificados por todos los sabios de la historia de la humanidad que hablan de esta temática. Para dar con esos procedimientos hay que estudiar el legado de las tradiciones religiosas y espirituales del largo período preindustrial. Acudir a ellos es lo racional. Desechar lo que dicen, porque hablan desde las religiones, es confundir su manera mortal de expresarse y vivir la CHP en sus condiciones culturales, con el fondo inmortal de lo que enseñan.
Hay que aprender a distinguir con toda claridad la expresión de la DA desde mitos, símbolos, narraciones y rituales, -que son sólo formas culturales de apuntar a esa dimensión-, del fondo de lo que enseñan. Ese fondo puede heredarse, sin dificultad alguna, cuando ya no resuenen en esos sistemas de expresión, los cuadros de creencias y sumisiones a los que estuvieron ligados, por la epistemología mítica, durante milenios.
Si aprendemos a tomar los mitos, símbolos, narraciones y rituales como meros apuntamientos a la DA a la que hay que reconocer y despertar, lo que queda en las tradiciones son los procedimientos de cultivo de esa dimensión.
Si se hace precisión de las formas en que esos procedimientos se expresan, las enseñanzas de todas las religiones y de las tradiciones orientales son rigurosamente coincidentes en su fondo. Unas insisten en unos aspectos más que en otros, pero todas insisten en los seis propósitos de sus métodos, que podemos expresar en las siglas IDS e ICS, es decir, interés (I) sin condiciones por todo lo real, lo cual implica distanciamiento (D) y silenciamiento (S) del yo y de la modelación que de todo se hace desde ahí, para poder realiza una indagación (I) con todo el ser, en comunicación (C) como comunión, y en servicio (S) incondicional de unos a otros y al medio.
Partimos de una antropología que ya no sostiene que el hombre sea un compuesto de cuerpo y espíritu, ni tampoco de la que defiende que somos animales racionales, ni siquiera del supuesto que somos animales que hablan, porque eso no sería partir de datos sino de creencias y supuestos propios de sociedades estáticas. Partimos de nuestra condición de animales hablantes, porque el habla nos constituye en nuestro modo peculiar de ser animales. Esos son datos y no supuestos.
Somos animales dotados genéticamente de la capacidad de autoprogramarnos, por consiguiente, los únicos animales flexibles en nuestra relación con el medio. Gracias a nuestra competencia lingüística podemos cambiar, incluso radicalmente, nuestra forma de sobrevivir en el medio. Sin esa autoprogramación hablando entre nosotros, no somos animales viables. Somos, pues, animales estructuralmente culturales, y nuestras culturas son formas orientadas prioritariamente a nuestra viabilidad como vivientes.
Esa condición nuestra de animales hablantes, animales constituidos en nuestro ser de vivientes por el habla, nos proporciona un acceso a lo real y a nosotros mismos bifurcado en una doble dimensión: una relativa a nuestras necesidades, como las restantes especies vivientes, y otra absoluta, en el sentido de no relativa a nuestras necesidades. Esa doble dimensión es el fundamento de nuestra flexibilidad como especia y es la base de la maravilla de nuestro acceso a “eso de ahí”, no modelado por nuestra necesidad.
Hemos de partir, también, de una epistemología no mítica, porque la mítica pretendía que nuestros mitos, símbolos, narraciones y rituales describían la realidad tal cual es. Esa epistemología es insostenible en unas sociedades de conocimiento y cambio continuo globalizadas.
Desde este doble fundamento, la nueva antropología y una epistemología no mítica, vamos a ver brevemente lo que dicen las tradiciones religiosas y las grandes tradiciones espirituales sobre cómo cultivar, mantener e intensificar nuestro acceso a la dimensión absoluta, gratuita, a “eso de ahí”, más allá de nuestras modelaciones.
Insistimos, la cuestión del cultivo de la CH y, en su medida, de la CHP, es un asunto urgente para sociedades en las que todo está en tránsito: tránsito de sociedades preindustriales a industriales y tránsito de sociedades industriales a sociedades de conocimiento. Todos los países de la tierra están sumidos en estos tránsitos.
Veamos brevemente lo que dicen las tradiciones del cultivo de IDS e ICS, prescindiendo del aparato mítico en el que las religiones se expresan y siendo libres respecto al procedimiento conceptual en el que se expresan las tradiciones orientales.
En mi estudio he escogido diez grandes textos: los cuatro Evangelios, la Carta a los romanos de Pablo, el Corán, dos grandes y fundamentales Upanishad y dos Sutras budistas básicos. Investigamos en ellos el procedimiento fundamental de tránsito de un proyecto de vida basado en la egocentración a otro centrado en el silenciamiento de la egocentración y en la gratuidad. Recogeremos lo que dicen estos textos fundamentales en lo referente a IDS y a ICS, prescindiendo de sus representaciones mítico-simbólicas, de sus sistemas de creencias, e incluso de sus aparatos conceptuales.
Sus sentencias son fruto de un intenso trabajo de interés e indagación y son, en el mismo sentido, don. En lo que dicen no hay nada que creer ni nada a lo que someterse, hay sólo el testimonio de un supremo interés e indagación y de su resultado; y hay una exhortación a recorrer y proseguir esa misma indagación y verificación.
No vemos en la tradición una llamada a la sumisión, sino a la transmisión de la antorcha de una profunda investigación y una honda sabiduría, para que, tomando el relevo, la prosigamos y la pasemos, de forma adecuada y conveniente, a las nuevas generaciones.
Queremos reunir lo principal que dicen los maestros, partiendo de nuestro doble acceso a lo real, como consejos y orientaciones para el cultivo de la dimensión absoluta de ese nuestro acceso doble. No haremos un cosido de citas, recogeremos sólo su espíritu. Las citas podrán verse en mi libro. [1]
La verdadera fidelidad a la tradición no es la sumisión y la repetición, sino la renovación por la recreación. Con este espíritu nos proponemos recoger sus enseñanzas en su pura desnudez.
En verdad, mente, sentir y actuación son tres aspectos de una misma realidad. El interés totalitario de uno de esos aspectos arrastra y supone a los otros dos. En ese sentido el “interés sin condiciones” por algo o alguien, supone “la entrega sin condiciones del sentir” y “la actuación incondicional”.
Nuestro acceso a lo real se escinde o se bifurca en una doble dimensión, la relativa y la absoluta. Sin embargo, esa bifurcación no es jamás separación. Eso significa que cada realidad, cosa o persona de nuestra vida cotidiana, que siempre se desenvuelve en la dimensión relativa, tiene en su seno la dimensión absoluta.
Es dato de nuestra experiencia, que la fuente de lo real no es la cara que nos presenta en relación a nuestra naturaleza necesitada, su dimensión relativa; que la fuente de lo real es esa extraña dimensión de lo real que está ahí, y que en su ser, no es relativa a nosotros y en ese sentido podemos llamarle absoluta.
Desde esa experiencia y esa consideración, toda realidad tiene en su seno su fuente, que es la fuente de toda realidad. La dimensión absoluta es la realidad y el ser de toda realidad relativa. No hay dualidad entre esas dos dimensiones.
Podemos decir que toda forma pertenece al ámbito de lo relativo y que, por el contrario, la dimensión de lo absoluto escapa a toda modelación, es sin forma, aunque presente en las formas como su joya, como su verdadera faz, como su fuente.
Lo que no tiene forma, ni tiene origen, no tiene destrucción posible.
El fundamento de esa sabiduría heredada no sería ya un sistema de creencias. El resultado forma parte del saber general sobre todos los fenómenos axiológicos humanos.
No pretendemos hacer una síncresis o concordancia de tradiciones, sino una lectura de todas ellas desde la vivencia de las sociedades ya globalizadas en las que las tradiciones han dejado de oponerse y tienen que convivir en igualdad. Todas ellas hablan, sin lugar a dudas, de la dimensión absoluta de nuestro acceso a lo real.
El interés
Todas nuestras realidades están modeladas por nuestra necesidad, individual y colectiva y tienen en su seno la dimensión no relativa a nosotros, en la que se apoya la modelación como sobre un trasfondo. Ese trasfondo de toda realidad es su tesoro, la perla que tiene en su seno. La vivimos como escondida, porque tendemos a dar únicamente por real lo que tiene que ver con nuestras necesidades.
Nos parece una perla escondida porque pasamos por encima de ella sin reconocerla, pero no está escondida, sino patente y manifiesta en todo. Ese tesoro es lo único real y patente; lo que damos por real es sólo una representación en nuestra mente y a nuestra medida.
Si la joya es ‘lo real de lo real’, todo lo que nos llama desde cualquier realidad, es la llamada de la joya, aunque no la reconozcamos. Su llamada al interés sin condición alguna, clama desde toda criatura, aunque sea humilde e incluso enemiga.
La llamada es al “reconocimiento”, porque es llamada a re-conocer lo que ya se conocía, aunque de una forma oscura. Todo manifiesta esa dimensión. Ningún nombre nombra nada que no sea esa dimensión absoluta.
Hay que discriminar con claridad esa joya, porque ni las conjeturas, ni los supuestos, ni las creencias, sirven para nada; lo único que cuenta es el reconocimiento.
El interés por la DA ha de ser con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas. Ese interés sin condiciones por la DA lleva a amarlo todo como a sí mismo. Si la DA es ‘lo real de lo real’, no hay dualidad alguna entre uno mismo y las restantes seres que damos por realidades.
Si activas tu mente y corazón en las formas, vivirás en el engaño de tomar representaciones por realidades; si la activas sobre lo que no tiene forma, será la luz.
Lee los grandes textos de sabiduría porque te mostrarán el camino a la joya y podrás ver la faz de Eso único. Las palabras de los sabios son como una semilla que, sin sentirlo, se convierte en un gran árbol capaz de dar cobijo a muchas gentes.
Quien intuye la DA, que es la cualidad humana profunda (CHP), verá que se le impone por sí misma, con autoridad. Alcanzar a ver y vivir en esa joya no es cosa de preceptos humanos. Nada relativo tiene una conexión necesaria con Eso absoluto.
Uno no puede estar entregado sin condiciones a la DA con la mente, si no lo está también con el sentir; y no podrá volcar con toda radicalidad la mente y el sentir a esa dimensión, si el ego pone condiciones a la actuación. El interés ha de ser sin ambigüedades ni hipocresías, sin dobleces, con la simplicidad de un niño.
Vigila dónde pones tu interés, porque donde lo pongas, estará tu corazón. Vigila pacientemente, porque el interés fructifica en interés y la desidia en desidia.
Quien se aproxima a esa joya, el brillo de la joya le guía; el que no atina a reconocerla, se extravía. Confía en Eso único y no desesperes, porque Eso único es tu realidad y es lo que actúa. ¿Qué otra cosa hay en ti que pueda actuar que no sea Eso?
Quien llega a conocer Eso único, tendrá la paz porque en él no hay enfrentamientos. Sin enfrentamientos no habrá dualidad; sabrá de la no-muerte.
No importa el nombre que des a esa DA; los nombres no son lo importante, si comprendes que todos ellos no sirven más que para apuntarla; no pueden describirla.
Interésate por la DA arriesgando tu vida si es necesario, sin temer ni a la muerte. Si lo haces, todo lo demás se te dará por añadidura. Hazlo pero sin rigideces morales.
A quien se le concede el don de ese reconocimiento, se le computará como justicia, porque ese don, que es también intento intenso, le alejará de las perspectivas egocéntricas y depredadoras de la individualidad.
El intento por conseguir el interés sin condiciones por ese tesoro es la tarea de toda la vida porque no tiene fin. Frente a esa tarea ninguna otra merece ese nombre.
En todo este trabajo hay que tener la sensatez de dar a la cotidianidad, regida por la necesidad, lo que le es propio; y a la DA, que es la gratuidad, lo que le es propio.
No podemos caer en la ensoñación de que la búsqueda nos librará de nuestra condición de seres que para vivir han de depredar, individual y colectivamente.
La indagación
La diferencia entre “interés” e “indagación” es de acento. En la indagación el camino a la cualidad humana se concibe como una investigación que es como un braceo de todas nuestras facultades para salir a flote por encima de la ignorancia que crea la modelación de todo lo real a la medida de nuestra necesidad de vivientes.
En este apartado recogeremos, primero, las afirmaciones de los sabios con relación a la indagación misma de la DA y, segundo, reuniremos lo que dicen los textos sobre la indagación de la persona del sabio.
El sabio, en su persona, palabras y obras, es la presencia y patencia de la DA, hecha accesible a los humanos. Indagar al sabio es indagar la DA. El sabio es el camino, la verdad y la vida; es la puerta de entrada a esa dimensión. En él, lo innombrable se muestra como nombrable, lo invisible como visible. En él, eso sin tiempo ni espacio, se presenta en el tiempo y en el espacio y se hace tangible y audible.
Tanto la DA, como el maestro, lugar de manifestación plena de la DA, pueden indagarse con mitos, símbolos y creencias o sin ellas. Intentaremos expresar esa sabiduría de los grandes en un lenguaje lo más apropiado posible a unas condiciones culturales no creyentes, sin religiones y sin dioses.
Tenemos noticia, más allá de todas nuestras posibilidades de modelación, de que esa dimensión está presente e inmediata en todos los seres. Resulta, pues, para nosotros una dimensión sin forma, vacía de todas nuestras acotaciones y modelaciones.
Nuestras acotaciones, nuestras objetivaciones, nuestros límites añadidos a esa DA sólo tienen realidad en nuestras mentes de vivientes; no son nada añadido a esa DA.
La DA es el fundamento de nuestra flexibilidad para hacer cambios en nuestros modos de vida; cambios equivalentes a los cambios de especie en otros vivientes. Esa noticia, más o menos oscura e inconsciente en la mayoría de los casos, es la condición sine qua non de toda nuestra peculiar estructura antropológica.
Para unos vivientes como nosotros, la DA es lo sutil de lo sutil, no porque ella lo sea en sí, sino por lo huidiza, inabarcable, indelimitable e innombrable que nos resulta.
Todo lo que damos por real es ese elemento sutil; esa es la realidad de todo; esa es mi propia realidad.
Los sabios utilizan varias imágenes para intentar hacer comprensible esta forma de ser de lo real. Como los ríos nacen del mar y retornan a él, sin que en su retorno al mar puedan marcarse diferencias entre las aguas de un río y las de otro, así toda realidad procede de esa DA y retorna a ella, sin que puedan marcarse diferencias entre las realidades. Aunque en verdad ni las realidades salen de la DA ni retornan a ella, porque la realidad de todo es sólo y únicamente esa sutilidad sin nombre.
A la sal disuelta en el agua del mar no se la ve, pero todo el mar tiene ese sabor; así, aunque a la DA no se la ve, podemos encontrar su sabor en toda realidad.
Si la DA es la realidad de toda realidad, ella es la que ve, la que oye, la que piensa y la que conoce. Nadie diferente de Eso ve, oye, piensa o conoce. Eso es el ser de todo, en todo se le ve, pero Eso no es un ser entre los seres que pueda ser visto como se ven a los otros seres. Hay que aprender a ver, lo que para nuestros criterios cotidianos del ver resulta invisible, pero que, si se aprende a ver lo sutil, es patente, manifiesto e inmediato a nuestra visión.
Para quien llega a comprender, no se ve otra cosa, no se oye otra cosa, no se conoce ni se siente otra cosa. Donde quiera que uno se gire no se verá otra cosa que esa plenitud. Quien ve otra cosa que lo pleno, abre las puertas a la muerte.
En esa plenitud que lo invade todo, porque es todo, no hay diversidad. Quien ve diversidad va de muerte en muerte, porque todo se le morirá en las manos. Quien ve algo, fuera de esa plenitud, vea lo que vea, eso que ve le abandonará, sea objeto de deseo, ansia de poder, aprecio, sea de dignidad, de seres, de mundos e incluso de dioses.
Todo lo que se tenga como distinto de Eso, perecerá y abandonará a quien lo creyó como un ser. Todo lo que se tiene por una realidad distinta de la DA conduce de la mano a la inquietud, al sufrimiento, y en definitiva a la muerte.
Eso absoluto es patente, pero informe; vacío, pero no vacuo; constante en el tiempo, pero sin tiempo.
No hay extinción porque si la DA es el ser de todo ¿qué podría extinguirse? Los que lo ven, despiertan a su propio ser. Despertando a su propio ser, que es la DA, escapan a la muerte y al sufrimiento.
Las nociones de objetos y sujetos son construcciones necesarias, errores necesarios de nuestra mente y nuestro sentir para poder vivir como seres necesitados. Dicen los maestros que quien mantiene que hay sujetos y objetos, es una persona corriente; y quien se ha liberado esos supuestos necesarios, ese es sabio.
Liberarse de esos supuestos necesarios, no es dejarlos de usar. Si los pudiéramos dejar de usar ya no serían supuestos necesarios. Los sabios nos enseñan que hay que tenerlos, pero sólo como supuestos necesarios, no como lo que lo real es.
La DA es la verdad de toda realidad, pero es una verdad que no es una formulación, es una verdad sin forma; es como una presencia, sin que sea presencia de nada ni de nadie; es como una testificación en nuestro propio fondo, sin que pueda señalarse testigo alguno; es como una certeza, sin que se pueda decir de qué o de quién.
Las apariencias de las realidades dependen de nuestro aparato cerebral-mental-sensitivo-operativo, no son características de lo real. Los sabios las comparan a una ilusión, a un efecto de magia. Lo real no es lo que parece. La diversidad que parece ser, viene de nuestra modelación, de los límites añadidos que proyectamos sobre el trasfondo de la DA, y del nombre que le damos.
Todos estos rasgos de lo que damos por real y de lo que realmente son, es lo que nuestra mente, nuestro sentir, y toda nuestra fuerza vital deben indagar.
La DA se nos presenta como hecha de mente, cuya esencia es luz; como hecha de conciencia; que está presente en los sentidos y que mora en el corazón. Mora en el interior del corazón, entendido como símbolo de lo más íntimo de nuestro pensar y sentir. Es preciso indagar Eso en el interior de mi interior, que es, a la vez, diminuto y vasto como el espacio. Todos los seres y todos los mundos están contenidos en él, porque Eso está más allá del espacio y del tiempo.
Quien piensa así ya no tiene dudas, tiene acceso a la calma profunda, a la ausencia de temor, a la no-muerte, porque se asienta en lo real que es no-dual.
La DA, viendo no ve, pensando no piensa, sintiendo no siente; pero no cesa ni en la visión, ni en el pensar, ni en el sentir porque está más allá del perecer o no perecer. Es como un veedor único y sin segundo en el océano de la no dualidad.
Eso es tan íntimo a todo que falta la distancia para objetivarle.
No se puede decir que la DA sea consciente de esto o de aquello; ni que sea consciente de sí misma, porque eso supondría dualidad. No es luz que ilumina a la luz, es simplemente luz; es luz sin la dualidad de un sujeto y un objeto; lucidez desde el seno de la lucidez, sin volverse sobre sí misma como objeto de conocimiento.
Despertar a la DA, que es nuestra propia realidad sin dualidad ninguna, es la vida, la felicidad y la infinitud, es la carencia de fronteras, de límites, es la paz, el no temor. Así nuestra realidad más íntima es vasta como los mundos. La DA, que es mi propia naturaleza, no envejece con mi vejez, ni perece con mi muerte.
Los que se van de este mundo sin haber comprendido esto, han cometido un grave error y han vivido su vida encerrados en los estrechos muros oscuros de su propio ego, tomado como entidad.
En todo esto no hay nada que creer, sólo hay materia y orientación para la indagación honda y libre.
“Eso” es el guía interno de todos los seres de los cielos y de la tierra, porque es su realidad, es su gobernante interno. Ese gobernante interno de toda realidad, ni nace ni muere con ella. Está en toda forma, pero no tiene forma. Nada le incrementa ni le disminuye. Despliega desde dentro todos los seres y es su protector.
La DA es lo más querido en todos los seres, lo más íntimo; el amor a lo que quiera que sea, no es el amor a lo que quiera que sea, es el amor a la DA.
La DA es la forma de toda forma. Quien la reconoce sabe que es la vista de la vista, el oído del oído, el pensamiento del pensamiento, el sentir del sentir, el conocimiento del conocimiento. Es lo primordial, y es cada momento de lo actual.
Quienes la reconocen se convierten en ella, no porque se transformen, sino porque despiertan a su propia realidad hasta afirmar con los sabios “yo soy lo absoluto”.
Quien conoce esa DA sabe que no hay dualidad ninguna entre el mundo y él.
Soy todo porque mi ser no es la representación de mi individualidad que yo modelo, sino eso no-dual. A ese la muerte no le toca.
Mi dimensión absoluta, mi DA, está hecha como de mente; su realidad es la vida; su forma es lucidez; su pensamiento es la verdad; es infinitud, no tiene límites.
A pesar de que esa sea mi realidad, no es fácil de encontrar, porque lo falso, las construcciones que mi necesidad hace y que doy como lo reales, la recubren de tal forma que puedo pasar por encima de ese tesoro sin reconocerlo.
Estamos necesitados de un maestro que nos oriente a nuestra propia realidad.
Quien piensa que alcanza algo, todavía reside en la idea de yo, de persona, de ser autónomo, de persona que vive su vida; todavía reside en esas cuatro imágenes que son una pura modelación. Quien mantiene el sentido de logro, está en la orilla de la ignorancia; quien sabe que no hay nada que lograr, ya pasó a la orilla de su propia realidad no-dual.
Donde no hay dualidad ninguna, nadie llega a la sabiduría, ni hay una sabiduría frente a la necedad; todo eso son representaciones nuestras con las que creemos recubrir Eso único que es sin dualidad ninguna y, por consiguiente, siempre manifiesto.
No tenemos que liberarnos de nada, porque nada recubre ni oculta a la DA, ¿qué realidad hay fuera de ella que pueda cubrirla?
Todo intento de describir la DA sólo puede decir “no es esto, ni esto”, “no, no”. No hay descripción más adecuada que decir “no es eso”. No hay palabra que la alcance.
Eso absoluto no está adherido a ninguna forma, a ninguna palabra, es libre de toda palabra y forma que le atribuyamos. Quien llega a saber estas cosas está en paz, satisfecho, libre de dudas y de sufrimientos porque sabe que su realidad es la DA.
La verdadera enseñanza es la que consigue que aquello que no es oído se torne oído, aquello que no es pensado se torne pensado, aquello que no es sentido se torne sentido. Las sagradas escrituras, no sirven de nada si eso no conocido no se torna conocido. Sus palabras son venerables, pero con ellas no podrás moverte más que hasta donde alcanzan las palabras, y Eso está más allá del alcance de las palabras. Hay algo superior a las palabras de lo cual nuestra mente y nuestro sentir pueden tener noticia.
Quien, por su indagación, en el seno de la cual puede producirse el don, ve la DA en un pequeño rincón del universo, la verá en todo el universo.
La verdad no es una doctrina que predicar. Ningún sabio tiene una enseñanza, porque la sabiduría no cabe en las palabras de una enseñanza. Quien dice que los sabios tienen una doctrina sobre la DA, les difama.
En todo lo dicho no hay nada que creer, sólo hay materia para indagar y verificar. El punto de arranque de toda esa indagación no es una creencia, ni un supuesto filosófico, es un dato: nuestro doble acceso a lo real.
El camino al despertar a la propia realidad es un arduo camino de indagación con todo el ser. Y es una tarea que jamás concluye, porque en el océano sin límites, no hay final para la indagación.
Esa es la indagación sin agarraderos, sin puntos de apoyo, sin huellas donde poner los pies, pero es explícita, conocida desde antiguo, que ha llegado hasta nosotros, pero que cada uno de nosotros tiene que descubrir con su propia indagación, sin que nadie pueda realizarla por él. Todos nuestros pensares, sentires y quehaceres deben estar polarizados por esa indagación, lo contrario es error, necedad y perder la vida.
Hasta aquí se ha hablado de la indagación de la perla escondida que hay en toda realidad. Ahora vamos escuchar lo que dicen las tradiciones de la indagación de la persona misma del sabio. Indagar la persona del sabio es indagar la DA.
El sabio manifiesta la DA porque es uno con ella. Su vivir no parte de su ego, ni de su personalidad, ni de su ser, ni de la conciencia de que es alguien venido a este mundo que vive su vida, sino que parte de la dimensión no-dual. En él no hay dualidad alguna, es una sola cosa con la DA. Sus obras manifiestan y testifican la DA. En cuanto que su sabiduría no ha surgido de su ego, se dice que el sabio ha existido siempre. El sabio está libre de dudas; sólo el ego puede dudar.
Como presencia explícita del “sin forma”, se le atribuyen muchas imágenes: se dice de él que es el camino, la verdad y la vida; que es el agua de vida; que es alimento, pan y vino. Sus palabras son espíritu y vida, no letra y forma. Reconocerle es entrar en ámbito de la no-dualidad, no reconocerle es permanecer en el dominio del nacer y morir. Quien le ve, ve la DA.
Sin embargo, el sabio no es fácil de ver; su sabiduría es sutil, indefinible en palabras, inobjetivable. Verle no es nunca fruto de esfuerzo humano, porque el esfuerzo humano se mueve siempre entre objetivaciones, argumentaciones, relaciones de causa y efecto, y lo que él manifiesta es precisamente la dimensión absoluta de lo real que es lo inobjetivable, innombrable y fuera de lo que tiene relación con nuestras necesidades.
El sabio vive como los demás, a pesar de su sabiduría.
Por todas estas razones el sabio pasa desapercibido para la gran mayoría; sólo le ven los que tienen ojos para ver. Quienes le reconocen guardan sus palabras porque son palabras de vida. Son palabras llenas de autoridad que, por ello, discriminan y juzgan.
Al sabio no le asusta la tremenda sutilidad, que es como un vacío para un viviente, sino que lo vive, lo ama y reside en él.
Si ves todas las apariencias como modelaciones humanas, y como tales irreales, ves la verdad del sabio. Quien ve con los ojos del sabio, no ve cosas contaminadas que rechazar, ni cosas puras que buscar, ni liberación propia, ni de los seres.
El sabio no mora en una imagen de la realidad, porque su lugar de residencia es lo que no tiene forma; vive en un despoblado. Tampoco hace imagen de sí mismo. La verdad no cabe en ninguna formulación. La verdad que el sabio explica es como una balsa para atravesar un río, que hay que abandonar cuando se llega a la otra orilla.
El sabio es la compasión misma, porque su compasión está libre de los condicionamientos del ego y arranca de la conciencia de unidad. Actúa sin discriminar; todo el mundo, sin excepción, está al alcance de su compasión.
El sabio conoce que no es nadie venido a este mundo, ni nadie que pueda obtener nada. Reside en esa no dualidad, en el no enfrentamiento radical; la ignorancia y la falsedad han perdido para él su existencia. Residiendo en el no enfrentamiento, reside en el brillo constante de la conciencia básica, que es la DA.
¿Qué significa la fe en el maestro, en una época en la que no son posibles las creencias? Significa tener ojos para vislumbrar la DA en el maestro y, sobre esa base confiar y entregarse a su guía. Quien actúa así, no será confundido, no errará.
El maestro nos muestra fuera, lo que somos dentro. Al comprenderle nos unimos a él en la unidad. El maestro nos libera de nuestra inmersión en un mundo de pluralidad, de sujetos y objetos, de depredación, de deseos e inquietudes, de nacer y morir.
Tener ojos para ver y reconocer al maestro es un don; no es fruto de esfuerzos. Pero ese don, que unos tienen y otros, y que la mayoría, no lo tiene, es siempre para el bien de todos. No es algo arbitrario, porque en la no dualidad no hay nadie que pueda ser arbitrario; es algo natural y adecuado a seres simbióticos como nosotros.
Nadie puede asirse a las palabras con las que se expresan los sabios. Aunque parezcan doctrinas, no lo son. Su verdad no es algo que alcanzar, ni algo que lograr, ni que algo que un guía pueda señalar, porque no es una forma. Aunque use palabras, metáforas, símbolos y mitos, no hay palabras que alcancen lo que dice. Lo que dicen los sabios es evidente en todas partes. Esa es su sabiduría.
Nadie puede agarrarse a la verdad vacía de los sabios. Quienes les comprenden no se asustan delante de ese vacío. Su verdad reside en la no modelación de nada. Quien comprende ese vacío ni se libera de nada, ni libera a nadie de nada. El sabio reside en el camino sin fin, que es la indagación constante de la sabiduría.
El sabio ni rechaza nada, ni lo acepta todo. Lo ama todo porque no se aferra a nada, así puede cambiarlo todo. Es precavido y paciente siempre guiado por la compasión. El sabio usa textos pero no se somete a ningún texto; no liga Eso absoluto a ninguna palabra humana.
El sabio conoce al mundo y sabe que es un cepo para los incautos. Lo conoce y no lo teme. Sabe que el ego es un supuesto necesario para el viviente necesitado, pero carente de entidad. Ese conocimiento le libera de condicionamientos y de obstáculos.
Sus palabras juzgan y discriminan. Discrimina a los que pueden ver de los que no, a los que pretenden ver y no ven.
Está siempre dispuesto a sufrir por la verdad y a dar la propia vida si es preciso. Exige que los que quieran seguirle tengan esa misma disposición.
Enseña de mil maneras que no se puede seguir el camino que propone más que amándose unos a otros sin condiciones.
El desapego o distanciamiento.
Para que el interés y la indagación puedan ser sin obstáculos han de ir acompañados por el distanciamiento de todo lo que tiene que ver con la propia vida y los propios intereses, expectativas, recuerdos, valoraciones. El desapego o distanciamiento tiene que ser tan total como el interés y la indagación misma.
Las afirmaciones de los sabios a este respecto son de un gran radicalidad. No hay ninguna tradición que, en este asunto, no sea extremadamente radical.
Quien pretenda la gran cualidad humana, deberá asumir por completo la propia muerte hasta el punto de pensar y sentir como si realmente estuviera ya muerto.
Hay que ver, sentir y actuar como quien está ya muerto, pero vivo. Muerto a sí mismo y vivo y vigilante para volcarse al interés y a la indagación de todo, sin la menor reserva. Un muerto no reserva nada para sí, ni sus intereses interfieren en nada.
Mientras estoy vivo para mí mismo, siento y actúo a mi servicio, modelo la interpretación y la valoración de la totalidad de lo que me rodea y a mí mismo a mi propio interés. Así mi interpretación y sentir velan la DA de todo lo real.
Para expresar esta enseñanza se ha utilizado la imagen del trigo que debe morir bajo tierra para poder dar fruto. El grano que no muere, permanece estéril.
El yo, como función del cerebro al servicio del organismo, tiene que continuar vivo en su función, pero muerto como núcleo de interpretación, valoración y acción.
Esta afirmación de los sabios nos puede parecer atroz, paralizante del interés y de la pasión, pero no es así; esa es sólo la apariencia a una mirada superficial. La muerte a los intereses y perspectivas del yo es lo que nos abre a ‘lo real de lo real’, a la DA. Esa DA no velada y no impedida por los intereses del yo, enciende el brillo y el ser de toda la realidad, porque es su ser y fundamento. Entonces todo luce como la faz de la DA.
Cuando toda la realidad brilla con su propio ser y no con la luz de nuestras interpretaciones, despierta el interés y la pasión, que son el alma de la indagación.
Los sabios dicen que quien quiera salvar la vida de su individualidad egocentrada, la perderá, porque sus pies se asentarán en lo que es vacío de entidad. Por el contrario, quien pierda esa vida egocentrada, salvará su cualidad específicamente humana, con las ventajas que comporta, y se le abrirá la posibilidad de hacer pie en lo que ya no son representaciones, sino ‘lo real de lo real’. Los sabios insisten en que es preciso trasladar el punto de apoyo de nuestro existir, de las representaciones modeladas por los intereses del yo, a la DA. Eso es como nacer de nuevo.
Dejarse llevar por los apetitos del deseo es inquietud y quedarse en el mundo de la individualidad que gobierna la muerte. Guiarse por la llamada de la DA es paz y escapar del mundo de la individualidad que gobierna la muerte.
Apoyándoos -dicen los sabios- ya no en los reclamos incesantes del ego, sino en la DA, renovaréis vuestra mente y vuestro sentir. El mundo que tejen los intereses y expectativas del ego no es real fuera de las mentes que lo traman; es como un juego, es inseguridad y jactancia y, como es irreal, es frágil y perecedero.
La visión de la individualidad es fruto de la ignorancia, es fruto de confundir lo que es un supuesto necesario para todo viviente, con la realidad misma de Eso de ahí, que no es ni mi modelación, ni la modelación de ningún viviente.
Suponer que los vivientes son individualidades, y suponer que las modelaciones de lo real que los vivientes tienen que hacer son individualidades es tomar nuestros errores necesarios por lo que realmente hay.
Todo es perecedero excepto la faz de esa DA. Con lo real de lo real nos basta. El mundo de nuestras representaciones es solo eso, representaciones.
No hay otro lugar donde apoyarse que no sea esa DA, es la única roca sólida, el resto son arenas que el viento y las aguas arrastran.
La idea del yo como centro del pensar, del sentir, del percibir y del actuar es la fuente del deseo, de la codicia, de la ira, la ignorancia y de los enfrentamientos; cada una de ellas genera mil pensamientos y apreciaciones falsas.
Quien se hace una imagen de la verdad, quien la confunde con una representación o figuración, por solo ese hecho muestra que está apegado a la idea de ser un yo, una individualidad, un ser, alguien que vive su vida. Quien practica las buenas acciones sin apego a estas cuatro imágenes se aproxima a la sabiduría.
Todo lo que nuestra mente y sentir pueda objetivar, acotar, nombrar, no es verdad, no es real. Por consiguiente, todo lo producido por nuestra mente no es real. Hay que dejar atrás todas nuestras palabras; no son capaces de describir la realidad. Este es el desapego radical. Incluso las percepciones son hijas de nuestras palabras.
Todo es sin características propias y es profundo como el océano.
La verdad y mi verdad son sin forma, ni tiempo, ni espacio. Reconociendo que todo es vacío y sin ser propio, el sabio renuncia a su vida y sus bienes sin abatimiento.
Despégate de las riquezas, despréndete de ellas. Dalo todo, sin reservas. Donde está tu riqueza está tu corazón. No está la vida en la hacienda.
Da a quien no podrá retornártelo. Si practicas tus buenas acciones con la esperanza de recompensa, eso no son buenas acciones. Da al que te pide y no rechaces a otros lo que es tuyo, ni lo reclames. Lo poco que des se convertirá en inconmensurable.
No te preocupes por lo que has de comer o lo que has de vestir.
Unir en el corazón el amor a la sabiduría y a la riqueza es tarea imposible.
Distánciate de querer ser tenido en algo. Sé humilde como los postreros.
El que, creyéndose sabio, se ensalza a sí mismo menospreciando a otros, demuestra que ni es sabio, ni es inteligente. La presunción contamina los mayores logros. La sabiduría se revela a los pequeños, a los que son como niños, sin dobleces.
Para los mansos y humildes el peso de la lucha por la cualidad humana es ligera.
El sabio no quiere fama ni cosa alguna; desapegado de todo, no se enfada, sino que acepta las condiciones de la vida cotidiana propia de su condición necesitada.
El sabio es libre, sin hogar; va de la orilla de la dimensión relativa de lo real, a la orilla de la DA, pero sin permanecer en ninguna de las dos, porque sabe que no hay dualidad. Mora en el no apego radical.
Al sabio, sin noción de yo, de personalidad, ni de ser, la moralidad le surge espontáneamente. Guarda la moralidad sin engreimiento porque carece de la noción de yo y los otros. El que se concentra en la pluralidad es perfectamente inmoral, por más esfuerzos que haga. Concentrarse en la pluralidad es apoyarse en el yo.
El sabio no queda atrapado por preceptos humanos. Sabe que las normas están al servicio de la sabiduría y no a la inversa.
Fundamentado en el no-dos, soporta los agravios, los golpes, el menosprecio y la enfermedad, sin que su corazón y su mente se alteren. Si las ofensas de los otros te hieren es que tienes imagen de un yo y una persona, entonces concebirás odio e ira.
El deseo y su contracara, el odio y el temor, son la raíz de la impaciencia. Con impaciencia no se puede llegar a la luz del conocimiento.
Las riñas y las disputas nacen de las ideas de yo y los otros; esa actitud está lejos de la sabiduría.
Si la boca dice y la mente y el corazón no obran, no es eso.
Ningún ego es bueno porque todo ego es, necesariamente, el de un depredador. Quien siga apegado a su egoísmo, su vida, su satisfacción y su paz se perderán.
Haz el bien en oculto desprendiéndote del deseo de que te tengan por justo y bueno. No pretendas quitar una paja del ojo ajeno, cuando llevas en el tuyo una viga.
No juzgues y no serás juzgado, porque la medida que uses con otros, esa misma medida se empleará contigo.
No podrás armonizar el interés por ti mismo y el interés incondicional por la sabiduría. No andes en medias tintas; la CHP no se consigue con apaños. Tendrás que arriesgar tu vida para acceder a la sabiduría. La sabiduría requiere radicalidad.
No olvides que la sabiduría te traerá problemas. Las gentes no soportan que los sabios pongan en peligro sus apegos, porque eso pone en cuestión sus vidas.
No envidies ni difames a los sabios, porque eso te cerrará las puertas de la vida.
El silencio
Sin un silencio completo de los propios criterios, de los propios deseos y expectativas no es posible el interés por todo lo real, ni la indagación sin condiciones, ni el desapego; estaríamos sometidos a las deformaciones que nuestras necesidades, temores, expectativas y recuerdos proyectan sobre la modelación de todo lo real.
Silenciar nuestra modelación mental y sensitiva de lo real nos permite conocer lo que verdaderamente hay ahí; y, a la vez, el reconocimiento de Eso no dual que todo es, silencia todas nuestras construcciones desde la necesidad.
Con el silenciamiento personal de nuestro egoísmo, que también es individual y colectivo, la DA estaría con todos nosotros y, con ella, la armonía, la paz, la justicia, la equidad, la solidaridad, el Reino de Dios, en una palabra. Del silenciamiento completo procedería la sabiduría y la CHP de individuos y de grupos.
El egoísmo recubre el conocimiento de “Eso que es” con un manto espeso de pensamientos y sentires que genera injusticias y oscurece la mente y el corazón.
Quien no calla su egoísmo, es su siervo y trabajará para ponerlo todo a su servicio, cueste lo que cueste y tenga las consecuencias que tenga. El que es siervo de su egoísmo, es siervo de un destino implacable e inmisericorde. Sólo desde el silencio se puede reconocer la DA y se puede reconocer la unidad y fraternidad de todo en la DA.
Para silenciar la mente hay que controlar la dispersión del pensamiento. El continuo fluir de los pensamientos no es obstáculo para la sabiduría, si se mantiene la no identificación de nuestra realidad honda con ese ir y venir. Todas nuestras modelaciones son falsas en su pretensión de describir lo real, aunque sean útiles.
Quien se abandona a ese errar de pensamientos y sentires es una persona corriente, no un sabio. Si activas tu mente y sentir sin fijarte en las formas, apuntando a “Eso sin forma”, eso es verdadera sabiduría.
Es difícil, para un viviente depredador como nosotros, activar la mente y el sentir en “Eso” sólido, recio, lleno de certeza, pero sin forma, sin posibilidad alguna de objetivarlo, asirlo, tenerlo, aunque no sea más que en una formulación. Es difícil, pero no imposible porque “Eso sin forma” es la realidad de nuestra realidad y es un dato constante de nuestra estructura antropológica para quienes están atentos y alerta.
Quien escucha y retiene las enseñanzas de los sabios, silencia su yo y, paradójicamente, accede a la sabiduría sin forma gracias a las palabras de los sabios.
El consejo de perdonar las ofensas setenta veces siete supone la práctica de un silencio radical de la propia importancia y la propia individualidad.
Aconseja el sabio silenciar la Ley que somete, para que sea el espíritu, siempre nuevo en el interés y el amor, el que guíe y no la letra, siempre fijada y vieja.
La comunicación.
La sabiduría, llega a nuestra condición de depredadores no para el bien de los individuos, sino de los colectivos, de la especie en general y de la vida. No podemos olvidar en ningún momento que somos seres simbióticos, y el alma de la simbiosis es la comunicación. Eso comporta que así como la supervivencia no puede conseguirse autárquicamente, tampoco la sabiduría puede realizarse si no es simbióticamente. Nada puede estar al servicio del individuo que no esté simultáneamente al servicio de la especie e incluso del medio. Esta manera de ser de nuestra propia naturaleza de humanos se hace más patente y exigente en las sociedades de conocimiento globalizadas. Por consiguiente, la sabiduría o es comunicativa o no es sabiduría.
Los sabios comunican la DA con autoridad, porque en ellos es la misma DA la que se afirma. Quien escucha a un sabio y retiene sus palabras y sus obras tiene la posibilidad de despertar en sí mismo la DA, la fuente de su realidad y su propio ser.
Quienes acogen el testimonio de los sabios, están en la verdad, que es la DA informulable, a esos la verdad les liberará. Quienes no se encierran en su ego, ni rechazan su desfondamiento, esos serán los que oirán las palabras del sabio. Si no se recibe la palabra, manda el destino, que es el deseo implacable
Observa cómo escuchas, porque al que escuchando despierta su DA, se le dará más, y al que no la despierta, porque la bloquea con su ego, perderá lo poco que tenía.
Quien se pone por encima de los sabios está priorizando la interpretación que hace de sí mismo como un ego, una persona, un ser y una individualidad que vive su vida, sobre la manifestación de la DA de toda realidad. Una presunción tan necia, se paga muy cara, porque encierra con siete llaves en su propio ego a quien lo comete.
Con su revelación, que es una comunicación, el sabio bautiza en fuego y en sutilidad; el que recibe ese bautizo nace a nueva vida.
La cualidad humana que el sabio comunica es como un fermento puesto en el corazón de cada hombre y en el seno de las colectividades que fermenta toda la masa.
El sabio es como un libro que desciende desde el ámbito de la sutilidad para aclarar, guiar y amonestar. Es un libro de misericordia y de albricia.
Para quien tiene oídos para oír, la revelación de los sabios es explícita y una guía clara. Las revelaciones de los sabios guían desde la DA a la DA, quien en su vida no es guiado por esa DA se extravía irremediablemente.
Las palabras de los sabios muestran lo que tenemos oculto bajo las nieblas de las modelaciones construidas al servicio de la necesidad. Quienes las oyen y las acogen no hacen diferencia entre los diversos sabios que han hablado y revelado esa DA.
Los sabios sólo pueden hablar en parábolas, semejanzas, símbolos, porque siempre hablan de lo que, en rigor, no se puede hablar. Por eso hay que tener oídos, sutilidad, para oír esas palabras.
Los sabios siempre sufren persecución, porque desvelan la nada de la vida que montamos sobre las arenas movedizas de nuestros frágiles y erróneos egos. El sabio es como una luz que ilumina a todos los hombres; es un maestro de la sutilidad. Es un puro donante, porque da y no recibe, ¿qué va a poder recibir quien sabe que su realidad es la DA? Es como un rey que reparte, gratis, riquezas. Es como una joya de lapislázuli en medio de falsas joyas. Es como el rugido del león que hace temblar a todas las bestias. Es como un tsunami que arrasa el mundo de construcciones edificadas sobre la egocentración. Predica que lo que hay está vacío de todo lo que damos por real. Es el maestro del discernimiento.
Los grandes advierten que no hay que conformarse con los discípulos de los discípulos de los grandes, sino que hay que ir a la fuente de la revelación de la DA, aunque la DA no se puede comunicar con afirmaciones definitivas.
Hay que agarrarse al sabio para no naufragar y poder pasar a la orilla sólida de la DA. No basta con un poco de sabiduría para librarse del naufragio de la ignorancia y llegar al re-conocimiento de nuestra verdadera dimensión. Quienes en el mar de nuestras modelaciones están sin guía, serán incapaces de llegar a la otra orilla.
Para poder ser guiados hay que reconocer al sabio y confiarse a él. Reconocerle ya es haber pisado la otra orilla. Los sabios son la ayuda imprescindible para caminar por un camino que es un no-camino. Ellos comunican el sabor de la sabiduría.
Los maestros enseñan que lo más importante no son las normas, la ley, sino la justicia, la misericordia, la lealtad. Se compadecen de las muchedumbres sin guía y enseñan a compadecerse y guiar.
La DA es comunicación porque es unidad. Si continúas sin reconciliarte con todos, no resides en la comunicación, ni, por tanto, en la unidad. Reconoce la DA en todo y tendrás paz y reconciliación con todo, tal como es.
¿Cómo va a ser posible imponer la enseñanza de los sabios, que hablan de la DA, de “Eso sin forma”, sin dañar esa enseñanza?
La indagación libre de la cualidad humana profunda es una continua comunicación con los grandes maestros del pasado y con los compañeros de viaje.
El servicio
El sabio es un sirviente. Quien quiera ser el mayor que se haga el último y servidor de todos. El mayor será como el menor, el que manda será como el que sirve. El que sirve a otros no se gloriará por ello, porque sabe que sólo hace lo que debe.
Los sabios piden una misericordia que no quiebre jamás la caña cascada. El servicio a los que lo necesitan está por encima de las normas.
El sabio quiere la gran cualidad humana, no para sí, porque se sabe nadie, sino para servir. El sabio se dedica con todas sus fuerzas, con todo su corazón y con toda su mente a obtener la sabiduría, no para sí, sino para el bien de los pueblos. Quiere llegar a la cima para poder hacer el supremo regalo a sus hermanos los humanos.
Quien busque la sabiduría para sí mismo, muestra que no es sabio, porque se cree alguien que puede adquirir algo; ese no sabe en realidad lo que busca y no lo encontrará jamás. El verdadero sabio, vivo pero muerto, fermenta a la sociedad.
Los verdaderos sabios no son los que creen poseer la doctrina verdadera, sino los que cruzan el océano de la vida y de la muerte, acompañados de todos los seres.
No aceptan recompensas porque saben que no hay nadie que pueda recibir esa recompensa, ni la recompensa es nada. Tampoco buscan el placer personal de disfrutar de la sabiduría. Los sabios son los verdaderos buenos amigos. Libres de auto-interés instruyen a las personas, hablándoles amablemente.
El sabio llegado a la alegría de la verdad sin forma, entra de nuevo en el mundo de las formas, de las necesidades de sus contemporáneos, por compasión. Renuncia al que es ya su destino feliz, para cuidar de todos los seres como un padre y como una madre. Es ecuánime y su mente y su corazón están con todos los seres que sufren.
El sabio practica la caridad sin fijarse en las apariencias, y lo hace desde una mente sin forma; sabe que en realidad no entrega nada y que nadie recibe nada. Su mejor don es llevar a todos los hombres a la comprensión; su compromiso más firme es abolir el sufrimiento de todos los seres. Los que comprenden sus palabras, que son una auténtica revelación, esos, indefectiblemente, sirven a todos los seres.
Si reconocéis como única realidad a “Eso no-dos” os comportaréis bien con todos, de forma humilde, generosa y espontánea. Si no asociáis nada a “Eso no-dos”, que es único, seréis extremadamente cuidadosos y temerosos con todo. Si reconocéis que fuera de él no hay nada ni nadie, vuestra reverencia y vuestro servicio a todos los seres será completo. Esos son los bien guiados. Quien dice que trabaja por el bien del mundo, tiene aún la noción de un yo, una persona, un ser; todavía está en la dualidad.
Cuando sirvas, se prudente porque te mueves como cordero en mundo de lobos. Mira a quien das la perla que hay en tu corazón, no la des a los cerdos. Sé prudente cuando sirvas a otros, pero no te protejas; da la vida si es necesario.
Para lograr la lucidez y claridad perfecta de mente y corazón se precisan dos cosas: la compasión y la sabiduría. Estos dos elementos no se pueden explicar plenamente porque su sutilidad es inagotable. Pretender la lucidez sin estos dos elementos, es una empresa imposible.
Los sabios insisten en un precepto siempre nuevo y tan viejo como la sabiduría: que nos amemos unos a otros como los sabios nos han amado.
Quien ama al prójimo cumple toda la ley, que se resume en este precepto: ama a tu prójimo como a ti mismo. Este es el precepto número uno de los sabios.
Ese amor y servicio de unos a otros será real si se fundamenta y brota del reconocimiento de la realidad de todo, que es Eso no-dos. Quien vive desde su dimensión sin forma comprenderá que nadie para sí vive, ni para sí muere, porque todos residimos y somos Eso Único.
Los que aspiran a la sabiduría entregan su vida por amor a la verdad y por el bien de los seres. Esos se alegran con los que se alegran y lloran con los que lloran; se compadecen por quieren sufren por causa de sus deseos, y no los desprecian. Comprenden sus errores y no les ponen tropiezos. Quien sabe de la no-dualidad ama y sirve incluso a sus enemigos, a los que le aborrecen y maldicen. Ven la enemistad como una pobreza a la que hay que prestar ayuda. Vencen al mal con el bien.
Si alguien te hiere en una mejilla, pon la otra; al que te roba, dale limosna.
Perdona tantas veces como sea necesario. Perdona y serás perdonado. No te tomes la justicia por tu mano, deja su castigo a las consecuencias de su propio obrar.
Practica las buenas acciones sin menospreciar a nadie; si puedes, dales lo que necesitan; fortalece los brotes de bien que veas en ellos; sé amable y tolerante con todos, especialmente con la gente mala; no les provoques; ayúdales a que desarrollen el sentido del gozo y su maldad cesará o no será tan ferozmente perversa.
Si puedes muéstrales el camino a la paz, la alegría y la reconciliación. Exponles, si te dan ocasión, las enseñanzas de los sabios.
Combate a los que te combaten si es necesario; pero no seas el agresor. Pelea con tu mente y con tu sentir para que individuos y colectivos lleguen al reconocimiento de ‘lo real de lo real’. Combate a los que engañan y desvían a las gentes buscando su beneficio a costa de ellos. La verdad sin forma será tu apoyo y no temerás nada.
Conclusión
Del recorrido que hemos hecho, queda patente que la enseñanza de los grandes y de las tradiciones de CHP puede expresarse y vivirse desde formas mitológicas y como sistemas de creencias, o sin adhesión a mitologías ni sistemas de creencias.
Ese legado, tan valioso, se vivió desde una epistemología mítica y unos proyectos axiológicos colectivos propios de sociedades que debían bloquear el cambio; pero puede comprenderse y vivirse, sin perder ni una gota de esa sabiduría, desde una epistemología no mítica y desde proyectos axiológicos colectivos de sociedades que sobreviven del continuo tránsito, innovación y transformación de los modos de vida.
Los mitos y narraciones sagradas de las tradiciones religiosas e incluso los aparatos conceptuales de las tradiciones espirituales pueden comprenderse y vivirse como descripciones de la realidad, o como puros apuntamientos y simbolizaciones de lo que está más allá de nuestras capacidades expresivas y representativas.
Que se comprendan y vivan de una forma u otra no es una cuestión de cualidad humana ni espiritual, sino que depende únicamente de las condiciones de supervivencia.
La forma en la que vivieron y expresaron esa riqueza nuestros antepasados fue adecuada a sus condiciones culturales, pero es total y radicalmente inadecuada a las condiciones culturales de las sociedades de tránsito globalizadas.
Cuando más necesidad tenemos de la sabiduría, hemos podido descubrir que poseemos un riquísimo tesoro en el legado de nuestros antepasados. Ese legado se puede comprender y vivir por completo, si no se interpreta como verdades a las que hay que someterse, sino como indicaciones y orientaciones para la indagación de la profundidad de nuestra propia condición y, con ella, de la condición de todo lo real. Ese legado no es un llamado a la sumisión sino, todo lo contrario, es una llamada a la indagación y la libertad.
El camino a esa indagación puede presentarse partiendo de datos y sin presuponer ningún sistema de creencias al que someterse; es lo que hemos intentado. El dato es nuestro doble acceso a lo real.
En esos grandes maestros y en lo más íntimo de nuestro ser, cuando lo indagamos y escuchamos, está la enseñanza y la guía.
Es ya época de cultivar la CHP desde la diversidad, aunque con un fondo común fácilmente reconocible, porque esa es la manera adecuada a sociedades que viven del tránsito constante, de la indagación y creación libre. Al ser sociedades creativas, estallan en diversidad, pero siempre en el seno de una sociedad globalizada común.
Deben terminar los enfrentamientos religiosos y culturales. Es el tiempo de la complementariedad, el respeto mutuo y la ayuda de todos para que las nuevas sociedades industriales puedan tener una base sólida de CH y de CHP, para que la vida de nuestra especie y del planeta entero no quede seriamente amenazada y dañada.
Los textos que hemos estudiado, que podrían ser muchísimos más, y las reflexiones que les han acompañado, muestran que la CHP, la espiritualidad de nuestros antepasados, es materia de estudio de la epistemología axiológica.
Este tipo de epistemología es capaz de dar cuenta razonada de todos los fenómenos axiológicos que se presentan en nuestra especie, incluidos los peculiares que cultivaron las religiones del pasado y las grandes tradiciones espirituales orientales.
Esa disciplina es capaz de tratar todo lo axiológico y es capaz de mostrar su fundamentación racional, por qué aparecen esos fenómenos, qué finalidad tienen en la estructura de nuestra especie, qué posibilidades abren, qué tipo de formalidad exigen, qué relación han tenido con las formas de sobrevivencia de los grupos humanos.
Esa disciplina es capaz de explicar en qué consiste la CHP, de qué factores antropológicos depende, cuál es su función, las características peculiares que abre a nuestra condición de vivientes que hablan, por qué la dimensión que abre esa condición es, a la vez, necesaria para nuestra supervivencia como especie, y completamente gratuita.
Se ha podido mostrar que el cultivo de la espiritualidad, de la CHP en nuestra terminología, es perfectamente posible sin sumisión, y como una indagación libre, sin creencias, sin religiones ni dioses, sin que esa forma de cultivarla suponga pérdida alguna de la riqueza de las tradiciones de nuestros antepasados.
No es mejor la manera de cultivar esa cualidad humana de nuestros antepasados, que la que nos vemos forzados a adoptar en las nuevas condiciones culturales. La diversidad en los modos no afecta necesariamente a la cualidad.
Constatar eso es de gran importancia para nuestra situación cultural, para tener la certeza de que podemos heredar el pasado sin pérdidas, para salvaguardar los rasgos esenciales de nuestra naturaleza específica de humanos y, finalmente, para la supervivencia de nuestra especie y de toda la vida en nuestro pequeño planeta.
La epistemología axiológica, como estudio de las dos ramas de lo axiológico: el relativo a nuestras necesidades y el absoluto, es una disciplina sumamente importante e imprescindible en las sociedades de conocimiento. Sin embargo, la epistemología axiológica es una disciplina científica, abstracta y, por tanto, totalmente insuficiente para el cultivo de lo axiológico, que como tal es sensitivo. No debe olvidarse jamás que la sabiduría de la que hablan los maestros va dirigida a nuestra mente y al sentir.
Pero esa disciplina nos dice cómo funciona todo lo axiológico, y con qué leyes y formalidades, para que lo podamos manejar y crear convenientemente. Los arquitectos, para sus creaciones artísticas, necesitan de muchos conocimientos científicos; así ahora para crear proyectos axiológicos colectivos se necesitan saberes abstractos.
Como sin saberes científico-técnicos no hay arquitectura posible, de forma semejante, sin saberes de epistemología axiológica no habrá manera adecuada de crear proyectos axiológicos colectivos, ni de cultivar convenientemente, en las nuevas condiciones culturales, la CHP, la espiritualidad de nuestros antepasados.
[1] M. Corbí: La sabiduría de nuestros antepasados para sociedades en tránsito Principios de Epistemología Axiológica, 2. Madrid, 2013, Bubok.