Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
El Corán y sus intuiciones espirituales fundamentales
Director del Institut d’Estudis Sufís de Barcelona
y profesor del CETR—
El Corán todo él gira en torno al tawhîd o principio de la unicidad absoluta de la existencia, que aparece condensado en la fórmula “Lâ ilâha il·lâ Al·lâh”, “No hay más divinidad que Dios”, e incluso “Lâ ilâha il·lâ Hû”, “No hay más divinidad que Él”. Ese es el núcleo de la cosmovisión islámica, del que se desprende una concepción holística de la existencia como un todo integrado.
Sin embargo, resiguiendo los pasos dados por Muhammad, hasta donde nos lo permiten los datos que de él disponemos y lo que alcanzamos a intuir de lo que fue su experiencia espiritual, podemos afirmar que el Profeta no arranca del tawhîd, sino que llega a él, algo que aparece explicitado en los pasajes coránicos más significativos referidos a los signos, como veremos más adelante.
Por consiguiente, del tawhîd no se parte, sino que al tawhîd se llega. Ello quiere decir que el tawhîd no es una ideología previa, no puede serlo, ni una creencia, ni tampoco un dogma, sino una forma de ver el mundo (y, por ende, de comprenderlo) y de estar en él. Hoy, para nosotros, el tawhîd posee un doble alcance: es, por un lado, la cristalización de la intuición espiritual fundamental a la que llega Muhammad, y, al mismo tiempo, la puerta de acceso que se nos invita a franquear, a fin de que actualicemos por nosotros mismos dicha intuición muhammadiana.
Gramaticalmente, la palabra tawhîd no es un sustantivo, sino un masdar o nombre de acción, peculiar categoría gramatical de la lengua árabe que remite siempre a la actuación y el movimiento, lo cual implica que el tawhîd no sea una conceptualización cerrada, sino una acción abierta que jamás concluye, como el mundo que, afirma el Corán, no es estático, sino que se está creando y recreando a cada instante. Cuando Muhammad proclama el tawhîd, así pues, no está diciendo en qué cree, sino cómo ve, vive y experimenta el mundo, puesto que el tawhîd tiene que ver, justamente, con el funcionamiento de las cosas.
A pesar del lenguaje teísta en el que está expresado el tawhîd, su sentido profundo es que nada es real, verdadero y operativo salvo lo Real (esto es, Al·lâh, Hû/Él, “El que es”, que de esas formas lo ha dicho la tradición islámica). No existe más realidad que la realidad realmente real. Todo es relativo, excepto lo absoluto. Sólo hay una Realidad, lo que significa que sólo la Realidad es y que toda realidad no es sino en virtud de su participación en la Realidad. A fin de cuentas, el tawhîd no es sino la manera islámica de decir la intuición universal de la unidad, que toda tradición religiosa y de sabiduría expresa de un modo más o menos explícito según sus propias categorías lingüísticas.
El tawhîd no suma nada a la realidad, no se trata, pues, de una interpretación superpuesta al mundo, sino que, justamente, es la operación de radical despojamiento de todo añadido o asociado (shirk) a lo único que es. El tawhîd es desnudamiento de la mirada, hasta ver la realidad tal cual es. Dice un aforismo sapiencial o hadîz, atribuido a Muhamamd: “¡Señor, hazme ver las cosas tal como son!”.
La revelación de Muhammad, su experiencia espiritual de lo que él llama Al·lâh, tiene que ver con la comprensión profunda del funcionamiento intrínseco de la realidad, con eso que gobierna las cosas desde su interior y las hace ser lo que son y no otra cosa. El islam de Muhammad (de hecho a lo único que podemos llamar realmente islam, pues lo que viene después no es sino un constructo sobre dicha experiencia primordial muhammadiana), no es algo aparte de la vida, sino la vida misma en su máxima plenitud. El islam de Muhammad es vivir naturalmente lo que hay.
Y lo que hay es más que lo aparentemente observable. Eso es lo que intuye Muhammad desde un principio y esa es la rendija a través de la que se cuela y sale de sí mismo. Lo que hay es la trama de la vida. El mundo es un texto (que etimológicamente quiere decir tejido) de teofanías, o si se quiere, de signos teofánicos. Este mundo es, en consecuencia, el mundo de los signos, por cuanto no contiene nada que no sea un signo, que es otra forma de decir que en todo late vida, que nada es inerte. Y es, justamente, el conocimiento de los signos lo que permite presentir la dimensión absoluta de la realidad e intuir la unidad de todo cuanto es. Obsérvese, al respecto, que en árabe ‘âlam, mundo, ‘alâma, signo e ‘ilm, conocimiento, comparten la misma raíz gramatical. Por consiguiente, el tawhîd no es un dogma misterioso, sino algo, en principio, accesible a la comprensión humana. En definitiva, lo que el Corán preconiza es un saber de los signos y no un saber de las esencias.
La existencia es el escenario donde se expresa y multiplica la vida en múltiples e infinitos matices. Todo es expresión de lo que el Corán denomina la rahma o fuerza creadora y misericordiosa de Al·lâh, que es la materia prima, o si se quiere, la estructura interior que constituye un universo en el que todo cuanto existe, incluido el ser humano, es signo de la vida expresándose a sí misma a través de todo.
Llegado a este punto, el reto que plantea Muhammad es el siguiente: cómo estar en el mundo, que se resume en los dos aforismos o ahâdîz siguientes. Dice el primero: “El mundo es maldito”; y el segundo: “El mundo todo él es una mezquita”. La contradicción, obsérvese, es sólo aparente. El mundo es maldito, y fuente perpetua de sufrimiento, si te identificas con él; pero es una mezquita, esto es, un lugar de postración y constante admiración (hayra), si eres capaz de entrever que todo en él es signo de una realidad única que las formas no agotan. El mundo es maldito, tal como un infierno, para quien cree ser por sí mismo, mientras que es una mezquita para quien es consciente de que todo le pertenece a Él y que tenemos las cosas, también la vida, en depósito.
Vivir en el recuerdo, reconocimiento y presencia de la rahma o fuerza creadora de la vida que se expresa a través de los signos, comporta un obrar amoroso y solidario en el mundo a favor de la vida, la paz y la justicia, dado que el amor y la solidaridad derivan del sentido de la unidad subyacente de toda la existencia. Amar a una criatura, solidarizarse con ella, es reconocer su vínculo con lo real y con el todo y, llegado el caso, incluso, ayudarla a no perder dicho vínculo, que está en la base de su realidad. Para Muhammad, la perfección del conocimiento se verifica con la perfección de las obras. A fin de cuentas, el tawhîd es, ya lo hemos dicho, una acción.