Etty Hillesum Aceptación puede sonar a pasividad, puede confundirse con la aprobación indiferente, con la resignación. El testimonio de Etty Hillesum, escribiendo desde los campos de concentración, es un ejemplo esclarecedor del sentido de una aceptación plena que es implicación y acción, pero desde la comprensión, desde una acogida radical de la realidad, se muestre como se muestre.
El minuto sabático
Empiezo a escribir estas líneas visualizando dos rostros. Uno de ellos es el de una persona que conocí hace unos años y que, mientras me explicaba una difícil situación profesional que estaba viviendo, me confesaba que a lo largo de toda su vida siempre se había sentido incapaz de estar solo («y sin hacer nada», añadía). El otro es el de un participante en el Programa Vicens Vives que en una de las sesiones, tras hacer un pequeño ejercicio de silencio y silenciamiento personal, me comentaba que, a sus 34 años, era la primera vez que estaba tanto rato en silencio (en situación de vigilia, claro): fueron 15 minutos.
A menudo, cuando reflexionamos a fondo y en serio con profesionales y directivos sobre su vida personal y profesional, me viene a la cabeza el tantas veces citado pensamiento de Pascal que reza: «tout le malheur des hommes vient d’une seule chose, qui est de ne savoir pas demeurer en repos dans une chambre». No sé qué diría hoy Pascal, con los móviles y los portátiles invadiendo hasta el último rincón de nuestro espacio vital y requiriendo de nosotros una disponibilidad cada vez más incondicional. Pascal no se refería a dejar de hacer unas actividades y pasar a hacer otras actividades para descansar de las anteriores (¡esa absurda expresión tan repetida de «cargar las pilas»!): eso es solo compensar el activismo laboral con el activismo del ocio, y así nos va. Pascal hablaba, simplemente, de estar solos en una habitación: y solos, no nos engañemos, significa desnudos ante nuestras conexiones y desnudos ante nosotros mismos.
Vivimos rodeados de ruido, en el ruido, y para el ruido. Y como nos movemos mucho y cada vez más deprisa, hemos convenido, para tranquilizarnos, en denominarlo actividad, acción. A veces me pregunto qué diferencia sustantiva hay entre determinadas maneras de entender el trabajo (el propio y el de los demás) y el frenético movimiento de un hámster corriendo incansable sobre su rueda enjaulada, para llegar a ninguna parte y no moverse de sitio, pero saturado de actividad. Pronto el silencio pasará a ser un lujo, si no lo es ya. El silencio exterior (no ser víctimas de constantes invasiones); y el silencio interior (no vivir absorbidos y distraídos por nuestra irrefrenable cháchara interna). El silencio es un bien público, y es también un bien personal y profesional. ¿Para cuando considerar el silencio un componente de la salud y seguridad en el trabajo?
Hoy se habla a menudo de desarrollar la capacidad de tomar distancia. Pero, al menos, hay dos tipos de distanciamiento. Por una parte, el de poner tierra por medio, el dar un paso atrás, y ponerle un paréntesis al frenesí de la acción…para regresar de nuevo a ella e iniciar un nuevo ciclo que desembocará en la necesidad de un nuevo paréntesis. Por otra, el desarrollo de una capacidad humana –plenamente humana- que nos permite estar inmersos en la acción sin quedar atrapados por ella; la creación de un espacio interior que nos permite vivir sin desvivirnos, y que nos permite no olvidar quienes somos y no confundirnos con el rol que ejercemos. El desarrollo de esta capacidad y la creación de este espacio es una posibilidad siempre presente y siempre creciente, pero requiere disponibilidad, propósito y decisión. Por ello, el primer tipo de distanciamiento puede ser una condición de posibilidad para el segundo, pero por sí mismo no lo garantiza en absoluto
Hoy se habla –y se valora- muy a menudo de la polivalencia, de la capacidad de ser un profesional multitarea. Nunca he creído en ello. No es verdad. Confundimos la idea de realizar diversas tareas a la vez con la práctica de la multifragmentación: lo que hacemos en realidad es una sucesión acelerada de tareas microfragmentadas, y saltamos de una a otra (normalmente bajo la presión de alguien que considera que esto es aumentar la productividad, todo hay que decirlo). Es la apoteosis de la atención dispersa, que no hace más que consolidar la ansiedad y el estrés. Y cuando hablas a fondo con profesionales sobre su vida profesional, siempre acabas encontrando el anhelo de querer trabajar desde una atención centrada, que no es el simple deseo de vivir sin tensiones, sino la nostalgia de vivir y actuar sin perder la conexión con el centro de sí mismos.
Siempre me ha sorprendido lo a menudo que aparece en determinados contextos profesionales lo que yo denomino la fantasía sabática. El suponer que, en el caso de disponer de un año sabático, entonces se podría llevar a cabo algo que en verdad tiene sentido para quien se proyecta y se relame en su fantasía sabática. Obviamente, muy pocos dan el paso; en primer lugar, porque en muy pocos casos dicha fantasía responde a un anhelo arraigado en la propia autenticidad; y, en segundo lugar, porque la fantasía sabática no es más que la enésima reedición del autoengaño de creer que yo sería capaz de conectar con lo mejor de mí mismo en cualquier parte del mundo, menos en el lugar en el que ahora estoy. Claro que, al menos por una vez, podríamos ser serios y, por consiguiente, tomarnos las palabras en serio. Y recordar que en la tradición de Israel lo sabático se entendía como un tiempo de libertad, para conectar con la libertad y para recordar que en el origen de lo que somos está siempre la libertad como liberación. De hecho, contra los usos actuales, sabático significa propiamente supresión de la obligación de rendir. El año sabático era un año de barbecho sagrado para recordar que lo que nos permite vivir humanamente no es sentirnos poseedores de la vida, sino receptores, acogedores y servidores de la vida. En lenguaje teológico, que la tierra no es nuestra, sino un don de Dios.
Hace tiempo que estoy convencido que el desarrollo de la sociedad del conocimiento (es decir: el no quedar estancados en la sociedad de la información) vendrá acompañada por el desarrollo de la capacidad de autoconocimiento. Dudo mucho de que sea posible la primera sin la segunda. Y no hay autoconocimiento sin capacidad de silencio y de silenciamiento. Hace unos años propuse que sería un servicio público fundamental ofrecer en nuestras ciudades espacios en los que, simplemente, se pudiera estar en silencio. Hoy creo que lo mismo es válido –convenientemente explicado y contextualizado, no como una posible moda trivial a añadir a las ya existentes- para nuestras organizaciones. Años atrás supe de algunas empresas que habían habilitado estos espacios, pero he perdido la referencia. A lo más que hemos llegado últimamente en algunas empresas es a crear espacios en los que es posible hacer una pequeña siesta. Me parece estupendo, y los que me conocen saben que lo digo sin ninguna ironía. Pero en el silencio al que me refiero no se trata de desconectar y echar una cabezadita, sino de estar conectado, lúcidamente despierto y atento.
Por eso, frente a la fantasía del año sabático, soy un firme defensor de algo que me parece mucho más real y realista: lo que denomino el minuto sabático. Algo que, en la medida de que depende sólo de cada uno de nosotros cotidianamente, es mucho más difícil y algo de lo que, caso de querer hacerlo, nos escapamos contínuamente (también lo digo por experiencia propia). Podemos crear nuestros minutos sabáticos cada día, y muy a menudo: mientras caminamos por los pasillos de una reunión a otra; parando un momento en el paso de un tipo de actividad a otra; no permitiendo que una visita entre en el despacho inmediatamente después de la salida de la anterior; mientras esperamos que empiece lo que sea o que llegue quien sea; incluso (¿por qué no?) colectivamente antes de empezar una reunión. Un minuto sabático nos invita a estar conectados con nosotros mismos, y no con lo que hemos hecho anteriormente o con lo que vamos a hacer inmediatamente. Es obvio que la práctica del minuto sabático debe venir arropada por espacios sabáticos más amplios y específicos para poder sostenerse en algo sólido.
Pero repito: es algo factible cotidianamente en la vida profesional, aparentementemente fácil de llevar a cabo y cuya realización continuada sólo depende de nosotros… y de la que somos habitualmente los principales boicoteadores. Porque lo reitero: deberíamos considerar el silencio como un componente de la salud y la seguridad en el trabajo.
Termino con unas palabras de Joseph Badaracco cuando, hablando del liderazgo, habla de aquellas personas que «pueden hacer una pausa en las tareas gerenciales que consumen su tiempo y emprender un proceso de indagación interior, un proceso que más comúnmente se realiza a la carrera y no en un tranquilo aislamiento. Pueden ahondar más allá de la agitada superficie de su vida cotidiana y centrarse de nuevo en sus valores y principios básicos. Una vez revelados, esos valores y principios, renuevan su sentido de propósito en el trabajo y actúan a modo de trampolín para la acción. Repitiendo ese proceso, logran plasmar una auténtica y recia identidad basada en su propia comprensión de qué es lo correcto».
Cuando hablo del minuto sabático no me refiero sólo a esto pero, ciertamente, también me refiero a esto.