Etty Hillesum Aceptación puede sonar a pasividad, puede confundirse con la aprobación indiferente, con la resignación. El testimonio de Etty Hillesum, escribiendo desde los campos de concentración, es un ejemplo esclarecedor del sentido de una aceptación plena que es implicación y acción, pero desde la comprensión, desde una acogida radical de la realidad, se muestre como se muestre.
¿Es real el crecimiento del interés por la religión?
LA VANGUARDIA domingo 20 de Abril de 2006
Marià Corbí.
Se dice que las religiones han recuperado de nuevo su poder de atracción. ¿Es cierto que las religiones vuelven a fascinar a las gentes? En nuestras sociedades se da, simultáneamente un rechazo claro, global y explícito de la religión, en una mayoría amplia de la población, y un crecimiento del interés por la religión. Si reflexionamos sobre esta actitud contradictoria, podremos advertir fenómenos sociales muy diversos, acogidos bajo el término “religión”. No parece que se trate de un auténtico resurgir de las viejas creencias y estructuras religiosas. Sin embargo se está dando un fenómeno realmente nuevo: la espiritualidad se está autonomizando de la religión.
Ese pretendido resurgir de la religión es un fenómeno de una gran ambigüedad.
El Islam vuelve a atraer a las masas al grito de “el Islam es la solución”. ¿Qué buscan los países árabes, afganos y paquistaníes cuando recurren al Islam como la solución de sus problemas? No tanto espiritualidad, como un punto sólido de apoyo para su identidad como cultura y como pueblos, frente a un norte opresivo económica, militar y culturalmente. No está claro que los diversos islamismos sean fenómenos netamente religiosos.
En Europa, si por religión entendemos el sometimiento de mente y corazón a unos cuadros de verdades, creencias y principios inviolables, la sumisión y pertinencia a una organización religiosa, con pretensiones absolutas en lo referente a los proyectos de vida de individuos y colectivos con relación a la familia, la sexualidad, los problemas de salud y enfermedad y el comportamiento en general, la religión no interesa, se le da la espalda. Para las generaciones más jóvenes, para las clases medias cultivadas y para las elites de la cultura, el rechazo de la religión, entendida en el sentido que hemos precisado, es, para la mayoría, tan completo, que ya no es ni problema.
En el siglo XIX y en la mayor parte del XX, la religión fue un problema; en los inicios del XXI, para muchos, ya no es ni problema. Nunca las religiones establecidas tuvieron menos crédito y plausibilidad cultural que ahora, incluso desde un punto de vista espiritual.
Lo que fascina en Europa, aunque sólo en círculos reducidos de buscadores, que no hacen más que crecer, es una espiritualidad libre de sumisión a creencias; una espiritualidad sin afiliación a iglesias; una espiritualidad no religiosa sino laica. Entre esos buscadores los hay, una minoría, que busca con criterio, y una mayoría que lo hace mezclando lo más alto con lo más bajo, lo consagrado por tradiciones milenarias, con esoterismos marginales, formas populares del yoga, astrología, etc. Junto al crecimiento de una auténtica búsqueda, se extiende también la necesidad de escapar de una realidad plana y desencantada.
En la misma línea está el crecimiento, sobre todo en América del Norte y en América del Sur, de unas formas de cristianismo, bautistas y pentecostales, en las que las creencias no son importantes, están en la sombra para acentuar mejor el uso de técnicas de exaltación colectiva, mediante discursos encendidos y emotivos, músicas y danzas, hasta llegar a una especie de éxtasis colectivo, como un nuevo chamanismo.
En América del Norte, las nuevas sociedades de cambio continuo y riesgo llevan a los individuos a vivir una realidad de competitividad despiadada, con traslados frecuentes, por razones laborales, de una parte a otra del país. En esa situación el desarraigo empuja a buscar refugio, acogida, calor humano y emotividad en grupos religiosos. Es la huída de una dura realidad económica y social y la huída de unas relaciones sociales frías, utilitarias, planas, carentes de cordialidad y emotividad.
También el desarraigo y la dureza de las condiciones de la vida empujan a muchos, en América del Sur, a buscar la proximidad humana y la acogida en los grupos de cristianos llamados evangélicos. Se huye del aislamiento y del desamparo.
Crecimiento simultáneo de la increencia, de la credulidad y de la espiritualidad.
La vida humana perdió, en poco tiempo, toda su sacralidad y el mundo se desencantó, reducido todo a sus puras dimensiones prácticas en una dura lucha económica, científica y tecnológica. Estos grupos religiosos, con sus discursos y ceremonias, procuran emociones religiosas y proximidad humana. Así logran hacer menos fría, menos plana la vida y reencantan de nuevo la realidad.
¿Es esto un renacer del interés por la religión o es la búsqueda de soluciones a unas claras deficiencias sociales? ¿Es eso religión o es patología cultural y social?
A medida que las ciencias y las tecnologías invaden todos los ámbitos de la vida humana, incluso los de la comunicación, crece, en las nuevas sociedades industriales de innovación y cambio, la frialdad utilitaria y la fragilidad de las relaciones humanas, y de la vida en general. En esa misma medida crece, como en compensación, la credulidad y el gusto por lo mágico, lo maravilloso, lo esotérico.
¿Vuelve a ser esto un renacer del interés por la religión o es el resultado de serias deficiencias socio-culturales?
En nuestras sociedades crece la increencia y crece la credulidad. Pero es significativo advertir hacia dónde crece la increencia y hacia dónde crece la incredulidad. Crece la increencia respecto a las religiones institucionales, sus dogmas y normativas. Crece la credulidad respecto a lo emotivo-experiencial, a lo esotérico, que es más querer creer y fantasear que la firmeza de una creencia apoyada en una revelación divina. Es más querer dar validez y querer simbolizar determinadas dimensiones del vivir humano, ausentes, que creencia real.
Al margen de todas estas ambigüedades del uso del término “religión”, que en la mayoría de los casos no es lo que parece ser, está el crecimiento de los auténticos buscadores de espiritualidad. Son autónomos o en pequeños grupos con lazos muy flexibles. Y son buscadores en un contexto de globalización de las tradiciones religiosas. Eso no comporta que vayan a parar, necesariamente, a sincretismos o religiones a la carta. Es otro planteo de la vida interior y de la espiritualidad. Esta actitud de búsqueda no se interesa por las religiones, aunque sí por la riqueza de las tradiciones espirituales de la humanidad. Se trata de indagadores libres, no necesariamente creyentes, pero atentos y respetuosos con la riqueza de las tradiciones.