Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
HACIA UNA ESPIRITUALIDAD LAICA
Sin creencias, sin religiones, sin dioses.
Marià Corbí
Editorial Herder, diciembre 2007
Extracto de la Introducción
Estamos en una de las grandes encrucijadas de la historia: en lo religioso, en lo axiológico, en lo económico, en lo político, en la organización de la vida familiar, en las relaciones entre individuos y entre grupos sociales, en las relaciones entre países… una transformación que no deja nada al margen.
Estamos frente a una de las mutaciones más profundas de la historia humana, una mutación que nos está forzando a cobrar conciencia, individual y colectivamente, de que debemos construirnos enteramente nuestros sistemas y modos de vida; y eso sin contar más que con la calidad de nuestros postulados axiológicos, con la calidad de nuestros proyectos colectivos y personales. Construyendo al paso de los cambios rápidos y frecuentes de las sociedades de innovación continua.
Ya sabemos que nadie ni nada nos rescatará de nuestra incompetencia y falta de calidad. Estamos irremediablemente en nuestras propias manos, sin que nadie ni nada nos alivie de esa responsabilidad.
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Marià Corbí
LA FUNCIÓN DEL CENTRO
Ya sabemos que nadie ni nada nos rescatará de nuestra incompetencia y falta de calidad. Estamos irremediablemente en nuestras propias manos, sin que nadie ni nada nos alivie de esa responsabilidad.
Para poder orientar nuestro futuro hay que investigar qué está pasando y, también, las consecuencias que se derivan -en todos los ámbitos de nuestra vida-, de los acontecimientos económicos, sociales, culturales y religiosos que se están desarrollando ante nuestros ojos.
Para la gran mayoría, especialmente para los niveles más dinámicos y más jóvenes, las religiones tradicionales han colapsado; los grandes movimientos ideológicos, que han movido durante un siglo y medio a las sociedades europeas han perdido también su atractivo y su vigencia.
Lo que nos queda son unos principios económicos de mercado y competitividad que se extienden a todos los aspectos de la vida; y nos queda, también, un deseo de libertad y democracia que ha de convivir con una economía que somete a unas organizaciones políticas faltas de crédito y a unos líderes incompetentes; nos quedan unas ansias de equidad y de justicia pero en el seno de unas sociedades cada vez más polarizadas entre unos sectores ricos y unos sectores pobres.
La mayoría de los ciudadanos de las nuevas sociedades han dejado de ser creyentes y se han alejado de prácticas religiosas, de rituales y sacralidades. Incluso las creencias laicas, que sostenían la ideología liberal y la socialista, han perdido su credibilidad.
El desmantelamiento axiológico y religioso no es consecuencia de la decadencia de las nuevas sociedades. Las nuevas sociedades industriales no son más decadentes que las sociedades del siglo XX que las precedieron. Las organizaciones filantrópicas y no gubernamentales se multiplican en todos los niveles de la sociedad, sobre todo entre los jóvenes. Las religiones no interesan, pero el interés por la espiritualidad está muy extendido y es creciente en mil formas.
Hay que estudiar lo que está pasando en nuestras sociedades para calibrar qué pasa con el lenguaje de las tradiciones religiosas del pasado y con todo su milenario legado. Qué factores hacen que su hablar sea incomprensible e inaceptable para la mayoría.
Están ocurriendo muchas cosas que tienen repercusiones profundas sobre las religiones y las tradiciones espirituales. A todo esto hay que dar respuesta adecuada. No se puede esperar, sentado al borde de la corriente, esperando que el río fluya hacia arriba. Las aguas que se fueron no volverán.
He dedicado largos años a reflexionar sobre estos temas. Mi investigación, que ha durado casi cuatro décadas, puede parecer atrevida y arriesgada, porque se aleja de las maneras habituales de pensar, sentir y vivir las cuestiones religiosas y espirituales. Pero, en realidad, no soy yo quien se aleja de esas formas tradicionales, que me merecen todo el respeto y toda la veneración: es toda la corriente central de la cultura la que se ha alejado, y el alejamiento ya no es cosa sólo de elites, como en otras épocas de la historia.
Yo sólo recojo, formulo y doy forma teórica a lo que está ya, hace tiempo, en la calle. No soy pues un innovador, sólo estoy con los ojos y el corazón abiertos para ver y sentir lo que pasa, sin temer sus consecuencias; sólo soy un testigo que dice lo que ve. No se gana nada con ignorar lo que está ocurriendo. Por el contrario, se pierde mucho.
En sociedades de conocimiento, de innovación constante, que modifican continuamente nuestras maneras de pensar, sentir, organizarnos, actuar y vivir, no podemos quedarnos fijados por creencias y normas del pasado. Hay que responder a circunstancias que no se dieron nunca antes. Por consiguiente, tendremos que decir y hacer cosas, aunque antes nunca se dijeran e hicieran.
No es legítimo ignorar lo que las gentes están viviendo, ni es legítimo volver la cara para otro lado, como si no pasara nada, por miedo a las consecuencias.
No es legítimo eludir la responsabilidad con las generaciones futuras, por una fidelidad mal entendida y miedosa a las formas del pasado.
Si el miedo paraliza nuestro espíritu, no podremos responder a los desafíos que nos presentan las nuevas sociedades laicas, no creyentes y globales. Y ellos son los herederos legítimos de toda la sabiduría de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad.
No podemos resignarnos a tener que archivar las grandes tradiciones espirituales, vehiculadas por las viejas religiones, en los anaqueles de la historia, como cosas del pasado. Las religiones y las tradiciones espirituales fueron la fuente de sabiduría de la que bebieron nuestros antepasados y donde se fundamentó su espiritualidad, y son su más preciado legado.
Si nos empeñamos en continuar leyendo, sintiendo y viviendo ese legado como lo hicieron las sociedades que ya han desaparecido, corremos el riesgo de que desaparezcan todas esas riquezas con lo que desaparece.
Hay que arriesgarse, por respeto y veneración por el legado, por amor a la verdad y por amor a las futuras generaciones, aún con peligro de equivocarse. Equivocarse así, sería un acto de responsabilidad y de amor.
Sin embargo, la espiritualidad es atrevimiento, dicen los maestros espirituales, y hay que confiar en el soplo del Espíritu. Ese Espíritu dirigirá nuestros intentos.
Este libro pretende ser un compendio de las ideas que he ido exponiendo en libros y artículos, fruto de mis investigaciones, a lo largo de los años. Mis amigos me pidieron que reuniera en un solo texto los pasos que he ido dando en mis estudios. Me pareció una idea interesante y me puse a realizarla. Estas páginas son el resultado de este esfuerzo.
He procurado que quede clara la marcha lógica de mis trabajos, para que se vea mejor su unidad y coherencia. En muchas ocasiones transcribo párrafos enteros de mis obras anteriores. Siempre que juzgo que estaba bien expresado lo que pretendía decir, no rescribo de nuevo; pero sí lo hago siempre que me parece que algo puede completarse o esclarecerse.
El libro tiene la pretensión de ofrecer, de una manera seguida y lo más clara posible, la marcha de mis estudios y sus resultados, para que los lectores puedan disponer de una síntesis unificada. Invito a quien quiera indagar más en alguno de los temas que expongo, a recurrir a las obras más amplias y a los artículos.
Este escrito expone, lo más ordenadamente posible, hasta dónde he llegado. Mientras tenga vida continuaré caminando.
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