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Indagar con la mente e indagar con el sentir

Indagación es investigar con toda la luz de la mente y con toda la pasión del sentir.

Debemos aclarar que la indagación no es una investigación racional. Guardaremos el término “investigación” para la puramente racional.

Para “indagar” hay que hacer de la mente, pasión y del sentir, lucidez.
Se parte de los sentidos para llegar a la mente. Si se parte de la mente, tiene que hacerse sensitiva con ayuda de los sentidos.

La dimensión absoluta, lo sutil de lo sutil de la realidad, solo se presenta en la dimensión relativa y es ahí donde se la ha indagar, no hay otra posibilidad; por consiguiente, se ha de partir de los sentidos ejercidos sobre alguna realidad modelada por nosotros mismos.  Ahí está el secreto de la indagación: arrancar desde los sentidos y sobre realidades modeladas por nosotros mismos. Y eso para poder traspasar la modelación que hacemos de la realidad, sin salirse de la modelación, hasta comprender que nuestra modelación no es sino una forma de la dimensión absoluta, de Eso sutil, hasta comprender y sentir que en la modelación se está viendo directa e inmediatamente la dimensión absoluta.

Cuando la indagación arranca de la mente, por ejemplo, preguntándose “qué es todo esto”, “qué es lo hay aquí en mí”, primero ha tenido que haber una percepción que, aunque sea por unos instantes, se salió del sistema de modelaciones y, por ello, provocó la admiración y el asombro. Lo que está totalmente sumergido en el sistema de modelaciones resulta obvio, conocido, natural.

Cuando se calla el sistema de modelaciones todo es asombroso, todo es una gran incógnita, un misterio, un abismo. Todo remite al secreto de los mundos, a lo sutil de lo sutil. No es que remita a nuestra astronomía, nuestra física, nuestra biología, nuestras ciencias en general, sino que remite al misterio de lo que está más allá de nuestras posibilidades de modelación, las propias de un animal terrestre.

Toda realidad de nuestro mundo puede ser objeto de indagación: una piedra, un insecto, la noche estrellada, los fenómenos atmosféricos, los árboles, las plantas, las flores, etc.

Las cosas no son cosas que aparecen y desaparecen. Los humanos no son humanos que nacen y mueren. Nada ni nadie ha venido a este mundo, todo son momentos de este inmenso mundo, sin nada añadido.

Nada tiene entidad propia, todo es un momento del proceso de los mundos. Todo son abismos de espacio y tiempo (desde nuestros saberes) abismos de interdependencias y de ser. Eso mismo somos nosotros.

La mente-sentir ha de indagar Eso en toda la realidad, hasta que el sentimiento de individualidad sea absorbido en ese gran misterio.

Hay un objeto de indagación especialmente adecuado: nosotros mismos
Para indagar sobre sí mismo hay que callar, mediante IDS (el interés, el distanciamiento y el silenciamiento) la interpretación que hacemos de nosotros mismos, entonces podremos tener a mano el asombro, la incógnita, el misterio que somos.

Somos una forma de la dimensión relativa, de Eso sutil. En nosotros podemos conocer que la dimensión absoluta es como mente, como sentir, como conciencia. Podemos ver la dimensión absoluta como la propia realidad de nuestro ser. Podemos comprender que, porque nuestro ser es lo sutil de lo sutil, ni nacemos ni morimos; podemos comprender que no somos individuos sino abismos de misterio.

Si somos la dimensión relativa, no somos “otros” de nada, y nada es “otro” de nosotros.

Para los animales su relación con el medio es un asunto de estímulos y respuestas según su especie. Por tanto, para los animales el mundo es un sentir; es como una vibración, una conmoción sensitiva. El sentir animal es una estimulación que acompaña a una acotación del medio según su estructura genética. El sentir animal acota y valora lo que le rodea como pertinente o como peligroso a su sobrevivencia. Lo que se acota es lo que se siente, y lo que se siente es lo que se acota.

Cada especie animal es un sentir del mundo y es una acotación. Lo más primario y fundamental para un animal en su relación con el medio es su sentir, que presupone una acotación y que provoca una reacción en relación con su supervivencia.

Los humanos somos animales sin nada añadido a nuestra condición animal. El habla es un invento biológico para ganar ventaja en la sobrevivencia. La lengua es nuestra diferencia específica, la característica de nuestra especie animal. La lengua nos constituye como animales, pero no nos rescata de esa condición, ni es signo o prueba de que dispongamos de una dimensión que no sea propia o supere nuestra humilde condición.

Según estas reflexiones, también para nosotros, como para los restantes animales, nuestra relación con el medio, con el mundo, es primariamente un sentir. El sentir es lo más fundamental de nuestra condición. El sentir humano también presupone y va acompañado de las acotaciones, de una interpretación de lo real, pero en los humanos esa interpretación tiene dos componentes: el propio de nuestra condición genética y el propio de la modalidad que cada cultura dimensión absoluta a esa condición genética. Esos dos componentes van siempre unidos, forman una sola noticia, un solo sentir.

Para nosotros, como para los demás animales el sentir-acotación, el sentir-interpretación es la base de todo.

La lengua es una invención, una creación biológica de nuestra condición de vivientes. En nuestro cerebro se creó la competencia lingüística que consiste en la capacidad de unir el significado que tienen para nosotros como vivientes las cosas que, previamente nuestra condición genética ha acotado, a una estructura fónica convencional. Gracias a esa unión de un significado y una estructura fónica nos podemos referir a lo que posee ese significado. Tenemos: estructura fonológica + significado de una realidad con relación a nosotros + referencia.

Gracias a nuestra condición lingüística tenemos un doble acceso a la realidad: el que es mediado por la unión de una forma acústica con el significado de algo para nosotros, y el acceso a la realidad misma de donde procede el significado. Eso permite distinguir, por lo menos operativamente, entre el significado relativo a nosotros que viene mediado por la forma acústica (la palabra), y la cosa misma que está ahí, independiente de la relación a nosotros los humanos.

Supuesto que nuestra actitud primaria y básica a la realidad es la propia de todo ser viviente, un sentir, la realidad tendrá una doble valoración para nosotros, tendremos un doble acceso axiológico a la realidad: el que proporciona la palabra, que es una estructura fonológica convencional + un significado; y, simultáneamente, el que nos ofrece la cosa a la que se refiere la palabra, eso de ahí, que forzosamente es también axiológico.

Por la competencia lingüística los humanos tenemos un doble acceso axiológico a la realidad, el relativo a nosotros y el no relativo a nosotros o absoluto. Este doble acceso no es acceso a dos realidades, sino acceso a una única realidad que presenta dos dimensiones, la relativa y la absoluta. Toda realidad sobre la que tengamos palabras tiene esas dos dimensiones y la dimensión absoluta no es nada oculto en la realidad cotidiana, ni nada metafísico o de una dimensión espiritual o divina, es la misma realidad relativa a nosotros vista y sentida, inmediata y directamente, como no relativa a nosotros, como absoluta, pero en la realidad que vivimos como relativa a nosotros.

Esa doble dimensión, que es un doble sentir, un doble acceso axiológico, nos libera de la fijación a la forma en que se nos presenta la dimensión relativa. No estamos fijados genéticamente a una acotación-sentir como los restantes animales. Nosotros sabemos siempre, aunque la mayoría de las veces sea implícitamente, que “eso de ahí” no es una relación a nosotros intocable; esa relación a nuestras necesidades puede variar cuando las condiciones del medio o la forma de sobrevivir del grupo humano cambie.

La doble dimensión de nuestro sentir nos permite cambiar nuestra forma de sobrevivir en el medio, y los cambios que se producen en nuestras formas de sobrevivir alteran la cara que nos presenta la realidad en relación con nuestras necesidades, pero no alteran la dimensión absoluta.

Nuestra condición de animales lingüísticos nos permite algo equivalente a los cambios de especie animales, sin necesidad de modificar ni nuestro programa genético, ni nuestra fisiología. Así resulta que la vida ha creado en nosotros un procedimiento que permite cambios frecuentes en nuestras formas de sobrevivencia, lo cual supone una gran ventaja competitiva con los restantes animales.

El sentir construye al yo. Todo viviente ha de sentirse como una estructura de necesidades y, por tanto, como una individualidad frente a un mundo donde debe satisfacer sus necesidades. Las necesidades del viviente crean la individualidad y el mundo de objetos frente a esa individualidad. La necesidad crea la dualidad. El yo es la vivencia de la individualidad en un ser lingüístico. Los rasgos básicos que constituyen al yo son los deseos en relación con sus necesidades, los temores que inevitablemente acompañan a cada deseo (temores de no lograr lo deseado, temores de no poderlo conservar y temores de perderlo), los recuerdos de los éxitos y fracasos en el intento de conseguir lo que exigen los deseos y las expectativas de conseguir esos deseos en el futuro.

Los deseos/temores son el núcleo del ego, al que acompañan los recuerdos hacia el pasado y las expectativas hacia el futuro. Resulta esta estructura: recuerdos (R), deseos (D), temores (T) y expectativas (E): RDTE.

La conciencia de individualidad del viviente humano es la conciencia de yo que es una función cerebral para gestionar todo lo que se refiere a su condición de individuo en un medio. El yo está constituido por RDTE y acota y valora todas las cosas a través de esa estructura. Todo lo que acota y valora desde RDTE conforma su sentir del mundo según el modo de sobrevivencia del colectivo. En el seno de ese mundo modelado por el yo, con su concreta RDTE, se presenta la dimensión absoluta (DA) y no relativa de lo real como su fuente, como su realidad misma.

El sentir de dimensión absoluta se manifiesta como lo verdaderamente real. La interpretación y el sentir del yo, que ha de pasar por RDTE, se presenta como no real, no existente ahí, como existente únicamente para nuestro yo. Estos son los datos que se presentan a la conciencia: el sentir-interpretación que pasa por RDTE no es real, está únicamente en el sentir de nuestra conciencia, de nuestra individualidad. El sentir la realidad que no pasa por RDTE es lo real que, porque no pasa por los moldes configuradores de RDTE, no tiene forma.

Tenemos pues un doble sentir de lo real: un sentir con forma (la que le dimensión absoluta RDTE) y otro sentir sin forma. El sentir sin forma apunta y expresa la realidad verdadera de lo que modela el yo desde RDTE.

El sentir con forma es el que funciona como sistema de señales con relación al medio para indicarnos qué estímulos exteriores pueden ser benéficos y cuales dañinos de cara a nuestra supervivencia como individuos y como colectivos. Además del sentir-sistema de señales, está el sentir sin forma o sentir hondo, que es el que recibe la noticia explícita o implícita de la dimensión absoluta.

Se dimensión absoluta cualidad humana cuando se cultivan temáticamente las dos dimensiones de nuestro sentir. Si no se cultivan esas dos dimensiones nos reducimos a cultivar solo el sentir-sistema de señales, que es lo que llamamos sentimientos. No hay, entonces, cualidad humana, y el sentir hondo sin forma queda únicamente implícito y no tematizado.

Cuando se intensifica el sentir hondo se puede llegar a advertir que lo que realmente hay es la noticia que recibe el sentir hondo y que lo que siente el sentir-sistema de señales o sentimiento es una construcción nuestra, vacía de realidad propia.

Los maestros que estudiaremos- en este fin de semana 26-27 de noviembre, Juan de la Cruz y Sutra Lankavatara- dicen que ese sentir hondo sin forma que recibe la noticia de la dimensión relativa, es la dimensión absoluta misma sin dualidad ninguna. A ese sentir hondo que advierte la dimensión absoluta hasta el punto de que se sabe no-otro de la dimensión relativa, los maestros del sentir le llaman el Corazón. La conclusión que sacan es que la dimensión relativa, el misterio de la inmensidad de los mundos es sentir hondo (no sentimientos), es Corazón. Por consiguiente, nuestro sentir hondo, nuestro sentir sin forma es el Corazón, la patencia de que la dimensión relativa, el misterio de los mundos, es Corazón.

En nuestro sentir profundo se hace patente y presente que la dimensión absoluta es un Corazón y que ese Corazón del misterio de los mundos es nuestro propio sentir hondo sin forma, esta es una afirmación sorprendente que puede orientar toda nuestra indagación con la totalidad de nuestro sentir. Todos los maestros que hablan de la no-dualidad están enseñando esto mismo implícitamente, pero los tres maestros que hemos elegido lo enseñan explícitamente.

El yo se asienta y está constituido por RDTE porque su función es gestionar la sobrevivencia, por tanto, es desde el nivel con forma del sentir que opera como sistema de señales. Pero el yo, aunque se identifica con la realidad que le dicta su RDTE, es inteligente y puede comprender las enormes ventajas que supone actuar con la totalidad del sentir: el nivel superficial y el nivel profundo. Si comprende que haciendo pie en la dimensión absoluta cumple mejor su papel de gestor de la sobrevivencia, la adoptará. Si lo comprende con claridad, se pondrá incondicionalmente al servicio del sentir hondo y sin forma, de la dimensión relativa, del Corazón del misterio de los mundos.

Extracto de Marià Corbí El sentir hondo de la vida. Principios de epistemología axiológica 7. Madrid., Bubok, 2022.  Descargable en https://www.bubok.es/libros/270024/El-sentir-hondo-de-la-vida-Principios-de-epistemologia-axiologica-7

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