Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Nuestra forma cultural de ser vivientes
Reflexiones desde la Epistemología Axiológica
Nuestros parientes animales tienen su sistema de vida, lo que podríamos llamar su sistema de acotación, interpretación y de valoración de la realidad, determinado genéticamente. Hay, pues, un estricto paralelismo entre el cuadro de necesidades, los instrumentos biológicos de actuación en el medio, y el conjunto significativo del medio de cada especie
Al mundo de sus necesidades y de sus capacidades de acción, le corresponde un mundo de acotaciones, y podríamos decir, aunque impropiamente, un mundo de objetivaciones. Hablando antropomórficamente diríamos que hay una estricta correspondencia entre lo que sería su sistema axiológico y su mundo de realidades, entre su sistema de acotaciones en el medio y la significación que esas acotaciones tienen para su vida.
De esta forma, los animales saben en todo momento qué es lo que tienen que hacer y qué tienen que evitar para su sobrevivencia individual y de grupo y para la procreación, alimentación y protección de sus crías. Algunas especies tienen pequeños márgenes de aprendizaje.
El precio que pagan por tener su sistema de vida programado genéticamente es la inflexibilidad. Las especies animales necesitan millones de años para cambiar y adaptarse a las modificaciones del medio.
Frente a esta estructura animal está nuestra peculiar estructura de ser unos vivientes culturales, nuestro modo de ser de animales culturales. Esta peculiar estructura nuestra da la razón, la función y el por qué poseamos la palabra.
Veamos un poco en detalle cómo se genera la cultura partiendo de nuestra condición animal.
El punto de partida irrenunciable es: la cultura no es la obra de un ser que un compuesto de animalidad y de espíritu, ni tampoco de un ser que es un compuesto de animalidad y de racionalidad. Lo que nuestros mayores llamaron «espíritu» y «racionalidad» debemos poderlo explicar desde nuestra condición de animales que hablan, porque ya no podemos partir de una antropología que se apoye en creencias o en supuestos que no se deriven de nuestra condición de vivientes.
Nuestra peculiar estructura se deriva toda ella de nuestra condición de animales que hablan. Nuestra dotación genética nos provee de nuestra morfología, de nuestra condición sexual, de nuestra condición simbiótica y de la competencia lingüística, pero no nos deja determinado cómo tenemos que vivir todas esas características.
Somos pues unos vivientes con una dotación genética incompleta, pero dotada con un instrumento para completar esa nuestra indeterminación genética. Tenemos unas tendencias que no pueden realizarse si no es a través de las construcciones lingüísticas. Sin la construcción de una lengua concreta y sin la construcción de un proyecto cultural, somos animales inviables.
Por consiguiente, antes de las construcciones culturales tendríamos unas tendencias que no pueden llevarse a término porque no tienen determinado el cómo. A esas tendencias insuficientemente formateadas correspondería un medio como un conjunto no significativo.
Hablando construimos nuestros sistemas axiológicos colectivos (PACs) como conjunto de interpretaciones y valoraciones de la realidad, capaces que generar unas actuaciones adecuadas a las condiciones de sobrevivencia.
El sistema axiológico colectivo crea un cuadro concreto de necesidades que se hacen conscientes como deseos. A esa estructura de deseos corresponde, como en el caso de los animales nuestros parientes, un mundo de acotaciones, objetivaciones, y de valoraciones y acciones.
A lo largo de la sucesión de las distintas especies de homínidos se fue construyendo ese invento biológico que consistió en dejar progresivamente indeterminado nuestro programa genético y, simultáneamente en ir creando el instrumento que nos permitiría autoprogramarnos, el habla.
Las tendencias no suficientemente determinadas, para que sean realizables, abren posibilidades en el medio que, por tanteo y error, terminan concretándose por medio del habla. Al final del proceso tendremos la construcción de un sistema axiológico colectivo, al que corresponderá un cuadro de deseos individuales y colectivos, que tendrá como contrapuesto un mundo objetivo como conjunto de significaciones.
Así se construye el modo humano de ser un viviente constituido como tal viviente por el habla. El habla estructura y determina nuestra manera de ser animales viables.
Los fenómenos que se derivan de la intervención del habla en nuestro sistema de sobrevivencia deben ser todos explicables desde las características del habla. Deben poderse derivar de nuestra condición de hablantes. Todos los fenómenos culturales tienen que poder ser explicados desde ahí; desde los más próximos a nuestra condición animal, hasta los que parecen más alejados de esa condición nuestra. Todos los fenómenos, sin exclusión alguna, tiene que poderse dar cuenta de ellos desde ahí: las ciencias, las artes, la cultura en general, las religiones, la espiritualidad, incluso la mística más elevada tiene que ser explicada desde ahí.
De manera escueta el procedimiento central generado por la lengua es el siguiente: trasladar el significado de lo objetivo residente en las cosas y unirlo a una forma acústica,
con ello se logra separar el significado de eso objetivo, con lo cual podemos distinguir eso objetivo, del significado que tiene para mí. Con eso, el gran invento de la lengua ya está hecho: el doble acceso a lo real, un acceso relativo a nuestras necesidades de vivientes y un acceso no relativo a esas necesidades o absoluto.
Esta bifurcación en nuestro acceso a la realidad no es debida a nuestra condición espiritual o religiosa, sino a nuestra condición de vivientes flexibles, sin una naturaleza fijada, que debemos terminar de construir nosotros mismos en cada nuevo modo de sobrevivencia.
La apertura de la dimensión no relativa, la dimensión absoluta, tiene también un doble efecto: permite entrever otras posibilidades de sobrevivencia y permite adentrarse gratuitamente mar adentro en esa dimensión absoluta. Como hemos indicado antes, esos dos efectos tienen funcionalidad biológica.
Gracias, pues, a nuestra condición lingüística, los humanos nos hemos podido construir nuestros proyectos axiológicos colectivos y nuestros diversos mundos cultuales de sobrevivencia. En las sociedades preindustriales los proyectos axiológicos colectivos fueron los mitos, en las sociedades industriales las ideologías, y en las sociedades de conocimiento serán los proyectos axiológicos colectivos (PACs) construidos conscientemente, con ayuda de un saber peculiar construido para ello: la epistemología axiológica.