Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
LA APORTACIÓN DEL MITO
Karen Armstrong
Ya es hora de renunciar a la falacia del siglo XIX según la cual los mitos son falsos o representan un modo de pensamiento inferior. La mitología, al igual que la ciencia y la tecnología, amplía las posibilidades del género humano.
Hoy en día la palabra «mito» suele designar algo no verídico. Un político acusado de cometer un desliz se defenderá diciendo que eso es un «mito», que nunca ocurrió. Cuando oímos historias sobre los dioses que pasean por la tierra, de muertos que se levantan de sus tumbas o de mares que se abren milagrosamente para permitir que un pueblo elegido huya de sus enemigos, las desechamos por increíbles y de falsedad demostrable. Desde el siglo XVIII hemos desarrollado una perspectiva científica de la historia; lo que más nos preocupa es lo que ocurrió de verdad. Pero, en el mundo premoderno, lo que más preocupaba sobre el pasado era qué había significado determinado suceso. Un mito era un hecho que había ocurrido una vez, pero que en cierto sentido ocurría continuamente. Debido a nuestra actual perspectiva estrictamente cronológica de la historia, no tenemos un término para definir semejante acaecimiento, pero la mitología es una forma de arte que va más allá de la historia y señala lo que hay de eterno en la existencia humana, ayudándonos a traspasar el caótico flujo de sucesos fortuitos y entrever la esencia de la realidad.
En nuestra cultura científica solemos tener nociones muy simplistas de lo divino. (…) Al principio no había abismo ontológico entre el mundo de los dioses y el mundo de los humanos, Cuando éstos hablaban de lo divino, generalmente se referían a algún aspecto de lo terrenal. (…) La función de la mitología era ayudarnos a hacer frente a los conflictos humanos. Ayudaba a las personas a encontrar su lugar en el mundo y su verdadera orientación. Es un error considerar los mitos una forma inferior de pensamiento que puede dejarse de lado cuando los seres humanos alcanzan la madurez. La mitología no es un precedente de la historia, ni afirma que sus relatos sean hechos objetivos.
(…) Los seres humanos somos únicos con respecto a la conservación de la capacidad para el juego. A menos que vivan en condiciones artificiales de cautividad, los otros animales pierden su inicial sentido de lo lúdico cuando se enfrentan a la dura realidad de la vida salvaje,. Los adultos humanos, en cambio, seguimos disfrutando con diferentes versiones del juego y, como los niños, creando mundos imaginarios. En el arte, liberado de las restricciones de la razón y la lógica, concebimos y combinamos nuevas formas que enriquecen nuestra vida, y cuyo mensaje consideramos importante y profundamente «cierto». También en la mitología contemplamos una hipótesis, le damos vida mediante un ritual, obramos en consecuencia, observamos el efecto que ejerce en nuestra vida y descubrimos que nos ha permitido comprender mejor el perturbador rompecabezas de nuestro mundo.
Por tanto, un mito es cierto porque es eficaz, no porque proporcione una información objetiva. (…) Nunca hay una versión única y ortodoxa de un mito. A medida que cambian las circunstancias, necesitamos contar nuestras historias de forma diferente para extraer de ellas su verdad eterna. Cada vez que la humanidad dio un gran paso adelante, revisó su mitología y la adaptó para que hablara a las nuevas condiciones. Si el mito «funciona», es decir, si nos hace cambiar nuestra mente y nuestro corazón, si nos infunde esperanza y nos incita a vivir de una forma más plena, el mito es válido. (…)
El mito nos enseña a ver el mundo de un modo diferente; nos muestra cómo mirar en el interior de nuestro corazón y cómo ver el mundo desde una perspectiva que va más allá de nuestro propio interés. Pero la mitología sólo nos transformará si podemos seguir sus orientaciones. En esencia un mito es una guía; nos dice qué debemos hacer para enriquecer nuestra existencia. Si no lo aplicamos a nuestra propia situación y no lo convertimos en una realidad de nuestra vida, nos resultará algo tan incomprensible y ajeno como las reglas de un juego de mesa, aburridas y complicadas hasta que empezamos a jugar.
(extracto de: Karen Armstrong. Breve historia del mito. Barcelona, Salamandra, 2005. pgs. 16-20.)