Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
La espiritualidad como protesta
Esta mañana me ha llamado la atención el título de un texto de Amando Robles: “La espiritualidad como propuesta”. La costumbre de jugar con las palabras me ha llevado a descubrir cuántas cosas se revelan con el simple cambio de algunas letras. Este juego, como todo juego, es fuego si se juega en serio.
De este modo apareció ella sola, sin que nadie lo supiera, una palabra que es también propuesta: “La espiritualidad como protesta”.
Yo vivo en un pequeño país en el que un día sí y otro también, dan ganas de morirse de tristeza. En estas circunstancias, cada aliento es un acto de resistencia. Abrir los ojos por la mañana y atreverse a vivir, mirar la flor que asoma por la ventana, salir a caminar, son actos cotidianos de resistencia, esos pequeños actos indispensables en los tiempos dramáticos de la historia. En los tiempos épicos los hechos heroicos son brillantes, luminosos. En los actuales, la historia sigue hacia delante con pequeñas cosas, oscuras, anónimas, de cuya silenciosa terquedad va naciendo la confianza. Bien decía Leonel Rugama, poeta nicaragüense muerto en la lucha contra la dictadura somocista, hablando de otro guerrillero muerto:
“Era tan valiente
como para no morirse de tristeza” [1]
Este vivir mirando “los ojos vacíos de la nada” nos enseña cada día que la espiritualidad es no sólo “un” acto de terca obstinación, sino “la” fuente de nuestra resistencia. Tener el coraje de ser hijos e hijas del instante, “hijos del viento” decían los primeros monjes; de defender la vida como se defiende una victoria… porque en estas circunstancias, como bien nos enseñó Víctor Frankl, la vida es una victoria, es la trinchera que decidimos no entregar al enemigo. Cada aliento gratuito, habiendo perdido no sólo las respuestas, sino incluso las palabras para formular preguntas, resulta ser un místico atreverse a lanzarnos, desnudos y desnudas de palabras, hacia e temible abismo. “Soltando amarras”, como dice esa grande y querida poeta Claribel Alegría.
El camino místico tiene sus horrendas angustias y terrores. ¿Por qué no habría de tenerlos también la Historia? Por qué entonces, en tiempos como éstos, no vivir como enseña Sn. Juan de la Cruz
Sin otra luz ni guía
sino que en el corazón ardía.
¿Por qué no seguir caminando, un paso tras otro, haciendo camino al andar?