Etty Hillesum Aceptación puede sonar a pasividad, puede confundirse con la aprobación indiferente, con la resignación. El testimonio de Etty Hillesum, escribiendo desde los campos de concentración, es un ejemplo esclarecedor del sentido de una aceptación plena que es implicación y acción, pero desde la comprensión, desde una acogida radical de la realidad, se muestre como se muestre.
La ley fundamental de la calidad humana
El fundamento de la calidad humana es la capacidad de auténtico interés por las realidades tal como son, independientemente del provecho que se pueda o no lograr como fruto de ese interés.
El auténtico interés por las realidades, interés mental, perceptivo y sensitivo, no está condicionado por mi propio provecho, es independiente de él. Si estuviera condicionado por mi propio beneficio no sería más que interés por mi mismo y no interés por las realidades.
Para que el interés pueda ser real es preciso no estar implicado en las situaciones ni en la relación con las realidades por las que nos interesamos; es preciso poder cobrar distancia de las situaciones y relaciones. Eso supone la capacidad de poder acceder a las realidades con una mente y sentir desapegados, libres e independientes. Quien depende de lo que pretende comprender y sentir, tiene la mente y el sentir esclavo de sí mismo, por tanto, es incapaz de auténtico interés y de auténtica alerta frente a las realidades.
Por tanto, la capacidad de alerta, de atención y de interés perceptivo, sensitivo y mental frente a las realidades, pasa, indefectiblemente, por la capacidad de distancia y de desapego. La distancia y el desapego que se exige es desapego de la propia implicación, de la propia dependencia, de la sumisión de uno mismo a aquello que se pretende considerar.
Para que la atención, el interés, la no implicación necesaria y el desapego puedan darse, es preciso ser capaz de silenciarse interiormente. ¿Silenciar qué? Silenciar los propios intereses; las propias expectativas; los propios proyectos; la interpretación que hago de las cosas, relaciones y circunstancias; la valoración que, desde mi mismo, hago de todo; silenciar los patrones de actuación controlados y construidos desde mi propio provecho. He de ser capaz de acercarme a las cosas y a las personas desde el silencio de mis deseos, recueros, proyectos, expectativas, hábitos mentales y sensitivos.
Sin ese silencio interno, ni es posible el auténtico interés por las cosas ni la distancia que se requiere para considerarlas con justeza.
Así pues, la alerta, la atención y el interés, la distancia y el desapego, y el estado de silencio interno, son aspectos diferentes de una misma actitud que apartar la mirada fija y obsesiva sobre sí mismo para poderse acercar verdaderamente a las realidades, tal como ellas son, para conocerlas, valorarlas y actuar acertadamente con ellas.
El interés primario por sí mismo deforma las ideas que nos hacemos de las cosas y de las situaciones, altera la correcta valoración y la conveniente actuación.
Este triple aspecto de lo que es la calidad humana, interés, desapego y silencio interior, forma una unidad indisociable. Cada uno de esos aspectos implica a los otros.
Esta es la ley general de la calidad humana, de la sabiduría que se requiere para conducir todas las cuestiones, tanto las individuales como las colectivas; es el tino que se requiere para cultivar las ciencias y tecnologías, el arte, la religión etc. Esa es la estructura de la calidad humana que se requiere para cualquier asunto de importancia.
Esta calidad humana la cultivaban nuestros antepasados apoyándose en creencias religiosas o en creencias ideológicas.
Esta calidad es siempre necesaria para que los asuntos humanos funcionen correctamente; es más necesaria cuando ya no disponemos de proyectos de vida acreditados sobre los que apoyarnos cuando nuestra calidad personal y colectiva falle. Individuos y colectivos que ya no pueden regirse por patrones de vida recibidos de Dios o de la naturaleza de las cosas, porque tienen que vivir del cambio continuo y de la continua creación, precisan la calidad más que nunca.
Hemos podido verificar que la esencia de la enseñanza de todas las grandes tradiciones religiosas de la humanidad es la tríada de la que hemos hablado: el interés incondicional, el desapego y el silencio interior.
Resulta fascinante que lo que forma el andamio de la calidad humana sea la enseñanza básica, esencial y unánime de las tradiciones religiosas, cuando se aprende a acceder a ellas desde las condiciones culturales en las que nos encontramos. Es fascinante, pero no sería lógico que fuera de otra manera.
Supuesta esta coincidencia, ¿en qué consiste la diferencia entre lo que es la simple calidad humana y lo que es la oferta de las grandes tradiciones religiosas?
La calidad humana se busca y se adquiere porque es, en definitiva, funcional para nuestra condición de vivientes; porque nos hace ponderados, sabios, eficaces, capaces de comprender, valorar y actuar adecuadamente a nuestra condición en el medio que disponemos.
La oferta de las tradiciones religiosas conduce la tríada hasta llevarnos a acceder a otra dimensión del conocer y del sentir: el conocer, sentir y vivir que surge del silenciamiento completo de sí mismo, del desapego radical y del interés incondicional.
La calidad humana y el camino interior religioso se diferencia sólo en grados, no en su estructura interna.