Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
La práctica de la meditación
extractos de: Vida en plenitud. Apuntes para una espiritualidad transreligiosa. PPC, 2012.
Meditar es la práctica que nos permite crecer en consciencia, salir de la oscuridad, del sueño de la ignorancia y de la confusión, y adentrarnos en el espacio abierto y luminoso de la presencia.
Pero, en realidad, meditar es mucho más que una práctica e infinitamente más que un método: es una forma de vivir, una forma de ser, en la que nos reconocemos en nuestra verdadera identidad.
Se trata de una forma de vivir, cuya característica fundamental puede expresarse de tres modos distintos, pero equivalentes: vivir en el presente, atender a lo que está aconteciendo y silenciar la mente. Modos tan equivalentes que se dan los tres al mismo tiempo: cada uno requiere o acompaña a los otros dos.
Únicamente podemos vivir en el aquí y ahora, si detenemos cualquier historia mental y atendemos a aquello que en este momento acontece. La identificación con la mente –con cualquiera de sus historias- nos saca del presente y nos enreda en los intereses del ego. Fuera del presente, identificados con los pensamientos, es el ego quien asume el protagonismo y nos hace juzgar todo a la luz de sus etiquetas, según lo que a él le resulta agradable o desagradable.
La práctica de la meditación nos capacita para educar nuestra mente y crecer en atención: como escribe Vicente Simón, nos permite “calmar la mente para ver con claridad”. Pero nos regala mucho más que eso. La atención consciente detiene las interpretaciones mentales que hacemos de todo lo que ocurre, nos ancla en el presente y nos introduce en el silencio que, como le gustaba repetir al maestro Joel Goldsmith,
no es una ausencia de sonido, sino un estado de conciencia que nos hace capaces de abstenernos de cualquier reacción mental frente a lo que vemos u oímos. Es decir, podemos ver y reconocer una sombra en la pared –una apariencia horrible- y, sin embargo, no tener una reacción de miedo, puesto que somos conscientes de que se trata sólo de una sombra.
Gracias a la atención, caemos en la cuenta de que las interpretaciones de nuestra mente no son la realidad. Por tanto, al detenerlas, cesa el sufrimiento que ellas mismas originan, se desinflan las pretensiones protagónicas del yo –que reaccionaba a aquellas interpretaciones, de acuerdo con sus propias pautas mentales y emocionales– y en su lugar aparece el descanso y la libertad, que acompañan siempre al presente.
En un paso más, la práctica de la meditación propiamente dicha nos franquea el acceso a nuestra verdadera identidad: dejamos de leer los acontecimientos desde el yo, para verlos como sombras o películas que se proyectan en la conciencia que somos. De este modo, nos liberamos de la tiranía del yo y emerge la sabiduría, la ecuanimidad y la unidad que nos constituye. (…)
No puede haber claridad y libertad sino en lo real: eso es “lo que es”. Pero, para permanecer en ello, se necesita darse cuenta, tanto de lo que ocurre en nuestra mente como de nuestra verdadera identidad. Ese darse cuenta equivale a vivir despiertos, con consciencia y libertad.
Para vivir de ese modo, se requiere una observación atenta a todo lo que circula por nuestra mente –pensamientos, sentimientos, emociones, reacciones…-, sin condenar nada ni identificarse con nada. Gracias a esa actitud de atención, se detienen las historias mentales y puede aparecer la comprensión o sabiduría: en una mente silenciosa cae el velo que ocultaba la verdad.
Pero, simultáneamente, es necesario también permanecer en la conciencia de quienes somos. [Como ha quedado dicho más arriba,] se suele dar por sentado que existe un pensador separado del pensamiento. Sin embargo, el pensador es el resultado de nuestros pensamientos.
Lo que habitualmente ocurre es que la misma creencia en el yo lo convierte en protagonista y, de ese modo, se le concede al pensador un estatus esencial. Sin embargo, basta que el pensador deje de juzgar, para descubrir que solo hay pensamientos. No existe tal cosa como un yo que cree ser el centro, el protagonista, incluso una gran persona. Es solo la memoria –por la que atribuimos nombres y formas a lo que vemos- la que otorga al yo ese carácter de autoconsistencia. Nuestra verdadera identidad es otra: el espacio consciente en el que todo ocurre.
(…) Gracias a la práctica de la atención plena se desarrolla el testigo y crece la desidentificación con el yo. (…) Pero la atención plena sigue siendo solo un medio o una herramienta. la meditación, sin embargo, es un estado de conciencia.
(Enrique Martínez Lozano. Vida en plenitud. pgs. 115- 119)