Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Lo que existe
La tierra no existe como la peana de nuestras vidas. Lo que existe no es «humanos que nacen y mueren». Lo que existe no son seres, cosas, entidades. Nada de eso existe.
Todo es sólo lectura que un depredador hace del mundo y de sí mismo para poder cazar.
Todo lo que ve el ojo y el corazón siente es uno y múltiple. Esa es la luz correcta de la sabiduría.
Eso, uno y múltiple, es sabio como una mente,
pero no es ninguna mente.
Parece moverse guiado por finalidades,
pero no tiene finalidades.
Planifica como un constructor o como un estratega,
pero ni hay constructor ni estratega.
Es dulce y seductor como la primavera o el amor,
pero no hay nadie detrás de esa ternura.
Es solícito y providente como una madre o como un dios,
pero ni hay madre ni hay dios.
Las generaciones son oleadas de un ejército condenado al exterminio,
pero no hay ningún general atroz.
La muerte ni es un castigo ni un fatal destino,
es sólo la táctica fundamental de la vida.
Lo que nos mira es más expresivo que un rostro,
pero no hay rostro.
Nos habla como un poeta y nos canta como un músico,
pero no encontrarás ni al poeta ni al músico.
Detrás, por encima o por debajo de este cosmos infinito
no hay ninguna entidad a la que puedas llamar Dios.
Sin embargo, los datos están presentes y claros:
lo que hay es uno y múltiple;
es unidad radical y diversidad indescriptible;
se mueve con sabiduría, con plan, estrategia y voluntad.
Es una manifestación, un discurso, una canción,
pero una descomunal incógnita;
es una presencia masiva e indudable
pero íntima;
es claro, explícito, manifiesto, cierto,
pero inconcebible, inasible;
es desconcertante e inquietante como un problema
pero seductor como una amante.
Ser es tener el poder de ser. Tengo poder de ser, puesto que soy. Pero ese poder de ser no es mío. ¿Digo “mío”? ¡no hay, aquí, en mí, nada que no sea ese poder de ser!
No soy más que una chispa, próxima a apagarse, de ese poder de ser; un destello de conciencia, un brillo de ese poder de ser, nada fuera de él. Se enciende cuando quiere y se apaga cuando quiere. Yo no tengo ningún control en su aparición o desaparición.
¿Quién va a tener control del poder de ser si sólo existe el poder de ser? No hay ninguna entidad frente a él, por tanto, sólo soy él y nada más que él.
El poder de ser es como un fuego sin límites. Yo soy sólo una chispa de ese gran fuego. En mi ser no hay otra cosa que ese fuego.
Cuando salto como chispa, desde el gran fuego, no puedo ir a otro lugar o a otra realidad que ese gran fuego. Cuando la chispa se apaga, va a parar al gran fuego. Parece que salgo de él y que vuelvo a él, pero ni salgo ni vuelvo.
Si el gran fuego, el poder de ser, tuviera fronteras, las fronteras serían la nada. Pero la nada no puede ser frontera de nada. Por consiguiente, el poder de ser, el ser, no tiene fronteras.
Cuando yo, como chispa de fuego, parece que salgo de él y cuando mi diminuto fuego se apaga, ni he brillado por unos momentos fuera de sus fronteras, ni me apago cayendo más allá de ellas.
Sólo él es, y fuera de él no hay nada. Cuando me acerco a la muerte, no hay muerte para mí, porque la nada no es amenaza, es nada.
Mi ser es como una tea. Mi conciencia es el fuego, mi cuerpo la tea. Cuando mi cuerpo se consume y desaparece, el fuego que prendía en él se paga. Pero mi llama es sólo su fuego, y mi cuerpo que se consume, también es sólo su fuego.
Sin embargo hay apagarse y hay consumirse. ¿Qué es apagarse y consumirse, cuando no se puede salir de él, ni volver a él, ni ir a la nada?
La chispa que salta, parece un pequeño fuego que se aleja del gran fuego y se hace diferente de él. Cuando, lejos del gran fuego, la chispa se apaga, parece que se extingue.
Pero no hay otro fuego que él, ni nada que queme que no sea él. Tampoco hay lugar en el que uno pueda alejarse de él, porque todo lugar es él.
Y cuando el cuerpo se consume y la llama se apaga, no caen en la nada, porque la nada no es la frontera del ser. La nada no tiene ser para poder ser frontera. Ni la llama que se apaga, ni el cuerpo que se consume pueden caer en la nada.
Creí ser alguien que salía del ser a este mundo y que volvía al ser o a la nada. Nadie sale del ser, porque no hay lugar al que salir. Este mundo no es nada fuera de él; también el mundo es él.
Nadie vuelve a él porque nadie salió; nadie cae en la nada porque la nada no es.
Todo ha sido un juego del error: creí que mi poder de ser era un poder de ser, aunque insignificante, frente al suyo. Mi ser, mi poder de ser es el Poder de Ser, “el que es”.
El Poder de Ser; ese es mi ser. En mí, sólo el Poder de Ser de todo lo que es en la inmensidad de los mundos celestes y terrenos.
Fuera del Poder de Ser, que se extiende por el vasto universo, no hay nada más en mí.
Soy sólo una burbuja en el barro, pero soy el mismísimo Poder de Ser de todo lo que existe. ¿Mi individualidad? Nada fuera del Poder de Ser, sólo Él es, nada más que Él.
Ver al único Poder
en la burbuja que dura
lo que tarda en estallar.
Esa es toda la tarea.
(1) Selección de: Marià Corbí. A la intemperie. Verloc, 2009. pgs. 147-154
(1) Selección de: Marià Corbí. A la intemperie. Verloc, 2009. pgs. 147-154