Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Mística laica, calidad y madurez humana
Artículo para la Revista Alternativas -Revista de análisis y reflexión teológica
nº 35 Enero-Junio 2008 Ed. Lascasiana. Managua.
revista.alternativas@gmail.com
Exigencias del estudio de la crisis de las religiones.
La religión ha sido la forma peculiar de cultivar la espiritualidad en las sociedades preindustriales. Los mitos, símbolos y rituales que socializaban y programaban a las sociedades preindustriales, eran el instrumento para expresar y vivir la dimensión absoluta de la realidad, y eran también el medio para cultivar la espiritualidad.
Al desaparecer las sociedades preindustriales en los países desarrollados, entran en crisis los sistemas colectivos de programación mítico-simbólica y entran en crisis las religiones, con todo tipo de convulsiones o enfermedades: integrismos, proliferación de sectas, espiritualidad salvaje, creencias y supersticiones de todo tipo, ateísmo militante, laicismo que ignora toda dimensión espiritual humana, sincretismos diversos, crisis mortal de las religiones, etc.
Para comprender este fenómeno y para estudiarlo adecuadamente, debemos situarnos fuera de las religiones y sus creencias. Desde las creencias sería difícil, si no imposible averiguar las causas de la crisis de las creencias. Para analizar un sistema, hay que salirse del sistema. Salirse de los sistemas religiosos y sus sistemas de creencias, para analizarlos, no comporta, como veremos, salirse de la fe, de la espiritualidad.
Esta será la única manera conveniente, a mi juicio, de rastrear cómo cultivar la espiritualidad en sociedades en las que la vida preindustrial ha desaparecido, la industrialización es completa y se ha implantado la sociedad de conocimiento e innovación y cambio continuo.
Esta nueva situación está precipitando a una crisis mortal a las religiones, sus sistemas de creencias y sus organizaciones.
Nos vemos forzados a fundamentar nuestra reflexión sobre datos, contando con la ayuda de lingüística, la antropología, la sociología y el conocimiento de la historia de las tradiciones religiosas de la humanidad, y prestando una peculiar atención a aquellas tradiciones espirituales que no se apoyan en creencias y que no se pueden llamar propiamente religiones, como el budismo y algunas corrientes hindúes.
2. Breve aclaración sobre las nociones de “religión”, “espiritualidad”, “creencia”.
Hagamos unas primeras aclaraciones que después profundizaremos:
–¿Qué entendemos por religión? La peculiar manera de vivir y expresar la dimensión absoluta de la realidad, a través de los sistemas de socialización y programación propios de las sociedades preindustriales.
Las sociedades preindustriales son sociedades estáticas, porque viven durante milenios haciendo fundamentalmente lo mismo. Sus sistemas de programación colectivos son los adecuados a este tipo de sociedades: se fundamentan en creencias intocables, porque las consideran reveladas por los dioses o los antepasados sagrados; con esa intocabilidad de las creencias, se excluyen los cambios profundos y las posibles alternativas.
Las religiones, en las sociedades preindustriales, tienen una doble función: programar los colectivos para un modo concreto de vida preindustrial (cazador-recolector, horticultura, agricultura de riego, ganadería) y, a la vez, expresar e iniciar a la experiencia de la dimensión absoluta de la realidad. Y ello como una unidad.
–¿Qué es la espiritualidad? El cultivo explícito de la dimensión absoluta de nuestro acceso a la realidad, que en la época preindustrial tuvo que ser religioso y a través de creencias. No pudo hacerse de otra manera sin poner en peligro el programa colectivo y, con él, la supervivencia del grupo.
¿Qué entendemos por creencias? Formulaciones intocables, por su carácter de reveladas, derivadas de los sistemas míticos, simbólicos y rituales de la programación colectiva de sociedades que deben excluir el cambio, que son simultáneamente expresión y orientación para el cultivo de la dimensión absoluta de la realidad.
Los supuestos intocables por falta de crítica o por intereses implicados en ellos, no son creencias, sino eso, supuestos. Todas las épocas han estado llenos de supuestos intocables. En nuestra época abundan de una forma especial, a causa de la crisis de las creencias.
3. Transformación de los sistemas colectivos de programación o socialización.
En las sociedades plenamente industrializadas y en las que se han impuesto ya las sociedades de innovación y cambio, hemos cobrado conciencia de que los proyectos de vida colectiva no nos vienen dados ni por los dioses, ni por la naturaleza de las cosas; nos los tenemos que hacer nosotros mismos. En estas sociedades ya no tenemos normas de vida, ni sistemas de interpretación y valoración de la realidad, ni tampoco de organización, ni familiar ni social, bajadas de los cielos, ni dadas por la naturaleza. Hoy ya sabemos que todas esas cosas tenemos que hacérnoslas nosotros mismos.
Nosotros debemos formular, desde nosotros mismos, los postulados axiológicos según los cuales construyamos nuestros proyectos de vida y organización. Para ese trabajo, contamos con las informaciones y tecnologías que nos proporcionan las ciencias; pero las ciencias no nos pueden proporcionar ni los postulados axiológicos ni los proyectos colectivos.
Tenemos que cultivar la cualidad humana desde nosotros mismos y tenemos que averiguar cómo cultivar la dimensión que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad”, sin podernos apoyar, como nuestros antepasados, ni en religiones, ni en creencias.
Esta es nuestra ingente tarea.
4. Datos que debemos tener en cuenta.
Vamos a señalar brevemente los puntos básicos desde donde debemos partir para averiguar qué es la espiritualidad y cómo cultivarla en las nuevas condiciones culturales.
Esa espiritualidad será la base de la calidad humana que precisamos para gestionar nuestras potentes ciencias y tecnologías, para gestionar nuestra vida colectiva global, y gestionar la de la vida en el planeta. Y será la base, también para el cultivo de la espiritualidad en su sentido más elevado.
Los puntos básicos de partida son datos o consecuencias de esos datos.
Nuestro dato primero es que somos unos vivientes, y como tales, no somos nadie venido a este mundo.
Somos este mundo, somos un momento de la inmensidad de lo que hay. Tanto nuestro cuerpo, como nuestra mente, son una pequeña ondulación de la inmensidad que nos rodea.
Este primer dato sitúa nuestra actitud epistemológica con los pies en el suelo. Debemos comprender todas nuestras dimensiones humanas desde esta base: vivientes de este mundo, leve y breve oscilación de la inmensidad que forma el universo y el multiverso.
Esta no es una postura materialista, no rechazaremos ni reprimiremos las dimensiones espirituales humanas, sólo intentaremos comprenderlas desde nuestra condición inevitable vivientes.
Segundo dato: los vivientes tienen que hacer una lectura y valoración del medio, desde y en función de sus necesidades.
Todos los vivientes, cada uno a su manera, modelan la realidad que les rodea desde el patrón de sus necesidades. Nosotros estamos incluidos en esta ley.
Al tener que leer la realidad desde el núcleo de sus necesidades, los vivientes necesariamente tienen que hacer una lectura dual de la realidad: el viviente con su cuadro de necesidades por un lado, y el medio en el que satisface esas necesidades por otro.
El viviente tiene que interpretarse como un individuo frente a un mundo. Esta es una ley general que también nos incluye a nosotros.
Esa lectura dual de lo real es lo que el viviente precisa hacer para vivir, no es como es la realidad en ella misma. La realidad real, de la que el viviente forma parte, no es esa lectura dual que precisamos hacer. La lectura dual no describe la realidad, la modela.
Una garrapata la modela de una forma, una hormiga de otra, un caballo de otra y un humano de otra, pero todos tendrán que dualizar. Pero ni la modelación de la garrapata describe la realidad como es, ni tampoco la modelación humana.
Tercer dato: Todos los animales, menos los humanos, tienen determinada genéticamente la modelación que hacen de esta inmensidad, para poder sobrevivir en ella. Tienen determinada, con algunos márgenes de aprendizaje, unas acotaciones/valoraciones en la realidad, unos modos de comportarse, unos modos de organizarse y llevar adelante la crianza.
Todos los animales, menos nosotros, tiene una relación binaria con la realidad: el sujeto de necesidades, frente al medio donde satisface esas necesidades. Los humanos somos los únicos que tenemos una relación ternaria con la realidad: el sujeto de necesidades, la lengua y el medio.
La lengua es el gran invento biológico de nuestra especie. La lengua traspasa el significado de las cosas, de las realidades mismas, a una estructura acústica. La palabra es la conjunción de un significante acústico (la estructura fonética) y un significado, (el de las cosas a las que hace referencia el significado). Con este ingenioso invento podemos distinguir entre lo que las cosas puedan significar para nuestra vida, y las cosas mismas, que están ahí independientes del significado que puedan tener o no tener para nosotros.
Esta estructura de nuestra lengua nos permite adaptarnos a las modificaciones del medio, o provocarlas, a la velocidad que convenga, sin que tengamos que esperar, como los restantes animales, millones de años para adaptarnos a esos cambios. La lengua es un invento biológico para acelerar, lo que convenga, la adaptación al medio o adaptar al medio a nosotros.
Cuarto dato: El invento de la lengua supone que tengamos determinado genéticamente nuestro organismo, nuestra condición sexuada, nuestra condición simbiótica, pero que tengamos indeterminados los modos de llevar a la práctica nuestras maneras de supervivencia, nuestras formas de llevar adelante la crianza y nuestras formas de organización.
Pero se nos ha dotado de un instrumento para programar ese amplio margen de indeterminación programática: la lengua. Con ella debemos autoprogramarnos para resultar animales viables. Somos animales culturales porque tenemos que autoprogramarnos, y autoprogramándonos nos hacemos animales viables.
Quinto dato: Nuestra condiciones de animales que hablan, de vivientes culturales nos proporciona un doble acceso a la realidad: Un acceso relativo a nuestras necesidades, y un acceso absoluto, independiente de nuestras necesidades.
Este doble acceso es nuestra cualidad específica. Porque tenemos ese doble acceso a lo real y a nosotros mismos, poseemos flexibilidad frente al medio, no estamos claveteados en una sola dimensión, aquella determinada genéticamente en función de nuestras necesidades, como los restantes animales, sino que podemos modificar nuestra interpretación y valoración del medio cuando convenga.
Este doble acceso es un dato, y lo prueba la existencia misma del arte, de determinadas actitudes de la ciencia y la filosofía, la religión y la espiritualidad.
Sexto dato: Nuestra condición de vivientes nos impone interpretarnos como individuos frente a un medio y hacer una interpretación dual de la realidad. Pero nos permite comprender, también, que nosotros mismos somos parte de esa realidad absoluta, no relativa a nosotros, que todo es.
Séptimo dato: Las sociedades preindustriales se programaban colectivamente, durante milenios, mediante narraciones que explicaban lo que los antepasados sagrados o los dioses determinaron sobre cómo había que interpretar y valorar la realidad, cómo había que actuar en ella, cómo había que emparejarse y cuidar a la prole, cómo había que organizar la vida colectiva y cómo había que rememorar y ritualizar esas narraciones para actualizar periódicamente la programación colectiva.
Esas narraciones y reactualizaciones eran los mitos, los símbolos y los rituales. Esos mismos procedimientos de programación colectiva eran también los procedimientos para expresar y cultivar la dimensión absoluta de la realidad.
Esa doble función de los mitos, símbolos y rituales es lo que hemos llamado religión. Nuestra experiencia absoluta de la realidad, en la época preindustrial, se expresaba mediante los mismos procedimientos de programación. No podía ser de otra manera.
Los mitos y símbolos no pretenden describir la realidad sino sólo modelarla de forma adecuada a nuestras formas de vivir. No tienen tampoco finalidad religiosa, sino biológica y cultural. Consiguientemente, ni pretenden describir las realidades de este mundo ni, menos, las del otro. Modelan la experiencia absoluta de la realidad para que sea viable en unas formas de comprender la realidad y vivir.
Los mitos, símbolos y rituales están construidos a partir patrones directamente relacionados con las determinadas formas preindustriales de vivir. Tanto esos paradigmas míticos, como sus desarrollos y el cuerpo mítico completo y plenamente desplegado no pueden ni pretenden describir la realidad, ni la de este mundo, ni la del otro, sino modelarla para hacerla apta a un determinado modo de vivir.
Las estructuras que sabemos que sólo modelan la realidad no pueden ser objeto de creencia. Los mitos, símbolos y rituales son estructuras culturales construidas, como son construidas nuestras teorías científicas. La diferencia radica en que unas son estructuras axiológicas y las otras abstractas; pero ambos tipos de estructura son construcciones y por tanto no pueden ser objeto de creencia en el sentido religioso tradicional, son objeto de verificación, cada una a su manera.
Octavo dato: Cuando se cambia la manera de sobrevivir preindustrial, por ejemplo, cuando se pasa de cazador/recolector a horticultor, o cuando se pasa de horticultor a agricultor de riego, se cambia de sistema mítico-simbólico de programación y, por tanto, se cambia también de religión.
Noveno dato: Las sociedades industrializadas ya no se programan con narraciones sagradas, los mitos, sino con teorías filosóficas apoyadas por las ciencias. Lo que hemos llamado ideologías. Eso supone que donde se introducía la vida industrial, retrocedían los sistemas míticos de programación, y con ellos las religiones.
Hemos pasado más de 150 años en un tipo de sociedad mixta en la que una mayoría era preindustrial y religiosa y una minoría industrial e irreligiosa o antirreligiosa. Con la generalización de la industrialización los mitos y símbolos han perdido por completo su función y las religiones han perdido el suelo cultural en el que nacieron y se desarrollaron. Este solo hecho ha sido suficiente para que entren en una crisis mortal las religiones y con ellas las creencias religiosas que les acompañan.
Décimo dato: En las últimas décadas se ha producido una mutación cultural nueva, mayor que todas las anteriores: la aparición, asentamiento y progreso de las sociedades de conocimiento.
Estas son sociedades se sostienen y progresan creando continuamente nuevas ciencias y tecnologías. Las continuas innovaciones científicas y tecnológicas provocan inevitablemente cambios en las formas de trabajar de los colectivos y estos cambios exigen a su vez cambios en los sistemas de cohesión y valoración colectiva.
En estas sociedades, el éxito económico está dependiente de la capacidad de innovación en ciencias y tecnologías y mediante ellas de la continua innovación de productos y servicios que alteran las maneras de vivir.
En estas sociedades todo cambia continuamente, se ha de estar siempre dispuesto a cambiar, y se tiene que excluir todo lo que fije la mente, el sentir, las maneras de trabajar y organizarse; se tienen que excluir las creencias, porque la pretensión de las creencias era precisamente fijar y bloquear el cambio.
Las creencias no son un hecho religioso sino un hecho cultural. Las nuevas sociedades de conocimiento y de cambio tienen que excluir las creencias, sean religiosas o laicas, para vivir y prosperar, consiguientemente tienen que excluir también las religiones, porque vienen vehiculadas por creencias.
Las nuevas sociedades tienen que programarse ya no mediante ideologías, sino mediante postulados axiológicos (los derechos humanos son un ejemplo de ello) y mediante proyectos colectivos construidos sobre esos proyectos axiológicos. Por consiguiente, las nuevas sociedades no pueden ser ni religiosas ni creyentes.
Undécimo dato: Las nuevas ciencias y tecnologías han provocado una globalización completa de los saberes, de los modos de vida, de la economía, de las comunicaciones, de los ocios-y también de las religiones y tradiciones religiosas.
Esta globalización afecta especialmente a los países desarrollados, pero se extiende, para bien o para mal a todos los pueblos de la tierra. Ya ni los pueblos menos desarrollados pueden vivir como sus antepasados. Las consecuencias culturales, económicas, políticas y religiosas afectan a todos, integrando o marginando.
Las creencias se han puesto unas al lado de las otras relativizándose mutuamente. Las religiones que pretendían tener la verdad exclusiva conviven con otras que también tienen la misma pretensión.
Las comunicaciones de todo tipo han creado una nueva conciencia colectiva, que se extiende a todos los pueblos de la tierra de que las ciencias y las tecnologías, y sus consecuencias, alteran continuamente todas nuestras maneras de pensar y de vivir. Todo eso lo construimos nosotros, no nos viene dado por los dioses o por los antepasados. Esta conciencia colectiva, explícita o implícita, clara u oscura, es más corrosiva para la pretensión de las religiones que la generalización de la industrialización o que las sociedades de conocimiento, que para existir tienen que excluir las creencias.
La globalización ataca de raíz a las creencias intocables de las religiones y la pretensión de cualquiera de ellas de poseer la verdad definitiva y un proyecto de vida humana dictada por los dioses. Ataca a la noción de creación y de revelación tal como se vivieron en el pasado.
5. La fe y las creencias.
Todos estos datos nos fuerzan a diferenciar con toda claridad lo que en las tradiciones teístas se ha llamado “fe” de lo que se ha llamado “creencia”. Llamaremos “fe”, empleando la terminología de Juan de la Cruz, “al toque del absoluto” y “creencia” a la forma en que ese toque viene expresado.
También podríamos comparar, como lo hacen varias tradiciones, la fe con el vino y la creencia con la copa.
En las sociedades preindustriales, que eran estáticas, porque vivían durante milenios haciendo fundamentalmente lo mismo, y que debían excluir el cambio, la fe iba unida inseparablemente a las creencias, de tal forma que resultaban términos intercambiables y equivalentes.
En las nuevas sociedades, que viven del cambio, que no pueden ligarse a creencias, que saben que todos los sistemas de míticos, simbólicos y rituales son construcción humana, que no pretende describir la realidad sino modelarla, que sufren la globalización religiosa, hay que separa con toda claridad la fe de la creencia.
Lo que nuestros antepasados llamaban “fe”, la apertura y experiencia de la dimensión absoluta de la realidad, puede y tiene que darse libre de la creencia, aunque siempre se formulará de una forma u otra. La fe necesitará, para comunicarse, formas expresivas, ser dicha en palabras, pero no se ligará a esas palabras, porque sabrá que está refiriéndose a la dimensión no-dual de lo real, por tanto más allá de todas las posibilidades de nuestro lenguaje, construido para nuestra vida en el seno de la dualidad propia de los vivientes.
Todos estos datos están especialmente marcados en las sociedades desarrolladas. En las sociedades en vía de desarrollo se dan diversas situaciones culturales. Algunas son todavía mayoritariamente preindustriales y por tanto continúan vivas en ellas las religiones y las creencias. La mayoría son sociedades mixtas compuestas por mayorías preindustriales y algunas minorías industriales. Otras continúan teniendo mayoría de la población preindustrial, una minoría importante viviendo de la industria y una minoría que ya ha entrado en las sociedades de conocimiento.
En estas sociedades con situaciones culturales mixtas, la religión sigue vigente en grandes sectores de la realidad, aunque siempre con una cierta esquizofrenia en el espíritu. Pero, si las cosas no van mal, es de esperar que los países subdesarrollados entre en proceso de desarrollo y que los que ya están proceso de desarrollo se integren en el grupo de los ya desarrollados. Por tanto los datos reunidos tienden a tener valor general.
6. Consecuencias de los datos reunidos.
Hasta aquí los datos, vamos ahora a considerar las consecuencias.
Primera consecuencia: La cualidad específica de la especie humana es tener y cultivar un doble acceso a la realidad. Sin este doble acceso a la realidad perderíamos esa nuestra cualidad específica y, con ella, nuestra flexibilidad y precisamente cuando más la necesitamos, cuando hemos de vivir en una sociedad sometida a cambios continuos en todos los niveles de la vida y cuando se nos exige estas siempre dispuestos al cambio.
En la larga etapa preindustrial de la humanidad “las religiones” fueron el vehículo principal de cultivo de esa cualidad específica humana mediante un cultivo, aunque fuera mínimo, de la experiencia de la dimensión absoluta de la realidad, que, para abreviar, llamaremos espiritualidad (aunque el término es inadecuado porque sugiere una antropología de cuerpo y espíritu que ya no es la nuestra).
Durante la relativamente breve etapa de la primera industrialización fueron “las ideologías” las que se ocuparon del cultivo de la cualidad humana, y como fueron sociedades mixtas compuestas de una mayoría preindustrial y una minoría industrial, la religión se ocupó de la dimensión espiritual.
En la nueva situación cultural de completa industrialización y de sociedades de conocimiento en crecimiento, ni podemos cultivar la cualidad humana desde las ideologías, ni la flexibilidad que da el acceso a la dimensión absoluta de la realidad desde la religión. Cuando necesitamos más flexibilidad que nunca, más cualidad humana que nunca y más espiritualidad que nunca, porque hemos de gestionar nuestras potentes ciencias y tecnologías, nuestra vida y la del planeta, nos hemos quedado sin procedimientos con los que cultivar la dimensión absoluta de la realidad.
Carecemos de sistemas acreditados para adquirir cualidad humana y para cultivar la espiritualidad, que no pasen por las religiones o por las ideologías, y no podemos echar mano ni de las religiones, que son propias de modos de vida preindustrial, ni de las ideologías, que son propias de modos de vida de la primera industrialización.
Dependemos exclusivamente de nuestros postulados axiológicos y de los proyectos de vida colectiva que seamos capaces de construir desde esos postulados axiológicos. Los postulados axiológicos deben ser válidos para nuestras sociedades globales. No pueden estar formulados desde una perspectiva exclusiva de la cultura occidental, sino que deben ser capaces de abarcar a todas las culturas. Esos postulados compartidos han de poder dar pie a diversidad de proyectos colectivos en culturas diferentes.
Por primera vez en la historia de la humanidad, los hombres vemos nuestro destino, como sociedades, como especie y vemos, también, el destino de la vida del planeta, en nuestras propias manos, dependiendo exclusivamente de la cualidad que, como individuos y como colectivos, seamos capaces de conseguir. Y estamos en esta situación sin el respaldo de ninguna solución bajada de los cielos, ni dada por la naturaleza de las cosas.
Nuestra especie, por su condición de vivientes que hablan, al tener que autoprogramarse según las circunstancias de sus modos de vida, no tiene una naturaleza fijada de la cual se puedan deducir normas inmutables para la vida individual y colectiva. Tenemos que gestionarnos a nosotros mismos y a la vida del planeta desde la cualidad humana que seamos capaces de adquirir. Esta cualidad humana, en una sociedad de conocimiento y de cambio constante, no puede apoyarse ni en creencias religiosas ni laicas, porque las creencias fijan y las nuevas sociedades deben estar siempre dispuestas al cambio, en todos los niveles de la vida.
Segunda consecuencia: Tenemos que encontrar fuentes de cualidad y de espiritualidad y procedimientos de cultivo que puedan ser usadas y practicadas sin creencias, ni religiosas ni laicas. Tanto la cualidad humana que precisamos para gestionar la nueva sociedad, como el cultivo de la espiritualidad, como intrínseca posibilidad humana y como fuente de cualidad, tendrán que ser forzosamente ni creyentes, ni religiosas.
Tercera consecuencia: No podemos partir de cero; sería una necedad.
Tenemos que aprender a heredar toda la sabiduría y la espiritualidad de nuestros antepasados, por tanto, tenemos que aprender a asumir todo el legado de sabiduría de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad, en el contexto creado por el crecimiento continuo de las ciencias y las tecnologías y los cambios continuos que provocan en todos los niveles de la vida de los individuos y de los pueblos en unas sociedades globalizadas.
Por tanto, tenemos que aprender a heredar su sabiduría y espiritualidad, sin que ellos suponga vivir como ellos vivieron, creer lo que ellos creyeron, interpretar y valorar la realidad como ellos lo hicieron, ni organizar la familia y la sociedad como ellos lo hicieron.
Esta es una tarea difícil, no sólo por su dificultad intrínseca, sino por el hábito que tenemos de enfrentarnos a esas venerables tradiciones o con creencias o polemizando con ellas. No podemos ignorar la sabiduría y espiritualidad acumulada por la humanidad en casi 3.000 años de historia, porque venga expresado en lenguaje religioso.
Cuarta consecuencia: Para hacernos con esa herencia tenemos que aprender a leer e interpretar los textos sagrados y los grandes maestros espirituales, no como descripciones de la realidad sino como símbolos que hablan de lo que no se puede hablar, como poemas que apuntan al innombrable, al que está más allá de todas las dualidades sobre las que está construida toda nuestra lengua y nuestra capacidad de expresión.
Poder hacernos con este legado tendría consecuencias para el cultivo de nuestra cualidad específica, que es el doble acceso a la realidad, un acceso relativo y otro absoluto, para la cualidad humana que precisamos para gestionar las nuevas sociedades industriales y globales y para el cultivo de la espiritualidad propiamente dicha sin creencias, sin religiones, de forma laica.
7 ¿Qué es la mística en esta situación?
De manera rápida y esquemática podríamos decir que es el cultivo explícito de nuestro acceso a la dimensión absoluta de lo real. No es pues algo concedido a unos pocos privilegiados, es una posibilidad intrínseca de nuestra naturaleza que, para que no se pierda nuestra cualidad específica de doble acceso a lo real, debiera darse e una medida u otra en todo humano.
El término “mística” desvía de aquello a lo que quiere referirse, porque aleja de la idea de que es una dimensión de nuestro existir como vivientes hablantes, que se puede cultivar o dejarla en barbecho.
La mística es la espiritualidad en profundidad o, con un término más adecuado a nuestra antropología, es la cualidad humana profunda. Supone una psicología medianamente madura y contribuye a crearla, que haya sido capaz de pasar de una actitud narcisista a la alteridad. Pero va más allá de la alteridad para conducir a la unidad.
El cultivo de la dimensión absoluta de nuestra experiencia de lo real transita: de la actitud propia de un viviente necesitado (un sujeto de necesidad frente a un medio donde satisface esas necesidades), que es una actitud dual, a la una actitud no dual, de unidad. Comporta el tránsito de una condición depredadora, a la condición de amante. El amor es mucho más que sentimiento, es unidad.
En este proceso intervienen todas las facultades. Interviene la acción: reconocer al otro y a lo otro, ponerse al servicio del otro y de lo otro, llegar a ponerse en servicio incondicionalmente, por tanto, sin ego, porque el que pone condiciones siempre es el ego. Este servicio sin condiciones lleva a reconocer “lo que es” y no lo que construye nuestra condición necesitada.
También interviene la mente. Se pasa de la experiencia doble de la realidad (relativa a nuestras necesidades e independiente de esa relación o absoluta), a la experiencia de la absoluta unidad. Eso supone una transformación: el ego deja de ser el punto de residencia de la mente y del sentir; el punto de residencia es “eso que es”, no dual, llámesele como se quiera, Dios, Vacío, Ser-Conciencia, Nirvana, Samâdhi, Tao, Espíritu, Gran Antepasado, etc. Sólo desde ahí se da el verdadero conocimiento, que es el conocimiento del absoluto, del no-dos, un conocer que es un no-conocer porque es conocer desde el seno de la unidad sin dualidad ninguna.
Esta es la verdadera madurez y cualidad humana, y esta es la espiritualidad y la mística, que puede darse desde el seno de las religiones y las creencias, como hicieron nuestros antepasados, o sin religiones ni creencias, como nos vemos forzados a hacerlo en las nuevas condiciones culturales.
Desde el punto de vista de la construcción colectiva de lo real, el cultivo de la cualidad humana profunda, que nuestros antepasados llamaron espiritualidad, es el cultivo de “Eso absoluto” más allá de nuestras construcciones de lo real. Es adentrarse en la conciencia de que lo verdaderamente real no es esa realidad dual que precisamos interpretar para vivir.
8. Interés, distanciamiento o desapego y silenciamiento. IDS
El destilado de las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad viene a decir que el gran tránsito para por un triple procedimiento que supone una única actitud.
Hay que interesarse por todo, distanciándose del ego, de sus deseos y expectativas, hasta conseguir un distanciamiento y desapego causa y efecto de un silenciamiento interior.
Las tradiciones y maestros incitan a que promovamos el interés sincero por las cosas y personas. Ese interés abarca la mente y el corazón. El interés por las realidades ha de llegar a ser tal, que el ego no le pueda poner condiciones, que sea un interés incondicional. Sólo ese interés, que es una profunda atención, es capaz de proporcionarnos una comprensión clara de las cosas y personas.
No puede darse ese interés incondicional si no va acompañado por el distanciamiento y desapego del paquete de los deseos temores, recuerdos y expectativas que constituyen el núcleo de nuestra personalidad e individualidad. Sólo el completo distanciamiento y desapego permite el interés incondicional por lo real.
Pero no puede haber desapego si no se produce el silenciamiento interior de los propios patrones de interpretación, valoración y actuación que se derivan de nuestros deseos, temores, recuerdos y expectativas y que determinan nuestros apegos.
Se trata de tres aspectos de una misma actitud, que se implican unos a otros (IDS, interés, desapego, silenciamiento).
IDS es el fundamento de la calidad de las personas y también de los grupos. Desde esa calidad tendremos que formular nuestros postulados axiológicos, desde los que construiremos nuestros proyectos colectivos, desde los que manejaremos nuestras ciencias y tecnologías para una sociedad justa, equitativa, solidaria y sostenible.
Esa misma actitud, IDS, puede conducirnos más lejos, mar adentro en la espiritualidad, la mística, la profunda cualidad humana. Gracias al cultivo de IDS en su doble dimensión de cualidad humana y de cualidad humana profunda, podremos conservar una flexibilidad a los cambios continuos inducidos por las creaciones continuas de ciencias y tecnologías y todas las consecuencias que de ellas se derivan, que salve nuestro equilibrio psíquico individual y colectivo.
Eso sería el fundamento del cultivo de la cualidad humana que tanto precisamos en las nuevas condiciones culturales, sin dependencia alguna de creencias y religiones. Y eso sería la base de una espiritualidad o profunda cualidad humana laica, sin religiones ni creencias, pero heredera de la sabiduría y espiritualidad de todas las grandes tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad.
Este sería un cultivo de nuestra dimensión mística adecuado a sociedades globalizadas, sin creencias, ni jerarquías, ni patriarcales y responsables de la vida en la tierra.
En las nuevas condiciones culturales, la mística, así entendida, es la mejor, si no la única base para un diálogo interreligioso y cultural que no se reduzca a buenas relaciones, aceptación y tolerancia mutua o, en el peor de los casos, a un diálogo imposible entre quienes piensan poseer, cada uno de ellos, la verdad absoluta, y esperan, con buenas maneras, cordialidad e incluso amor, conducir al otro a la única verdad. La propia.
Las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad son como un gran tesoro de símbolos y mitos que son como poemas que hablan del innombrable, son también un gran tesoro de procedimientos de cultivo de la cualidad humana y de la cualidad humana profunda y son un gran tesoro de advertencias de posibles errores y desviaciones en ese arduo camino. Sería una gran necedad menospreciar ese tesoro, aunque fuera una sola de las tradiciones. Debemos esforzarnos por conocerlas y heredarlas todas, sin que eso nos tenga que conducir a pensar, sentir, creer, actuar y vivir como esos antepasados nuestros lo hicieron, vivir como esos antepasados nuestros lo hicieron.