Lo oscuro luminoso
“Eso” es una noticia
que me desborda en todo,
por ello es lo oscuro,
pero la noticia logra
que lo oscuro sea luz,
tanta luz que es oscuro,
luz oscura que me ciega,
lo sé y lo verifico
con un saber que no sabe,
pero que es la certeza
que elimina toda duda.
¡Una bendita noticia!
Nada engendra más temor
que lo oscuro cara a cara.
¡Mira la luz, no le temas!
Vicente Gallego: Mundo dentro del claro
Pequeña selección del poemario Mundo dentro del claro (Tusquets, 2012. 110 p.), de Vicente Gallego (Valencia, 1963). “…un canto al espíritu hecho mundo, alentando en cada piedra y cada alma. En su desnudez el espíritu del hombre es plena vacuidad, como plena vacuidad es este mundo de piedras y de almas”…
Mundo dentro del claro
¿Quién ha visto este mundo,
que parece tan suyo, y tan antiguo,
sino a partir del claro, ese común
en que despierta el hombre a lo más puro
de su propio sentido en la mañana,
al alba de su ser, que es su entender,
donde se muestra luego
–y en qué otro emplazamiento se vería–
el derrame sin cuento de las cosas?
El mundo sin nosotros, sin aquello
que en nosotros no es mundo,
porque sabe y no está entre lo sabido,
¿en qué mal desvarío, en qué manía
podría precedernos –dónde estaba–,
y así otro día darnos sepultura?
En el alma vacía, qué lozanos
se dibujan los cielos, cómo crecen
las flores inmortales, los trabajos
del hombre qué livianos,
los afectos brindados sin doblez.
Nada cuesta aclararse, y cuesta todo,
y todo adquiere luego el mismo precio,
que es tenerlo de balde,
que es sacarlo del vano y es ponerlo
a salvo en este claro del amor.
Canta
Suavidad de este aire,
beso audaz de la tierra,
perdón claro del fuego,
abismo de la luz,
murmullo de las aguas,
¿no ha de alzarse mi estrofa?
Crece en mí, voz del pasmo,
canta en mí, vida mía.
Brisa fresca
A empaparme de ti, cosa suave,
a no entenderte nunca, a ser tu niño,
a no poder decir cuánto me dueles
con dolor que es pasión, que es hermosura;
a eso sólo he venido,
brisa fresca en la noche de verano.
Tumbado boca abajo
Tumbado boca abajo sobre el césped,
se ha disuelto en la tierra mi estatura.
El viento bate el sol, lo espolvorea
en ráfagas ardientes;
se mete por mi espalda hasta fundirse
con el sol profundo de la vida.
Todo se acuesta aquí, todo se ablanda
y se yergue nacido en su ternura.
Abro en cruz estos brazos,
se me llenan de mares y de hormigas,
rodean el planeta, y en las uñas,
entre el hueso y la carne,
donde junta la muerte turba oscura,
ha brotado la yema de la luz.
Un pájaro la pica y va en lo alto,
otro pájaro cae y la da a la tierra.
Respiración
Respiración, primicia
de la vida intangible, vigor hondo
que pellizcas la piel y la conmueves,
suero de la pureza, liana clara
por la que baja a ciegas
el hombre de su abismo y se acalora
en este rico valle de los vientos.
Te haces ritmo en la ola, en la montaña
pulmón grande y tranquilo,
porque todo lo envuelve la cadencia
con que a compás avivas este mundo,
fuelle de la verdad.
Respiración desnuda,
tú que velas el sueño con la hoja
de tu leal espada,
cúranos las heridas del cansancio,
enciende nuestro amor con tu jadeo,
y cuando prenda el fuego, la iracundia,
refresca, dama sabia,
la cabeza tozuda, tú que eres,
corola del sosiego,
condensación del bien,
decir del corazón.
El evangelio del olivo
Tantos años llevamos conversando,
olivo en la ribera de mi sueño,
desnudo evangelista sin tus hojas
ya difunto y en pie, mi olivo amigo.
Y vaya si dijiste lo que cumple
aprender de ti al hombre, pues callabas.
Me pareció al principio,
que tu silencio ahondaba mi desvelo.
Lo oí como un zarpazo
rasgando el corazón, que te inquiría.
No lograba entenderte:
bajo lluvias o soles, siempre mudo
de no sé qué saberes o qué olvidos.
Recorrido de hormigas
lo mismo que mi alma, tú volabas
hacia dentro de ti, creciendo libre.
Mi alma se enredaba en sus afueras.
¿No responde por todos,
después del temporal y antes que el tiempo
insista en engañarnos,
el árbol del silencio sin principio?
Cómo ilustra tu trato,
cómo te haces saber a la callada,
árbol de mi jamás, siempre presente.
Cantó un pájaro
Mirando esta mañana la mañana,
¿qué miraba, qué vi?
Las flores matinales,
también las nubes negras
deshaciéndose al sol.
¿Qué liviandad traspasa
las cosas que se ven, que se me dan
todas juntas y en una,
y me dejan tan pobre como era
cuando aún no sabía de las cosas?
Ah, esta plena riqueza
de no haberme siquiera poseído,
de tenerlo por fin todo a la mano
y no hallar la manera de añadirle
un bien a mi tesoro.
Cantó un pájaro, oí
su decir claramente,
y en todo el universo sólo había
certeza y gratitud.
La flor, la nube negra.