No hay nada más sutil e inasible para el animal humano que el camino a la dimensión absoluta. Esa dimensión no es objetivable ni representable. ¿Cómo caminar por donde no hay puntos de referencia, ni está señalado el camino, ni se pueden poner los pies en las pisadas de otro? ¿Cómo andar un camino en el que no hay nada que buscar, nada que conseguir y nada que hacer? Lo máximo que se puede hacer es apartar obstáculos, pero ¿cómo reconocer los obstáculos si no podemos representarnos aquello que obstaculizan?
Hay que navegar en un mar en el que no se ve tierra por ninguna parte, y lo único que sabemos es que debemos navegar sin tener ni brazos ni piernas. Los obstáculos no se muestran como obstáculos más que cuando sabemos que impiden lo que queremos conseguir, pero ¿y si no hay nada que conseguir?
Solo hay que aprender a intuir y comprender, dentro de la sutilidad, las referencias en imágenes, en símbolos, en alusiones al gran arcano, al gran misterio informulable, a lo que es directamente patente pero totalmente oculto, a lo que es presente en todo, pero ausente de todo.
Incluso cuando ya se ha reconocido la noticia y se ha iniciado el camino, la experiencia cotidiana afirma que es un camino que no va a ninguna parte, que es un camino paradójico porque parte de aquí y va aquí. A lo largo de todo el camino, que no es camino, no hay señales que nos orienten en ninguna parte, ni se encuentra huellas que seguir. Es un camino que se hace al andar. Hay que indagar cada paso a dar, hay que indagar qué puede resultar desviación. No hay fórmulas para reconocer las desviaciones que no tenga que ser investigada y creada por el caminante mismo.
Cada paso del camino es una indagación y una creación de quien no puede representarse dónde va. Es un caminar conducido por un guía interior que no dice ni una palabra, ni da ninguna norma o fórmula. Ese guía interior es eficaz y sutil y hay que aprender a escucharlo sin oídos.
¿Hay alguna solución para el desvalido animal que es llamado con fuerza a donde no sabe cómo ir, ni sabe cómo interpretar las sutiles indicaciones del guía interior?
No hay solución, pero hay ayudas porque no estamos solos y porque muchos otros antes que nosotros se vieron impelidos a ese paradójico itinerario que ni va a ninguna parte ni busca nada.
La ayuda nos puede venir de los maestros de la sutilidad. Ellos nos dicen una y otra vez con miles de narraciones, símbolos, imágenes e incluso discursos qué debemos entender por la dimensión absoluta de la realidad. La representan de mil maneras diciéndonos explícitamente que sus palabras no son representaciones sino meras alusiones hechas para quienes tengan corazón y mente para entender. Sus palabras son eficaces porque hablan desde la dimensión absoluta a nuestra propia dimensión absoluta. En ellos esa dimensión se dice con palabras, pero sin palabras.
Los maestros de la sutilidad enseñan constantemente y desde todas las épocas y culturas cómo hay que limpiar nuestros ojos y nuestros oídos y, sobre todo, nuestra mente y nuestro corazón del espíritu depredador que nos constituye y que rige todo nuestro pensar, sentir y actuación. Nos enseñan, con diversos procedimientos, pero constantes en sus fundamentos, cómo interesarse por todo lo que existe porque todo son puras formas del gran secreto por descubrir; porque todo es la presencia explícita del gran ausente.
Nos enseñan a ladear nuestro espíritu depredador para que pueda darnos en la cara la luz del sol que da la vida.
Nos enseñan a silenciar todo lo que nosotros proyectamos sobre todos los seres para conseguir adaptarlos y hacerlos útiles a nuestra depredación.
La sutilidad de la dimensión absoluta y la sutilidad del camino, que no es camino, hacia ella, se asemeja a una fina lluvia que no nos empapa, sino que resbala y cae al suelo y el fragor de nuestras necesidades urgentes la arrastra lejos de nosotros.
¿Qué hay más ajeno a un animal depredador como nosotros, organizados en grupos de depredación inmisericorde, que la gratuidad completa, la generosidad sin buscar nada con ella?
Hay que dedicar algún espacio del día a exponerse a esa lluvia fina y constante que viene de los maestros de la sutilidad. Ellos nos aproximan a lo que es nuestro propio ser y nuestro propio interior, refrescan nuestra mente y calientan nuestro corazón con sus eficaces alusiones. La ambición de nuestra condición necesitada y frágil es como un río constante de aguas rápidas que barre con facilidad todos nuestros intentos de sutilidad y de desinterés.
Ellos, con sus palabras, orientan nuestro caminar sin camino, confirman nuestros aciertos, corrigen nuestros errores, ellos deben ser los compañeros, día a día, de todo nuestro viaje. Sin ellos nuestra cualidad y nuestro vigor decae, nuestra mente se oscurece y nuestro corazón es arrastrado por la urgencia de la necesidad y la rutina de la vida cotidiana.
Quien quiera adentrarse en todo lo que hay con una indagación y una creación libre, sin normas a las que someterse y sin fórmulas infalibles, tiene que hacerse acompañar en su trabajo por despertar a su propia realidad por los maestros de la proximidad de la dimensión absoluta, los maestros de la cualidad humana profunda, que son maestros de la sutilidad.
Cuentan que Bach, antes de ponerse a componer, tocaba obras de otros compositores que apreciaba. Así deberíamos proceder nosotros, antes de ponernos a indagar y crear nuestro acceso a la dimensión absoluta, deberíamos leer un rato a un gran maestro de la sutilidad.
Los grandes textos responden siempre a nuestras preguntas, resuelven nuestras dificultades y nos orientan. Son los compañeros fieles del camino; mantienen siempre comunicación con los buscadores; enseñan a indagar con la mente y el corazón; son los servidores y compañeros de los que emprenden la gran aventura; despiertan a la guía interior; son el gran misterio de los mundos que nos habla directamente con palabras diferentes para que no nos sometamos a las palabras; hablan desde fuera y desde dentro simultáneamente; son la oferta de un tesoro y la oferta de un camino de felicidad y de paz
Los grandes autores viven en sus textos, son los maestros del amor que no espera retorno; son los maestros de gran silencio; son la dimensión absoluta como humanos entre los humanos.