Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Reflexiones sobre la muerte
Nota: la desaparición de mi perro ha sido una ocasión para reflexionar sobre la muerte.
Mientras escribía este libro se me ha muerto mi perro. Aprovecho este triste acontecimiento para hacer algunas reflexiones que considero importantes.
Se llamaba Esquitx, pero lo llamábamos Quitxo. Era un buen perro. Era manso, dulce, obediente. Nunca un gesto agresivo. No era efusivo, pero aceptaba con gusto las caricias.
Cuando se estiraba a mis pies, le gustaba estar en contacto físico. No se quejaba, ni aunque le pisaras sin querer. Durante su enfermedad fue paciente, nunca un lamento. Cuando se dolía, era suave y breve.
Odiaba estar solo. Cuando recuperaba la compañía era el único momento en que era efusivo pero aún entonces, moderadamente.
Era cuidadoso y educado, cuando le dabas algo de comer con la mano, lo cogía con los dientes con sumo cuidado para no rozar tus dedos.
Era bueno, muy bueno. Buen amigo, buen compañero. Ha sido un modelo de comportamiento tanto para perros como para humanos. ¡Estoy desolado por su pérdida!
Cuando me despedí de él, le dije convencido: ¡Volveremos a vernos, Quitxo! ¿Es ese un deseo vacío? No. Quiero investigar su fundamento.
Tanto Quitxo como yo somos sólo puras formas de la dimensión absoluta de lo real. Esa dimensión absoluta es sin tiempo y sin espacio, y con tiempo y con espacio. Quitxo y yo somos con tiempo-espacio y sin tiempo-espacio. Desde el tiempo-espacio nacimos y él ha muerto. Quitxo se fue para no volver. ¡Cómo me duele!
Desde el no tiempo-espacio ni él ha muerto, ni yo moriré. En esa dimensión de lo real, entre él y yo no hay dualidad.
Si nuestra dimensión mortal es pura forma de la dimensión absoluta sin ningún añadido, ahí está ya él como forma de lo absoluto, ahí estoy ya yo en esa otra dimensión de lo real.
¿Podremos encontrarnos en esa dimensión?
En el «sin tiempo» no hay «diversidad de tiempos» ni hay tampoco «ahora». En el «sin espacio» no hay «dispersión», ni tampoco «concentración» En el «sin espacio, ni tiempo», ni hay un «lugar», ni hay un «ahora».
¿Cómo nos encontraremos Quitxo y yo?
Lo «sin espacio ni tiempo» es inconcebible para nosotros. Nuestro encuentro, no puedo pensarlo, pero mi dimensión sin espacio-tiempo y la suya son reales. Eso es un dato para mí, aunque no lo fue para él. Tanto él como yo, puras formas de la dimensión absoluta. Ahí nos encontramos y nos encontraremos, aunque no conciba el cómo.
Las antiguas tradiciones decían que nos encontraríamos en Dios. Es la misma idea con conceptos religiosos y sin ellos. El encuentro será entre su dimensión absoluta y la mía, que no son dos. ¿Sólo será a nivel sutil, sin nuestras corporeidades? ¿Me encontraré con Quitxo sin su hermosa y amable figura? ¿Me encontraré con el fantasma de Quitxo? Cierto que no.
¿Con qué me encontraré?
Mi cuerpo vivo y el suyo muerto son puras formas de la dimensión absoluta, sin nada añadido. Son puramente el absoluto. No son el absoluto, más corporeidad mortal.
No podemos concebir una dimensión absoluta pura, sólo sabemos de ella desde el seno de la dimensión de lo real que hoy es y mañana no aparece. En esa dimensión relativa a vivientes, la dimensión absoluta se presenta como la fuente única.
No podemos pensar la realidad como una suma de algo sutil sin espacio-tiempo y algo grosero, material y perecedero. Eso perecedero, corporal, no es otra cosa que una forma de lo sutil. Lo que parece craso y mortal, en su ser real es sutil y sin tiempo-espacio.
Todas las formas que nos rodean,
también la de Quitxo y la mía,
son, en su realidad propia,
sin espacio-tiempo.
Todo en su ser es
la inmensidad de los mundos,
no la inmensidad que concebimos,
sino la inconcebible;
no la inmensidad
de lo que llamamos «cosmos»
sino la que está más allá
de las posibilidades
de un cerebro y uno sensores
de un animal terrestre.
Tenemos noticia de esa inmensidad inconcebible para un cerebro terrestre, y esa noticia es la que nos permite desarrollar nuestras ciencias del cosmos y de la vida. Todo lo que percibimos son las puras formas de presentarse de lo absoluto, no otra cosa, no una criatura material y perecedera. Eso fue y es Quitxo, eso mismo soy yo.
Vi la dimensión absoluta de lo real en Quitxo, vi en él mi propia realidad. Lo que alguna vez en el tiempo-espacio ha sido y es, ahí está, en el no tiempo y no espacio. Nada se ha perdido. Nada arrebata la muerte.
Me encontraré con Quitxo y con todos mis seres queridos no como fantasmas. ¿Cómo puede haber un encuentro sin espacio-tiempo? No puedo pensarlo, ni lo puedo imaginar.
Lo que he escrito no es pura especulación ni es un sueño de añoranza, es sacar consecuencias de la doble dimensión de lo real y del dato de que la fuente de lo perecedero es la dimensión absoluta. No hay otra agua que esa. No hay dualidad entre las dos dimensiones de lo real.
¡Nos veremos pronto Quitxo! Tú como eras y yo como soy. Pero ¿cómo nos veremos en el no tiempo y no espacio sin un lugar, ni un ahora? No lo sé, pero nos veremos y estaremos juntos de nuevo. ¡Hasta luego, Quitxo!