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TAKUAN

Vivió entre los años 1573 y 1645, predicó al emperador, a los shogun o gobernadores, a los señores. Predica que si uno se establece en el espíritu profundo, la sabiduría inmóvil en el fondo de uno mismo, se tiene, entonces, el espíritu libre y una entera espontaneidad de movimiento. Lo contrario, que es ignorancia, consiste en mantener el espíritu en alguna otra parte. El espíritu profundo es aquel que está expandido por todo el cuerpo, mientras que el espíritu ilusorio es aquel que está petrificado en un solo lugar por una ideas fijas. Cuando el espíritu profundo se petrifica en un lugar se convierte en espíritu ilusorio.

Usa un símil para ejemplificar esta idea: el agua y el hielo. El espíritu profundo y expandido sería como el agua que no se detiene en ningún lugar, mientras que el espíritu fijado en alguna parte o con alguna forma sería como el hielo. El hielo es la misma agua pero ha perdido su condición fluida.

Con esta doctrina quería atacar una práctica muy extendida en su época: concentrarse sobre el centro vital que la medicina tradicional situaba encima del ombligo. Afirmaba que aquellos que se aplican en esta práctica están prisioneros de las ideas y les falta libertad. Por el contrario si no se mantiene el espíritu sobre ningún lugar concreto, se encuentra omnipresente en el cuerpo entero.

Las enseñanzas de Takuan fueron aplicadas a las artes marciales.

Recogemos este texto significativo para comprender la esencia del zen:
“Si nuestro espíritu está concentrado sobre el otro sable, que avanza hacia nosotros, nuestros movimientos se relajan y somos atravesados de una estocada. Si nuestro espíritu se detiene un poco ante el corte del otro sable que desciende o sobre aquel que golpea,… o sobre la distancia que nos separa del otro esgrima, o sobre la cadencia del combate, nuestros movimientos se relajan y somos atravesados de una estocada. Si concentramos toda nuestra atención sobre nosotros a fin de no distraernos de nuestra acción, esto pertenece al estadio del aprendizaje. Si prestáis atención al ritmo del combate vuestro espíritu será prisionero del ritmo. Si atáis vuestra atención al sable, vuestro espíritu será prisionero del sable. Aunque veáis el sable enemigo que os ataca, evitad que vuestro espíritu quede aprisionado por ello. Armonizaos al ritmo del sable enemigo, sin pensar en la contraofensiva ni dejar ninguna discriminación conjetural! Tan pronto como veáis el sable adversario levantarse, sin dejar que vuestro espíritu se pare del todo, armonizaos con el sable adversario utilizando con naturalidad las ocasiones que se presenten. Podréis incluso arrancar el sable que os ataca y utilizarlo en revancha contra el adversario.” (Silburn, Le bouddhisme. pg 484)

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