Marià Corbí Nuestro ser cognoscitivo es una suma diversificada de funciones psíquicas: percepción, sensibilidad, conocimiento, amor, imaginación, voluntad, etc.; todo ello son aspectos diferentes de nuestro ser cognoscitivo. El núcleo de nuestro ser es percibir, tomar conciencia. Caminar hacia el conocimiento no puede tener fin. Siempre empezando mundos nuevos. El camino hacia la verdad, es un camino y una búsqueda que se hace con todo el ser, con la mente y el sentir. La verdad que se indaga es, al mismo tiempo, la verdad humana y más allá de toda medida humana. Es un camino sin fin. Es aprender a ser testigos imparciales del misterio sin fin de la existencia. La naturaleza humana y su destino es aprender, y aprender sin límite. Su ser conciencia-testigo es lo que lo define, y llegar a ser esta conciencia-testigo es lo que constituye su beatitud. Las creaciones de nuestra mente dirigen nuestra suerte como humanos.
Todo aquello que se afirma con respecto a Jesús es simbólico
Todas las afirmaciones referentes a Jesús son una construcción simbólica hija de una inculturación en una civilización agrario/autoritaria, helénica y romana.
Lo que es difícil no es aceptar la verdad de esta afirmación teórica; lo que es difícil es vivir todo lo que se refiere a Jesús y a la religión cristiana desde este pensamiento cuando se convierte en un sentir real y cotidiano. Las consecuencias, entonces, para las organizaciones religiosas, para las plegarias y los rituales colectivos son graves.
Nuestros antepasados tomaron los símbolos como si existieran realmente. Nosotros los tomamos como plenamente significativos pero como afirmaciones, construidas desde unos patrones culturales ya desaparecidos, que hablan de aquello de lo que, propiamente, no se puede hablar porque está más allá de las posibilidades de la estructura de nuestra lengua.
Este sustrato indecible, expresado mítica y simbólicamente en unas categorías culturales caducas, es un fundamento puramente cualitativo sobre el cual sólo puede asentarse la calidad; es un mensaje de espíritu sobre el cual sólo puede apoyarse el espíritu.
El espíritu puede adoptar formas, pero como si no las adoptara; pasa por las formas como la brisa sobre la superficie de los lagos tranquilos. El espíritu usa formas pero no se ata a ellas; no deja que las formas se fosilicen. El espíritu adquiere formas sólo para insinuar la intuición del Sinforma; para lo cual debe tomarlas como si no las tomara y ha de abandonarlas como si nunca las hubiera tocado.
Sobre esta calidad, tenue como el viento y sólida como una roca, deben apoyarse, en las nuevas circunstancias culturales, la plegaria individual y la colectiva, los rituales y las organizaciones religiosas. Plegarias, rituales y organizaciones deberán ser espíritu, fluido y libre como el aire. La plegaria a Dios deberá vivirse y expresarse como si no hubiera ni plegaria ni Dios; el ritual debe ser tal que impida la cosificación de Dios y que conduzca a la no-dualidad; las organizaciones religiosas habrán de estar tan apoyadas en la calidad y la comunicación que resultarán estructuras tan leves que serán como si no fueran.