Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Versiones del cristianismo hoy
Dos posibles versiones del cristianismo en las nuevas circunstancias culturales.
En nuestra sociedad podrían presentarse dos posibles versiones del cristianismo: una que precisa ligarse a creencias, aunque reducidas al mínimo, y otra sin creencias, de una forma semejante a como existe un Vedanta teísta y un Vedanta no teísta.
El cristianismo con creencias cree que existe un Dios, como entidad, que es fuente de todo lo que hay y que existe como distinto del mundo y del hombre; cree que existe un principio no mortal en el hombre y que el cuerpo mortal resucitará el último día; cree que el mundo es distinto de Dios y del hombre y que es el lugar donde debe desarrollarse el drama humano.
En esta versión, el camino espiritual es conocer a Dios y amarle hasta conseguir, por su gracia, en la iniciativa de Dios en Jesucristo, la unidad con Dios por el amor.
Cuando se recibe ese conocimiento y amor, ya no hay más muerte, porque incluso los que mueren “mueren en el Señor” y resucitarán en Él.
Esta forma de cristianismo, que es la tradicional y habitual, no puede darse sin la creencia y una creencia en versión teísta.
Para muchos hombres de nuestra sociedad, (los más característicos de ella y que irán creciendo en número irremediablemente, por la dinámica colectiva de nuestra cultura científica, tecnológica y de innovación continua), esta versión no es viable porque requiere creer y la estructura cultural o dificulta la creencia o la impide.
El cristianismo sin creencias no necesita creer que exista Dios como una entidad real y distinta; tampoco tiene que creer en el alma humana inmortal; ni en la resurrección; ni en un mundo como distinto del hombre y de Dios.
No necesita ninguna de esas creencias si puede comprender la unidad radical de todo lo que existe, si puede comprender que lo que hay no es inerte como la materia sino que tiene rasgos que se parecen más a la mente que a la materia, sin que se pueda hablar propiamente de mente.
Con la práctica del silencio se puede emprender el camino interior sin tener que suponer la creencia en Dios, en el alma inmortal, en la resurrección y sin tener que creer que hemos venido a este mundo como a un campo de pruebas.
Jesús es el Maestro de otra dimensión del existir, una dimensión absoluta que se revela en Él mismo.
El camino a recorrer es llegar a reconocer la unidad absoluta de todo.
Para reconocer esa unidad se ha de llegar a comprender que tanto el yo como el mundo o incluso la figura de Dios son construcción, una ilusión, una ignorancia del mundo de la dualidad.
Lo que realmente hay es la Unidad en la no dualidad.
Tenemos acceso a esa unidad gracias al Maestro Jesús que, en su persona, pone frente a mí esa unidad y realidad absoluta para que por Él la reconozca en mí mismo.
Cuando despierto a ese conocimiento, entonces, ya no hay más nacimiento ni muerte.
Lo que antes veía nacer y morir lo veo ahora sólo como los gestos de una gran danza sagrada. Los gestos parecen nacer y morir, pero ni nacen ni mueren porque el ser de esos gestos es sólo el ser mismo del que danza. Para quien comprende y ha salido de la ilusión de la pluralidad, nada se pierde y todo lo que murió resucita en el conocimiento del Uno.
Nada se pierde porque nada ha nacido jamás.
Esa suprema unidad, que no se logra en la inercia de la materia, puede adquirir, para un humano, rasgos antropomórficos, aunque en sí no los tenga. Sabré entonces que esos rasgos del Único son sólo en relación a mí; pero sabré también que, aunque no existan tal como los veo y siento, no son pura ficción e ilusión mía; tiene un fundamento real que hace que yo, sin creencias, pueda acogerlos sin reservas.
Así se puede tener Dios sin creencia;
se puede sentir y comprender la “no muerte” sin negar la radicalidad de la muerte;
se puede tener resurrección sin milagros postreros;
se puede amar sin dualidad
y conocer sin conocedor ni conocido.
Cuando se procede apoyándose en la creencia no se requiere un gran trabajo mental; cuando uno no se apoya en la creencia, se requiere un intenso trabajo mental.
Esta segunda forma de cristianismo, aunque a primera vista más difícil, es más fácil para los hombres de nuestras nuevas sociedades.