Francesc Torradeflot Las joyas de las sabias y sabios son como las ramas del nido de los pájaros, imprescindibles cobijos para poder aprender después a volar libres y a disfrutar del aire fresco y de la vida en plenitud. La sabiduría es el regazo tierno y maternal cuidado que vivifica. Es necesaria pero no suficiente, es un hogar y un solaz, pero después hay que volar. Es un placer para mí poder compartir esta muestra del tesoro de humanidad que la vida nos ha regalado...
El ofrecimiento de los maestros del espíritu
A nadie se le ocurrirá decir que el camino del arte es un camino de deber, sometimiento, esfuerzo y dolor, porque es todo lo contrario de eso. El arte es un camino de libertad, creatividad, novedad, gozo, conocimiento, profundidad y realidad.
Igualmente inadecuado es hablar del mensaje de los grandes del espíritu del pasado como una propuesta de deber riguroso, sometimiento y entrega, esfuerzo y sufrimiento, porque es todo lo contrario. No hay mayor libertad que la que ellos ofrecen; no ha novedad mayor; no hay conocer más valioso ni gozo mayor que el que ellos proponen; no hay mayor amplitud de la mente, del corazón, de la percepción, de la vida, de la hondura, del ser y del amor que la que ellos proponen.
Para decirlo en forma breve: lo que ofrecen no es el deber y el sufrimiento, a cambio de una vida futura; lo que ofrecen es un gran gozo de la mente, del corazón y de los ojos; lo que ofrecen es la alegría de la vida que sólo se puede tener cuando le acompaña la paz y la reconciliación amorosa con todo. Ahí se excluye todo temor.
En las nuevas sociedades hay que separar la oferta profunda de los maestros del espíritu, vehiculada por las tradiciones religiosas, de la forma que adoptó en las sociedades preindustriales como religión.
Hay que deslindar la propuesta que enseñaron, el camino del silencio, de la forma que esa propuesta tuvo que adoptar en los moldes de las religiones.
Hay que disociar la oferta de firmeza, paz, gozo, lucidez y amor que hacen las grandes tradiciones de sabiduría de la humanidad, de los moldes que impusieron a todo eso los patrones culturales de las sociedades preindustriales.
En el ámbito de la cultura occidental, llamamos religión a la unión de esos dos elementos: la oferta profunda de los maestros del espíritu y los patrones culturales de las sociedades preindustriales.
En esa larga etapa, el mensaje profundo de las religiones se ligaba al deber porque se vertía en moldes de creencias, de sumisión al Señor y a su mandato.
La religión acoplaba la gran oferta de la experiencia de la hondura de la vida, a la obediencia, a la entrega sometida, con promesa de otra vida.
Esa modelación religiosa del gran descubrimiento de los maestros fue necesaria e inevitable en el pasado, pero es hoy inasimilable para los protagonistas de las sociedades de conocimiento.
Los maestros de la belleza, en la pintura, en la música o en la poesía no hablan de promesas futuras sino que ponen en nuestras manos, en nuestros ojos y oídos, en nuestra mente y en nuestro corazón, la belleza clara y manifiesta de todo lo que nos rodea.
Los sabios de las ciencias ofrecen los conocimientos de la inmensa complejidad de nuestro mundo que han logrado desentrañar, para que podamos recorrer el camino de saber que ellos abrieron, con nuestros propios pies.
Ni artistas ni sabios hablan de creer, ni de someterse, ni de verificar lo que proponen en una vida futura. Unos y otros ofrecen la magnífica posibilidad de ampliar las mentes y los corazones en una aventura de profundidad, novedad, libertad y creación, aquí, en esta vida.
Ni artistas ni científicos invitan a renunciar a nada; lo que proponen es adentrarse por unos caminos que sólo implican adquisición.
Para adentrarse por las vías de la belleza o del saber, no hay que someterse a nada ni a nadie, ni hay que ceñirse a unos caminos con márgenes y términos marcados.
Sin embargo, aprender a andar por los senderos de la belleza o de la ciencia, tiene unas exigencias de aprendizaje severas; pero sólo son exigencias de aprendizaje. El rigor, la disciplina, la constancia, la dedicación e incluso el sacrificio son inevitables. Pero esas inexcusables inversiones rinden beneficios muy pronto. Los rendimientos son primero lentos y humildes, luego, los frutos son abundantes, generosos y más rápidos.
La propuesta de los maestros del espíritu, que hemos llamado históricamente maestros religiosos, está en la misma línea que la oferta de los artistas y de los sabios. También ellos invitan a una ampliación de nuestra mente, nuestro sentir y nuestra percepción. No ofrecen promesas sino realidad; no hablan de otra vida, sino de ésta; no invitan a recorrer un camino prefijado de bordes vallados; invitan a una aventura de conocimiento y de sensibilidad por caminos de profundidad y novedad.
Hablan de una ampliación de nuestras facultades de comprensión, percepción y sentir, que sólo se produce cuando se consigue el gran silencio interior.
Hablan de una ampliación de nuestras capacidades de atención e interés que acompañan a un crecimiento de nuestra condición de testigos imparciales y silenciosos.
Hablan de una libertad que escapa del duro yugo que somete a sí mismo. Dicen que quien se libera de sí mismo, se libera de todo sometimiento.
Los maestros del espíritu invitan a un itinerario que es un camino de silencio; un silencio que permite escapar de todos los patrones que modelan la comprensión, el sentir, la percepción y la actuación. Sólo el silencio interior libera de todos los patrones culturales colectivos e individuales. Quien se libera de patrones, se libera de creencias, prejuicios y dependencias.
Los maestros del espíritu enseñan que para conseguir la completa libertad de la mente y del sentir, hay que lograr evadirse de la sumisión a intereses, propios y ajenos.
Es preciso aprender a vivir el mensaje y la oferta de los grandes, en nuevas formas y patrones. Esa nueva forma tendrá que ser adecuada a los hombres y mujeres de las sociedades de conocimiento y cambio continuo.
Esas nuevas formas de vivir los viejos mensajes, se distancia claramente de los patrones de las venerables religiones, pero no de su sabiduría de fondo.
Dice la Brihadâranyaka-Upanishad “si uno se va de este mundo, sin haber descubierto su propio mundo (que es la gran posibilidad de la que hablan los maestros) entonces, su mundo, por no haber sido conocido, no le beneficia…”