Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Alegoría del crecimiento del árbol de la ignorancia
Yoga Vâsishtha.
Ahora voy a explicarte, amado Râma, cómo crece en todas direcciones la temible planta de la ignorancia. Florece en el bosque del mundo objetivo y está arraigada en el firme suelo de la conciencia. Los tres mundos son su cuerpo y el universo entero su piel. La alegría y el dolor, la existencia y la muerte, la sabiduría y la ignorancia son sus raíces y sus frutos. Mientras esta ignorancia piensa en el placer, está experimentándolo, y cuando piensa en la tristeza, experimenta este sentimiento. Cuando prevalece la idea de existencia, el objeto existe, y cuando prevalece la noción de inexistencia, el objeto desaparece. La ignorancia se desarrolla por medio de la ignorancia y fructifica en una ignorancia todavía mayor. Cuando busca la sabiduría, se nutre de sabiduría y sólo crece en esta dirección.
Esta planta de la ignorancia se manifiesta de muy diversas formas, estados o modos psicológicos. Algunas veces tropieza con la sabiduría y se siente purificada, pero más tarde vuelve a sentir apego hacia los objetos y se hunde en su contemplación. Es la fuente de todas las emociones y experiencias sensibles. Su savia es la memoria de las experiencias pasadas, pero la investigación del ser (vichâra) es la termita que roe sus entrañas. Las estrellas y los planetas que brillan en el firmamento son las flores de esta temible planta de la ignorancia.
Es agitada por la mente y los pájaros de los conceptos construyen en ella sus nidos. Las peligrosas serpientes de los sentidos la rodean y la gran pitón de las acciones prohibidas mora en su interior. Es iluminada por la luz del cielo y contiene todo el alimento de los seres vivos. Pero contiene también otras muchas cosas, tanto las que confunden al necio como las que provocan la sabiduría. En ella residen los que han nacido y están a punto de nacer, lo mismo que los que han muerto o están próximos a morir. Unos mueren ya maduros y otros de forma inesperada, pues es imposible que todos mueran a la vez. En ella están el pasado, el presente y el futuro. Esta horrible planta que nos torna insensibles, muere en el momento en que es examinada con decisión.
El árbol de la ignorancia se manifiesta como todo lo que hay en el mundo: las estrellas y los planetas, los seres vivos, las plantas y los elementos, el cielo y la tierra, los dioses y al mismo tiempo las más despreciables lombrices. Todo lo que existe en el universo está penetrado por esta ignorancia. Cuando es trascendida, alcanzamos el autoconocimiento.
Râma interrumpió al sabio para preguntar:
Señor, me confunde tu afirmación de que incluso los dioses como Vislinu y Shiva forman parte de esta ignorancia (avidyâ). Te ruego que me aclares un poco más esta proposición.
Vasishtha respondió:
La verdad de la existencia-conciencia-felicidad está más allá del pensamiento y de la comprensión, es la suprema paz omnipresente y trasciende loda descripción posible. La facultad de conceptuahzación nace naturalmente de ella. Este conocimiento tiene tres estadios o aspectos: sutil, medio y tosco. Cuando la mente comprende estos tres aspectos los considera como satva, rajas y tamas. Las tres juntas constituyen lo que conocemos como naturaleza o prakriti, que también es avidyâ o ignorancia. Esa es la fuente de todos los seres: más allá sólo está el Supremo.
Estas tres cualidades de la naturaleza (salva, rajas y tamas) se subdividen a su vez en tres aspectos: sutil, medio y tosco. De este modo se forman nueve categorías, que constituyen todo el universo.
Los sabios, los ascetas y los hombres perfectos, los habitantes de los bajos mundos, los seres celestiales y los dioses, constituyen la parte sátvica de la ignorancia. Entre ellos, los seres celestes y los habitantes de los bajos mundos forman la parte tosca (tamásica), los sabios la parte media (rajásica) y los dioses Brahmá, Vishnu y Shiva, la parte sátvica. Los que aparecen en esta última subdivisión sátvica ya no vuelven a nacer jamás y se consideran liberados en sentido estricto. Los otros, por ejemplo los sabios que son liberados en vida (jivan míala), abandonan el cuerpo a su debido tiempo y alcanzan la morada de los dioses, permanecen allí durante el periodo del mundo existente y después obtienen la liberación final. De esta forma la ignorancia (avidyâ) se transforma en sabiduría (vidyâ) o autoconocimiento (âtmavidyâ). Ya ves que avidyâ surge y se disuelve en vidyâ como las olas surgen y se disuelven en el océano.
La distinción entre las olas y el agua es irreal y meramente verbal. Igualmente, la distinción entre avidyâ y vidyâ también es verbal y no responde a un significado substancial. ¡Aquí no hay ignorancia ni sabiduría!. Cuando dejas de ver la ignorancia y el conocimiento como dos entidades distintas, sólo existe lo que existe, lo que es, el ser que es conciencia pura. La reflexión de vidyâ en ella misma, es lo que se considera avidyâ. Cuando esas dos nociones son trascendidas, lo que queda es la verdad, que tanto puede ser algo como no ser nada en absoluto. Es omnipotente, vacía como el espacio aunque, sin embargo, tampoco está vacía porque está llena de conciencia. Es tan indestructible como el espacio que hay dentro de una vasija y la realidad de todas las cosas. Como un imán mueve las limaduras de hierro por su sola presencia, el ser causa el movimiento cósmico por su mera función de ser, sin pretenderlo en modo alguno. Por eso se dice que no hace nada.
Por tanto este mundo objetivo con todos los seres animados e inanimados que hay en él, no es nada en absoluto. No hay nada realmente material o físico. Cuando se elimina la conceptualización que produce las nociones de existencia e inexistencia, se comprende que hablar de los jivas es una expresión vacía de sentido. Todas las relaciones que sentimos en nuestro corazón a causa de la ignorancia, deben considerarse inexistentes, insubstanciales. ¡De hecho, aunque confúndanlos la cuerda con una serpiente, nadie puede ser mordido por esa serpiente!.
Lo que se conoce como ignorancia o ilusión sólo es ausencia de autoconocimiento. Cuando conocemos el ser alcanzamos la orilla de la inteligencia ilimitada. Cuando la conciencia se objetiva a sí misma y se considera como su propio objeto de observación, eso es avidyâ. Cuando se trasciende esta noción divisoria de sujeto y objeto, todos los velos que envuelven la realidad son descorridos para siempre. El individuo no es más que la mente personalizada. Cuando cesa la mente, la individualidad desaparece: mente y personalidad individual son dos ideas idénticas, aunque heterónimas. Mientras existe la jarra, existe la idea de un espacio encerrado o contenido en esa jarra; cuando la jarra se rompe, lo que queda es el espacio infinito que llena también el lugar donde antes habíamos imaginado el espacio contenido en la jarra.
En aquel momento Râma preguntó:
Señor, ten la bondad de explicarme cómo esta inteligencia cósmica se transforma en cosas inertes como las rocas.
Vasishtha respondió:
En las rocas, la conciencia permanece inmóvil abandonando la facultad de pensar, pero no porque haya sido capaz de alcanzar el estado de no mente. Es como el estado de sueño profundo, que también se halla muy lejos del estado de liberación.