Marià Corbí “Un anciano explicó que Yajnadatta creía que había perdido la cabeza y se puso a buscarla, pero una vez detuvo la mente que buscaba, encontró que todo estaba bien”... LAS ENSEÑANZAS ZEN DEL MAESTRO LIN-CHI (China, s.IX), es uno de los textos que se están trabajando este curso en CETR. He aquí una pequeña selección de la obra y un comentario de Marià Corbí sobre la propuesta del maestro Lin-Chi. La edición castellana utilizada en el seminario está a cargo de B. Watson (Los Libros de la Liebre de Marzo).
ARMONÍA ES LA PALABRA CLAVE
Antonio Colinas
Armonía es la palabra clave. La vida, el mundo, es una armonía que nos empeñamos en vivir en desarmonía. Seguir los ciclos, las estaciones, las mutaciones naturales; observar el curso del macrocosmo y del microcosmo y adaptarnos periódicamente a ellos. Vivir en plenitud; esperar con calma cuando nos asalte algún mal. Evitar, en cualquier caso, la desarmonía. Esta es la clave del ser. (26)
Pasamos los años haciéndonos desesperadas preguntas y no sabemos que, a nuestro alrededor, todo son respuestas. Ahogados en un turbión de preguntas, no queremos o no sabemos ver las respuestas continuas que la naturaleza nos da. Rara vez aceptamos el mundo tal como es: como una única y clara respuesta. (24)
Todavía invierno. El valle completamente verde y en su centro el almendro florido, una gran masa blanca, una hoguera de luz. De repente se pone a nevar. Nieva sobre el almendro florido, nieva sobre la nieve. Todo como en una estampa japonesa. Imposible describir con más detalle esta visión sin caer en el exceso, Hay veces –ésta es una de ellas- en que la realidad supera con creces al arte. (21)
Plenitud de la noche perfecta de julio. Las estrellas puras, el viento cálido, el rumor del pinar y el canto de los grillos, crean una melodía delicadísima y sublime. Nadie pondría en duda que –al menos por esta noche- el mundo está bien hecho, es extremadamente perfecto. (27)
Canto del mirlo: desesperado afán de contener en un silbo toda la belleza y la perfección del mundo. (36)
Hace unos días que han abandonado la casa que hay a levante, sobre una de las colinas. Ha pasado muy poco tiempo, pero ya he podido apreciar en la casa, en el huerto, en la atmósfera del lugar, el abandono, la desolación, la falta de vida. Cada cosa –desde las piedras a las plantas– brilla feliz con el cuidado y el afecto de los seres humanos, pero cuando éstos se van, tristeza y abandono lo invaden todo. Ello es prueba no sólo de que ese todo está vivo y, al estarlo, agradece la atención y el afecto. También de que todo lugar es sacro en cuanto el ser humano vive sagradamente en él. El ser humano re-crea el mundo a su alrededor con su presencia armónica. (50)
Sembrar es lo que importa. Aunque a veces, la helada o el cierzo abrasen flores y frutos. Sembrar siempre, con naturalidad, sin pensar en la cosecha, en los resultados que vamos a obtener. (63)
¿De dónde brota este silencio absoluto de la mañana? Todo calla. No se oye ni un pájaro. Los árboles están como muertos. Nada oímos, pero es como si todo se nos comunicase. El verdadero silencio se oye. El sonido del silencio es la total y madura plenitud del ser. (88)
El sentido sagrado de la realidad es lo que nos libra del terror de vivir, del terror de la Historia. Sin ese sentido, hombre y tierra sólo estarían abocados a un continuo ciclo de corrupción y de muerte. Con el sentido sagrado de la existencia el mundo es rico y trascendente en cada instante, brilla la esperanza en cada mirada, tiene razón de ser hasta la última de las piedras. (96)
Hay un lugar hacia el que podemos volver los ojos cada día y reconocer lo misterioso, el más allá: el universo estrellado. Es ésta una contemplación que manifiesta la trascendencia. Estamos ante una verdad tópica, demasiado evidente. Pero resulta que vivimos en unos tiempos en los que hasta lo más evidente es invisible. Hoy miramos el universo estrellado, pero no lo vemos. (97)
El noctámbulo ruiseñor, tras cantar en la sombra con los ojos llenos de luna, afronta la luz del alba descansado y dichoso. Su canto, fresco y profundo, aún se remonta por encima del canto del resto de los pájaros, que nada han sabido de la noche. Los pájaros del día sólo creen en el mundo que ven. El ruiseñor penetra y penetra la sombra con su canto y de ella extrae (y nos extrae) la otra realidad. (97)
Nunca había oído vibrar a las cigarras con tanta fuerza. En el fondo del barranco se oye cantar a una con una intensidad y con una dulzura que desconocía. Cierro los ojos y me concentro en el sonido. Me olvido de todo. Luego, repentinamente, cuando la cigarra calla, el silencio me invade. y, en mi interior, este silencio se torna dulce vibración, armonía. (99)
(pequeña selección de: Antonio Colinas. Tratado de armonía. Barcelona, Tusquets, 1992)