Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Autoconducirse
selección del texto de Geneviève Lanfranchi (1912-1986): La formation de soi par soi. La pratique. Beauvais, La Table Ronde, 1977.
La idea fundamental sobre la que quisiera atraer la atención es que la fuente de la energía es el deseo. Simplemente enunciándolo se hace evidente. Vale tanto para la vida animal (para el depredador observando a su presa y los métodos de huida de ésta) como para cualquier actividad humana: para el comerciante que arriesga, compra y vende para ganar unos bienes, el estudiante que se esfuerza por saber y pasar unos exámenes, la pareja que se une porque desean amar y ser amados, etc., etc. No hay ninguna de nuestras actividades que no parta, consciente o inconscientemente, de un deseo.
La idea más común de «voluntad» es que se trata de la capacidad de mantener una decisión y llevarla a cabo. La voluntad sería como una fuerza autónoma, siempre idéntica a sí misma, que podría ser asociada a cualquier elección o decisión. Si mis provisiones de voluntad son satisfactorias podré trabajar con éxito para corregirme de un tic, para prosperar en cualquier campo, para sacrificarme cuando el «deber» me reclame, etc. Esta forma de entender la voluntad es muy simplista. Como si la voluntad fuese el poder ejecutivo de la razón. La razón deliberaría y seleccionaría, y la voluntad cumpliría las decisiones tomadas. Con este simplismo de que el sujeto «sólo» necesita querer y toda dificultad quedará resuelta, pasamos por alto lo más fundamental de la vida psicológica: ¿cuál es la naturaleza de este querer, cómo se constituye, dónde se alimenta, cuáles son los límites de su jurisdicción, etc.
La idea fundamental sobre la que quisiera atraer la atención es que la fuente de la energía es el deseo. Simplemente enunciándolo se hace evidente. Vale tanto para la vida animal (para el depredador observando a su presa y los métodos de huida de ésta) como para cualquier actividad humana: para el comerciante que arriesga, compra y vende para ganar unos bienes, el estudiante que se esfuerza por saber y pasar unos exámenes, la pareja que se une porque desean amar y ser amados, etc., etc. No hay ninguna de nuestras actividades que no parta, consciente o inconscientemente, de un deseo.
Alguien me puede objetar que muchas veces se actúa por deber y que si se pudiera hacer verdaderamente lo que se desea, haríamos otras cosas. Es cierto que no podemos cumplir todos los deseos a la vez pero, si observáis bien, comprobaréis que cuando alguien está renunciando a un deseo es porque está obedeciendo a otro.
Lo fundamental es mirar cara a cara a ese móvil, el deseo de que se encuentra en la fuente de nuestras decisiones. Y si optamos por realizarlo, y hacer frente a los obstáculos que puedan oponerse, lo que habrá que hacer es alimentar y fortalecer el deseo, evaluando su valor y tomando conciencia de ello. Para acrecentar la fuerza y la energía de nuestras opciones y decisiones el camino es el reconocimiento y la consolidación del deseo que está en la fuente.
Consecuencias que podemos extraer de estas observaciones:
1. Necesitamos reconocer nuestros deseos, los directos y los indirectos. Ordenarlos y coordinarlos los unos con los otros.
2. Hay que llegar a distinguir nuestros verdaderos deseos, lo que no es nada fácil, inmersos como estamos entre prejuicios sociales, necesidades prácticas, identificaciones con unas personas u otras, con ciertos ideales y, también, por nuestra ignorancia sobre nosotros mismos y de cómo llegar a conocernos.
3. En la medida en que podamos reconocerlos, también tendremos que seleccionar entre la diversidad de deseos, saber cuáles serán los que fortaleceremos y desarrollaremos.
4. Hay que confiar en los deseos profundos; acordarles el derecho a existir, eliminar la sensación de impotencia. Un deseo profundo es una fuerza lenta, poderosa, que quiere crecer, y puede hacerlo con tal que no se le impida la existencia, se le rodee de confianza y de paciencia.
5. Hará falta saber cómo orientarlos, porque una misma tendencia puede dar lugar a grandes realizaciones o a resultados inadecuados.
6. También les tendremos que enseñar las artes de la paciencia: bien impregnados de la confianza de que podremos llevarlos a cabo, es posible que de momento no veamos la manera de poder hacerlo. Pero alimentando constantemente la certeza, sabremos encontrar o inventar las soluciones allí donde ahora no vemos ninguna; los propios deseos, si están bien definidos, sabrán atrapar la ocasión cuando se presente.
La síntesis es que sólo hacemos lo que deseamos hacer, y si no estamos todavía convencidos de ellos es que desconocemos la verdadera raíz de nuestra actuación. Vale la pena adentrarse en la propia vida para comprender las pautas de nuestro actuar y los deseos que en verdad nos guían.
Sois libres y si no lo sentís así es porque no estáis utilizando vuestra libertad. Cada uno hace lo que desea, po puede ser de otra forma. Cada uno es dueño de sus actos y de su vida. Cada uno decide. Nadie más. No culpen, pues, a las circunstancias. Ni al destino, ni a los dioses. Ni culpen a su debilidad. Porque de debilidad nada, pues sus deseos son bien fuertes, tanto como lo es su instinto de conservación. Aunque cueste creerlo estamos al frente de un considerable capital. Pero hay que aprender a regirlo. No es cuestión de debilidad sino de ignorancia.
El primer paso es ser consciente de ellos, comprender la propia fuerza y confiar en que puede convertirse en un poder invencible.
Qué es lo que verdaderamente deseo?
No hay que apresurarse a responder. La pregunta será el hilo conductor que nos perimitirá entrar plenamente en contacto con nosotros mismos. No se trata de analizar sino de cuestionarse atentamente hasta que surja la respuesta, alguna respuesta.
Al principio es posible que las primeras respuestas sean más reclamaciones o lamentaciones de lo que no nos han dado, o nos ha faltado, que otra cosa: querríamos la salud que no tenemos, una situación familiar menos difícil, etc . Por ahí no vamos bien, hay que corregir el rumbo de la atención; estas respuestas corresponden más a situar en el exterior la fuente de nuestro sentimiento de impotencia que no a conseguir una mirada lúcida sobre lo que realmente es nuestro móvil interior. Tras detener todo ánimo de lamentación o de reclamación, sin darles cancha, habrá que plantearse de nuevo la cuestión. Quizás reaparecen los mismos deseos, por ejemplo, «quiero salud». Si es así, entonces, el siguiente paso es profundizar, vivir eso sin lamentos, dar cuerpo a este deseo haciéndolo más consistente, más definido. Sin preocuparse todavía de cómo podrá realizarse, en este momento de lo que se trata es de sacarlo a la luz, desde el fondo oscuro de las lamentaciones paralizantes, convertirlo en una realidad objetiva con la que después podamos trabajar. Esta tarea vale para cualquier otro ejemplo.
Si lo que surgen son deseos de proyectos, de realizaciones, etc. no corráis todavía a decidir cómo ponerlos en práctica. Es importante mantenerse como testigos que quieren comprender toda la complejidad, ambivalencia, las raíces profundas, etc. de aquel deseo. Porqué quiero hacer «x», porqué lo valoro, qué es lo que me gusta o busco con ello, y si en lugar de «x» hiciera «z», no sería lo mismo? ¿Qué es lo que me mueve hacia «x»? Deseo de reconocimiento, de ser útil, de dominar, de amar…?
Con confianza en la propia capacidad de lucidez, no tengáis prisa, estad seguros de que cada vez lo podréis comprender mejor. Ayudaros con la imagen de un gran río al que desembocan muchos afluentes. Observad bien. No tenéis la certeza de si lo que habéis identificado es algún afluente o es el río principal, ni, en caso de que sea el principal, qué afluentes lo alimentan. Si os cansáis, detened la observación, y la retomáis en otro momento. El resultado será mucho más enriquecedor si tenemos condiciones propicias para interrumpir tantas veces como haga falta sin perder el hilo internamente de nuestra pregunta.
Quizás se han identificado dos deseos que resultan, o parecen, incompatibles entre ellos. Por ejemplo, uno querría consagrarse plenamente a una idea, un proyecto, pero sin perder el sentido crítico. O querría estar por los demás y, al mismo tiempo, dedicarse a una tarea que exige aislamiento. Esta situación, vivida de una manera informulada, puede ser desastrosa, sería comparable a querer inspirar y espirar simultáneamente: nos ahogamos. Como indicábamos acerca de los ejercicios de respiración, es importante disociar bien los dos movimientos, disociar bien los dos deseos. Centrarse totalmente en uno, luego en el otro, que tomen cuerpo. Comprenderlos a fondo. De entrada no se trata de optar por uno de ellos, sino de darles viabilidad, a uno y otro. Si haciendo este trabajo, y a medida que uno y otro se concretan y se dibujan, la incompatibilidad sigue presente, también los elementos que ayudarán a optar irán tomado más cuerpo: “son incompatibles pero valoro tanto la opción «a» que no me duele renunciar a la opción «b»”. Si se presentan así, la tarea será trabajar a fondo la opción, profundizar en ella. En la mayoría de casos descubrimos no la incompatibilidad sino la manera de coordinar dinamismos diversos. Generalmente los deseos son complejos y participan una variedad de elementos. Algunos de estos elementos pueden estar impidiendo el avance e identificándolos es como podemos encontrar la manera de coordinar, dejar, optar, …
Finalmente, quizás descubráis en vosotros, en algún nivel profundo, una aspiración elevada pero vaga, en el sentido que no sabríais concretarla en alguna dedicación específica para llevarla a cabo; deseo de justicia, o una certeza, o el bien de todos, etc. Confiad en vuestras apsiraciones. Cultivadlas; es la fuerza de vuestras aspiraciones y deseo lo que moverá montañas. Pero paciencia, esto no se hace en un día. Mantenedlos vivos, sin ahogarlos. En los ratos de reflexión cultivadlos, haced que crezcan. Identificaréis así los elementos parásitos y éstos perderán fuerza.
Vale la pena ir practicando todo esto días, semanas, meses…: el tiempo que haga falta hasta que la propia energia vaya organizándose de una manera más clara y diáfana. Cuanto más auténtico sea el autoconocimiento y la comprensión de las situaciones, cuanto mayor sea la lucidez respecto a un mismo, los propios deseos y la realidad en la que nos movemos y la que generamos con nuestra actuación, más posible será orientar nuestros pasos en la dirección deseada. Mayor será la oportunidad de autoconducirnos.
La fuerza de las imágenes
Las imágenes suscitan emociones y actos. Este es el motivo por el que insisto en la necesidad de concretar lo más posible: imaginad situaciones precisas, no os conforméis con vaguedades, «ved” las respuestas o realidades tanto como podáis, de forma que casi estéis realizando aquello que estáis enfocando con vuestra imaginación. No es fácil descubrir el ser profundo, comprenderlo. Nos cuesta localizarlo. Mal identificado, se hace difícil accionarlo. Eligiendo unos actos en lugar de otros, llevando a cabo ciertos gestos, cultivando determinadas imágenes, todavía no lo habremos alcanzado pero habremos hecho algo muy interesante: lo habremos movilizado y conseguiremos identificarlo cada vez con más precisión.
Lo que se trata es de utilizar de forma deliberada la fuerza de las imágenes, del mismo modo que caminando en una noche oscura puedes infundirte seguridad impregnándote voluntariamente de la idea de que estás perfectamente seguro, o puedes quedarte aterrado imaginándote todos los posibles peligros. Simplemente se trata de elegir las imágenes más adecuadas para nuestro propósito. Habrá quien pueda pensar que decirse tal o cual cosa es engañarse. Yo respondería a esta objeción preguntando: cuando nos decimos la verdad, ¿cuándo lo vemos todo negro o cuando lo vemos todo fácil?. En los buenos momentos te parece que te equivocabas viéndolo todo negro y viceversa. Y en el fondo, lo que se trata es de que tomemos conciencia de que en gran parte somos los responsables de las imágenes que nos rodean; según el estado de ánimo veremos unos aspectos u otros y, además, mi tristeza se contagia a los que me rodean, provoca malos humores alrededor mío, me paraliza o disminuye mi capacidad de esfuerzo, con lo que el fracaso estará asegurado (generando aún más tristeza). El ciclo inverso valorando las posibilidades, etc. es igualmente real.
Podemos concluir que en caso de que haya «un punto de vista cierto» no sabemos cuál es, por tanto podemos escoger lo que nos parezca mejor. Puedo ser parcial evocando una imagen gozosa de la realidad, pero no me equivoco si haciéndolo me ayuda a reconstruir mi alegría. Quizás una imagen angustiosa corresponda a algún aspecto de la realidad pero me equivoco deteniéndome en ella si paraliza mi pensamiento, mis sentimientos, mi actividad, en resumen, mi vida.
De ello podemos deducir que nos podemos dedicar a mirar con valentía los aspectos tristes y feos siempre y cuando tengamos el poder suficiente para no quedar petrificados y para transformar el sufrimiento en un medio de profundización. Mientras no sea este nuestro caso más vale tener la sabiduría de los escaladores, vigilar bien donde ponemos los pies a cada paso, decirnos que saldremos adelante si mantenemos la atención vigilante, y olvidarnos de la profundidad de los abismos que nos rodean hasta que no seamos insensibles al vértigo.
Así pues, de manera voluntaria, consciente y deliberada, cultivad un tipo de imágenes y rechazad otras, no con el ánimo del creyente que estima que unas concepciones son falsas y otras verdaderas, sino con la estrategia de los pedagogos hacia ese germen que llevamos dentro, eligiendo lo que le puede dar confianza, alentarlo y vivifircarlo. Este uso deliberado de imágenes es como un ejercicio de higiene, ni más ni menos. No se trata de negar la existencia de aspectos negativos, pero aún así, persiguiendo un objetivo, se trata de -libre y voluntariamente- hacer el ejercicio del fotógrafo que busca en cada situación ese ángulo que favorece, aquella luz que hace destacar el aspecto elegido, etc.
La auscultación
El acto es en sí mismo sencillo: se trata de interrogar, a menudo, o, como mínimo, en cada momento importante de la vida, a aquella parte de nuestra profundidad que sentimos ser lo más auténtiamente nuestro, como la máxima «calidad» en la que podemos vivir.
Esta «auscultación cualitativa profunda» conduce a escoger un acto o una actitud más que otra. «Auscultación» y «introspección» no son la misma cosa. La introspección es una actividad básicamente mental que procura distinguir los factores que están en juego en tal o cual actitud, lo que conduce a una situación u otra, la introspección es análisis. La auscultación es una «escucha»: participación viva y atenta en lo que está sucediendo. Es penetración en la profundidad del existir. Más que observar y analizar, se trata de recoger el «yo» para poder penetrar hacia ese fondo de nuestro existir. La introspección es una ayuda ya que permite poner orden y localizar mejor el «fondo», pero no es lo mismo. La auscultación es más bien un gesto de escucha, de entrega, de penetración. La compararía a la actitud de una persona a nado que se adentra entre corrientes marinas, con fuerzas y temperaturas diferentes y que, en estado de alerta entre las corrientes, busca reconocer aquella que le permite nadar en la dirección deseada . En esta imagen, la persona nadando representa la atención del sujeto y el océano con sus corrientes, la totalidad de su conciencia.
El movimiento de autenticidad es comparable a una espiral que va avanzando progresivamente desde aquellas capas más externas de la danza de nuestro actuar, hacia ese fondo sin forma del que en algún momento hemos intuido la existencia, la autenticidad, de una calidad que sabemos que es distinta de lo que estructura la personalidad del yo. Una espiral en constante escucha de un «no sé qué», de algo que no tiene nombre, pero que sabemos reconocer como el verdadero fundamento, como algo muy valioso. Espiral de recogimiento, de interiorización. Búsqueda de autenticidad.
Concentración
Además de aprender a gestionar el dominio de las antiguas estructuras sobre nuestra vida, necesitaremos desarrollar otras nuevas, más aptas. Necesitamos aprender a movilizar unas energías diferentes de aquellas fuerzas reactivas que nos hacían actuar buscando protección o aprobación, o como resultado de un estado de ánimo u otro.
Hay una actitud que resulta indispensable para quien quiera conseguir la autonomía personal. La llamamos hacerse presente al presente. Es justo lo contrario de la ausencia. Está la ausencia al presente de aquella persona que está situada en los proyectos, en los recuerdos, en otro momento, en el que sea, y la ausencia de la persona que no está en ninguna parte, la de la persona que flota, que vive, siente y actúa en un magma indefinido, en un mundo muy pobre de sentimientos, de actividad, de ideas.
La persona «presente» cuando escucha, escucha, cuando trabaja está toda ella en lo que hace, cuando ríe ríe de todo corazón … Una vida autoconducida y autónoma es como la corriente eléctrica que depende de la conexión de dos polos: el personal, lo más arraigado posible en la profundidad, y el exterior que debe ser lo más objetivo, lo más real posible. Sólo así el vivir, las decisiones, serán una respuesta generada desde la autonomía interior, a una realidad exterior percibida con lucidez. ¡Ésta es la auténtica espontaneidad!