Teresa Guardans fechas a concretar
Diez ejercicios de Jñana Yoga – Ejercicio 11
EJERCICIO nº 11.
La presencia cierta y vacía,
que es de mi intimidad el centro,
es el Guía, el camino y meta,
es Testigo y testificado,
es “el que es”, mi naturaleza,
es el que sabe y lo sabido,
el Ser-Conciencia no-dual,
la liberación del apego.
Es una presencia constante,
es una ausencia que es certeza.
Es la respuesta espontánea
que surge, sin usar palabras,
a toda posible pregunta.
La respuesta que se demora
es de la mente, incorrecta,
porque crece desde los suelos
del sujeto y de sus deseos,
de sus miedos y expectativas.
Cuando la respuesta procede
“del Presente” que es una ausencia,
pensamiento, sentir y acción,
responderán perfectamente
a toda pregunta o cuestión.
EJERCICIO nº 12.
Un peligroso desagüe en el camino.
Quien haciendo camino busca qué comer,
está perdido, fácilmente será engañado.
Quien caminando busca algo para sí,
caerá en miles de trampas.
Quien en la Vía busca algo que comer,
es semejante a quien recoge grano,
con un agujero en el saco.
Lo que reúne, lo pierde.
El esfuerzo por escapar a la egocentración
y entrar en el conocimiento silencioso,
lo pierde, quien busca algo de que vivir.
Quiere que muera el ego por inanición, pero lo alimenta.
Quien recorriendo la Vía pretende vivir de lo que coma en ella,
no ha entendido la tarea: desnudarse de toda pretensión.
Quien busca comida de sabores sutiles,
quiebra la primera regla: acumular sinceridad sobre sinceridad.
La sinceridad va recta, simple, sin dobleces,
sencilla, sin segundas intenciones;
busca “lo que es” y sólo “lo que es”,
no a sí mismo en “lo que es”.
EJERCICIO nº 13.
La perplejidad es el resultado de la aproximación a “el que es”,
sin ser ni individuo ni individuación alguna.
La perplejidad es la cosecha de quienes caminan por la vía de la certeza,
sin que sea certeza de nada ni de nadie.
La perplejidad es la compañera inseparable de quien conoce,
sin que pueda decir qué conoce.
La perplejidad invade a quien ama,
sabiendo que a ama un abismo inconcebible.
La perplejidad es inevitable para el que está invadido de gozo,
sabiendo que es por todo y por nada.
La perplejidad no abandona al que se siente
asentado en la paz inconmovible de una ausencia.
La perplejidad acompaña al que siente el peso y el calor de una presencia,
que es una ausencia.
La perplejidad es el lote que acompaña al pobre viviente,
cuando se adentra en los campos infinitos del Ser-Conciencia.
La dulce perplejidad abruma a quien comprende que “el que es”
es el Padre verdadero de su propio ser.
EJERCICIO nº 14.
Nadie puede describir la acción del inconcebible;
pero actúa.
Nadie puede describir el camino hacia lo no objetivable;
pero se camina hacia él.
Nadie puede concebir al que no es “otro” de nada;
pero se despierta al más íntimo que la intimidad.
Nadie puede seguir huellas en el mar;
pero hay guía.
Nadie puede comprender la profunda atracción de “Eso” que es nada;
pero la seducción actúa.
Nadie puede entender el amor a lo que no tocan nuestras manos;
pero el amor es real.
EJERCICIO nº 15.
El cuerpo, raíz del ego, es la raíz de todas las formas.
El cuerpo es la raíz y el soporte del ego.
Y del ego proceden las formas que damos a las realidades.
De esa misma fuente proceden
las imágenes que construimos del Absoluto.
El ego y su pedestal, el cuerpo, son la razón de que nos liguemos a formas
y que liguemos el Ser a formas.
No concebimos que algo exista
sin que esté ligado a una forma.
Así comprende el ego: todo lo que es, es porque tiene una forma.
Esta es la ley del sentir y comprender de todos los vivientes.
Esa ley nos empuja a construir imágenes del Absoluto y convertirlas en ídolos.
El ego y el cuerpo son la fuente de todos los ídolos.
Cuando hacemos del Absoluto un ídolo,
entramos en guerra con los ídolos construidos por otros.
Esa es la guerra de religiones.
La guerra de religiones es guerra de ídolos colectivos.
Hija de la ignorancia colectiva.
Quienes no construyan ídolos, no van a la guerra.
Y quienes van a la guerra no conocen “al que es”;
lo han sustituido por un ídolo.
Hay guerra cuando se derrama sangre
y cuando se ignora y se menosprecia.
Hay guerras de muchas clases,
pero los ídolos siempre terminan por reclamar sangre.
EJERCICIO nº 16.
El conocimiento conduce a la perla
que se esconde en el corazón:
la fuente del propio ser.
Ese es el único actor.
Un actor que no es un actor,
porque ¿quién o qué hay fuera de Él?
El intento por lograr el conocimiento,
parece que brota del ego. No es así;
su raíz está en la joya oculta en el corazón.
La joya es el espíritu del hombre,
espíritu que carece de forma.
Ahí está el verdadero actor: “el que es”,
la eficacia del intento.
El conocimiento muestra
que el destino no es lo que parece ser;
ni el libre albedrío es lo que parece ser,
ni es lo que parece ser el intento.
Lo que hay es el Único
y la manifestación del Único.
Fuera de eso no hay nada.
En nuestro pobre ser,
su manifestación,
el Único se conocer a sí mismo.
Nuestros ojos son sus ojos,
nuestros oídos sus oídos,
nuestra mente su mente,
nuestro sentir su sentir,
nuestras acciones sus acciones.
EJERCICIO nº 17.
En ti reside el poder de cruzar la gran frontera.
¿Quién ha robado mi montura?
¿Qué hay debajo de ti, oh maestro?
Sí, es el caballo, pero ¿dónde está el caballo?
¡Oh hábil jinete en busca de corcel, vuelve en ti!
El Espíritu está perdido,
porque su ser es tan manifiesto y cercano:
¿cómo puedes tener los labios secos,
si tus tripas están llenas de agua? [ 1 ]
Nos creemos sometidos al destino,
incapaces de seguir la llamada de los maestros.
Pensamos como si fuéramos alguien frente a Él.
No hay nada, ni nadie frente “al que es”.
Creyéndonos alguien,
preguntamos por nuestra montura:
¿Con qué poder podremos cruzar la gran frontera
y entrar en los jardines del silencio?
Pero no hemos perdido la montura,
porque el poder reside en nosotros mismos.
Rumí nos invita a que advirtamos
nuestra propia realidad.
EJERCICIO nº 18.
La búsqueda de la sabiduría.
El que busca la sabiduría se convierte en una fuente de sapiencia;
se vuelve independiente de las adquisiciones y de los medios. [ 2 ]
La búsqueda es la sabiduría:
nada que encontrar.
Búsqueda de un conocer sin forma,
que diluye a buscador y buscado.
Búsqueda independiente
de adquisiciones y de medios,
porque en ella no se pretende nada,
y resulta ser nadie el que busca.
Crecer en sabiduría
no es adquirir conocimientos,
ni ahondar saberes antiguos.
Es silenciar interpretaciones,
es desnudarse de sentires,
hasta llegar a la noticia cierta,
de corazón y de mente,
que diluye todo saber
y toda certeza.
¿Qué medios valen para obtener “nada”?
¿Cómo llegar a comprender
que “nadie” puede obtener “nada”,
porque “lo que es” es Sin forma?
Sólo el intento.
¿Intentar qué?
Despertar.
El intento no causa el despertar,
sólo es el lugar del despertar.
EJERCICIO nº 19.
Cuando el entendimiento de un hombre ha sido su maestro,
después de esto se vuelve su discípulo.
La lucidez dice, como Gabriel
“Oh Ahmad, si doy un paso más me quemaré.
Déjame, pues, y continúa:
éste es mi límite, oh sultán del alma”. [ 3 ]
Que la razón conduzca hasta el límite,
hasta las puertas de lo innombrable:
la frontera del conocimiento no dual.
Desmonta lo que la mente, construyó,
regida por la necesidad,
controlada por el destino
que viaja desde la lejanía
de las generaciones.
La razón lleva a la puerta del jardín,
pero no puede entrar.
Es maestra rigurosa y exigente
del que busca la sabiduría;
pero al llegar al umbral de su palacio
se convierte en discípula.
EJERCICIO nº 20.
Guía la razón al jardín,
sin tener el poder de entrar.
Las puertas del jardín se cierran,
bloquean todos sus esfuerzos.
Seguir, excede su poder,
sin estar jamás en su contra.
Un conocer sin argumentos,
sin pronunciar ni una palabra.
Noticia recia y siempre cierta,
donde nadie conoce nada.
El nuevo guía es silencioso,
con un callar muy elocuente.
La razón, con rigor, nos muestra
que lo que parece real,
es tan sólo la construcción
de la necesidad humana.
Es su última afirmación:
“esa construcción no es real”.
Aquí se acaba su poder.
Prohibido saltar el límite.
Le toma el relevo un poder,
¡el gran secreto de la mente!
el de penetrar en silencio
en el interior del jardín.
La razón es desbrozadora
abriendo y limpiando el camino
para que pueda entrar el guía
que conoce todo el jardín.
El guía interno, sabio y mudo,
tan hondamente silencioso
que estando en mi interior es nadie.
Nadie es el guía, el certero.
[ 2 ] Rumí: Mathnawî. Madrid, 2003, Editorial Sufí, Tomo I, pg. 92.
[ 3 ] Rumí: Mathnawî. Madrid, 2003, Editorial Sufí, Tomo I, pg. 93.