Marià Corbí La muerte, la gran cazadora, ya me está alcanzando. Sé que es implacable, pero no es enemiga. He de apresurarme a escuchar lo que dicen todas y cada una de las cosas. Me hablan claramente y me dicen:
No somos lo que te dicen tus sentidos. Tampoco somos la interpretación que haces de nosotras, según el PAC cultural que te rige. Somos lo que decimos, no lo que tú nos haces decir. Escúchanos y te hablaremos sin palabras, y nos comprenderás. No vengas a nosotras esperando algo. No vengas diciéndonos lo que somos. Cállate. Si te interesas por nosotras, y no por lo que piensas conseguir de nosotras, si tu interés es verdadero, porque sí, porque estamos frente a ti y contigo, te hablaremos claro.
El sentido de la falta de sentido
Wittgenstein reflexiona sobre la peculiaridad del discurso religioso.
El lenguaje religioso reformula, en el marco de una gran y compleja alegoría, en enunciados sobre hechos significativos estas vivencias acerca de las que sólo podemos hablar en proposiciones carentes de sentido.
No podemos expresar significativamente lo que en los símiles está por sí y remite más allá de sí, como tampoco podemos expresar significativamente la maravilla de la existencia del mundo.
[…] Todavía no hemos dado con el análisis lógico correcto de lo que queremos decir con nuestras expresiones éticas y religiosas. Siempre que se me echa esto en cara, de repente veo claro, como si se tratara de un fogonazo, no sólo que ninguna descripción que pueda imaginar sería apta para describir lo que entiendo por valor absoluto, sino que rechazaría ab initio cualquier descripción significativa que alguien pudiera posiblemente sugerir por razón de su significación.
En ese contexto toda designación carece de sentido porque quiere expresar lo inexpresable. Es decir: veo ahora que estas expresiones carentes de sentido no carecerían de sentido, pongamos por caso, por no haber encontrado yo aún las expresiones correctas, sino que más bien es su falta de sentido lo que constituye su esencia genuina. Porque lo que yo quería conseguir con ellas era, precisamente, ir más allá del mundo, y esto quiere decir: más allá del lenguaje significativo. Mi único propósito -y creo que el de todos aquellos que han tratado alguna vez de escribir o hablar de ética o religión- es arremeter contra los límites del lenguaje.
Ludwig Wittgenstein (filósofo, 1889-1951). Conferencia sobre ética. Barcelona, Paidós, 1997. p.42-43)