Etty Hillesum Aceptación puede sonar a pasividad, puede confundirse con la aprobación indiferente, con la resignación. El testimonio de Etty Hillesum, escribiendo desde los campos de concentración, es un ejemplo esclarecedor del sentido de una aceptación plena que es implicación y acción, pero desde la comprensión, desde una acogida radical de la realidad, se muestre como se muestre.
Hacen falta nuevas imágenes religiosas
Algunas tradicionales están gastadas y hasta son nocivas
(Artículo publicado en la Agenda Latinoamericana 2011, p.228-229)
VER: ¿Qué es la realidad, según la religión?
Queremos reflexionar sobre el hecho de que lo más profundo de nuestra comprensión religiosa de la realidad se basa en unas cuantas metáforas básicas, sobre las que queremos hacer alguna consideración importante. Veamos.
Toda cosmovisión religiosa, todo «gran relato», se apoya en definitiva sobre a unos cuantos elementos centrales o imágenes básicas. Podríamos preguntarnos: ¿qué es -dicho en pocas palabras- el mundo, la realidad, según la ve la religión?
La inmensa mayoría de los creyentes religiosos respondería de alguna de las siguientes maneras: la realidad es…
-…un Dios que vivía solo eternamente, que un día decidió crear este mundo frágil, que continúa existiendo porque Él lo sostiene en el ser;
-…un Dios Señor todopoderoso, que nos dicta su ley moral para que nos incorporemos a su Plan de Salvación sobre el mundo, cuyo triunfo final Él garantiza;
-…un Dios Padre que nos prueba en este mundo material y efímero, para llevarnos, después de someternos a un juicio tras nuestra muerte, al mundo definitivo, la vida eterna, con él y sus ángeles, en el cielo…
Éstos son tres esquemas básicos o «escenarios» como la realidad es concebida o imaginada por las religiones -por ejemplo, las monoteístas-. Muchísimos creyentes de esas religiones piensan que más allá de los detalles con los que nos manejamos todos en nuestra vida diaria, lo más profundo de la realidad, de la realidad total, es así, tal como la describen esas cosmovisiones religiosas esos grandes relatos religiosos, literalmente tal. Ello hace que, de hecho, estas personas perciben y entienden el mundo enmarcándolo en el «escenario», en la cosmovisión, en el esquema de realidad que les ha enseñado su propia religión. Es tremenda la influencia que la religión ejerce sobre esas personas y sobre la sociedad que componen. Importa pues mucho someter a examen esos esquemas básicos, esas metáforas fundamentales que manejan tales cosmovisiones religiosas.
JUZGAR:
La realidad, en sí misma, sigue siendo un misterio inaccesible para nosotros. «¿Por qué existe la realidad, y no la nada?», preguntaba Leibniz. Pero aunque diéramos por necesaria la existencia de la realidad, cabría seguir preguntándose por qué es de una manera y no de otra. Las culturas -y dentro de ellas las religiones- respondieron a esos angustiosos interrogantes como pudieron, tratando de representarse la realidad como alguno de esos -u otros- «escenarios»,
por medio de metáforas, imágenes poéticas, muy originales, verdaderamente creativas, incluso a veces geniales, que pronto cuidaron de atribuirlas a los dioses, para que les dieran una autoridad incuestionable. Esa interpretación religiosa de la razón más profunda de la realidad, fungió como un «dosel sagrado», como una cúpula protectora que les guareció de la intemperie cósmica, pasando a vivir en «hogar», un «mundo» mental que permitió vivir a muchas generaciones de antepasados con un sentido, con una esperanza, una misión…
Preguntémonos: ¿«describen» esas imágenes básicas de las cosmovisiones religiosas «describen» la realidad tal como es? Obviamente no; la Realidad misma es un misterio que nos sobrepasa. Sólo los fundamentalistas piensan que la realidad es literalmente tal como la «describen» o la «narran» sus tradiciones religiosas. Las tradiciones religiosas no son conclusiones científicas, son elaboraciones simbólicas: «verdades profundas», no superficiales, no verdades literales, no descriptivas.
Por otra parte, ¿son imágenes perfectas (divinas)? ¿O llevan también la huella de los artistas humanos que las construyeron? ¿Son imágenes eternas, «para siempre», o también se gastan? ¿Serían mejorables? ¿Pueden perder relevancia o significado? ¿Puede ser que algunas no sólo estén obsoletas, sino que hoy puedan estar resultando incluso negativas, nocivas?
Problemas concretos de estas tres imágenes:
Consideremos ya esas tres imágenes aludidas, verdaderos arquetipos de la cosmovisión religiosa de la era agraria, respondiendo críticamente a cada uno de sus planteamientos.
• La imagen de un Creador que todo lo creó de la nada, a pesar de estar tan extendida y ser considerada tan esencial, tiene grandes dificultades. Si desde siempre existía Dios solo, y pudiera haber seguido existiendo siempre en solitario… ¿qué sentido tiene la realidad cósmica actual? ¿Podría no haber existido? ¿Es la realidad un simple capricho (de Dios)? El mundo, nuestro mundo, nosotros mismos, ¿somos una mera contingencia? ¿Podría en cualquier momento desaparecer la realidad entera, si Dios dejara de pensar en ella? ¿No es ella nada en sí misma?
La imagen de «creación» escinde totalmente la realidad entre Creador y creación, vaciando a ésta de entidad y reduciéndola a mera contingencia, sólo «sostenida en el ser por Dios». Un Dios transcendente, totalmente otro, sería la verdadera totalidad del ser, siendo todo lo demás accidental, fútil y contingente.
– Pero, ¿quién ha dicho que la realidad, la Realidad total, es dual, y que hay un principio creador expatriado de la única realidad que conocemos, un principio enteramente diferente, transcendente… y que esa realidad real que conocemos y somos… es mera nada y pura dependencia? El mundo que hoy vivimos y que la actual explosión científica nos presenta, es incompatible con esa imagen. Para la ciencia hace tiempo que no es plausible la «creación». ¿Puede la religión contradecirla?
Esa imagen dual, escindida, nos hace daño, porque nos aliena, reduce el cosmos a la nada óntica, lo despoja de sacralidad y de inmanencia, y pone a éstas fuera del mundo, impidiendo una vivencia holísticamente unificada de transcendencia e inmanencia, de sacralidad y cosmicidad: nos hace esquizofrénicos en definitiva.
• La segunda imagen escogida, la imagen de Dios como un gran Señor feudal todopoderoso a quien se deben todos los que nacen en su feudo, cuya relación esencial principal con los humanos es una relación de dominio-sumisión total -por naturaleza, porque así son las cosas en este señorío-, conlleva también grandes problemas, que quizá sólo ahora, a estas alturas de la historia se nos hacen evidentes.
Imaginar a Dios como Rey que gobierna cielos y tierra, tiene toda apariencia de ser una proyección religiosa de la cultura agraria patriarcal que se extendió por la humanidad a partir del neolítico, cuando comienzan a aparecer las «religiones» (no la religiosidad, la religación, la espiritualidad) del Dios guerrero, patriarcal, monárquico…
– Pero una imagen así no responde tampoco a nuestra sensibilidad, nuestra visión, nuestra situación actuales. Hoy nos resulta inaceptable esa «ontología señorial de dominación jerárquico-patriarcal» que sería como la espina dorsal del sentido de la realidad. Esta imagen nos destituye de responsabilidad al hacernos creer que la única verdadera responsabilidad la tiene Dios, que salvará al mundo pase lo que pase. Estaríamos en sus manos, plenamente seguros de su triunfo final, a pesar de todas las apariencias.
Esta imagen no sólo es falsa, sino que además nos hace daño en la situación actual de posibilidad de un desastre planetario final (nuclear o climático) causado por los humanos, porque nos hace ciegos a lo que ahora vemos bien claro: que el mundo está en nuestras manos, y que nadie va a venir a salvarlo si no asumimos nuestra responsabilidad. En este sentido concreto, el discurso religioso habitual sobre Dios como Señor, nos engaña y nos humilla como Humanidad, y a través de nosotros hace daño al cosmos.
• La tercera imagen, de que somos almas venidas a menos de nuestra condición espiritual, que viven por un corto tiempo encadenadas a un cuerpo material-carnal, pero destinadas a retornar a una vida eterna espiritual en el cielo -el mundo de Dios y de las almas, el único mundo verdaderamente real- tras la superación de un juicio individual llevado a cabo por Dios mismo, ha estado en vigor con mucha fuerza, durante milenios.
Esa cosmovisión mira sólo la aventura histórica de los humanos, no tiene ojos para percibir otros de los infinitos niveles de la realidad. Los humanos son lo único importante de la realidad, la única realidad significativa: todo el resto de la realidad cósmica es accidental, adicional, puesto ahí sólo como escenario en el que representar el drama de la historia de la salvación espiritual de los humanos, y a su servicio. La materia sería un aspecto o un episodio negativo, marginal y transitorio, que finalmente desaparecerá.
– Pero hoy día nosotros no vivimos ya en ese mundo dualista de materia y espíritu enfrentados. Aquellos planteamientos platónicos son simplemente inaceptables una vez que abrimos los ojos al mundo de hoy, en el que la distinción materia/espíritu es cada vez más incierta. No existe la materia absolutamente despojada de energía, de vida, de mismidad…. Partículas y ondas, materia y energía, tierra y vida, mente y conciencia… son sólo aspectos distintos de la misma realidad única. No podemos pensar que estamos expatriados de nuestro mundo original (un supuesto mundo primordial de las almas, como el mundo superior de las ideas eternas, de Platón), ni que estemos concursando para una salvación individual que se realizará fuera de este mundo, en otro mundo (el cielo), y que este mundo actual, una vez representado «el gran teatro del mundo», será destinado al fuego, quedando ya para siempre solamente el mundo espiritual eterno de Dios y de las almas.
Nosotros ya no compartimos aquella visión por la que lo más importante del cosmos era el ser humano, sus intereses, su historia y su salvación personal celestial… Queremos vivir la dimensión religiosa en el mundo real del cosmos, de Gaia, en el todo holístico de materia, energía, vida, mente, espíritu y Divinidad, un cosmos-caos en el que somos los últimos llegados, pero agraciados no obstante con el privilegio de estar capacitados para hacernos cargo humilde y responsablemente del planeta en co-gobernanza con la naturaleza.
Muchas más cosas se debería decir de éstas y de otras muchas imágenes fundamentales (pecado original, redención, cielo, infierno…) que hoy chirrían en nuestras mentes y en nuestros oídos, y que a muchos cristianos que viven en sintonía con los mejores avances del pensamiento actual les resultan no ya sólo inaceptables e increíbles, sino impropias de este tiempo, y dañinas, por cuanto nos hacen vivir en una realidad falsa, nos imposibilitan vivir la realidad real.
ACTUAR:
Reconocer la naturaleza del lenguaje religioso
Esta sería una conclusión fundamental: hemos de tomar renovada conciencia de la peculiaridad del lenguaje religioso: es simbólico, metafórico. Expresa verdades «profundas», que están más adentro, más allá de la superficie de su literalidad. Pero no tiene capacidad ni competencias para «describirnos» o informarnos con exactitud sobre la realidad cósmica ni sobre la realidad profunda, sobre el sentido del mundo… y mucho menos, sobre el otro mundo, el espíritu… pues todo ello sigue radicando en el ámbito del misterio. El lenguaje religioso es como la poesía: nos dice cosas maravillosas y transmite vivencias profundas «verdaderas», con mucho contenido «de verdad», pero que nosotros confundimos si las interpretamos literalmente, en vez de «poéticamente».
Nuestros antepasados interpretaron los símbolos religiosos como descripciones exactas o como narraciones verídicas. Somos la primera generación que está viviendo este cambio epistemológico cultural de descubrir a fondo la naturaleza simbólica del lenguaje religioso. Todavía son legión los contemporáneos que sufren y se ven privados de la riqueza de los símbolos religiosos al pensar que tienen que aceptarlos en la antigua epistemología literal e histórica.
La Realidad Última nadie la ha visto, pero todos los pueblos han necesitado preguntarse por ella para vivir la dimensión de religación, la dimensión profunda. Esa inaccesibilidad la ha compensado el ser humano con intuición, imaginación, creatividad, símbolos, metáforas… Las imágenes religiosas así elaboradas, aunque son geniales, no pueden ser perfectas (pues son humanas), ni pueden ser para siempre (porque se desgastan con el tiempo, y con el avance del conocimiento y la evolución de la realidad pueden quedar sin base o pueden resultar incluso contradictorios los términos de su referencia comparativa). Puede llegar un momento en que no sólo ya no sólo ya no significan lo que significaron, sino que se vuelven ininteligibles, e incluso resultan dañinas.
Por lo demás, si miramos la historia, vemos que las tradiciones religiosas no han dejado nunca de crear imágenes nuevas, y de abandonar otras. No es nada nuevo. Sólo que ahora ese deterioramiento de las imágenes es más rápido, más radical, y, por primera vez, nos damos cuenta de ello.
El problema es complejo, y no tiene solución fácil, porque las metáforas no surgen por decreto, ni por la imaginación genial de un individuo… Surgen coyunturalmente del subconsciente colectivo…
¿Qué hacer entonces?, ¿sólo nos queda esperar pasivamente a que broten esas nuevas imágenes?
No, se pueden hacer cosas, y muy importantes:
tomar conciencia de la peculiar epistemología religiosa,
superar el «realismo ingenuo», y el fundamentalismo que lo interpreta todo como «descripción literal,
y plantearse la necesidad de renovar el lenguaje religioso aun cuando nuestra comunidad viva todavía tranquila con sus imágenes ancestrales heredadas.
En principio, no necesita cambiar de imágenes quien no sienta esa necesidad… pero sí es conveniente que conozca el problema, para comprender lo que está pasando a muchos, y para estar preparado si un día llega a sentirlo. Y también para no impedir la necesaria transformación en curso del lenguaje religioso, que en este tiempo axial resulta tremendamente rápida.