Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Cultivar la cualidad humana
Artículo publicado en La Vanguardia (1.09.2013, p. 28: Temas de Debate: Hacia una espiritualidad laica)
Necesitamos con urgencia la cualidad humana, la espiritualidad de nuestros antepasados, cuanto más honda mejor, para gestionar sociedades de potentes ciencias y tecnologías, de lo contrario se podrían volver contra nosotros, contra las especies vivientes y contra el medio, como ya está ocurriendo.
Durante miles de años la humanidad ha tenido formas de vida estables basadas en el cultivo, la artesanía y el comercio; los colectivos se coordinaban mediante la sumisión y la coerción. Había cambios, pero no en lo fundamental. Los sistemas de interpretar la realidad, valorarla, trabajar, organizarse y actuar fueron estables e intocables. Estamos hablando de las sociedades preindustriales estáticas, con variaciones en las formas pero con estructuras colectivas profundas idénticas. Estos sistemas culturales bloqueaban los cambios que tuvieran repercusiones serias en los sistemas de valores colectivos.
Durante esa larga etapa, la espiritualidad tuvo que cultivarse en moldes estáticos, de sumisión y sin excluir la coerción. En esa etapa las religiones fueron a la vez proyecto de vida colectivo y medio para cultivar lo que nuestros antepasados llamaron espiritualidad, en una antropología de cuerpo y espíritu, y que nosotros sin esa antropología tendríamos que llamar “cualidad humana”. En sociedades estáticas las creencias intocables fueron el medio de fijar los modos de vida y bloquear los cambios que pudieran poner en riesgo el modo de vida colectivo. El papel de la religión fue central en todas las culturas preindustriales.
La industrialización, donde se impuso, fue creciendo y arrinconando, los modos de vida preindustriales. Ese crecimiento creó dificultades a las religiones. A finales del siglo XX e inicios del XXI las formas de vida preindustrial, que excluían los cambios, son ya residuales o casi desaparecidas en Occidente. Hemos entrado en un nuevo sistema industrial que vive y prospera de la innovación continua de ciencias y tecnologías en interacción mutua y, a través de ellas, de la innovación constante de productos y servicios. Se vive un cambio acelerado que afecta a todas nuestras formas culturales individual y colectivamente. Este nuevo tipo de sociedades ha producido una gran ruptura con el pasado: nuestros antepasados vivían bloqueando el cambio, nosotros del cambio constante. Usando una imagen informática: nuestros mayores se programaron para bloquear el cambio, ese fue el papel de las creencias intocables, nosotros para cambiar.
Los cambios afectan a todos los niveles de nuestra vida: el crecimiento acelerado de las ciencias cambia constantemente la interpretación de la realidad, las tecnologías cambian continuamente nuestras formas de incidir en ella, nuestras formas de trabajar, de organizarnos y, como consecuencia, nuestras formas de sentir y actuar. Todo cambia continuamente. Las creencias religiosas y las laicas, deben ser excluidas porque fijan. Si se han de excluir las creencias, no son posibles las religiones como se vivieron en el pasado. Por la dinámica imparable e inevitable de nuestros sistemas colectivos de sobrevivir nos vemos necesitados a no tener creencias ni religiones.
Los proyectos de vida individual y colectiva que las religiones nos proporcionaban en el pasado, resultan inadecuados e inviables. Hoy los proyectos de vida colectivos, en continua transformación, los construimos nosotros mismos a nuestro propio riesgo y apoyados en nuestra cualidad. El cultivo de la espiritualidad, de la cualidad humana que fomentaban las religiones, tendremos que estructurarlo y motivarlo sin creencias, sin religiones ni sumisiones, como una indagación laica y libre individual y colectiva, pero heredando toda la sabiduría que durante milenios acumularon las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad. En una sociedad globalizada, todas las religiones y tradiciones espirituales ya son nuestras.
Las generaciones menores de 45 años ya están, en su gran mayoría, sin creencias, sin religiones y, lo que es más grave, sin posibilidad de heredar y cultivar la gran sabiduría que nos legaron nuestros antepasados. Empeñarse, como se está haciendo, en que cultiven la cualidad humana a través de creencias, religiones y sumisiones es una tarea imposible. Si no queremos que las nuevas generaciones y la humanidad de las nuevas sociedades globales gestionen nuestros aparatos tecnocientíficos en constante y acelerado crecimiento sin cualidad humana, habrá que habilitar procedimientos para cultivar una cualidad humana, una espiritualidad, laica, sin creencias, sin religiones y sin dioses, a la manera que los entendieron nuestros mayores. Este es un desafío que no permite aplazamientos. Hay que aprender a heredar el pasado sin tener que vivir como ellos; sería necedad querer partir de cero. Una sociedad de conocimiento, sin cualidad humana, es una grave amenaza para el planeta.
Bibliografía: M. Gauchet: El desencantamiento del mundo. Trotta 2005. M. Corbí: Hacia una espiritualidad laica. Herder 2007.