Francesc Torradeflot Las joyas de las sabias y sabios son como las ramas del nido de los pájaros, imprescindibles cobijos para poder aprender después a volar libres y a disfrutar del aire fresco y de la vida en plenitud. La sabiduría es el regazo tierno y maternal cuidado que vivifica. Es necesaria pero no suficiente, es un hogar y un solaz, pero después hay que volar. Es un placer para mí poder compartir esta muestra del tesoro de humanidad que la vida nos ha regalado...
La conciencia de ser en «La nube del no-saber» y en Nisargadatta Maharaj
Pequeña introducción a la propuesta del autor de La nube del no-saber. Selección de la obra de T. Guardans: “La verdad del silencio” (Herder, 2010)
El texto anónimo inglés del siglo XIV, La nube del no-saber y Sri Nisargadatta Maharaj (Bombay, 1897-1981) coinciden en un mensaje escueto y simple: importa reconocer identificaciones erróneas para poder conocer lo que constituye el «ser», en verdad.
Los textos del autor inglés ocupan pocas páginas. Los del maestro de Bombay podríamos decir que todavía menos, pues no escribió ni una sola línea. Quizás en otra época su huella se habría borrado pronto, pero en el tiempo de las grabaciones y del papel impreso, sus diálogos (como sucedió con las enseñanzas de Ramana Maharshi) han quedado recogidos en numerosas publicaciones. Es sorprendente poder constatar cómo convergen los dos maestros en su esfuerzo por ofrecer una lección fronteriza lo más desnuda y clara posible.
(…) En ambos, la realización resulta en una toma de conciencia del existir en su esencia absoluta: el «Ser» o el «Supremo» para Nisargadatta, «Dios» para el autor de la Nube. Uno y otro avisando, poniendo en guardia, sobre la limitación de cualquier término respecto a aquello que ni puede ser nombrado, ni puede ser pensado, ni puede ser comprendido. Aquello que sólo se puede conocer siéndolo. (…) A quien quiera experimentar el amor de Dios (insistimos: un “Dios” más allá de “Dios”) el autor de la Nube le propone que se desnude de sí mismo y se revista de Él; que abandone su yo (el conocimiento y la conciencia de sí mismo) para que la conciencia personal no se interponga entre uno mismo y Dios, impidiendo el acceso. ¿Qué aconseja para llevar a cabo esa des-sujeción? Insiste, fundamentalmente, en una sola idea: concentrarse en la conciencia de existir. Acompaña su sencilla propuesta de una serie de consideraciones que ayuden a orientar y fundamentar la dedicación.
(…) Es en la meditación silenciosa donde puede ejercitarse ese despojarse para revestirse, en un esfuerzo por lanzar (trasladar, impulsar…) al propio ser hasta aquel a quien se quiere conocer-experimentar. Por medio de la conciencia de la existencia en su desnudez. Ya que el Ser es el ser de sí mismo y de todas las cosas, en esa desnudez no hay diferencia entre la propia existencia y la existencia que todo lo es. La única diferencia es «que él es la razón de tu existencia pero tú no lo eres de la suya» (Nube 1992: 124), pero se trata de una misma naturaleza, una misma existencia, un mismo ser.
(…) Propone el autor una polarización total de la conciencia hacia el hecho mismo de existir, hacia la cualidad misma de ser, sin detenerse en nada más. Como ayuda propone centrar toda la atención en un término, lo más breve posible, que facilite esa polarización del «impulso desnudo», que ayude a penetrar más y más hondo en la conciencia de existir. Pura conciencia de existir. En la Carta propone «es»: «pues descubrirás que todo se halla resumido y contenido en un término tan breve como ‘es’ «(1992: 130). En la Nube concreta la práctica en otros dos términos: «Dios», «amor».
Esa breve forma lingüística —la que sea— tiene por función impulsar la atención, empujarla: «este impulso o movimiento del alma no tiene un sentido físico, hacia arriba o abajo. Habría que considerarlo como un cambio súbito más que un movimiento» (Nube 1992: 103). Por la vía de llenar la mente con una sola palabra, una palabra que vehicula una aprehensión del sentir, y forzar a la intelección a considerarla, va conduciendo a la mente-sentir, hacia el ámbito del conocer silencioso, adentra a la cognición humana en la nube del no-saber, pues es en el no-saber (más allá de toda construcción conceptual) donde se puede reconocer al que es, a Aquel a quien se busca, al que ninguna palabra ni idea pueden referir, pues es sin distinción ni límite alguno. La tarea consiste en ir más allá de lo que se interpone entre el buscador y el reconocimiento.
(…) Seiscientos años después, en el continente indio, Nisargadatta enseña a quien se le acerca, responde a quien le interroga. Y lo hace con palabras como éstas:
«Para conocer lo que es, primero tiene que investigar y saber lo que no es. Y para saber lo que no es, tiene que vigilarse a sí mismo cuidadosamente, rechazando todo lo que no concuerde con el hecho básico: «soy». Las ideas como «he nacido en tal sitio» […] y así sucesivamente, no son inherentes al sentido de «soy». Nuestra actitud común es «soy esto». Separe perseverantemente el «soy» de «esto» y trate de sentir lo que significa ser, simplemente ser, sin ser «esto» o «aquello». Todos nuestros hábitos se oponen a ello y la tarea de combatirlos es larga y, a veces, pesada, pero un entendimiento claro ayuda mucho. Cuanto más claramente entienda que en el nivel de la mente usted sólo puede ser descrito en términos negativos, más rápidamente llegará al fin de su búsqueda y a realizar su ser ilimitado. (2003: 102) Sabiendo lo que no es, llegará a conocerse a sí mismo.» (2003: 22)
Nisargadatta explica que nada de lo que se pueda ir señalando tiene existencia real. Lo único que se puede afirmar es «soy», pero es una afirmación que corresponde más a una dirección, a un indicador para saber hacia dónde atender y buscar que no a algo determinado. Cada «soy esto» puede ser disuelto, ver su inconsistencia, indagando, interrogando incansablemente. «Lo que la mente ha creado, la mente debe destruirlo» (2003: 235).
(…) Las orientaciones de Nisargadatta respecto al «soy» son enormemente parecidas a las del autor de la Nube y su «es». Unas pocas letras que encierran todo el contenido de la búsqueda y se convierten en instrumento de discriminación y de penetración.
Ambos autores explican que la práctica requiere unos márgenes de dedicación específica para «asentar» el término en el interior, o, establecer el propio interior en el término. Una vez establecido firmemente el «soy» (o el «es») en el pensamiento y el sentimiento, «cualquier cosa que haga, piense o diga, este sentido de ser, inmutable y afectuoso, permanecerá como el telón de fondo de la mente» —dirá Nisargadatta— (2003: 86). Y el autor de la Nube:
«esa tarea simple no es contraria a mantener tus actividades cotidianas. Con la atención centrada en la conciencia ciega de tu ser desnudo, unido al ser desnudo de Dios, podrás realizar tus tareas diarias, comer, beber, dormir o pasear, hablar o callar, estar de pié o tumbado, andar, correr o ir a caballo, trabajar o descansar». (Nube 1992: 133)
Los dos autores insisten en el amor. Es el amor a la verdad el que pone en movimiento y la verdad es amor, ya que es «serlo» todo, disolución de distancias y distinciones… No hay amor más grande que el conocimiento, dirá el autor de la Nube, y es el amor el signo de la verdad (pues en la desnudez de sí, la realidad es una, íntima unión con todo, con el ser: la verdad es amor — Nube 1992: 150—). Uno con uno, uno con Dios, con aquel que es «la vestidura del amor y de la eternidad sin fin» (Nube 1992: 140).
Para el autor de la Nube se trata de hacerse uno con el que todo lo es; desde la perspectiva de Nisargadatta «verse a sí mismo en todo y en todos»: la gente se ve a sí misma en el mundo, mientras que el que conoce ve al mundo en sí mismo (2003: 360). «Verse a sí mismo en todos y a todos en sí mismo, eso es amor» (2003: 143).